domingo, 30 de diciembre de 2012

Tic, tic, tic, tic


En el fondo, sigue doliendo. Aunque lo niegue, aunque sonría cuando me preguntan por ti  o por como estoy. Sigo espiando por detrás de las persianas bajadas, entre los cerrojos de las puertas antiguas, pegando vasos vacíos a paredes demasiado frágiles como para amortiguar el machaqueo continuo mezclado con risas nerviosas. Sigo coleccionando momentos en cajas de cartón en las estanterías de mi habitación, guardando testigos de algo callado bajo noches en vela con música que toca el fondo y no hace volver a la superficie si no es con ayuda. Una ayuda que generalmente no llega a tiempo, o llega cuando ya ha llegado otra a obligarte a respirar. Un clavo saca otro clavo, o eso dicen. Pero normalmente no se te ocurre guardar clavos de repuesto en el bolso, porque traen mala suerte.

Así que, aunque me aferre en pensar que ya está todo bien, sigo esperando que algo cambie; que aunque sea tarde, a alguien se le ocurra lanzar un salvavidas que den por perdido para rescatar al naufrago de una muerte seguro, de una hipotermia o de simplemente ahogarse en sus propios pensamientos. Aunque ya nadie está dispuesto a apostar si no es sobre seguro; estamos demasiado acostumbrados a que nos den garantías de éxito como para aventurarnos en algo que puede no traer beneficios, o que puede hacer que nos perdamos para siempre donde es imposible de salir, si no es con una ayuda, una que no va a llegar.
Y ahora, solo quedan unos días para demostrar que ya estoy fuera del agujero; que aunque no este lucida, voy a ignorar todo lo que me rodea, para centrarme en mi misma, perdida, bailando sola con los ojos cerrados y una falsa sonrisa en la boca, callando rumores, y sintiendo que todo va a salir bien, aunque solo sea porque detrás de un vaso con hielo siempre va a haber otro dispuesto a reponer el espacio vacío. Demostrar que he cambiado, que he vuelto a ser la de antes, que me da todo igual, que no soy rencorosa aunque lo dudes, que soy inmune a cualquier desprecio, a cualquier mala mirada.
Que soy la mejor, aunque no quieras darme la razón. Como siempre. 

sábado, 22 de diciembre de 2012

Begun


¿Es normal sentirse solo? La respuesta, la mitad de los días es que sí, ya que es mejor estar en un vacío total  antes que estar perdido, sin remedio, esclavo de un circulo vicioso que se consume a medida que te autoconsumes en tu interior. Pero hay distintos grados de soledad, y a medida que pasa el tiempo; a medida que crees que lo estás superando, que ya no echas nada de menos de todo aquello que te rodeaba, que te envolvía, que te hacía sentir tan bien, tan cómoda contigo misma como hacia mucho tiempo, posiblemente, desde que eras una niña. El golpe contra el suelo, contra la realidad, contra el mundo, con las consecuencias que puede traer esa decisión, ese silencio incomodo, esos vuelcos de corazón a destiempo; todo eso es inminente, imposible de remediar, de refrenar, de parar, de machacar.

En el fondo, siempre vas a tener la esperanza de que vuelvan las sonrisas tímidas del principio, los abrazos que significaban algo más que calidez. Vas a tener un pequeño quizás clavado en el pecho para siempre, aunque lo niegues, aunque te aferres en moverte hacía adelante, aunque sepas que es mejor que todo siga como esta. Es una espina fría, que resurge cuando menos te lo esperas. O tan solo sea por la facilidad de bloqueo emocional que desarrollas año tras año, taponando heridas mientras te obligas a pensar en otra cosa, en un futuro hipotético, necesario para huir de aquí, de todo lo que esto significa. Pero el bloqueo termina en cuanto me doy una tregua, un respiro de la tensión total en la que soy capaz de vivir con tal de no dejarme llevar por lo que llevo dentro; quizás demasiado masoca, pero es un método de supervivencia como otro cualquiera. Y no sé si será por el extraño parecido que tiene esta época con aquella en la que todo empezó, si es por que en estas fechas todos tienen a alguien a quien querer, o porque llevo casi tres mese acumulándolo todo dentro, y ha explotado por razones obvias.
No lo sé, solo sé que me estoy consumiendo por dentro, y supongo que algo se reflejará por fuera, aunque no lo quiera ver. Porque estoy harta de asumir que estoy bien, que no me importa nada, que soy fuerte, y que toda esta mierda acabará pasando. Que voy a ser feliz, que voy a encontrar algo a lo que aferrarme cuando me crean perdida, que todo va a ir bien, porque ya he tocado fondo. Y llega el punto en el que te cansas de seguir engañándote a ti misma, cuando el resultado de eso no es otro que conseguir hundirte más de lo que ya estás.

Casi tres meses, y todavía sigo en el mismo punto en el que estaba cuando comencé a decir que había pasado página. Tres meses después del bloqueo emocional, que parece que funciona mejor de lo esperado. Y, tres meses después, toca empezar de nuevo. 

martes, 4 de diciembre de 2012

De momento


Y los fantasmas del pasado parece que han vuelto a aparecer entre la arena y el mar donde lo enterramos todo. Quizás, como un presagio de que no hay secretos que duren para siempre, ni boca que sea capaz de aguantar la presión de conocer la verdad sobre quien engaño, disfrutó, y luego se marcho recogiendo la ropa entre susurros de silencio. Nada es efímero, pero podría durar un poco más. Otra posibilidad es que el deseo, el morbo que da hacer algo prohibido por el código moral, por el pacto secreto que estableces cuando estás cómodo con alguien, como una promesa de meñique de que todo va a ir bien, que nadie va a interferir en el un futuro próximo, o al menos, sin previo aviso. Pero aquí volvemos los dos, al punto de partida de este secreto compartido, que nos morimos por contarlo al mundo; tú, por despecho de haber logrado lo que muchos otros intentaron; yo, por evitar descubrir la frustración, por seguir siendo la que lo pasó mal, y el el capullo integral de turno.

Ahora, a escondidas todavía, quieres que rememore aquella noche, cuando lo único que recuerdo es una sensación de abandono, de frío olvido, de niebla profunda de noches de vasos sin fondo. Quieres que recuerde la playa, la arena entre el pelo, los suspiros acallados por las olas del mar, las risas del paseo, el buscarnos en medio de la oscuridad con ojos que no ven, y labios sedientos de más pese a haber bebido más de la cuenta. Y me pides que me esfuerce, pero no soy capaz. Al igual que no me creo esas idioteces propias de cuentos de hadas, no creo del todo que estés siendo sincero. No, es totalmente imposible que sea verdad todo lo que me dices ahora; puede que si que lo sea lo que pasó aquel día, no lo niego, porque lo poco que tengo todavía en claro se corresponde bastante con lo que parece ser que sucedió. Pero de ahí, a creer en un hipotético nosotros, hay un gran paso. Quizás porque solo conozco tu parte de nocturna  o porque tienes esos aires de prepotencia; pero tengo claro que no eres de los que se enamoran perdidamente. Yo tampoco, y menos de alguien como tu. Puede que haya algo físico, una tensión que necesita ser resulta con urgencia, para que no acabemos perdidos en cualquier esquina. Pero no hay nada más, y si es por mi, no creo que lo haya. No porque no lo necesite, o no te vea en ese plan: es por el simple hecho de que nosotros estamos hechos para vernos, desaparecer, rememorar, y morir por contarlo, cuando no podemos. Por mi bien.

Y lo único que me hace creer en ti, es que de momento has cumplido tu promesa. De momento. 

sábado, 1 de diciembre de 2012

Alone



Sentirse solo no es algo malo, es una consecuencia de una cadena de hechos que se te han ido de las manos; de pasar de tenerlo todo, a que no te quede nada más que el silencio al decir buenas noches al aire, con la esperanza de que alguien lo recoja. No, la verdad es que no es nada malo. Es un estado necesario para escapar de todo lo que presiona el estallido final, el punto y final para empezar de cero con nuevas metas, nuevas ilusiones. Pero estar solo implica momentos de desesperación, de llantos irascibles inmanentes que no se callan hasta altas horas de la madrugada, cuando las primeras luces salen entre las lineas del horizonte todavía a medio perfilar, y por la calle solo se escucha los pasos tímidos de quien va descalzo, porque los tacones los lleva el que le pasa el brazo por los hombros mientras le besa en la frente, o en el portar, antes de irse a dormir con una sonrisa por dentro, y por fuera.

