lunes, 29 de junio de 2015



El tiempo pasa demasiado rápido. Esta es una de las muchas premisas que llevo oyendo desde que tengo uso de razón por parte de todos aquellos que me rodean, siempre y cuando se levantaran cinco palmos del suelo más que yo; de igual manera, es una de esas frases que nunca me había acabado de creer del todo, como la de "lo entenderás cuando seas mayor". Pues, finalmente, resulta que, como en muchas cosas en la vida, tenían razón. 
De nuevo, tengo que volver a referirme al tiovivo para explicar que esto no se para, y que los días que nos quedan para seguir respirando a doble pulmón están contados. Y que no tenemos periodo de descuento, ni oportunidad de encajar un último gol en el 92'. Tenemos lo que se nos ha asignado después de años de vicios y prejuicios, arrancándonos los segundos con cada acción. No nos engañemos; día tras días, lo único que hacemos es darnos una oportunidad menos para aguantar un nuevo amanecer. Y ya no hablo de los atardeceres, que para llegar a ellos hay que ser capaces de superar el día completo, con todas sus horas de sol, sin romperse. 

Con esto, quiero referirme a que ya van dos años fuera de casa. Dos años completos, contantes y sonantes. Dos años reales, que han cambiado muchas cosas que tenía aseguradas, y han dejado que siguieran fluyendo aquellas por las que no hubiera apostado ni una triste peseta, y eso que ya no tienen valor en el mercado. Se puede decir que he madurado, y que ya nada va a volver a ser lo que fue en su momento. Por una parte, está bien: cada vez que vuelves a tu lugar, te das cuenta de los pequeños detalles que han seguido avanzando en tu ausencia, porque todo sigue cambiando y moviéndose. Por otro lado, es triste darte cuenta de que, en realidad, no eres más que una pequeña parte de la vida de mucha gente; y tan pequeña, que todas aquellas promesas que parecían tan reales cuando te marchaste por primera vez fueron, simplemente, palabras vacías creadas para llenar el espacio que dejabas, hasta el momento en el que otra persona fuera capaz de llenarlo. No puedo llamar a nadie egoísta por ello, porque yo he hecho lo mismo, aunque en la distancia, sin que nadie me viera, y sin que nadie saliera herido. Porque he quiero, o por lo menos lo he intentado, mantener un pie en los dos mundos, usándome a mí a modo de puente. Decir que no lo he hecho del todo bien, y siempre me he inclinado más para un lado que para otro; pero que le voy a hacer, si puesto a ser una completa desconocida, prefiero serlo donde realmente tengo el derecho de serlo. Porque, para ser una extraña, no es necesario irse lejos, donde nadie te conozca; basta con irte lejos, irte sola, descubrir que hay más allá, y simplemente volver. Y tú habrás cambiado, ellos habrán cambiado, e incluso la lluvia se te calará en los huesos de manera distinta. 
No me arrepiento. De eso estoy segura. Sin duda, la mejor decisión que haya podido tomar. Estoy en mi lugar, y voy a aprovechar esta segunda mitad todo lo que pueda. Aunque haya momentos en los que es imposible no preguntarse como sería tener los dos pies en la misma orilla, de la que nunca deberían haberse movido; realmente, no sé si sería capaz de apreciar los cambios como lo hago ahora, y sin duda no sería la misma persona.
Pero da igual cuanto de gracias, sobre todo a mis misma, por ser capaz de llegar hasta el punto en el que estoy. Tanto personal como profesionalmente. Me gustaría saber, aunque solo fuera durante un día, como sería todo si no me hubiera marchado. Porque todavía hoy estoy pagando el precio de haber huido a las prisas, dejando todo por los aires, y esperando a que la colisión contra el suelo no fuera lo suficientemente sonora como para que tuviera que oírla desde tan lejos. Y la oigo; día sí, día también. Y sé que allí se oyen los ecos de lo que sucede aquí, porque es algo inevitable. 
En cierta manera, eso es lo único que bueno de ser una absoluta extraña en ambos lados; por mucho que se hable, nadie jamás volverá a tener la certeza, el poder o el control que llegaron a tener en su momento sobre mis movimientos. Y quizás este sea el precio de la libertad social hablando desde el punto de vista de una ciudad pequeña en la que el cotilleo es el sinónimo del pan del pueblo; el no tener el derecho de ser parte de ningún mundo, para no encadenarse a ello.

