martes, 27 de noviembre de 2012


Nadie prometió que fuera fácil, ni llevadero, ni que mereciese la pena. Nadie, absolutamente nadie, fue capaz de dar por hecho que no hay  margen de error, ni de fallo. Pero esto tampoco es un calculo preciso, un eclipse que no tiene fin ni principio, como el pez que siempre se muerde la cola. No, esto está hecho para equivocarnos en cada giro frenético al tomar las curvas el segundero del reloj. Porque nadie, absolutamente nadie, se atrevió a apostar en favor de lo perfecto.
Así que me he cansado de buscarlo; de darlo todo por perdido, de desesperarme, de callarme. Sé que no habrá nadie dispuesto a escucharme cuando estalle a gritos de pulmón en medio de la nada llena de gente que no importa, de sombras oscuras, silenciosas, rencorosas, que esperan que caigas para morder la carne cruda que quedó después de la marcha. Ya no quiero esperar sentada a que suceda, a que me busquen y que sepan donde estoy, a tener que dar cuentas ante el espejo de todo y de todos. No, no quiero; me niego a que piensen que soy previsible, totalmente anticipante a cualquier hecho metódico, pesado, aburrido, gris. 

Quien quiera encontrarme, tendrá que buscarme donde nadie crea encontrar nada más que ilusiones banales, miradas de aluminio, dedos fríos al salir de debajo de las mantas, flores de plástico, pensamientos sintéticos. Y, para sorpresa de todos, o de nadie, en un rincón, lamiéndose las heridas con clase, como la reina de las tarimas de cualquier pub de mala muerte, en un callejón oscuro de pueblo de carretera. Uno de esos sitios sombríos, donde no esperas encontrar nada más que cucarachas, mugre, ojos rojos, bocas sin dientes y lenguas flojas. Y la estrella de todo eso, de quien todo el mundo habla, aunque sea entre susurros, o como escándalo estrepitoso en la iglesia los domingos; cuchicheos que afianzan más el poder de quien se ríe de todos ellos, mientras remueve el Martini con la punta del dedo, chupándolo después con toda la picardía que quede en el cuerpo. Que nadie sabe quien es, de donde viene, que quiere, quien la mantiene; solo saben que es misterio, de ese que corroe por dentro abrasando cualquier otro pensamiento. No importa nada, solo con el simple hecho de tener algo prohibido e inmoral de lo que curiosear, ya es fruto de admiración total por parte de quienes no tienen nada que hacer, ni que perder. 

Así que, sin más dilación, anuncio que no espero ya nada de nadie, ni me importa que esto ocurra. Será un sorpresa, un sonrisa de la nada que resulte chocante; será la curiosidad de niña, la ilusión de ser mirada y de crear sonrojos. Sensaciones de hace cinco meses y dos días, renovadas de la manera que elija. Porque ahora, me toca mandar. 

domingo, 25 de noviembre de 2012

Nid


Hoy no voy a dormir. No voy a poder dormir nunca más, básicamente porque alguien que tiene roto el pecho, roto el alma, que esta sangrando lágrimas vacías por dentro, no creo que sea capaz de encontrar la paz encerrada en ese remolino de abandono. Escalofríos, ojos húmedos, temblores impropios de quien no suele tiritar bajo ninguna circunstancia. Porque cuando tienes la certeza de que ya has superado aquello que te devastó físicamente en un giro irónico e hiriente del destino, en la vuelta de esa esquina que  más de una vez recorrimos juntos, que la recorrimos por separado el doce de julio. Al girar el edificio, entre coches que van demasiado lento, y piernas que huyen de la lluvia, un golpe de suerte. ¿De suerte? La suerte no duele, no aniquila por dentro cuando sobreviste al estallido que te dejo en el suelo, con la mano en la mejilla todavía roja y aguantando las lágrimas por orgullo propio. La suerte te hace sentir dichoso; no te hace volverte pequeña, como quien no existe, como quien no tiene a donde ir. Como quien no tiene solución, y solo hay una salida a todo. Una salida simple, escaleras arriba, ventana abajo. 

Es una lucha constante entre lo que quiero, lo que tengo que hacer, y lo que siento. Sería más fácil ser una cobarde, y negarme a aceptar que soy un borrón al otro lado del pasillo, mientras que me hundo en todo lo que emana del otro lado del patio. Es fácil intentar sacarme de todos los sitios que en algún momento tuvieron un significado, intentar hacer que deje de ir a donde suelo ir o hacer lo que hago, simplemente, porque se que nos vamos a encontrar. Esto es una ciudad demasiado pequeña como para no vernos las caras unos a los otros, para no saber quien juega con quien a que, para no poder esconderse para siempre. Y es por eso por lo que me quiero ir lo más lejos posible, para no tener que curarme entera cada vez que te veo venir, o cada vez que te veo ir.


jueves, 22 de noviembre de 2012

Lag.


