Nadie prometió que fuera fácil, ni llevadero, ni que mereciese la pena. Nadie, absolutamente nadie, fue capaz de dar por hecho que no hay margen de error, ni de fallo. Pero esto tampoco es un calculo preciso, un eclipse que no tiene fin ni principio, como el pez que siempre se muerde la cola. No, esto está hecho para equivocarnos en cada giro frenético al tomar las curvas el segundero del reloj. Porque nadie, absolutamente nadie, se atrevió a apostar en favor de lo perfecto.
Así que me he cansado de buscarlo; de darlo todo por perdido, de desesperarme, de callarme. Sé que no habrá nadie dispuesto a escucharme cuando estalle a gritos de pulmón en medio de la nada llena de gente que no importa, de sombras oscuras, silenciosas, rencorosas, que esperan que caigas para morder la carne cruda que quedó después de la marcha. Ya no quiero esperar sentada a que suceda, a que me busquen y que sepan donde estoy, a tener que dar cuentas ante el espejo de todo y de todos. No, no quiero; me niego a que piensen que soy previsible, totalmente anticipante a cualquier hecho metódico, pesado, aburrido, gris.
Quien quiera encontrarme, tendrá que buscarme donde nadie crea encontrar nada más que ilusiones banales, miradas de aluminio, dedos fríos al salir de debajo de las mantas, flores de plástico, pensamientos sintéticos. Y, para sorpresa de todos, o de nadie, en un rincón, lamiéndose las heridas con clase, como la reina de las tarimas de cualquier pub de mala muerte, en un callejón oscuro de pueblo de carretera. Uno de esos sitios sombríos, donde no esperas encontrar nada más que cucarachas, mugre, ojos rojos, bocas sin dientes y lenguas flojas. Y la estrella de todo eso, de quien todo el mundo habla, aunque sea entre susurros, o como escándalo estrepitoso en la iglesia los domingos; cuchicheos que afianzan más el poder de quien se ríe de todos ellos, mientras remueve el Martini con la punta del dedo, chupándolo después con toda la picardía que quede en el cuerpo. Que nadie sabe quien es, de donde viene, que quiere, quien la mantiene; solo saben que es misterio, de ese que corroe por dentro abrasando cualquier otro pensamiento. No importa nada, solo con el simple hecho de tener algo prohibido e inmoral de lo que curiosear, ya es fruto de admiración total por parte de quienes no tienen nada que hacer, ni que perder.
Así que, sin más dilación, anuncio que no espero ya nada de nadie, ni me importa que esto ocurra. Será un sorpresa, un sonrisa de la nada que resulte chocante; será la curiosidad de niña, la ilusión de ser mirada y de crear sonrojos. Sensaciones de hace cinco meses y dos días, renovadas de la manera que elija. Porque ahora, me toca mandar.