Tampoco es malo echar todo eso de menos. Ser importante para alguien saber que el primer y último pensamiento del día es para ti, tener una mano a la que aferrarse cuando no ves la solución, un abrazo capaz de hacerte temblar o de replantearte tu vida entera sin pedirlo. Lo peor  es que todo esto no hace otra cosa que sumirte en un circulo vicioso de perfección, un túnel negro teñido de luz, en el que te puedes perder, desaparecer, volverte un loco errante, cuando menos te lo esperes. Un giro total que cambia tu vida de cualquier manera, sin un orden propuesto, establecido de ante mano, para no salir mal herido. Una cosa conlleva la otra; si quieres algo, atente a las consecuencias. Y más cuando ese es el final que te espera, y lo sabes de ante mano. Antes de aventurarte a sentirte dichoso, planteártelo dos veces. Porque quizás es mejor sentirse solo, sin nadie más que tu mismo, tus pensamientos, tus complejos, tus ganas de abandonarlo todo, porque no te lo mereces. Pero todo eso es mejor que amar dejando todo lo que ya tenías por el camino, y encontrare solo al llegar. Porque, por lo menos, estoy sola con compañía de quien prometió no alejarse jamás, y lo cumplió. 
¿Que pido? No lo sé, no tengo ni idea. Soy una inconformista caprichosa, así que no tengo respuesta a esa pregunta, al igual que no sé porque se acabó todo, porque no somos capaces de saludarnos, porque ahora no somos nada más que una cifra el uno para el otro.

martes, 27 de noviembre de 2012


Nadie prometió que fuera fácil, ni llevadero, ni que mereciese la pena. Nadie, absolutamente nadie, fue capaz de dar por hecho que no hay  margen de error, ni de fallo. Pero esto tampoco es un calculo preciso, un eclipse que no tiene fin ni principio, como el pez que siempre se muerde la cola. No, esto está hecho para equivocarnos en cada giro frenético al tomar las curvas el segundero del reloj. Porque nadie, absolutamente nadie, se atrevió a apostar en favor de lo perfecto.
Así que me he cansado de buscarlo; de darlo todo por perdido, de desesperarme, de callarme. Sé que no habrá nadie dispuesto a escucharme cuando estalle a gritos de pulmón en medio de la nada llena de gente que no importa, de sombras oscuras, silenciosas, rencorosas, que esperan que caigas para morder la carne cruda que quedó después de la marcha. Ya no quiero esperar sentada a que suceda, a que me busquen y que sepan donde estoy, a tener que dar cuentas ante el espejo de todo y de todos. No, no quiero; me niego a que piensen que soy previsible, totalmente anticipante a cualquier hecho metódico, pesado, aburrido, gris. 

Quien quiera encontrarme, tendrá que buscarme donde nadie crea encontrar nada más que ilusiones banales, miradas de aluminio, dedos fríos al salir de debajo de las mantas, flores de plástico, pensamientos sintéticos. Y, para sorpresa de todos, o de nadie, en un rincón, lamiéndose las heridas con clase, como la reina de las tarimas de cualquier pub de mala muerte, en un callejón oscuro de pueblo de carretera. Uno de esos sitios sombríos, donde no esperas encontrar nada más que cucarachas, mugre, ojos rojos, bocas sin dientes y lenguas flojas. Y la estrella de todo eso, de quien todo el mundo habla, aunque sea entre susurros, o como escándalo estrepitoso en la iglesia los domingos; cuchicheos que afianzan más el poder de quien se ríe de todos ellos, mientras remueve el Martini con la punta del dedo, chupándolo después con toda la picardía que quede en el cuerpo. Que nadie sabe quien es, de donde viene, que quiere, quien la mantiene; solo saben que es misterio, de ese que corroe por dentro abrasando cualquier otro pensamiento. No importa nada, solo con el simple hecho de tener algo prohibido e inmoral de lo que curiosear, ya es fruto de admiración total por parte de quienes no tienen nada que hacer, ni que perder. 

Así que, sin más dilación, anuncio que no espero ya nada de nadie, ni me importa que esto ocurra. Será un sorpresa, un sonrisa de la nada que resulte chocante; será la curiosidad de niña, la ilusión de ser mirada y de crear sonrojos. Sensaciones de hace cinco meses y dos días, renovadas de la manera que elija. Porque ahora, me toca mandar. 

domingo, 25 de noviembre de 2012

Nid


Hoy no voy a dormir. No voy a poder dormir nunca más, básicamente porque alguien que tiene roto el pecho, roto el alma, que esta sangrando lágrimas vacías por dentro, no creo que sea capaz de encontrar la paz encerrada en ese remolino de abandono. Escalofríos, ojos húmedos, temblores impropios de quien no suele tiritar bajo ninguna circunstancia. Porque cuando tienes la certeza de que ya has superado aquello que te devastó físicamente en un giro irónico e hiriente del destino, en la vuelta de esa esquina que  más de una vez recorrimos juntos, que la recorrimos por separado el doce de julio. Al girar el edificio, entre coches que van demasiado lento, y piernas que huyen de la lluvia, un golpe de suerte. ¿De suerte? La suerte no duele, no aniquila por dentro cuando sobreviste al estallido que te dejo en el suelo, con la mano en la mejilla todavía roja y aguantando las lágrimas por orgullo propio. La suerte te hace sentir dichoso; no te hace volverte pequeña, como quien no existe, como quien no tiene a donde ir. Como quien no tiene solución, y solo hay una salida a todo. Una salida simple, escaleras arriba, ventana abajo. 

Es una lucha constante entre lo que quiero, lo que tengo que hacer, y lo que siento. Sería más fácil ser una cobarde, y negarme a aceptar que soy un borrón al otro lado del pasillo, mientras que me hundo en todo lo que emana del otro lado del patio. Es fácil intentar sacarme de todos los sitios que en algún momento tuvieron un significado, intentar hacer que deje de ir a donde suelo ir o hacer lo que hago, simplemente, porque se que nos vamos a encontrar. Esto es una ciudad demasiado pequeña como para no vernos las caras unos a los otros, para no saber quien juega con quien a que, para no poder esconderse para siempre. Y es por eso por lo que me quiero ir lo más lejos posible, para no tener que curarme entera cada vez que te veo venir, o cada vez que te veo ir.


jueves, 22 de noviembre de 2012

Lag.


Esto es más que un sueño, que un capricho de niña pequeña, que un deseo contado en voz baja con un nudo  de garganta que aprieta el fuso hasta dejarlo seco. Es un tipo de mentalidad, una enfermedad que viene desde dentro, trepando por los puntos flacos de cada uno, destruyéndonos poco a poco. Puede que esté pasando una mala época, un inicio triste y gris para un final que era de esperar. Una medida de protesta, sensaciones que creí ya haber acabado con ellas, pero que vuelven a estar ahí, a flor de piel. Y quien no siente nada, no puede tampoco sentir dolor o pena. 

No es fácil, ni gratificante. Es algo que necesitas hacer, que te pide el cuerpo. Es como quien grita por auxilio cuando ya está hundido. No hubo vuelta atrás entonces, tampoco creo que la haya ahora; solo me quede seguir callando, aguantando, esperando un milagro venido de a saber donde, o simplemente desaparecer para siempre. Porque cada uno elige lo que quiere ser, y esto es una lucha puño con puño contra mi misma. Hasta que pierda, porque solo puede perder una, y esa soy yo. Pero estoy dispuesta a perder, a ser una figura sin sonrisa, ni paz, ni tranquilidad; a ser quien haga falta, a continuar metiéndome hasta el fondo del agujero sola, y sin posibilidad de salida. Sin elección. Somos esclavas, esclavas de nosotras mismas, dependientes de tres números y un punto que rondan siempre en nuestras cabezas, que no nos dejan dormir, ni descansar sin ellos presentes. Una medida de sumisión. Tacharme de enferma, de lo que queráis. 
Pero tampoco voy a pedir que me rescatéis de aquí, porque tengo muy asumido que este es el camino correcto. Que es el último paso, que solo queda avanzar un poco más para lograr lo que quiero. Porque solo quiero eso, quiero ser perfecta. Y marcharme lejos de aquí, de una ciudad que me adoptó con los brazos abiertos cuando llegamos, pero que poco a poco ha ido dándome la espalda. No creo que haya nada aquí que me obligue a quedarme moralmente. No le debo nada. Algunos buenos momentos que, haciendo cuenta, han salido demasiado caros como para merecer la pena. Es un tira y afloja constante. O simplemente, que no encajo en ningún sitio.  

martes, 6 de noviembre de 2012

Not me.


Jugar para engañar no es bueno. Da igual lo que apuestes, lo que quieras ganar, lo que estés dispuesto a perder. No está bien jugar haciendo daño, quitando lo que había y dejando la miel en los labios cuando las piezas ya están en la caja. No es justo, las reglas están para acatarlas. Empiezas a jugar, pierdes o ganas, dependiendo de la mano. Después, se acaba. Y cuando se apagan las luces, sabes que no hay vuelta atrás, que el mal juego de hoy no tiene que repercutir en el de mañana. Simplemente, eso es lo que hay.
Pero como en cualquier juego, en este también hay tramposos. Hay quien cuenta cartas, quien engaña al sistema, quien soborna a los árbitros. Siempre hay alguien así, escondido detrás de la máscara de quien jamás sale mal parado de una mala mano. Que asiente con una sonrisa que no deja dudas de la tensión, que sorbe lentamente el vaso, esperando encontrar la respuesta en el fondo. Hasta que toca techo, se da cuenta de que está apunto de perder el imperio, y acaba con todo. Gasolina y cerilla, el método de los rápidos.