Esto es más que un sueño, que un capricho de niña pequeña, que un deseo contado en voz baja con un nudo  de garganta que aprieta el fuso hasta dejarlo seco. Es un tipo de mentalidad, una enfermedad que viene desde dentro, trepando por los puntos flacos de cada uno, destruyéndonos poco a poco. Puede que esté pasando una mala época, un inicio triste y gris para un final que era de esperar. Una medida de protesta, sensaciones que creí ya haber acabado con ellas, pero que vuelven a estar ahí, a flor de piel. Y quien no siente nada, no puede tampoco sentir dolor o pena. 

No es fácil, ni gratificante. Es algo que necesitas hacer, que te pide el cuerpo. Es como quien grita por auxilio cuando ya está hundido. No hubo vuelta atrás entonces, tampoco creo que la haya ahora; solo me quede seguir callando, aguantando, esperando un milagro venido de a saber donde, o simplemente desaparecer para siempre. Porque cada uno elige lo que quiere ser, y esto es una lucha puño con puño contra mi misma. Hasta que pierda, porque solo puede perder una, y esa soy yo. Pero estoy dispuesta a perder, a ser una figura sin sonrisa, ni paz, ni tranquilidad; a ser quien haga falta, a continuar metiéndome hasta el fondo del agujero sola, y sin posibilidad de salida. Sin elección. Somos esclavas, esclavas de nosotras mismas, dependientes de tres números y un punto que rondan siempre en nuestras cabezas, que no nos dejan dormir, ni descansar sin ellos presentes. Una medida de sumisión. Tacharme de enferma, de lo que queráis. 
Pero tampoco voy a pedir que me rescatéis de aquí, porque tengo muy asumido que este es el camino correcto. Que es el último paso, que solo queda avanzar un poco más para lograr lo que quiero. Porque solo quiero eso, quiero ser perfecta. Y marcharme lejos de aquí, de una ciudad que me adoptó con los brazos abiertos cuando llegamos, pero que poco a poco ha ido dándome la espalda. No creo que haya nada aquí que me obligue a quedarme moralmente. No le debo nada. Algunos buenos momentos que, haciendo cuenta, han salido demasiado caros como para merecer la pena. Es un tira y afloja constante. O simplemente, que no encajo en ningún sitio.  

martes, 6 de noviembre de 2012

Not me.


Jugar para engañar no es bueno. Da igual lo que apuestes, lo que quieras ganar, lo que estés dispuesto a perder. No está bien jugar haciendo daño, quitando lo que había y dejando la miel en los labios cuando las piezas ya están en la caja. No es justo, las reglas están para acatarlas. Empiezas a jugar, pierdes o ganas, dependiendo de la mano. Después, se acaba. Y cuando se apagan las luces, sabes que no hay vuelta atrás, que el mal juego de hoy no tiene que repercutir en el de mañana. Simplemente, eso es lo que hay.
Pero como en cualquier juego, en este también hay tramposos. Hay quien cuenta cartas, quien engaña al sistema, quien soborna a los árbitros. Siempre hay alguien así, escondido detrás de la máscara de quien jamás sale mal parado de una mala mano. Que asiente con una sonrisa que no deja dudas de la tensión, que sorbe lentamente el vaso, esperando encontrar la respuesta en el fondo. Hasta que toca techo, se da cuenta de que está apunto de perder el imperio, y acaba con todo. Gasolina y cerilla, el método de los rápidos.

No queda tiempo para andar de puntillas esquivando las esquinas puntiagudas, los silencios incómodos, las miradas tensas. Esto ya no es una partida triste de verano solitario, de necesidad de querer y no poder. Eso mucho más, es poner sobre la carretera todo lo que perdimos en el empate, y correr por encima de ello. Sin mirar atrás, porque ya no queda más que polvo, cenizas, recuerdos mojados que no sirven para nada, solo para dejarlos en cualquier caja de cartón esperando a que pase quien la quiera. Guardándola de la lluvia, eso sí, que el respeto por delante. Tiene que quedar ahí para los restos, para seguir aferrándose a algo cuando nadie quiere ver lo que puede haber más allá de una risa congelada en papel. Darlo todo por perdido, cuando ya no queda nada que perder.
Luego, la cuestión de principios, el orgullo, que te come por dentro, te susurra, y te atrapa. Que tienes que acatarlo, vivir con ello, sin remordimientos, pero sin querer volver a ello. No hay que arrastrarse, ni plantearse un futuro de dos. Si te engañas una vez, te engañas para siempre, pero aprendes de ello. Mantener la cabeza alta, y seguir pasando de largo, pidiendo a gritos volver al punto donde desapareció el rastro de eso por lo que luchaste, pero que, en el fondo, sabes que estás mejor sin ello. 


viernes, 2 de noviembre de 2012

Dawn.