Sea como sea, se ha acabado. Vuelvo a estar en punto muerto, sin necesidad de un horizonte más allá que el de mañana mismo. Y con los dos pies, de puntillas, frente al abismo desconocido; o no tan desconocido, porque por mucho que cambie todo, la esencia sigue arañando en los rincones. Y eso, por mucho que nos esforcemos en frotar sobre frotado, es algo que siempre va a permanecer. Porque la mala hierba nunca muere. Y, de nuevo, esa es otra lección que todavía estoy comenzando a comprender. 

viernes, 12 de junio de 2015



"Y escribe, chica."
Los cambios no avisan; simplemente, llegan y arrasan con todo aquello que se les intenten interponer. Porque para ello les hemos dado el poder y la fuerza de convicción que ni siquiera nosotros mismos acabamos por poseer en ningún momento de nuestra triste existencia. No te dejan tiempo para pensar, ni para reponerte del golpe. Los cambios son necesarios, y son absolutamente devastadores. Pero es de las mejores cosas que podemos experimentar, visto desde la lejanía la volver la vista atrás; en esos momentos en los que, ilusamente, te permites hacerlo. Porque volver a los recuerdos, alimentarte de ellos y dejar que caminen en tus zapatos es algo que no debemos hacer muy a menudo; simplemente, porque si algo está en el recuerdo, es por algún motivo. 
Los cambios y los recuerdos, sin duda, están ligados. Son hermanos gemelos, como aquellos que separaron para experimentar, o eso me han contado desde siempre: mandaron a uno en una nave espacial, y al otro lo dejaron en la Tierra. Sin pensar demasiado en como iba a ser esa decisión, se produjo el cambio; y las vidas de ambos quedaron en puntos opuestos para siempre. Nada volvería a ser lo mismo para ninguno y, pese a ser idénticamente iguales, lo único que los unía a partir de entonces eran los recuerdos. Eso sí, pensándolo en frío, esta historia es bastante inverosímil: no sé que país puede permitirse realizar un experimento así de absurdo, ni que padres lo permetirían, ni que gobierno estaría dispuesto a pagar semejante cantidad para que dichos padres lo permitieran. 

Lo importante es que jamás estaremos preparados para un cambio, por mucho que nos mantengamos alerta. Simplemente, suceden; y entonces llega el momento de la decisión: quedarse tal y como estás, dejando que los recuerdos, la comodidad y el conocimiento del entorno te guíen, y decidan por ti; o dar el salto, aún sea con los ojos cerrados y preparándose para el golpe. Dejando las dos mejillas despejadas, solo por si se da el caso. El problema llega cuando ya has estados en las dos situaciones, y de momento, no te has recuperado del último gran golpe (de suerte). Y llega el momento del cambio.

Como en todo, el reloj jamás se detiene. El tiovivo sigue girando, y no espera por nadie. Lo único que puedes hacer, es seguir girando y girando, pero puedes ajustar el sentido de las vueltas, en su justa medida. No nos engañemos, no podemos controlarlo todo, y últimamente estoy más convencida de que no podemos controlar nada más allá de lo que tenemos al alcance de los dedos, y los días pares de los meses impares de los años bisiestos. Y a veces, ni eso. Según esto, deberíamos confiar nuestras horas a la suerte, y simplemente dejarnos llevar, agradeciendo aquello que nos llegue y olvidándonos de las ilusiones, los sueños y las grandes metas. Aferrarse al "si tiene que llegar, llegará". Pero, supongo que por estupidez, o vanidad humana, seguimos intentando ser nosotros los que controlan los títeres de la función, cuando somos nosotros mismos las marionetas. No sé quien lleva los hilos, o si alguien realmente los lleva; pero tengo claro que nosotros no tenemos nada que ver con lo que sucede. El efecto mariposa tiene más excepciones que casos irrefutables. 
Viendo esto, ¿por qué nos negamos a disfrutar? ¿Por qué buscamos escenarios imposibles, y seguimos ideando planes en nuestra mente? Porque somos incapaces de sentirnos tan insignificantes como realmente somos. Somos con esa cucaracha que habita en mi salón, y que sale de cuando en cuando a pasear; piensa que ella es la dueña de la situación, cuando podíamos matarla de un pistón bien calculado (si no le tuviéramos un miedo irracional). Y eso que la tía puede sobrevivir a un ataque nuclear. Ojo. Yo me plantearía quien es el ser superior.

El destino es algo que no acabo de comprender, pero que sin duda está ahí; entendiendo destino como futuro incierto que he decidido que no puedo controlar. Sabiendo esto, y siendo consciente de ello, no entiendo como sigo alimentándome de recuerdos, y como sigo guiando mis decisiones ante los cambios basándome en ellos. Menos mal que los grandes cambios en mi vida, o casi todos, han tenido lugar antes de mi último encaparazonamiento; porque sino, a saber donde estaría ahora mismo. Aunque, pensándolo bien, soy incapaz de salir de los recuerdos por motivo de aquella decisión. Así que los recuerdos son producto de las decisiones, y las decisiones están motivadas por los cambios. Pero los cambios, con recuerdos de por medio, no te llevan a las mejores decisiones.
La conclusión de este sin sentido de madrugada, es que tengo que dejar los recuerdos de lado. Y no sé como. Pero si quiero seguir aprovechando las vueltas que está dando el tiovivo, sin marearme y seguir aprovechando la energía que se libera de ese movimiento curvilíneo y totalmente uniforme, debo dejar atrás todos los fantasmas.