No queda tiempo para andar de puntillas esquivando las esquinas puntiagudas, los silencios incómodos, las miradas tensas. Esto ya no es una partida triste de verano solitario, de necesidad de querer y no poder. Eso mucho más, es poner sobre la carretera todo lo que perdimos en el empate, y correr por encima de ello. Sin mirar atrás, porque ya no queda más que polvo, cenizas, recuerdos mojados que no sirven para nada, solo para dejarlos en cualquier caja de cartón esperando a que pase quien la quiera. Guardándola de la lluvia, eso sí, que el respeto por delante. Tiene que quedar ahí para los restos, para seguir aferrándose a algo cuando nadie quiere ver lo que puede haber más allá de una risa congelada en papel. Darlo todo por perdido, cuando ya no queda nada que perder.
Luego, la cuestión de principios, el orgullo, que te come por dentro, te susurra, y te atrapa. Que tienes que acatarlo, vivir con ello, sin remordimientos, pero sin querer volver a ello. No hay que arrastrarse, ni plantearse un futuro de dos. Si te engañas una vez, te engañas para siempre, pero aprendes de ello. Mantener la cabeza alta, y seguir pasando de largo, pidiendo a gritos volver al punto donde desapareció el rastro de eso por lo que luchaste, pero que, en el fondo, sabes que estás mejor sin ello. 


viernes, 2 de noviembre de 2012

Dawn.



Necesito un cambio de ritmo, de vida, de todo. Necesito alejarme de esto cuanto antes, y cuanto más rápido mejor. Dejar de luchar contra quien quiero ser, y empezar a ver que está pasando en realidad. No todo el mundo nace para ser una princesa, y mucho menos cuando nace rana. Hay que aceptarse tal cual, sin remedios, sin problemas. Pero. ¿qué hacer cuando no estás bien con eso? Cuando has dejado de aceptar el necesitar ser siempre la que está bien, la que sonríe ante cualquier situación. Cuando no puedes más, y solo quieres marcharte lejos, abandonar todo lo que te ata aquí. Y sabes que los meses se cuentan con los dedos de una mano, y que pronto, si eres capaz, lo podrás hacer. 

Respirar, y mantenerte fuerte. Noviembre acaba de empezar, y aún estás a tiempo de cambiarlo todo. De darle la vuelta al reloj, a la báscula, al espejo. A todo. Ahora mismo me veo capaz, aunque no tenga apoyo, ni una meta fija, ni un objetivo, ni un motivo real. Ahora, que estoy absolutamente destrozada por dentro y por fuera, creo que puedo hacer algo bueno con esto. Que puede que aún haya esperanza, que aún pueda ser la que sonríe, la que se podía comer el mundo. 
Las cosas han cambiado muy rápido en poco tiempo, no sé si realmente para bien. Pasé de tenerlo todo, a estar otra vez acurrucada en mi esquina, pensando en lo que hice mal, y en si realmente merezco esto. Tensiones viejas, y malos recuerdos que vuelven a estar allí, riéndose de como me han vuelto a aplastar. Otra vez. Otra vez vuelvo a ser pequeñita, y nadie parece darse cuenta. Porque sigo pensando que, si nadie lo ve, yo tampoco. No me puedo seguir escondiendo, no puedo seguir en casa echándome la culpa de todo lo que está pasando, cuando no la tengo. No me lo merezco. Pero tampoco tengo fuerzas para hacer otra cosa, otra cosa que no sea empezar con esto. 

No sé a donde me llevará, pero esperó que a algún sitio mejor que este. Tampoco es una meta muy complicada. 

jueves, 1 de noviembre de 2012

... play hard.



No importa cuanto daño quieran hacer. No ha importado nunca, ni va a empezar a hacerlo ahora que has empezado a dejar de darlo todo por perdido. Es una cuestión de principios, de orgullo, de perseverancia  Un ideal, una forma de ver las cosas, forjada día a día, golpe a golpe. Sabiendo que cada vez que te levantes, es para volver a caer tarde o temprano. Y luego volver a levantarse. Con una sonrisa que, día a día, es menos forzada, más natura. Porque cada vez te importa menos lo que digan, lo que gira al rededor de ti, quien entra y quien sale de la ecuación. Pero siempre están los puntos de siempre, los incondicionales que bajo viento y marea van a estar al pie de faro esperando a que llegue el huracán. 
Y cuanto menos te importe, más intentaran hacerlo relevante. Te lo restregarán por debajo de la nariz, para que pique, duele, e intentes sacarlo de ahí. Se reirán en tu cara cuando corras a esconder las lágrimas que no tiene que correr por las mejillas bajo ningún concepto. Pero acabarán preguntando por ti, cada vez que mantengas fija la mirada sin sonrojarte, cada vez que pases por la calle riéndote de todo ello, con los cascos a todo volumen, bailando entre sus canciones y tus recuerdos. Todo depende de la importancia que quieres darle, no de la que ellos quieran que tu le des. Todo es relativo, tiene un principio y un final. Y los finales, por regla de oro, duelen. 
Duelen de manera que desgarra, de esos que solo quieres estar en cama curando las heridas con agua y limón. Duelen poco, sin importante demasiado; duelen los recuerdos que tienes al llegar a casa cada noche, y saber que no hay nadie a quien decirle que estás bien. Duele saber que jamás os vais a volver a ver, porque hay miles de kilómetros entre uno y otro. Y hay distancias que, sin saber porque, acaban con todo y con todos. Pero lo fundamental en esto es salir del agujero con la sonrisa marcada y los ojos secos. Mirando a la cara de quien se rió, y se sigue riendo. Y reírte, reírte tan alto que te tomen por loca, o por que realmente te de igual todo, absolutamente todo. Como te acabará dando. 

Dato: si quieres, el fuerte puedes ser tu mismo, pero no te olvides que siempre hay un ganador. Puedes tardar cinco días, seis semanas, un mes, o medio año, pero siempre habrá un ganador. Y eso se sabe, se nota en el ambiente. Gana la clase, recuérdelo. 

martes, 30 de octubre de 2012

Work hard...



Ya está pasando de castaño oscuro. Dalo por terminado, por necesidad de colgar las botas y marcharse por la puerta grande, a hombros de soñadores que piensan que llevan al nuevo mesías. Cuando no es más que una reproducción barata de alguien increíble, de quien era capaz de sacar sonrisas y sonrojos con solo levantar las cejas; la mera copia del mundo inteligible donde hace mucho que no va nadie a fumarse los restos. De un falso, de un asqueroso monicreque que pretende seguir jugando hasta que se le desgasten los dientes de reír. Hasta que se acabe el tiempo de prórroga, hasta que nos marchemos dejando los papeles en la mesa, sin pagar, sin prometer, sin llorar.
Las despedidas que no importan dejan de doler tarde o temprano. Son como las heridas encontradas en mañanas de agua mineral y con el sonido de los vasos al chocar y la música demasiado alta en la recamara de los oídos. No sabes de donde han salido, ni sabes como ha pasado; solo sabes que esconden el recuerdo de algo que fue memorable, pero que ha llegado a su fin con las primeras luces de neón. Al principio duelen, escuecen; pero como todo, con una ducha desinfectante, que quite restos de alcohol, maquillaje, sudor, besos y lagrimas, todo desaparece sin dejar rastro. Y vuelves arriba como si nada hubiera pasado, como si tuvieras una oportunidad nueva de volver a empezar de cero.

Pero no existe el borrón y cuenta nueva. Tienes un pasado, un presente y un futuro. Y el equilibrio no se basa en el karma; el punto zen es estar en armonía con los tres. No arrepentirse del pasado, beberse el presente, no pensar en el futuro. Porque los planes se deshacen más rápido de lo que tardas en hacerlos. Nunca nada sale como lo planeado, así que toca improvisar. Y una vez que te acostumbras a vivir sin prisas, dando pasos en falso; cuando caer y levantarse para aprender es pan de cada día; cuando tienes por regla no llorar jamás, por muy mal que se pinte el panorama. Cuando tengas todo eso, yo te creeré cuando me dices que eres feliz. 
Mientras tanto, disfruta de tus sucias ninfas de barro, que se marcharan tan rápido y aún más fácil de lo que llegaron. Porque están echas para eso, para acabar en bancos de cartón escupiendo hasta la más vieja lengua que ha pasado por su boca, cansada de amaneceres en camas ajenas, y píldoras que matan. Porque cuando caigas en esa rutina, yo seguiré con lo mio. No arrepentirse del pasado, beberse el presente, no pensar en el futuro. 

martes, 23 de octubre de 2012

Dirty.



No vas a dejar que gane, y eso es un echo. El echo que controles cada pequeño desliz que pueda cometer, cada mirada que suelto de más, como pongo el pelo detrás de la oreja; cada gesto que hago, que te recuerde a mi, vas a olisquearlo, para recordar a que sabia. Por puro masoquismo, por no dejar que todo fluya, y acabe como empezó: en medio de un pasillo de baldosas negras y blancas, frío de no ser por los radiadores rojos que se esconden entre las ventanas llenas de bao, de jadeos, de miedo. En el momento en el que seas capaz de dejarme pasar por tu lado sin dedicarme una mirada de refilón, será el momento en el que me crea que me has olvidado.
Porque, si es por mí, puedes seguir diciendo que no significo nada, nada de nada. Puedes seguir escondiéndote en el pelo de esa a la que esquivas por la calle, entre las risotadas de tus amigos, debajo de tus libros llenos de bobadas. Pero, desde ahora, hasta que cada uno coja su camino dentro de nueve meses, hay unos cuantos sitios que, inevitablemente, te van a recordar a mí, y solo a mí. El primero, el banco por el que aún no he sido capaz de pararme, y casi ni de pasar por delante de él. El mirador desde el que se ve el río, la ciudad entera, la pancarta en la que grité a pleno pulmón lo que sentía en aquel momento. Y, por supuesto, cada vez que entres en un pabellón, mirarás dos veces a cada lado, a cada pequeña esquina, para ver si, por algún casual, estoy por ahí.

