sábado, 16 de enero de 2016



No es que no duela, es que no importa. Y eso es lo triste. Porque hemos llegado al punto de tenernos y dejarnos con la misma facilidad con la que intentamos que no se note lo que nos recorre por dentro; aunque la erección es más que permanente los días de frío, lluvia y melancolía extrema. Vale que sí, que todo bien; pero el problema es lo que esto implica. Que, de nuevo, lo que comenzaba a salir de las profundidades no era otra cosa que residuos tóxicos de vientos pasados, que no nos llevan a buen puerto, ni a ningún otro punto más allá que el que recorre un circulo cerrado sobre si mismo. 
Porque es triste que algo acabe cuando no le hemos dado siquiera la oportunidad de comenzar; aunque estoy de acuerdo con que es muy fácil, cómodo y sencillo hacerlo así. Pero, a la larga, no compensa. Porque si solo buscamos sacarnos las cosquillas, las sonrisas y poco tiempo, no tendremos nada más allá que desconocidos vacíos en meses que podían haber sido llenados con algo más allá que silencios, espacios, y palabras tragadas de nuevo. Porque no está bien visto dar de más, cuando esperas de menos.

Igual no estaba preparada para algo así. Igual todavía necesito tiempo, o algo diferente a lo que estoy acostumbrada. Igual es que estoy tan acostumbrada a mi misma, que no contemplo la posibilidad de algo más allá que momentos pequeños que pretenden esconder sentimientos grandes. Que puede ser que el fin de todo esto sea, como estoy acostumbrada a darme cuenta al tiempo de poner punto final a algo que no merecía ni punto y coma, que no estoy dispuesta a abrirme tan fácilmente. A confiar. A ser feliz. A hacer un espacio pequeño en mi vida, para abrir las puertas de golpe y dejar que entre la luz; la luz de quien sea. Pero puede ser que sea lo que necesite; porque así, por lo menos, me doy cuenta de lo que no quiero. 
Que jugar está bien, pero ya no es lo que busco. No quiero seguir jugando, no quiero seguir tapando tiritas con vendas nuevas solo para dar la imagen de que todo está completo, cuando voy desperdigando pedazos de mi ser sin ser consciente de ello. Porque no soy capaz de darlo todo, y porque tengo la extraña necesidad de poner espacio de por medio cuando las cosas comienzan a parecer reales. Que puede ser que no quiera dar sin que me den primero, no vaya a ser que sea la única honrada en este juego de manos rápidas. O porque puede ser que los ladrones piensan que todos son de su condición; y yo tengo más tendencia a actuar con conciencia de pasado, que con lo que me corcome por dentro. 

Que no se puede echar de menos algo que no ha existido, que no te ha aportado nada, y que solo te ha dado problemas que esperabas no tener que afrontar. Porque bastante tienes que lidiar ya de por si, sin tener que ir a buscar dobladillos en faldas ajenas. Así que vamos a dejarnos tranquilos, a tomar aire, y a esperar a que pase el invierno. Y a volver a intentar salir a flote en unos meses, cuando las aguas estén más calmadas, o cuando yo esté dispuesta a tirar por dos en caso de que sea necesario. Pero ahora mismo, no puedo dejar de remar por mí; porque, si no lo hago yo, tengo cada vez más claro que no seré capaz de llegar a la orilla. Que al final, va a ser verdad la mierda esta de que tenemos que ser nuestros propios héroes. Porque sino las penas nos acaban devorando, y las mantas nos acaban mordiendo los pies antes de ser capaces de llegar a otro amanecer. Y sí, yo he estado al borde de tu cama, y sé que clase de precipicios se ven desde allí. Y he jugueteado con los rizos cuando había poco más que decir sin que corrieran las lágrimas; y no soy quien de estar donde debería estar para darle una oportunidad a esto, porque en cualquier momento podemos dar la vuelta a la tortilla. Y sé que las cosas serían totalmente distintas.
Si me quedo con algo de esto, es que sé que es lo que no quiero.
Y que tengo que dar, para poder recibir. 
Y que las historias perfectas no existen, porque todos tenemos un pasado, y un nombre que susurrar con los ojos cerrados antes de conciliar el sueño.
O de suspirar. O de gemir. O de respirar. O de seguir adelante, recordándonos día tras día quien fue quien dijo, o quien hizo. O quien no fue capaz de tirar cuando el otro lado hacía tiempo que no tiraba ni por ella misma. 

