No es que no duela, es que no importa. Y eso es lo triste. Porque hemos llegado al punto de tenernos y dejarnos con la misma facilidad con la que intentamos que no se note lo que nos recorre por dentro; aunque la erección es más que permanente los días de frío, lluvia y melancolía extrema. Vale que sí, que todo bien; pero el problema es lo que esto implica. Que, de nuevo, lo que comenzaba a salir de las profundidades no era otra cosa que residuos tóxicos de vientos pasados, que no nos llevan a buen puerto, ni a ningún otro punto más allá que el que recorre un circulo cerrado sobre si mismo.
Porque es triste que algo acabe cuando no le hemos dado siquiera la oportunidad de comenzar; aunque estoy de acuerdo con que es muy fácil, cómodo y sencillo hacerlo así. Pero, a la larga, no compensa. Porque si solo buscamos sacarnos las cosquillas, las sonrisas y poco tiempo, no tendremos nada más allá que desconocidos vacíos en meses que podían haber sido llenados con algo más allá que silencios, espacios, y palabras tragadas de nuevo. Porque no está bien visto dar de más, cuando esperas de menos.
Igual no estaba preparada para algo así. Igual todavía necesito tiempo, o algo diferente a lo que estoy acostumbrada. Igual es que estoy tan acostumbrada a mi misma, que no contemplo la posibilidad de algo más allá que momentos pequeños que pretenden esconder sentimientos grandes. Que puede ser que el fin de todo esto sea, como estoy acostumbrada a darme cuenta al tiempo de poner punto final a algo que no merecía ni punto y coma, que no estoy dispuesta a abrirme tan fácilmente. A confiar. A ser feliz. A hacer un espacio pequeño en mi vida, para abrir las puertas de golpe y dejar que entre la luz; la luz de quien sea. Pero puede ser que sea lo que necesite; porque así, por lo menos, me doy cuenta de lo que no quiero.
Que jugar está bien, pero ya no es lo que busco. No quiero seguir jugando, no quiero seguir tapando tiritas con vendas nuevas solo para dar la imagen de que todo está completo, cuando voy desperdigando pedazos de mi ser sin ser consciente de ello. Porque no soy capaz de darlo todo, y porque tengo la extraña necesidad de poner espacio de por medio cuando las cosas comienzan a parecer reales. Que puede ser que no quiera dar sin que me den primero, no vaya a ser que sea la única honrada en este juego de manos rápidas. O porque puede ser que los ladrones piensan que todos son de su condición; y yo tengo más tendencia a actuar con conciencia de pasado, que con lo que me corcome por dentro.
Que no se puede echar de menos algo que no ha existido, que no te ha aportado nada, y que solo te ha dado problemas que esperabas no tener que afrontar. Porque bastante tienes que lidiar ya de por si, sin tener que ir a buscar dobladillos en faldas ajenas. Así que vamos a dejarnos tranquilos, a tomar aire, y a esperar a que pase el invierno. Y a volver a intentar salir a flote en unos meses, cuando las aguas estén más calmadas, o cuando yo esté dispuesta a tirar por dos en caso de que sea necesario. Pero ahora mismo, no puedo dejar de remar por mí; porque, si no lo hago yo, tengo cada vez más claro que no seré capaz de llegar a la orilla. Que al final, va a ser verdad la mierda esta de que tenemos que ser nuestros propios héroes. Porque sino las penas nos acaban devorando, y las mantas nos acaban mordiendo los pies antes de ser capaces de llegar a otro amanecer. Y sí, yo he estado al borde de tu cama, y sé que clase de precipicios se ven desde allí. Y he jugueteado con los rizos cuando había poco más que decir sin que corrieran las lágrimas; y no soy quien de estar donde debería estar para darle una oportunidad a esto, porque en cualquier momento podemos dar la vuelta a la tortilla. Y sé que las cosas serían totalmente distintas.
Si me quedo con algo de esto, es que sé que es lo que no quiero.
Y que tengo que dar, para poder recibir.
Y que las historias perfectas no existen, porque todos tenemos un pasado, y un nombre que susurrar con los ojos cerrados antes de conciliar el sueño.
O de suspirar. O de gemir. O de respirar. O de seguir adelante, recordándonos día tras día quien fue quien dijo, o quien hizo. O quien no fue capaz de tirar cuando el otro lado hacía tiempo que no tiraba ni por ella misma.
Y sí, en ese caso, está claro que era yo la que no tiraba por mi, como para tirar por dos.