No quieres ganar, no quieres perder. No sé lo que quieres, y no me interesa. Ya no te escucho, ya no te miró, ya no quiero saber nada más de ti. Sé que estás ahí, diciendo que disfrutas de algo que persigues, pero que en fondo, sabes tan bien como yo que no te va a traer nada más que dolores de cabeza innecesarios, pero del todo merecidos. Tortura incesante del que sabe que ha jugado a ganar rápido y fácil, y que se ha dado cuenta de que ni una cosa, ni la otra: jugar sucio, le llaman. 
Tómate el tiempo que quieras, para pensar lo que quieras, y sobre todo, en quien quieras. Pero no cuentes conmigo. 

domingo, 21 de octubre de 2012

Principios básicos.



Quieren moldearnos como muñecos de fábrica. Cada día que pasa, cada semana, en cada mes en el que simplemente queremos hacer algo para el día de mañana ser alguien. Nos piden que seamos únicos, que cada uno tenemos un potencial desperdiciado en noches de alcohol, tabaco y demás cosas que no vienen a cuento ni mención. Pero no podemos opinar, no podemos reivindicarnos, no podemos hacer nada que no sea acatar las normas. Hasta que se llegue a la fantástica cifra de los dieciocho, donde todo cambia, donde pasas de ser nadie para la sociedad a ser uno más. Porque en lo único que cambia, al fin y al cabo, es que tienes derecho a comprar cosas que antes también comprabas, y que, si apruebas, puedes conducir. Eso sí, si haces cualquier cosa de las que ya no podías hacer antes, vas a la cárcel.

Pero sigues sin poder opinar, porque nadie escucha al pueblo. Total, para lo que el pueblo tiene que decir. Total, solo son un grupo homogéneo de voces pidiendo a grito un cambio. Un grupo con hambre de más, que día a día crece, sin que ellos puedan hacer nada por impedirlo. Pero crece para fuera, porque ellos hacen todo lo posible para impedirlo. Es una contradicción, pero vivimos en una más grande y más fuerte. Vivimos en un caos permanente, donde si quieres ser alguien, tienes que ser el hijo-de, la mujer-de, o la puta-de. No hay más; y los hijos del pueblo, de los que se levantan temprano para trabajar y vuelven a casa con las manos manchadas de hollín, solo podemos mordernos los puños ante todo esto. Mordernos los puños, aguantar el chaparrón, callar, acatar. Ser figuras vacías, impasibles, porque no somos nadie. O podemos levantarnos al mismo tiempo, y dejar claro que esto no hay cuerpo humano, física o psiquicamente, que soporte toda esta presión bajo los hombros de los que no tienen derecho a nada, solo a pagar por los que otros juegan a nivel mundial, lamiendo los pies de los que realmente dirigen el cotarro. 
No somos juguetes para imaginar nuestras vidas irreales, para contarnos como una masa, un número, o una letra. No tenemos etiquetas, porque es imposible etiquetarnos a todos. Cada uno pide una cosa distinta, lo que más le convenga para seguir caminado; por algo necesitamos a alguien que pida por todos. Pero a ese alguien le van a llenar la cabeza con mentiras, y la boca de memeces, para tenernos esperando otros cuatro años por algo que realmente merezca la pena.

Y como esto no cambie, voy a ser la primera en saltar a la calle. La primera en tirar la piedra, la primera en recibir el golpe, la primera en pagar las consecuencias. Pero me iré para cama con la conciencia tranquila, con una ceja rota, o en silla de ruedas. No sería la primera vez, no os engalléis. La cuestión es quien tiene las agallas para hacerlo, y quien va a seguir mordiéndose las uñas de rabia, al ver que todo hijo de rico puede hacer lo que quiera, y cuando quiera. Depende, tú decides; que de momento, eso aún no nos lo han quitado. 

sábado, 20 de octubre de 2012

Just a little.



Ya me da todo igual. Porque las cosas dependen de la importancia que quieras darles. Si algo que puede salir mal sale mal, solo puede arruinarte el plan si quieres arruinarlo. Si no, todo seguirá su cauce, despacio, como el rió que no se detiene por un desnivel, si no que crea la cascada de emoción más bella que hayas sido capaz de imaginar en un sueño bucólico. Todo es un ciclo de nadas unidos por pequeños detalles, pequeñas cosas que quieres que desaparezcan, porque en el fondo son superfluas. Y cuando quieras, simplemente tienes que bajarte del tren, para darte cuenta de que todo eso cuenta, sigue contando. Cada gesto sigue siendo como en el principio, un juego de dos donde quien no da no gana. Reptiles de distintas clases arrastrándose para dar lugar a un inicio llevado hacía el precipicio por carretera de pago. Solo que esta vez ya vemos el fondo, y no estamos seguros de saltar o de quedarnos dando bocanadas tensas ante lo negro. 

Porque la conexión perfecta no existe; no hay dos piezas de metal frío que puedan encajar de por si en el punto justo, donde no se muevan ni ante el aire ni el agua. Pero siempre se puede forzar, ya sea con fuego, moldeando con cariño, precisión, paciencia y buen ritmo, hasta que dos sean solo uno; ya sea inventando la situación, el momento justo donde nada parece tener mayor sentido que el que queremos darle, el que pensamos que es el correcto, sin decidir nada sobre la marcha, porque esta bajo presión los restos. 

jueves, 18 de octubre de 2012

Cuenta nueva.



Dieciocho días. He necesitado dieciocho días para hacerme a la idea de que a partir de este punto, me toca seguir caminando sola. ¿Sola? Nunca se está del todo solo, porque en el fondo, siempre sabes que tienes una ayuda al otro lado de la calle, un apoyo fijo que siempre ha estado ahí, aunque nos cueste verlo. Alguien que hace recordar quien eres, y porque empezó toda la historia. Que tú nunca fuiste una más, por mucho que te empeñes en pretender que así sea, porque tú siempre has sido la estrella. Y en fondo lo sabes, aunque aún nadie sepa de que eres la estrella. La verdad, tampoco importa.

Dieciocho días. Han pasado dieciocho días para pensar en todo esto, si realmente merece la pena cambiar mis normas. Son simples, fáciles, aprueba de bomba. Está prohibido llorar, y es totalmente necesario empezar a mirar por encima del hombro a todos los que se rieron de ti cuando tocaste fondo. A todos, a todos y cada uno, demostrarles que mami está en casa, y lo que es de mami, siempre será de ella. Por mucho que queráis quitarme el orgullo, este siempre va a estar ahí. En el fondo de todo, en lo más hondo, debajo de todo lo que dejé de respirar, de todas la lágrimas que me tragué por miedo a no poder ser nadie más. Porqué eso siempre va a quedar ahí, y va a salir a flote cuando más lo necesite. Es mi tónica de los sábado noches, mis tiritas para los rasguños donde ni el bisturí llega. El imprescindible dentro de los prescindibles, quien define quien soy, y cuanto estoy dispuesta a dejar rodar para la próxima vez.

Dieciocho días. En dieciocho días me he dado cuenta de todo lo que perdí por dejarme guiar por promesas que rompimos en un par de días, en un par de vasos con hielo, en un par de mañanas frías con guantes de cristal fino. La verdad, de todo eso por lo que me arrepentí, en realidad estoy orgullosa de todo. Noche, noche, noche. Fue un gran verano, donde tuve de todo como quise y cuando quise. 

Dieciocho días. Después de más de nueve meses, estos dieciocho días me han echo darme cuenta, de que en el fondo, me estaba perdiendo. 

miércoles, 17 de octubre de 2012

When?



Ahora que no tenemos prisa, ahora que todo se nos ha escapado entre los dedos. Ahora que parece que todo da igual y que todo va bien, dime. Dime cuando fue el momento exacto en el que todo cambió de color, cuando todas las promesas desaparecieron de repente, sin calma, como quien se traga el aire después de una última calada, apurando el cigarro entre los dedo como si fuera lo único a lo que aferrarse. Quizás fue cuando menos me lo esperaba, cuando las nubes aún eran blancas y las camisetas de tirantes, cuando no hacía frío, cuando parecía que nos quedaba todo el tiempo del mundo para contar cuentos chinos entre mechones de algodón. No existe la perfección, es mejor quedarse en el nueve. Para no pedirle de más a los que cuenta el tanto por ciento, ni para engañar a las propias mentiras de cartón. Siempre de cartón, barato, fácil y que se rompe en cuanto empieza a llover. En cuanto se acaba el verano.