Y sí, en ese caso, está claro que era yo la que no tiraba por mi, como para tirar por dos. 

martes, 5 de enero de 2016



A días visto del fin de un año, o del comienzo de otro (ahora ya depende de cada uno, y de la historia del vaso medio lleno, el optimismo vital y toda esa filosofía barata de la que nos sentimos penosamente orgullosos de adquirir, sin ser nada más que tragaderas insurgentes creadas para seguir controlando pensamientos planos, pero ese ya es otro tema), quizás es hora de reflexionar lo que estos últimos doce meses han supuesto.
Por mucho o por poco, doce meses es tiempo suficiente como para cambiar a alguien; ya sea su manera de ser, de pensar, de afrontar la vida, o de continuar respirando. Porque de todo se aprende, de todo se crece, y de todo se sacan reflexiones morales como para mantenerse en vela la mitad de las noches. Porque, como sucede con todo periodo de tiempo que abarque más de unos escasos minutos, hay caídas terribles y grandes remontadas, que acaban definiendo nuestros pasos. Y cómo y dónde nos encontramos en estas fechas, año tras año, que tomamos como puntos de control.
No ha sido un gran año; ni de los mejores, ni de los peores. Ha estado ahí, y se ha acabado, sin más. No lo voy a echar de menos, porque tampoco es que me haya aportado algo excesivamente bueno; y tampoco me alegro de que haya acabado, por eso de que es mejor malo conocido que bueno por conocer. Pero si que me ha servido para aprender unas cuantas lecciones de esas que se graban a fuego en las pupilas y que hacen que no vuelvas a ver el panorama del mismo color, ni con el mismo enfoque.

No todo es lo que parece, y quienes parecen más fuerte son los que más jodidos están. 
Echar de menos es un proceso obligado para llegar al perdón, y a la despedida. 
Llorar no es de cobardes, sino una manera de liberar la carga a la que te sometes por ser incapaz de delegar sentimientos en el resto. 
Puedes querer con todo lo que quieres, que si la situación no es propicia, no hay cuentos de hadas suficientes como para salvarte. 
Hay quien siempre va a estar ahí para levantarte, aunque se mantenga en la sombra; y a quien puedes dar de hostias en su momento, que se solucionará sin problema ninguno. Porque hay gestos que salen del corazón, y que se agradecen tarde o temprano.
Las cosas imprescindibles para seguir caminando se cuentan con los dedos de las manos, y a veces sobran miembros.
Mamá tiene razón en más cosas de las que voy a admitir en el resto de mis días.
Hay heridas que aparecen por razones incomprensibles, que de destrozan y hacen que una piel no vuelva a ser la misma; y no es deber de nadie más que tuyo el ponerle remedio. 
El amor se sufre en silencio, y no hay manera de acallarlo (no con tequila, no con ron-Jagger).
No hay nada más bonito que admitirse a uno mismo que sientes, aunque no por la persona que deberías, ni en el momento que deberías, y menos cuando estás con quien no sientes. 
El orgullo mata; y estoy empezando a creer que trae más problemas de los que estoy dispuesta a admitir.
Todo trabajo tiene su recompensa, por mínima que sea; y sino, siempre nos queda el enriquecimiento personal, y el ser un poco menos gilipollas de lo que eramos ayer.
Quizás no hay que esperar a que las cosas tengan lugar, y hacer que sucedan; tirar del mundo si hace falta por ser feliz, sería la cuestión, al fin y al cabo.

