No tengo muy claro que ha pasado, ni cuanto tiempo ha pasado desde que empezó; no me refiero a cuando empezó para mi, eso lo tengo más o menos claro. Entendiendo por claro lo que se puede apreciar en recuerdos de una noche entrecortada por momentos entre suspiros demasiado largos. Aunque no recuerdo si lo que eran largos eran los suspiros, los tragos de alcohol, o mis piernas. Puede que los tres, es lo más probable.
Siempre he tenido las cosas claras, muy claras. El café, con leche y medio sobre de azúcar. Los pantalones, sin raya al medio. En la cama, de medio lado para dormir. El té, verde y o con una rodaja de limón. Los zapatos, ni muy limpios, ni muy sucios. Siempre así, sin salirse del esquema. Los de ciencias somos cuadriculados, no dejamos nada al azar, porque suele ser mal compañero. Todo sigue unas pautas de comportamiento, y nos podemos adelantar a ello, o eso es lo que nos enseñan los libros. Y, según ellos, la vida real es igual. No hay variables que no se puedan estudiar, ni puntos muertos de los que no salir.
Pero en cuanto intentamos aplicar todo lo que sabemos en el día a día, algo falla. Hay contratiempos, vueltas de tuerca, perdidas de memoria o de situación, despistes, problemas, crucigramas sin solución aparente, quebraderos de cabeza. El café te lo sirven con poca leche y demasiado azúcar, los vaqueros están arrugados siempre, te echan de la cama por la noche, y no queda limón cuando quieres un té. No queda otra que mancharse los zapatos nuevos. Y todo eso, sin que podamos hacer nada para contrarrestarlo. Así que cuando quieras centrarte en lo que te conviene, ceñirte a tu plan de modelo a seguir, sucede algo que hace que todo se ponga patas arriba, que tengas que recoger tus planos y volver a empezar con una nueva variable en la ecuación.
Y ahora, que he roto mis moldes, que ya no sé ni lo que quiero, ni para que; ahora que pedía espacio, tiempo y horas de sueño. Ahora, justo ahora, aparece algo que no solo pretende replantearte todo, sino que parece que todo va a mejorar. Y ni siquiera me ha dado tiempo de decidir si me gustaba como estaba todo antes, si realmente estaba así mejor, o necesitaba este cambio. Pero me gusta, en cierto modo. No me quita tiempo, y me da espacio; de vez en cuando, porque a veces, es necesario que no exista ni el tiempo, ni el espacio, solo café y naranja, pese a que niegue la más básica de nuestras normas.