Y cada día todo es más fácil, menos duro de aceptar. Las cosas empiezan y terminan por una razón; la simple razón de beber todo lo que puedas en el menor tiempo posible, para que cueste menos, para gastar todo en la carne de cañón. A ras de suelo, olisqueando las cenizas de un pasado todavía muy fresco, y de un futuro que se esmaga entre cáscaras de migas. Nadie espera por nadie, y es mejor no esperar nada a cambio. Porque cuando empieza a llover, lo mejor es encontrar un techo donde meterse, un techo seguro, con base de cimientos de cemento, para pasar allí el invierno. Cada oveja, con su pareja. Y así, cuando se acabe este tiempo, secarse rápido, para volver a correr, lejos, muy lejos, y perder de vista todo esto. Sin freno de mano, sin nadie que te pida que no aceleres. Matando el contador a cada vuelta de reloj, en una explosión perfecta de neumáticos y pastillas. Sin prisa, sin calma.

lunes, 15 de octubre de 2012

Her.


Vamos a reírnos, a jugar a que esto es un juego tonto donde vamos a ganar los dos con el paso del tiempo. De un par de días, de semanas, quizás tres meses, quien sabe. Bueno, yo lo sé. Porque por lo que se ve tu ya has movido ficha, has avanzado, has cambiado de ritmo, de secuencia, de lugar. Y mirar lo que antes era y no ver nada se ha convertido en más de lo mismo, en una realidad cruda a la que hay que enfrentarse día tras día, como quien se mira en el espejo sucio de las discotecas después de esparcir restos de cena por el suelo. 

Siempre hay un ganador, en todo momento. Pero la cuestión no es quien gane más batallas, si no quien acaba más entero después de la última. Y aquí hay una muy fan de no ganar hasta el último momento, de dejarse pisotear, hasta el punto de no poder más. Eso sí, siempre con una salida de emergencias, un conducto hacia el exterior en caso de necesidad, para poder respirar tranquila sin que nadie más pueda impedírmelo  soplando las nubes negras. Quizás a un punto y aparte, un punto de apoyo desde el cual empezar de cero, sin que nada sea igual. Donde los recuerdos ya no me hagan sonreír como una tonta, hasta darme cuenta de que, en el fondo, duelen. Duelen, y me avergüenzo de ello. Somos piedras, leones que no quieren reconocerlo, y yo no voy a ser quien de el paso. No quiero, no puedo, y ni siquiera estoy segura de que lo sepa hacer. Solo me queda aguantar la respiración el tiempo justo para que no recuerde siquiera el porque de coger aire.

No quiero una segunda parte, un final feliz, una promesa que ya sé que no vas a cumplir. Quiero que todo vuelva al principio, cuando ni siquiera nos hubiéramos dado cuenta de cuando íbamos a apostar, ni cuanto íbamos a perder. Solo quiero volver a aquel diecinueve de junio, abrir la puerta de clase, y que no estuvieras allí. Solo eso. 
Demasiado. 

sábado, 6 de octubre de 2012

Luces y sombras.




Esto es una carta de una prisionera de la sociedad, pidiendo auxilio, exilio, tiritas y alcohol. Y no precisamente del etílico. Ah, y un poco de hielo. Siempre se nos olvida el hielo, y es casi lo más importante. Nadie se acuerda del hielo, pobre pequeño. Eso sí, si caen una gotas de lluvia, miramos al cielo. O si nieva, o si sale mucho vapor de la ducha. Pero al hielo nunca lo mira nadie, solo lo rompen. 

Necesidad de huir, de escapar de aquí. De no pasar ni un momento más en ese huracán de vacíos,  silencios, nadas y nuncas. Donde por cada suspiro cae una gota, y es la que colma el vaso. La última de este ciclo, la primera del siguiente. Somos agua, somos hielo, somos miedo. Pero quiero salir de aquí, a algún lugar, no me importa a cual, solo quiero desaparecer. Hacer un borrón y cuenta nueva, rápido, sin prisa, sin dolor, sin miedo. Una ayuda de alguien que tenga tiempo, espacio, y ganas. Simplemente, un techo donde poder respirar tranquila, donde poder llorar todo lo que no somos capaces de expresar, de escupir, o de pelear por ello. Porque hemos llegado a un punto en el que si no estás con ellos, estás debajo de ellos. O detrás. Da igual, el caso es que ellos siempre van a ganar. 
Después, solo vamos  a lamer las heridas de esta tormenta, compadeciéndonos de nosotros mismos, mirándonos en los espejos, acordándonos de lo que fuimos en un día, llorando al ver en que nos hemos convertido. Y nos tapamos los ojos, apartamos la vista, huimos como cobardes ante los resultados de un éxtasis de lo que creíamos libertad, cuando no eramos más que dos idiotas cortándolo las alas con realidades aplastantes. 
Así que ahora solo nos queda bebernos el tiempo que nos queda en vasos fríos, buscando finales alternativos en el fondo de ellos, cruzando miradas de reproches, que igual no llegan lo suficientemente lejos. Pero que, quieras o no, al fin y al cabo, compartimos hielos.

martes, 2 de octubre de 2012

The end.



Nunca nadie dijo que fuera fácil, ni tampoco difícil  Simplemente, nadie me prometió que algo podía ser eterno, ni para ahora ni para siempre. Tampoco tiene que ser justo, y no siempre hay una parte que gane. Simplemente sabes que es lo correcto, lo que ambos necesitáis, aunque en el fondo lo tengáis que hacer con la voz entrecortada y los ojos perdidos en lágrimas. Con un último abrazo que significa todo, el resumen perfecto de todo un verano de dos, el final precioso que quizás sea un punto. Un punto final, seguramente. Un punto y seguido, lo que ambos queremos, aunque ninguno lo admita. 

Y no escribo yo, escriben mis dedos. Yo ya no estoy, me quedé perdida en ese último abrazo. Aún respiro ahí, aún sigo con los ojos cerrados reprimiendo un suspiro, aún veo ese lunar en el cuello. Llevo dos días sin ser yo, haciendo lo que solía hacer por mera inercia  centrándome tan solo en cosas que vuelan y distraen. Nada más, porque en cuanto intento volver a pensar, me rompo. Y me hago daño. Pero es lo que toca. Las cosas empiezan por un motivo, y acaban por otro. Y esto se veía venir. Solo quiero decirte, aunque sé que jamás lo vas a leer, que no te dije todo lo que quería. Porque yo hubiera echo mil y una cosas por las ganas que tenía, pero me daba vergüenza. Me ponía nerviosa de camino al banco, me ponía colorada cuando te veía por ahí, y la sonrisa tonta no me la sacaba nadie. Esa, esa sonrisa tonta, es la que aún tengo. Solo que cuando sale suele ser entre canción y canción, pañuelo y pañuelo. Si supiera que esto lo vas a leer, quiero decirte que no tengo claro que teníamos, pero a mi me gustaba. Que en ese último abrazo solo pensé en lo mal que lo había echo todo, que lo dejé escapar todo. Que me arrepiento, me arrepiento de no haberte dado un poco más cuando pude. Porque fui idiota. Y que ahora no soporto la idea de que se ha acabado el verano, y todo eso por lo que empezó. No puedo, no puedo. Pero en algún momento, seré capaz de asimilarlo todo. No sé. No sé si quiero seguir adelante, o quedarme en el camino. Sola. Callando todo, pidiendo ayuda. Dientes, dientes, la medicina de los médicos. Y de los ingenieros.

Pero, ¿y si todo volviera a ser como a principios de este verano? Porque yo nunca me voy a olvidar de todo eso, nunca, jamás. Gracias, chico. 

viernes, 21 de septiembre de 2012

No tanto.



No sé que pensar. A veces bien, a veces mal, luego genial, perfecto, horrible. A veces quiero dejar todo esto, y otras, en cambio, solo quiero que se repita ese momento uno y otra vez. Y luego, aún por encima, me distraigo con cualquier cosa y recreo los momentos geniales de principios de verano; esas noches, esas palabras que me llegaron tan a dentro tan rápido, que me trastocó del todo, sin principio ni vuelta atrás. Simplemente, no sé que pensar. 

Me gustaría tenerlo claro, y aún mejor, que tú lo tuvieras claro. Que todo fuera tan fácil, tan sencillo como lo fue entonces. Que parecía que no iba a haber nada en el medio, ni una pequeña ráfaga de frío para acabar con lo que empezamos. Pero quizás la había, y yo no me enteré, o no me quise enterar. Solo me gustaría saber en que momento cambió todo, por qué, y qué fue lo que hice mal. O mejor, volver atrás en el tiempo y descubrirlo por mi misma para no volverla a fastidiar. Luego, otras veces me parece que no tiene porque ser solo mi culpa, que en esto somos dos, y que tú también tendrás algo que decir al respeto. Pero luego haces cualquier cosa, lo que sea, una pequeña señal para volver a sentir algo, para que deje de preocuparme, para que realmente crea que todo puede volver al principio.

