sábado, 20 de mayo de 2017



Las temporadas, igual que las rachas, se terminan. El tiempo pasa, y la paciencia se pierde. Se nos acaban los suspiros, las esperanzas, el apretar los dientes para seguir tirando. Comenzamos a bajar la velocidad, pero porque nuestro propio cuerpo nos obliga a ello. Buscamos maneras de desaparecer, escudándonos en un cansancio que ya no es imaginario ni efecto de la vagancia permanente que llevamos arrastrando durante años; sino que es un cansancio real, algo que no te deja espantar la neblina que hay en tus ojos días tras días, ni te deja ver el final del camino. Así que vas a ciegas, dando tumbos de un lado a otro, lanzando palos de ciego, sin saber cuánto tiempo queda para que todo se acabe. Y sin poder rendirte, porque tienes la ligera esperanza de que, al próximo paso que des, encuentres la salida. Cuando esto sucede, ¿qué haces? ¿Das un paso más, o es el momento de tirar la toalla?

Os cuento lo que pasa. Dejas de ver las cosas con perspectiva, se te acaban las ideas, la paciencia, las ganas de seguir. Solo sigues avanzando por puro orgullo, por querer acabar algo por lo que has dado tanto durante a saber cuánto tiempo, porque es lo que hay que hacer. Pero, ¿porque te hace feliz? ¿Cuánto hace que esto no te hace feliz, y es únicamente soportable? ¿Desde cuándo, algo que te apasionaba, se puede definir como "soportable"? Soportable es una palabra que duele, como cuando tus padres te dicen que los has decepcionado. ¿Qué hacer? Mi estrategia es, de momento, cerrar los ojos, tomar aire, y esperar que esta etapa termine, como siempre ha sucedido. Pero se está haciendo más duro que otras veces. Ya no hay motivación, ni ganas de acabar, porque no sé dónde está el punto final. Si, muy bien, sé que queda poco para cerrar este capítulo, pero tengo fecha de inicio del siguiente, e ideas en mente sobre el que vendrá después. Todo planificado, casi al dedillo, sin salirme de las líneas. ¿Y si rompiera con todo? ¿Y si desapareciera? ¿Qué pasaría entonces? ¿Sería feliz?

No lo sé. Porque de igual manera que no puedo parar, aunque haya mil indicios de que debería hacerlo, por miedo a que el fin esté próximo y a haber tirado la toalla cuando quedaba tan poco, tampoco me quiero arriesgar a coger los trastos e irme, porque no sé si haciendo eso voy a estar mejor de lo que estoy ahora. Lo que tengo claro es que, tal y como están yendo las cosas en este momento, la situación es insostenible. No hay espacio para nada, ni para nadie más; e incluso lo que están dentro, se están cansando de aguantar o de no aguantar, cada uno con lo suyo. Porque estoy desapareciendo, porque hay algo más que me está absorbiendo, que no me deja respirar, ni dormir, ni pensar con claridad. Y queda poco para que acabe, pero queda poco para que vuelva a empezar. 
¿Una vida así es lo que me hace feliz? ¿Es así como quiero ser? Porque no quiero vivir contando los días que faltan para acabar, las cosas que me quedan por hacer, y las tazas de café que ni me he bebido ni he fregado. Aunque tampoco sé como quiero vivir. Y, joder, cada vez se queda menos para que todo se acabe.

Y parece que no hago otra cosa de quejarme, pero esta etapa maratoniana también me ha traido cosas buenos; honestamente, restando este último año, me ha traido muchísimas cosas buenas. Pero estos últimos meses parece que lo único que hago es destruirlas, porque tengo la necesidad de acabar con algo, ya que no puedo acabar con los malabares a los que juego a todos lados. 
No sé que va a pasar.
Y creo que realmente, no me importa una mierda.
No sé ya ni que es lo que me importa y lo que no.

Pero saldremos de esta, supongo.
Al fin y al cabo, siempre cuesta cerrar etapas, y despedirse de ellas.