sábado, 29 de agosto de 2020

 

Soy un desastre natural. Me atrae todo lo que no debería y no me conformo con las cosas que me sientan bien. Porque siempre necesito más, siempre pido más, siempre me imagino un mundo espejo en el que todo es mejor, más brillante, más feliz. Y esto no es así, y está bien que no sea así. Porque esto me permite seguir luchando, seguir teniendo algo por lo que continuar y levantarme, seguir sintiendo e intentándolo. Pero estaría bien comenzar a tomar las buenas decisiones porque es lo que quiero, no lo que me conviene. 

Porque me gusta quien soy en público, cuando las convicciones sociales se imponen; pero adoro como soy en la intimidad, en la verdadera intimidad, cuando solo estoy yo conmigo misma. Esos momentos son los mejores que tengo, en lo que realmente me siento empoderada y soy feliz. Aprender a estar cómoda (no solo cómoda, sino lo mejor que tengo) conmigo misma, no ha sido un camino fácil, y no creo tampoco que lo haya conseguido del todo. Pero en el punto en el que estoy, es un punto increíblemente bueno. Porque sigo siendo un puñetero desastre. Cuando estoy sola, no hay normas. No hay tiempos ni obligaciones. Es como si todo fluyera, dando igual que es lo que queda sin hacer, que es lo que falta, que es lo que espero de mí misma. Sigo siendo un desastre, y ese es el punto de conexión que me queda de cuando todo iba mal, pero todo estaba bien. Necesito tener esa pequeña dosis de sentir que me ahogo para poder continuar, tener el poder de tomar la mala mano de cartas y asumirlo. Tener el control de las cosas que me hacen menos ideal, pero que me hacen quien soy y el carácter que sale cuando todo se viene abajo. Estoy reconectando con lo que fui de tal manera, que solo puedo hacer que sentirme orgullosa. Y eso, viniendo de mí, son palabras mayores.

Porque está bien parar de girar, tomar aire y expulsar lo que sea que has decidido hacer esa noche. Está bien fallar, dejarte fallar, fallar siendo consciente de lo que estás haciendo. Está bien tener vergüenza, siempre y cuando la abraces y aceptes como tal. Está bien ser un desastre. Y lo soy, y no pasa nada. Me encanta serlo, y eso es lo más maravilloso que puedo decir por ahora. Porque todo está cambiando a pasos agigantados, y estoy llevando el timón en mitad del oleaje. Y soy capaz de hacerlo porque ya he tocado fondo, ya lo he perdido todo, ya me he rasgado las cremalleras y no me queda nada más que paciencia para seguir adelante. Y lo que me ha permitido volver a caminar erguida y desnuda es que nada tiene sentido, y he dejado de buscarlo. 

Debería dejarlo todo, pero no soy capaz. Me gusta demasiado esta situación, estar así, tener el control y dejarlo marchar para poder volver a recuperarlo. Que nada tenga sentido y ser capaz de apreciarlo. Porque, de tenerlo, tendríamos que vivir con las consecuencias de ello. Simplemente, lo que estoy intentando explicar es que todo esto es ridículo, pero seguimos con la demolición ahora que ya tenemos los cimientos preparados. No nos estamos moviendo a pasos agigantados como tenía pensado, porque soy yo misma quien lo está impidiendo, pero no pasa nada. Es como es y lo único que me queda es ser capaz de disfrutarlo todo.

Absolutamente todo.