No sé que pensar, no sé si me lo merezco, y no sé si lo estaré buscando.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

1810



Quizás soy demasiado idiota. Sé como son las cosas, como funcionamos. Sé cual es el mejor lado de todo, y la peor cara del mundo, porque la he mirado a los ojos. Somos juguetes de todo lo que gira al rededor de nosotros, caprichos del destino, de el quien sabe que. Estamos echos para lo que estamos; para ser utilizados, para sufrir las consecuencias de imaginar un perfecto cuando no es más que algo sediento de más y más. Quizás somo demasiado optimistas y estamos convencidos de que todo va a ir bien, de que esta escrito que nosotros también tenemos un cuento de hadas entre manos que espera ansioso ese ''por siempre jamás''. Pensamos que somos príncipes y princesas en busca de medias naranjas, cuando en realidad vivimos en un callejón lleno de ratas, pañales y muertos. 
Queremos un mundo de rosa, donde todo sea perfecto, igual que el que imaginamos siendo niños. Pero luego creces, creces, sigues creciendo, y te das cuenta de que no es así. No va a haber alguien debajo esperando a que caigas para no dejarte tocar el suelo. Somos falsos, repugnantes, buscamos lo que necesitamos y nos libramos de ello cuando ya no nos interesa. Somos animales, peor incluso. Somos monstruos. Y me da miedo.

Porque yo no sé si seré de esos envases de usar y tirar, pero es como me siento ahora mismo. Y no pido cosas imposibles: no quiero controlar cada cosa que haces, ni me importa con quien hablas o dejas de hablar, si miras a esa o quien te parece guapa. No, no lo necesito. Solo quiero que estés ahí cuando lo necesite. Y hoy es uno de esos días; de esos días de los que, cuantas más horas pasan, más lejos te ves del resto. Nadie te espera, ni espera nada de ti, la verdad. Sabes que estás porque respiras, no porque lo necesites. Y querrías, no sé, marchar, desaparecer, quizás para siempre, o solo durante un par de días. Tampoco lo tengo muy claro. No sé que quiero hacer, ni me importa. Quiero estar bien, y que alguien ea capaz de estar bien conmigo, sin exigirme nada más, nada. Solo eso, que esté donde tengo que estar, que sea fácil. Tan natural como despertarse por las mañanas, sin ningún esfuerzo, con una risa en la cara. Y me estoy acostumbrando demasiado a que esto sea difícil, complicado, y de tener ganas de mandar todo a la mierda. Pero no lo hago, ¿porqué?

Porque, quizás, soy demasiado idiota.

lunes, 3 de septiembre de 2012

My turn (2)



Me has ganado. Siempre lo haces, no sé como. Quizás por que todo es fácil a tu lado, o porque lo haces así para mi. Sin nada, con todo, sin prisa. Porque no nos hace falta correr, ni ir despacio; no nos hace falta eso, solo ir a un ritmo, a otro totalmente distinto del que piden los cánones. Y todo lo que se pudo pasar por la cabeza en este mes sin nada y sin nadie, ha desaparecido de la manera más fácil y más tonta que tienes: con una simple sonrisa. 

Y se me acabó cualquier duda, de cualquier clase. Seremos raros, pero somos nosotros. Los que no sabemos que tenemos, ni nos importa. O por lo menos a mi; me da igual. Me da absolutamente igual. Yo estoy bien ahora, soy feliz, sin más. Sin menos, sin nada, con todo incluido. Sin pedirlo, gritándolo a pulmón. Un último antes de marchar, y otro, otro, otro. Y otro más. Que no se acabe nunca, o quizás que se acabe ahora mismo. Y que no duela, eso sobre todo. Sería lo mejor, lo ideal, lo perfecto. La guinda del pastel, si es que nos lo acabamos de comer. Nunca se sabe, igual nos quedamos sin hambre. O sin frío, sin miedo, sin prisa, sin tiempo. Y se acaba todo, porque se necesita acabar en algún momento con todo. Se necesita poner punto y final para volver a empezar un cuento totalmente nuevo.

domingo, 2 de septiembre de 2012

My turn (1)


Primer día en casa, un mes después. Resumen. Por lo menos sabes que ya he vuelto, y me has dicho que quieres verme. No sé si realmente lo haces, o si solo es para intentar conseguir que esto avance hasta sabes donde. Por lo menos te has atrevido a mover ficha, a preguntar. Pero con miedo a que te cuente la verdad, quizás. No lo sé, tampoco sé si me importa. Por lo menos haces que crea que te importo, así que no te molestes si parece que tu a mi no. 
Porque eso es lo que quiero que parezca, ni más ni menos. Tampoco sé si es lo que quiero. No sé nada, y ahora mismo, no creo que sea un problema. Los problemas no existen si no les das importancia; y le das importancia a cada cosa segundo lo que te importe. Así que, si no te importa, no es un problema. ¿Me importas? No lo sé. ¿Problema? Tampoco. Entonces, ¿qué podemos hacer? Quizás, a ver que pasa en estos días, en estos últimos suspiros de libertad, de podernos escabullir uno del otro sin problema, antes de que llegue el frío y tengamos que vivir condenados a vernos día si, noche también.

Y cuando llegue ese momento, me gustaría tenerlo claro. Gracias. 

jueves, 23 de agosto de 2012

My turn (0)


Bien, estoy entera. Tú, el que tomo la decisión de tenerme aquí, y hacer como si no existiera. Si, tú. Ahora me toca a mi. Olvídate de todo, de absolutamente todo. Porque para que me hagan eso, me sobran chicos con los que estar. Y créeme, aunque suene a sobrada; es así. No voy a seguir sufriendo, ni a comerme la cabeza porque, aún no sé porque, no te da la gana de verme. Además, ese va a ser tu problema, no el mio. Cada vez que preguntes por mi, a partir de ahora, vas a tener que ponerte a la cola. Lo siento, has sido tú el que ha decidido que esto sea así.
A ti, te ponía por delante de todo el mundo, de cualquiera. Desde el más pequeño hasta el más importante. Me he vuelto de el verano de mi vida, de mi playa de en sueño, de mis chicos; de eso chicos que, vuélveme a creer, harían cualquier cosa porque les hiciera caso. ¿Y tú que has echo? Ponerme de última, como si no importara. Pues mira, ahora somos los dos los últimos. Por lo menos hacemos algo juntos; si es que no hay mal que por bien no venga. Somos geniales. 

Ahora si, hablando en serio. Olvidarme va ha ser lo mejor que hagas. Porque ahora me iré, pero en cuanto vuelva, tienes exactamente siete días, para demostrarme que aún soy algo para ti. Siete días, ni uno más, ni uno menos. Siete días, una semana entera para que me hagas creer que aún no hemos tocado fondo, y para que yo me lo crea. Siete días, en los que no pienso mover un dedo por ti. Prepárate, porque si ya de por si, soy la persona más orgullosa que te hayas echado en cara, esos siete primeros días de septiembre, voy a ser aún peor. Lo repito: prepárate. Prepárate para las malas caras, los ''es que hoy no puedo, mañana tampoco'', mil risas con otros, cada una que no me he echado contigo. Bueno, tienes esos siete días, si tienes tiempo, claro. 

lunes, 20 de agosto de 2012

Off



No puedo más, estoy harta de competir yo sola. De ser la única que parece creer en esto. NO puedo, joder, no pudo yo sola. A ver si lo entiendes. Hace un puto mes que no nos vemos, ¿y no tienes nada que decirme? Nada, absolutamente nada. Joder, en serio, a veces, te odio, te odio, te odio. Y por favor, no te lo pido, porque no me veo capaz a hacerlo. No te estoy pidiendo un día, un mundo, un siglo para los dos, solo un poco de ti, un poquito. Tan poco como para que me llegue para saber que sigo siendo alguien, no solo un punto y nada más. Joder, nunca nadie había echo que cambiara así de animo, nadie. Y vas tu, con tu puta manía de pasar de todo, de hacerte el duro, de querer crear un puto muro de mierda entre nosotros, y me tiras al suelo. En serio, ahora mismo estoy escribiendo como una loca, sin pensarlo siquiera. De echo, todo lo que me sale de la cabeza, lo estoy pasando por el teclado. Estoy desahogandome aquí, porque no lo puedo hacer contigo. ¿Y porqué no? Porque me estoy perdiendo en tu ''paso de todo''. Me la sopla que lleves todo el verano fuera, yo he dejado la playa, a mil y un chicos, a mis tardes de sol, por ti. Por solo estar dos minutos contigo, ya me llegaban. Pero no, tienes que estar así de gilipollas. Pues lo siento, porque no vas a poder así conmigo. A quien intento engañar, ya has podido. Y joder, joder, joder. Me quiero ir, en serio. Estaba mejor cuando estaba lejos.

Estaba mejor sin ti. Y sé que me voy a arrepentir de decirte esto. Pero es así, y no hay que hacerle. Ahora mismo has conseguido que me sienta como la mierda más grande de todo el universo. Que esa chica de la que una vez me pediste que pasara, sea mucho más que yo en cualquier circunstancia. Y por favor, necesito que me preguntes que tal el día, que he echo. Solo te pido que me digas eso, nada mas. Joder, joder, joder. Porque me dan ganas de llorar, y solo lo he echo una vez, y no me lo voy a volver a permitir. Pero esto apesta, en serio. Y voy a parar de escribir, porque no puedo mas. 

Maybe is not my business.