Necesito un cambio de ritmo, de vida, de todo. Necesito alejarme de esto cuanto antes, y cuanto más rápido mejor. Dejar de luchar contra quien quiero ser, y empezar a ver que está pasando en realidad. No todo el mundo nace para ser una princesa, y mucho menos cuando nace rana. Hay que aceptarse tal cual, sin remedios, sin problemas. Pero. ¿qué hacer cuando no estás bien con eso? Cuando has dejado de aceptar el necesitar ser siempre la que está bien, la que sonríe ante cualquier situación. Cuando no puedes más, y solo quieres marcharte lejos, abandonar todo lo que te ata aquí. Y sabes que los meses se cuentan con los dedos de una mano, y que pronto, si eres capaz, lo podrás hacer. 

Respirar, y mantenerte fuerte. Noviembre acaba de empezar, y aún estás a tiempo de cambiarlo todo. De darle la vuelta al reloj, a la báscula, al espejo. A todo. Ahora mismo me veo capaz, aunque no tenga apoyo, ni una meta fija, ni un objetivo, ni un motivo real. Ahora, que estoy absolutamente destrozada por dentro y por fuera, creo que puedo hacer algo bueno con esto. Que puede que aún haya esperanza, que aún pueda ser la que sonríe, la que se podía comer el mundo. 
Las cosas han cambiado muy rápido en poco tiempo, no sé si realmente para bien. Pasé de tenerlo todo, a estar otra vez acurrucada en mi esquina, pensando en lo que hice mal, y en si realmente merezco esto. Tensiones viejas, y malos recuerdos que vuelven a estar allí, riéndose de como me han vuelto a aplastar. Otra vez. Otra vez vuelvo a ser pequeñita, y nadie parece darse cuenta. Porque sigo pensando que, si nadie lo ve, yo tampoco. No me puedo seguir escondiendo, no puedo seguir en casa echándome la culpa de todo lo que está pasando, cuando no la tengo. No me lo merezco. Pero tampoco tengo fuerzas para hacer otra cosa, otra cosa que no sea empezar con esto. 

No sé a donde me llevará, pero esperó que a algún sitio mejor que este. Tampoco es una meta muy complicada. 

jueves, 1 de noviembre de 2012

... play hard.



No importa cuanto daño quieran hacer. No ha importado nunca, ni va a empezar a hacerlo ahora que has empezado a dejar de darlo todo por perdido. Es una cuestión de principios, de orgullo, de perseverancia  Un ideal, una forma de ver las cosas, forjada día a día, golpe a golpe. Sabiendo que cada vez que te levantes, es para volver a caer tarde o temprano. Y luego volver a levantarse. Con una sonrisa que, día a día, es menos forzada, más natura. Porque cada vez te importa menos lo que digan, lo que gira al rededor de ti, quien entra y quien sale de la ecuación. Pero siempre están los puntos de siempre, los incondicionales que bajo viento y marea van a estar al pie de faro esperando a que llegue el huracán. 
Y cuanto menos te importe, más intentaran hacerlo relevante. Te lo restregarán por debajo de la nariz, para que pique, duele, e intentes sacarlo de ahí. Se reirán en tu cara cuando corras a esconder las lágrimas que no tiene que correr por las mejillas bajo ningún concepto. Pero acabarán preguntando por ti, cada vez que mantengas fija la mirada sin sonrojarte, cada vez que pases por la calle riéndote de todo ello, con los cascos a todo volumen, bailando entre sus canciones y tus recuerdos. Todo depende de la importancia que quieres darle, no de la que ellos quieran que tu le des. Todo es relativo, tiene un principio y un final. Y los finales, por regla de oro, duelen. 
Duelen de manera que desgarra, de esos que solo quieres estar en cama curando las heridas con agua y limón. Duelen poco, sin importante demasiado; duelen los recuerdos que tienes al llegar a casa cada noche, y saber que no hay nadie a quien decirle que estás bien. Duele saber que jamás os vais a volver a ver, porque hay miles de kilómetros entre uno y otro. Y hay distancias que, sin saber porque, acaban con todo y con todos. Pero lo fundamental en esto es salir del agujero con la sonrisa marcada y los ojos secos. Mirando a la cara de quien se rió, y se sigue riendo. Y reírte, reírte tan alto que te tomen por loca, o por que realmente te de igual todo, absolutamente todo. Como te acabará dando. 

Dato: si quieres, el fuerte puedes ser tu mismo, pero no te olvides que siempre hay un ganador. Puedes tardar cinco días, seis semanas, un mes, o medio año, pero siempre habrá un ganador. Y eso se sabe, se nota en el ambiente. Gana la clase, recuérdelo.