Me echo de menos. Echo de menos la mujer que fui en su momento, cuando estaba en mi máximo esplendor y los dedos de mis pies casi no rozaban el suelo. ¿En qué momento dejé que la luz se apagara? ¿Cuándo sople tan fuerte, y cuándo fui tan inconsciente para dejar que eso sucediera? ¿Y qué voy a hacer ahora para volverla a sacar? Llevo año hablando del duende que tenemos dentro, y llevo meses sin escribir; porque me ha abandonado, porque ha dejado un agujero en mi pecho por el que corren corrientes de aire, silbando entre mis costillas y recordándome día tras día que no soy la misma, y que no sé en que momento ha sucedido esto. En que momento cogí las maletas y me abandoné de esta manera; y dejé de destruir para construir, y comencé a acurrucarme en los cimientos, dejando que lloviera sobre mí.
Y esta situación repercute en todos círculos que conforman mi vida. Nada se sustenta con sus propios pies y me canso de poner parche sobre tirita para intentar mantenerlos a flote. Porque no es así como debería ser. Puedo ser cansina con el tema, pero ser consciente de esto está suponiendo un paso de gigante para mí. Saber, por primera vez en mucho tiempo, que es lo que está sucediendo y, sobre todo, saber cuál es la dirección en la que quiero y necesito dar el siguiente paso, está suponiendo un nuevo punto de inflexión en mis días. Y, al igual que aquella semana que lo cambió todo a mediados de 2016, tengo la esperanza de que este próximo mes sea similar. Pasar, a base de esfuerzo, constancia, pico y pala, de encontrarme en lo más profundo, donde es difícil hasta respirar, para volver a la superficie, y poder respirar tranquila. Saber que he salido, que hay esperanza y que he conseguido reunir las fuerzas suficientes para seguir; y para decidir que quiero hacer, que es lo que me conviene, lo que me hace sentir mejor, lo que me hace feliz, vibrar, y levantarme por las mañanas con ganas de que no llegue la noche.
Que, últimamente, las noches que paso sola en mi habitación son los mejores momentos de la semana. Porque no hay ruido, y he aprendido a acallar las dudas e inquietudes que nacen de mí, como único recuerdo de la persona que fui en su momento.
Está claro que las cosas han de cambiar, y que así no puedo seguir, porque es insostenible. Tengo mil puertas entreabiertas, pero nada sin atar; tengo millones de planes por hacer, una lista interminable, y las suelas de los náuticos desgastadas de correr para llegar tarde a todos los sitios. Tengo anhelos de disfrutar de los días, las noches y la gente, y las ojeras marcadas de no dormir por intentar organizar el caos del que soy centro y origen. Tengo ganas de volver a sentir el amor, y la sensación de que cada vez me alejo más de a quien quiero por no tener tiempo a reflexionar sobre lo que siento. Tengo la necesidad de crear, de hablar con voz propia y ponerme en pie, de no dejar que hablen por mí, y tartamudeo vago y bostezos en el momento que lo hago.
No sé si la solución es comenzar a decir que no, a cerrar una por una todas las puertas y quedarme en silencio durante una temporada para ver que es lo que dice la voz de mi pecho, a ver si la tranquilidad trae a casa al duende perdido. O si es, como dije ayer, detenerme para coger fuerza, aire, estrategia y volver a ponerme la mochila de piedras a la espalda; aunque eso suponga volver a meterme en el río y volver a ser consciente de que la corriente tira de mí y no hay mucho que pueda hacer por ello. Y que la solución es ir dejando marchar piedras una por una, hasta que me quede únicamente con las imprescindibles. Pero, siendo como soy, ¿estoy realmente dispuesta a ello?
Me quedan seis días para cambiar totalmente de panorama; seis días de apretar los dientes y aguantar el aluvión que sea que me vaya a venir encima. Seis días para comenzar a asentar el camino para que, en el momento en el que vuelva, todo sea más fácil al haber dejado una declaración de intenciones sembrada. Seis días para desaparecer del centro del ciclón y dejar que siga rodando por su cuenta, mientras yo lo miro desde la tranquilidad de más allá de mi ventana. Y después, cuando vuelva con espero con la fuerza y las ganas que en su día me caracterizaban, sea capaz de volver a enmendar los frentes que sean que me quedan abiertos.