A veces, me gustaría que me escucharas cuando te pido que lo olvides. No sé, es algo que realmente quiero. Que cuando no estas, cuando me voy, después de despedirnos, antes de vernos; que pudieras escuchar lo que digo en silencio. O lo que no digo. Mejor lo último. Y que no te hiciera falta preguntar.
Luego me doy cuenta de que es verano, y que quizás sea mejor que no lo sepas todo. Puede que si. Que hay que tomarse las cosas con calma, que en invierno hace mucho frío, y que los abrazos son caros. Y que nos queda mucho tiempo por delante para preocuparnos por pequeñas cosas. Pero me gustaría que lo supieras. Y que fuera tan fácil como chasquear los dedos. Igual pido demasiado, o demasiado poco; no lo sé. Pero estaría bien.

Tampoco me importaría saber lo que tu quieres que nunca sepa. Igual es mejor que todo siga como está, pero me gustaría. Es una tontería, pero es mi tontería. Mía, mía y de nadie más. Todo eso es demasiada sinceridad, y no sé si estamos preparados para eso. Necesidad es una palabra que hay que pronunciar con la boca abierta, con todas las letras. Sin espacios, sin comas, sin puntos a parte. Sin pausas. Hay que pronunciarla, y ya está. Pero cuando haga falta hacerlo. 
Así que me seguiré comiendo los puños hasta que acabe el verano. Y que sepas, que de momento, has acertado siempre. 

martes, 31 de julio de 2012

Come back



A veces, te mataría. Cuando eres indiferente, cuando quieres ser más allá, cuando parece que ya no me necesitas. Cuando da la sensación de que tienes ganas de mandar todo esto a la esquina, para que lo coja otro. Como si ya estuvieras harto de pelear, de querer seguir adelante. Como si ya nada te importase, igual que si nosotros no existiera, como si no fuéramos nada. O un simple juego, que no sé que es peor.
Ya sé que no lo estás pasando bien; es difícil pasarse todo el verano aislado, sin salir, sin casi ver la luz del sol, sin tus amigos, lejos. Es difícil, mucho. Pero entiéndeme a mi también. Hace mucho que no nos vemos, demasiado para seguir con esto en pie. Me queda un solo día de carga y descarga aquí, un solo día, que he guardado entero para ti. Pero lo único que haces es dejarlo pasar, poco a poco, entre los dedos, como si fuera uno más. No, joder, este es nuestro, y punto. Y me basta con que des una pequeña señal de vida, una sola. 

Otras en cambio, te quiero comer. Cuando me abrazas por detrás, cuando me miras a los ojos y sonríes, cuando solo quiero otro, otro y después otro. Cuando te necesito, cuando no tengo ganas de nada, cuando me cuentas tus cosas. Cuando somos uno, no dos. Cuando hablamos de nada, o decimos de todo. Cuando somos nosotros, solo nosotros, nada más. Y no necesitamos más, solo eso. Echo de menos esa sensación, la verdad. Y cada día que paso, me planteo si esto va a salir bien, o si otra vez, voy a acabar echa mierda debajo de las sábanas durante días, llorando entre las almohadas. 

Así que solo te pido una cosa: vuelve. 

lunes, 30 de julio de 2012

Out



Y entonces es cuando todo está a punto de estallarte en la cara. Por jugar sucio y no admitir que has ganado, o que has perdido; depende de como se mire. Cuando te das cuenta de que estás dividida en dos: en la que pide a gritos marcharse a miles de kilómetros de aquí, a otro país, cinco horas de diferencia, a susurros en acentos de papel, y a lagrimas que cruzan el charco; y la que se quiere quedar aquí, para que le abracen y le digan que todo va a salir bien. Pero te das cuenta de que no tienes opción, de que es tu corazón contra lo que quieres, debes y sabes que tienes que hacer. No puedes huir de el ciclón, tienes que dar la cara y pelear. Admitir la derrota, el engaño y la traición. Bajar la cabeza y esperar la condena. O simplemente, rezar para que nadie se de cuenta. 

Prefiero la segunda opción. Puede que sea la más cobarde, pero por lo menos así estoy en paz conmigo misma. Quiero el silencio, el total silencio de todos y cada uno de los que estuvieron presentes. Por suerte, muchos de ellos ya están lejos, demasiado lejos. Seguramente, tal y como es el mundo, tal y como somos, jamás los volveré a ver, y solo nos queden abrazos llorosos, recuerdos entre barcos, y sonrisas de puesta de sol en la playa. Y la última noche. Y un sentimiento de culpa enorme, encadenado a otros aires a una muralla, en la que tiempo atrás me escondía. Ahora es el momento de hacer balance, y no saber si realmente mereció la pena. Solo queda rezar, rezar para que todo esto no salga a la luz jamás, o que pase como una simple anécdota, pero que nadie se de cuenta. Que sea de puntillas, despacito, sin hacer daño. Eso es lo principal.
Porque ya no se puede arreglar esto, ya está echo. Pero no me arrepiento, eso nunca. Es una de mis leyes, y no hay que hacerle. 

¿Qué pasaría si ni estuvieras tan lejos? No lo sé, y no sé si quiero saberlo. ¿Porqué escribo esto? Porque quizás así, esto se cierre de una vez por todas, y yo pueda dormir tranquila, sin despertarme pensando en tu maldita sonrisa. 

sábado, 28 de julio de 2012

πούμα


Soy lo peor que se haya levantando un día por la mañana. Egoísta, persuasiva, calculadora, fría, horrible. Como una bomba de relojería dispuesta  a estallar cuando nadie se lo espere, a dar una vuelta de campana sobre el mar en calma para cambiar todo lo que estaba ya de por si bien. A coger la felicidad por los pelos, para sacar el mayor jugo de cualquier situación. Soy un monstruo.

Tengo la seguridad, la paciencia, el humor negro. Tengo algo estable, un pasado claro, y un futuro que se cuenta con los dedos de una mano. Tengo lo que quiero ahora mismo, y eso sería suficiente para ser feliz. Pero no; soy como un jodido animal, sediento de más, de cada vez más, y de no parar hasta conseguir estallar de saciedad, de gula, de miedo al vértigo de las acciones que no pensamos en meditar. Soy puro impulso, nervio, un ser que se guía por apetitos, ganas, olores. Sin ojos, sin pensar en consecuencias, cayendo al más profundo vacío tropezando en la misma piedra, una y otra vez. Haciendo daño a los que prometieron no hacérmelo a mi. Siendo la mayor hija de puta jamás vista en el lugar. Una cabrona sin sentido, que solo busca una prenda más para la colección, loca incansable. Retorcida, manipuladora. Yo llevo las manos y tú eres el títere, que juegas a lo que yo quiero. Aunque luego me de asco de mi misma, yo llevo los hilos, sin sentido, siguiendo lo que me pide el instinto, como un salvaje.

¿Madured? No sé si ser la parte más retorcida de una puede llamarse así. ¿Lo peor? Sentirse agusto, bien, sin ninguna presión, simplemente. Como una sabana al anochecer, calmada, sin ruido, con el murmullo de los zarpazos mudos de un puma en la noche, que explora con ojos de gato, ronroneado al oír el miedo desde lo profundo de los árboles y la inmensidad de la noche. Sabiendo que el es el dueño, que lo tiene todo, y que puede tener más. Pudiendo perderse, pero sabiendo que allí, manda él, y punto.


martes, 10 de julio de 2012

splash



Y de repente, ocurre. Cuando menos te lo esperas, cuando toda la esperanza ya estaba perdida. Ya te considerabas un nadie, vacío, sin fuerzas para seguir. Cuando ya das por echo que solo eres una cara bonita, algo que alguien puede llegar a querer una noche de alcohol y pitillos a medio chinar contra los árboles. Pero que nadie está dispuesto a conocer. Sin que tú tengas la culpa, simplemente, porque ya has dejado de creer en las historias de hadas y en los finales felices. Ya nadie busca eso; es más fácil apostar por un polvo y un ''si te he visto, no me acuerdo''. Dos semanas de sonrojos cuando te encuentren por los pasillos, y se acabó. Eso sí, si tienes suerte, incluso puedes llegar a ser un nombre en una tarde de anécdotas  y cerveceo en un bar cualquiera, con sus amigos, a cada cual más hombre, o eso se creen ellos.
Tú, que solo buscas que no te hagan daño. Solo eso, ni siquiera pides que te quieran de verdad, solo que no duela cuando todo acabe y llegue el punto y seguido. Besos en la mejilla, sonrisas entrecerradas, y momentos tensos. Pero sin dolor, por favor. Morfina para este saco de huesos.

Pero cuando solo buscas sentirte bien contigo mismo, nada más, respirar hondo, sucede. Así, sin que se lo pidas a nadie. Una sonrisa, dos besos, otra sonrisa. Un paseo que dura horas, abrazos de capa dorada, coronas de flores, risas. Momentos que quisieras que durasen para siempre, que parecen minutos, que son inmensos. Desaparecer noches si, noche también. Y al volver, encontrarte con todo patas arriba, sin orden, perdido. Saber que te has perdido una gran noche, por otra mejor. Que esas noches se transformen en días, en tardes enteras. Una semana, otra, otra más, ¿cuánto queda? Ni lo sé, y la verdad, es que tampoco me importa. 

jueves, 5 de julio de 2012

Universos de recuerdo.