No podemos decidir que nos hagan daño, pero si elegir quien nos lo hace. Pero tampoco es cuestión de evitar que nos hagan daño a toda costa, porque ahí es cuando aparecen los problemas de confianza. Yo tengo problemas de confianza en muchos aspectos. Ya sea porque no quiero hacerme daño, o porque no quiero hacer daño; y el problema, es que no confío en mí. Sí, ya sé que lo normal en el asunto este de la confianza es no confiar en el prójimo; pues en este caso es lo contrario. No me veo preparada para dejar que alguien confíe en mí, y si ese asunto no lo he resulto en dos años, no sé porque puede ser este el año en el que lo solucione. 
Puede ser porque ya toca.
Tampoco me importaría comenzar a tomar decisiones en serio, no dejándome guiar por un instinto atrofiado, alcoholizado y machacado, que hace ya tiempo que no funciona y que no me trae nada más allá que dobles sentidos, giros inesperados y hundimientos en mi pozo de mierda constantes. Que sí, que errando se aprende; pero si eso fuese cierto, aunque fuera en la mitad de los casos, yo debería de estar más que aprendida. Y no seguir tropezando día tras día, año tras año, con las mismas situaciones, y no ser capaz de tomar el camino optativo por una vez. Que vale que haya madurado, que vea las cosas de otra manera, y que entienda la vida con más criterio que mucha gente mucho mayor; pero no soy capaz de reflejarlo en mis acciones. Sigo siendo un saco de hormonas que se deja guiar por patadas de suerte y golpes de felicidad momentáneos, sin pensar que va a ser de mí al día siguiente. Que eso lo resulta la yo del futuro. Y así me va.

No sé que me depara este año.
Tampoco tengo claro que lo quiera saber.
Pero es lo que toca.
Y solo podemos apechugar con ello, otro año más, hasta que venga el definitivo.
El año, no el hombre.
Cada vez tengo un poco más claro que al hombre definitivo lo tuve que martirizar en mi tierna infancia y que se dedica a huir de mi desde entonces.

viernes, 1 de enero de 2016



Los uno de enero son días de reflexión. De hacer balance de daños, contarnos los arañazos, y asegurar los golpes de aquellos que han sido capaces de ganarles al olvido. De quedarse en cama sin más, deseando que el mundo deje de girar durante un par de horas, por lo menos para tener el tiempo suficiente para tomarte un respiro, y asegurarte que no todo está perdido. Que puede ser que cada año estés más jodida, pero que podrías estar peor.

A mi, lo que me falla, sin duda, es el tiempo. Que me falle el espacio ya es algo que tengo asumido, y que estoy aprendido a vivir con ello de la mejor manera posible, intentando que lo que me aporta la comodidad espacial sea una giro cómodo para que todo siga funcionando a ritmo suave, y sin volantazos momentáneos. Peor lo del tiempo lo llevo muy mal. Siempre llego mal, tarde y arrastro; y arrastro, claro que arrastro, todas mis penas por el suelo, las piso, y dejo que alguien recoja mis pedazos para ayudar a reparar los suyos. Sin pedir nada a cambio, porque a veces, nos pasamos de generosos con quien no debemos. Que puede ser que sea la piedra angular de quienes somos, pero acaba siendo un lastre a la larga; porque nadie se queda con quien lo acaba dando todo.
Tengo claro que no todo me va a salir bien, y tampoco es lo que quiero; pero estaría bien dejar de darme de hostias cada vez que empiezo a caminar a ciegas. Que puede que lo que intento hacer sea un sueño irreal e ilógico de alguien que se niega a abrir los ojos al presente, y siga deseando en silencio mundos que ya se han extinguido. Pero tiene que haber algo. 
Tengo un amigo que dice que siempre veo lo mejor de las peores personas, y me agarro a esa cualidad como si fuera un clavo, en llamas. Y que esos suelen ser la clase de personas con las que me acabo quedando, porque tengo una necesidad insaciable de rodearme de casos perdidos e intentar crear milagros. El problema llega cuando la racha de fallos supera con creces a la de éxitos, y son todos demasiado consecutivos como para que me de tiempo a salvarme a mi misma. Entonces, es cuando llega el uno de enero para darte con la realidad en la cara. Y mira que bien me va.
Tiempo. Tiempo es lo que me falta, me sobra y lo que necesito; pero llevo tanto tiempo necesitando tiempo, que creo que ahora mismo me es absolutamente imposible vivir sin él. También estaría bien haber sabido cuando tenía que haber llegado.