Eso, sin duda, significa dar portazo a muchas cosas, de las que no estoy segura que quiera separarme de ellas, por el momento. Para algunas, es demasiado pronto, o demasiado tarde, en función de la posición desde que observes. Pero, sin duda, son incontables los recuerdos que, sin duda, no puedo dejar pasar porque están sin resolver. También es cierto que hay asuntos que es mejor no resolver, y que el propio tiempo se encarga de curar y darles cierre. Pero, quizás, soy incapaz de dejarlos ir porque todavía no he aprendido todo lo que podría de ellos, y cada cierto tiempo tengo la necesidad de desenterrarlos (pese a que están más presentes de lo que me gustaría admitir) y darles una última vuelta de tuerca.
Pero, últimamente, estoy comenzando a pensar que, pese a que creo que así continuo avanzando, hacer esto es precisamente lo que no me deja seguir girando. Si son recuerdos, sin duda lo son por una razón, y es que no se puede hacer nada más con ellos que rememorarlos con una sonrisa en los labios, pero solo en los momentos que sea extrictamente necesario para continuar con lo que sea que el futuro nos depare.

En conclusión, no he sacado nada en claro. Simplemente, que tengo que seguir escribiendo, hasta que llegue el momento en el que todo tenga sentido, o me convierta en polvo, y el recuerdo de alguien. 

domingo, 7 de junio de 2015



Vuelvo a estar vacía. Puede que solo sea la prórroga de una mala racha que está durando demasiado tiempo, y se está llevando demasiado de mí. No lo sé, y cada día estoy más perdida sobre cuanto más va a durar este pequeño bucle, o cambio de ciclo, o lo que sea por lo que estoy pasando. Ya no lo puedo llamar madurar, porque hace ya meses que no aprendo nada más sobre mi misma, a parte de partes desgarradas y que no curan ni dejando kilómetros y tiempo de por medio. Puede que la soledad sea contagiosa; o que, en el afán de protegerme de mi misma, y de mis cataclismos infernales, decida hacerme daño antes de dejar que me lo hagan. Es un cambio, la verdad; por lo menos, el daño que aparentemente necesito hacer para asegurarme que nadie va a conseguir ahogarme, me lo hago a mi misma en vez de al resto. Tampoco tengo claro que sea un buen cambio, pero por lo menos dejo de arruinar la vida del resto cuando trato de hundir la mía para salvarme. 
No tiene demasiado sentido, y tampoco busco dárselo. Es lo que hay, y es como actúo en los últimos años. No quiero volver a decepcionarme de la manera en la que lo hice, ni decir que lo hago por "volver a las andadas". No soy así. O quizás si, y esto es lo que llevo intentado decirme toda la vida, y el motivo por el que nada perece tener sentido a mi alrededor. 

Cada día tengo más claro que hay cicatrices que no se cierran jamás, y que hay gente que ha nacido para estar rota. Y no hay solución. Sin más. Somos tristes, y somos débiles. No somos independientes, ni fuertes, ni todas las gilipolleces que intentamos hacer que el resto se crea para poder seguir adelante con lo que tenemos, sin sacar las uñas tan a menudo, y evitando complicaciones más allá de las que ya nos generamos nosotros mismos. Puede que sea un matiz más de la condición humana, una manera de vivir que compartimos unos cuantos; un pozo sin fondo que no tiene fin, y que a cada paso que das se ve más negro. Y ya no tengo claro que la soledad ayude. Necesito un rayo de luz, una migaja de cualquier cosa que me haga seguir adelante, lo que sea. Pero que venga ya, como sea, pero que llegue. 
Porque todo, absolutamente todo lo que me rodea, es una mierda. Todo se acaba desmoronando por su propio peso, y no sé si será por querer apuntar demasiado alto. Por tener demasiadas expectativas, por querer jugar y apostar en las grandes ligas. Porque hay gente que vale, y gente que no; y yo, ya no sé si realmente estoy aquí por algún motivo. No le encuentro sentido a nada, y estoy harta de buscarlo. Y llega el punto en el que estoy harta de todo, y de todos. De absolutamente todo lo que simplemente se acerca a mi. 
Y la solución ya no creo que sea huir. Porque al huir, lo único que hago es llevarme el mal conmigo. Porque soy yo mi propio problema, porque estoy vacía por dentro. No, huir ya no es una opción, porque es físicamente imposible que sea capaz de huir de mi misma. 

Cada vez estoy más segura que eso de los demonios internos es totalmente cierto. No hablo de exorcismos ni gilipolleces varías; pero todas esas patrañas tienen que tener alguna base real. No digo que esté poseída o alguna de esas tonterías; pero tengo claro que no es normal todo lo que hay dentro de mí. Porque estoy vacía, y lo poco que tengo de cuando en cuando es para mal. Signifique lo que signifique eso, porque tampoco soy capaz de explicarlo con palabras. O no sé, o no tengo fuerza de voluntad para hacerlo; como sucede últimamente con todo lo que hay en mi vida.