Se llamaba Dimitri y tocaba el acordeón en la calle paralela al colegio. Siempre en el mismo sitio, siempre la misma canción triste, pesada. La tocaba con los ojos cerrados, con su gorro verde sucio tapándole la frente, camisa de cuadros rojos grandes y pantalones vaqueros rotos y manchados en las rodillas. Y la funda del acordeón, con el forro a pedazos, en el suelo. 
Siempre empieza igual. Llega con paso lento, en silencio, hasta la esquina de la calle. Sin sonreír, mirando al punto fijo donde deja la funda, la abre, y saca su viejo acordeón. Perfecto, brillante, aún sin acabar de pulir, un tanto desgastado, que a veces desafina; pero perfecto, de todas formas. Se sienta en el alfeizar de la ventana baja que da a la calle de esa casa, con una pierna doblada. Ajustando las claves, las cuerdas, la correa que se cuelga del cuello. Tantea las primeras notas, despacio, con delicadeza, como quien toca a una mujer por primera vez. Con mimo, respeto, pidiendo permiso para avanzar hasta la siguiente tecla. Coge aire, suplicando un respiro, pensando que sí, que esta vez, todo va a acabar.

Y se levanta, mira a cada lado de la calle, un rodeo de torero liso, en busca de un toro encabritado que este dispuesto a no dejarse empitonar hasta la saciedad. Retando al mundo entero a pedir que se aleje de allí. Cierra los ojos, despacio, y deja asomar una sonrisa torcida, la única que he visto en él. Y empieza a tocar, esa cancioncilla triste, que hace que se te encoja el corazón, que se esconda en tu puño cerrado. Que te lleva a esa persona en la que ya no quieres pensar, aquella por la que inundaste el almohadón de lagrimas una y otra vez. Y quieres pedirle a Dimitri que paré, por favor. Pero lo único que vas a hacer es quedarte allí de pie, mirando como sus manos se deslizan de un lado para otro, con los ojos cerrados, mientras se balancea al ritmo de la música, dejándose llevar, mecer, rodear, acunar, por eso que a ti te ha echo volver a sitios que creías perdidos. Esperar, solo queda esperar a que acabe. Y tú cierras los ojos, quizás para que no duela tanto, o solo para intentar sentir lo que él siente. De repente, acaba. Y abres los ojos, y ves como él mira hacia ti. Con ojos tristes, de dolor, de alguien que siente que se ha perdido para siempre. Que tu dolor no es tan grande como el suyo. 

Solo queda continuar andando, con la cabeza todavía en aquel lugar al que ya no podrás volver. Y la de Dimitri, en su isla de recuerdos, donde él ya no tiene que usar su viejo acordeón para ganarse la vida. Y volver al día siguiente, para escuchar la misma serenata. Día tras día, hasta que al final, sin venir a cuento, y sin aviso previo, desaparece. Solo queda la ventana, donde él se apoyaba para ajustar las tuercas a su universo de recuerdos compartidos con la callejuela paralela. 

miércoles, 4 de julio de 2012

Nothing else.


Tirarse al agua, en una caída perfecta, de cabeza. Una zambullida, y salpicar lo mínimo. Precioso, con clase elegante. Sin coger aire antes, con el agua aprisionando los pulmones, pidiendo un socorro de oxígeno, volver a la vida. Iluso, eso es vida. Y llegar hasta el fondo, girar, mirar hacia arriba. Y que esté el sol arriba de todo, filtrándose entre la capa de agua, casi pidiendo permiso. Rompiéndose en mil pedazos, cada uno más pequeño. 
Sonreír, así, sin aire, debajo del agua. Con dolor, pero mereciendo la pena. Las cosas más bonitas de esto implican casi siempre un poco de dolor, pero de este dolor con regusto a dulce. Que el cuerpo te pide más, cuando sabes que hace daño. Pero te vuelves loca, y solo quieres no parar nunca más. Es duro, difícil de combatir; mucho más fácil asimilar, y disfrutarlo. Y cuando creas que te va a estallar el pecho -y no sabes si de tranquilidad, de placer, o de poco aire-, subir hasta arriba del todo, coger aire en un sola bocanada, y volver a bajar.

Así, sin pensarlo, aprovechando cada segundero. Sentir pequeñas corrientes a cada brazada, un repentino cosquilleo a cada centímetro. Agua, agua, solo agua y tú. Un oasis de calma, de esperanza, solo tuyo. Intentando respirar, sin lograr, sin siguiera hacerlo de verdad. Y una sonrisa, un abrazo por detrás. Dos cuerpos que no necesitan aire, porque se tienen el uno al otro. Suficiente para vivir así. Abrazo de piernas, subidas a tus caderas. Y una sonrisa que deja escapar a un par de burbujas cara la superficie, sin ser testigos del resto de sus vidas. Y otra, una más. Dos, tres, mil. Una carcajada bajo el agua. Y un beso. Ligero, sin prisas, como el maquillaje de una chica que ya sabe que no lo necesita. Breve, un poco intenso, con miedo. Rápido, arriba. Perfecto, sin aire, soñar en medio de hidruro de oxígeno. 

Una vez, otra vez, todo un día, una semana. Un verano, por favor.

domingo, 1 de julio de 2012

A second.


Tic, tac. La cuenta atrás ha comenzado. El esfuerzo, el sudor, la capacidad de durar y perdurar, de ser inmortales, invencibles, eternos. Más que una montaña perdida en un remanso de paz, que el discurso de cierto rey famoso estudiado en los libros de historia, la canción que unió a tus padres. Mucho más, recordados durante años, décadas, siglos.Que se empañen ojos y surjan buenos recuerdos cuando pronuncien vuestros nombres, la alineación concentrada y prediseñada por las mismas estrellas. Y solo hay noventa minutos para conseguir lo que ni siquiera todo el oro del mundo puede comprar.

Estallidos de color, centímetros de red que separan el casi del ''esos somos nosotros''. Sueños, ruegos, rezos, plegarias, callar bocas que dijeron que esto estaba acabado. Chillar como los grandes, vivir como uno más. Solo depende de nosotros; nosotros, un pueblo entero, unido como nunca, como muy pocas veces se ha visto a lo largo de la historia. Vosotros, los que realmente nos representan. Ni políticos, ni diseñadores de ropa anorexica, ni DJ's de Ibiza venidos a menos. Vosotros sois lo más profundo de nosotros.
Y cuando gritéis, nos tendréis a todos gritando. Cuando lloréis, nos teñiremos de lágrimas. Cuando brilléis, nosotros, pequeños plebeyos, bailaremos, beberemos y estallaremos en vuestro nombre. Esta en vuestras manos, no en las nuestras, pero el mérito, por horrible que parezca, será de todos. Los que nos quedemos sin garganta, o los que podamos seguir coreando. 

sábado, 30 de junio de 2012

Suena demasiado bien


Las mejores cosas no se buscan. No hay mapas hacia el infinito, ni carreteras lo suficientemente largas para correr hasta estallar en el apéndice del fin del tiempo. No existen. Las mejores cosas te encuentran a ti, de repente, sin querer. Aparecen un día, el día que menos te lo esperes. El día que simplemente te dediques a vivir, en el que no te importe lo que digan desde fuera ni lo que piensen los de dentro. Que salgas de casa sin maquillar, con chándal viejo, dispuesta a correr por gusto, por soltarlo todo, por respirar más fuerte que nadie sin necesidad de demostrar nada. Ese día, el día que no busques nada, que no quieras nada más de lo que te puedan dar sin pedir, será cuando aparezca lo que una vez, por ilusión o falsa modestia, dedicaste pequeños momentos de tu vida a intentar encontrar.

No sé si existe la casualidad, o las historias perfectas. No sé si las nubes saben a azúcar, o si las mariposas duermen en los estómagos de los despreocupados. Si los infiernos están echos para los mortales, si la realidad se pesa en gramos. Solo sé que había alguien mirando cada vez que saltaba de alegría, que quería abrazarme cuando caía, y que hacía que se dieran cuenta de que estaba mirándome. Y cuando menos me lo esperaba, esa noche, estalló el calor con una mezcla de lucha, sudor, y miradas perdidas. No sé cuanto pudo durar, solo sé que aún tengo esas palabras como eco en el fondo de los oídos. Cada pequeña sonrisa, cada gran carcajada. Cada pequeña cosa que pasó esa noche, cada una guardada en un paquete dispuesto a ser empaquetado. Porque es verano, y estoy dispuesta a equivocarme las veces que haga falta.
Y quien sabe, quizás esta vez no me esté equivocando del todo. Es bonito esto. Solo que acaba de empezar, sin rumbo, sin prisa, pero sin pausa. Día a día, tarde a tarde, y sí, noche a noche. Despacio, en muchos aspectos. Mucha confianza en muy poco tiempo. Remolinos de papel, que traen recuerdos que intenté esconder durante mucho tiempo, quizás demasiado. Realmente, se está bien.

No me importa cuanto dure, solo quiero saber que no me estoy equivocando.