A veces, es mejor llegar más tarde, dejando que el tiempo sea el remedio de todo, que salve el día de quien lo tenga que salvar, y que deje que las cicatrices se formen solas. Pero no intentar acelerar el proceso por necesidad impaciente de seguir girando; porque si algo he aprendido, es que las cosas no funcionan así. Y otras veces, es mejor llegar antes; y esta también es una lección que tengo bastante bien aprendida. Las cosas hay que hablarlas, hay que pensarlas y hay que sentirlas cuando toca, y ahora no podemos hacer nada para remediarlo. Porque no sabes en que punto va a estar la otra persona cuando tu te hayas aclarado, cuando veas el panorama completo y seas capaz de hacerte una idea de que es lo que quieres. A quien es que quien quieres. Y esto es una putada. 
Porque no puedes decir que te hayan hecho daño, porque en realidad es culpa tuya, por no saber expresar todo lo que tienes dentro en un intento inútil de protegerte de un golpe que en este caso resultó ser de suerte. Tampoco puedes decir que se haya roto del todo, porque hay momentos perdidos de anoche, entre pajaritas y trenzas medio desecha, por los que mataría por conservar siempre. Porque hay abrazos que hacen que se te encoja el pecho en otro penoso intento de autoconvenverte que lo que se te está pasando por la cabeza es real, y no producto de ron-Jagger (no lo probéis nunca, niños). Porque es una idea que llevas rondando medio año, sin dejar nunca que acabara de cuajar; ya sea por dudas, miedo, indecisión, y finalmente por culpa del tiempo. 

¿Y qué queda hacer ahora? Nada más allá que volver a salir del pozo por mi misma. Ahora mismo, después de este día entero de dolor de pies, cabeza y corazón, solo tengo claro que quiero seguir sola. Porque me expongo a mucho menos, y me encuentro mucho mejor. Tengo suficientes cosas importantes en mi vida, que desatiendo, como para centrarme en espirales imposibles que me acaban llevando a puntos más alejados de los que comencé. No tengo ninguna fé en el año que comienza, pero va a tener que venir a rescatarme; que ya no puedo seguir dando tumbos sin sentido, escondiéndome en rostros ajenos y evaporándome sin más. No quiero tener tensión acumulada, ni la  necesidad de huir. Quiero ser blanca. Quiero ser quien fui, o quien soy, pero en una versión mejorada; quiero ser ya quien seré. 
Quiero hacer las cosas bien, y para ello lo mejor va a ser volver a alejarme de todo un poco, tomar aire, y seguir esperando. No sé a que, pero supongo a que tenga las fuerzas suficientes para empezar algo, y llegar hasta el final sin dejar que el orgullo me mate en el proceso. Pero de momento no estoy preparada para exponerme a alguien de esa manera, cuando ni siquiera soy capaz de confirmarme determinadas cosas a mi misma, hasta que ya es demasiado tarde.
Como siempre.

Así que daremos por comenzado el año el dos de enero. Porque este ha sido un día perdido, o quizás demasiado bien aprovechado. Pero hoy no ha existido. Ha sido mi día de paréntesis. Feliz día, feliz año, y feliz vida.
Y esperemos que este año esté cargado de algo que me haga volver a sonreír, pero sobre todo a confiar. Y a ilusionarme sin miedo, que también es importante.