When you get what you want, but not what you need.
Tenemos que empezar a buscarnos un poco más en nosotros mismo, y dejar de pedir la felicidad a la sonrisa ajena; y aprender a diferenciar que es lo que nos hace vibrar por dentro, y lo que nos gustaría que nos hiciera vibrar. No existen verdades absolutas, ni dogmas incuestionables a los que aferrarse las noches oscuras, más allá de los que construimos a base de escuchar, aprender y aprehender; sobre todo, a base de escuchar, que no estaría de más hacerlo un poquito todos los días. Por lo tanto, cuando digo que lo del querer es algo ciego e irracional, es porque puede que lo haya vivido en mis propias carnes. Y no siempre tenemos razón con respecto a lo que creemos que podemos encontrar cuando nos abrazamos al querer, siempre y cuando no nos dejemos de querer primero.
Así que podría estar convencida que era lo que quería, en quién buscar lo que necesitaba (importante diferenciar aquí el concepto de necesidad y de dependencia, que sino no estamos hablando de lo mismo), y que era lo que me podía esperar. Pero, como en casi todas las cosas que merecen la pena, esto es asunto de dos y es cuestión de compartir; y no estoy para saltar precipicios a ciegas, ni para ponerme una capa voladora para rescatar a quien no esté dispuesto a tirar también de mí. Por mucho que le quiera. Por mucho que crea querer, porque a veces las situaciones se confunden y acabamos encontrando sentimientos donde no hay más que conveniencia, o tiempo, o pasatiempo.
Y puede que, por alguna casualidad inútil del destino, o porque el karma ha decidido que te debe demasiadas como para no saldar a poquitos la deuda, aparezca en tu puerta lo que necesitas. Y que esté bien, y que no tengas porque sentirte culpable por abandonar lo que quieres, por lo que necesitas. Que puede que sea quererte más necesitar que querer, porque siempre te vas a necesitar, incluso los días que no te quieras. Así que cubrir necesidades a sonrisas y a arrumacos tibios puede no estar tan mal, aunque las sensaciones sean diferentes; pero, ¿cómo no van a serlo? Dos pieles no reconocen igual, de la misma manera que la presión de diferentes manos sobre mi espalda provoca cataclismos diferentes; pero la base de la diferencia, como casi siempre, está en las expectativas. Que el querer hace que se generen idealismos que, de primeras, la necesidad no puede cubrir; aunque puede ser porque no estamos tan predispuestos a darle una primera oportunidad a alguien cuando podemos darle una segunda a otro. Que dicen que es mejor malo conocido que bueno por conocer.
Pero al final, nos acabamos cansando del malo, por mucho que queramos; que nos acaba sacando lo que escondemos noche tras noche entre sollozos, y nos absorbe lo mejor que tenemos hasta el punto que no somos capaces de reconocer nuestra propia esencia. Y sin esencia vagamos vacíos, como quien pierde su duende a cambio de sabe quién qué. Y el bueno es una posibilidad demasiado tentadora con alguna que otra posibilidad de acabar dejándonos, simplemente, ser. Y eso es muy importante.
Así que, por una vez, vamos a escuchar a nuestro propio cuerpo, que por algún motivo ha sido capaz de sobrevivir aguantándonos todos estos años; vamos a dejar que nos enseñe algo, y a concederle la necesidad de ser, sin restricciones del querer. Que, de momento, la sensación es satisfactoria; que no hemos salido huyendo por patas, que nos hemos acomodado y nos hemos dejado hacer. Y hacía demasiado que no lo hacíamos, y era necesario. Puede ser que el querer ya no sea tan fundamental que, aunque esté bien arriesgar e intentar, nos necesitamos para seguir en pie día tras día. Y no es que me esté conformando con una segunda opción, ni mucho menos; que puede que haya dado con la mejor de las casualidades, y parece que estoy aquí relamiéndome un día más las heridas. Para nada. Simplemente, estoy dando una oportunidad dejando marchar otra a la que llevo aferrándome yo sola demasiado tiempo. Y no es que le esté dando una oportunidad, es que simplemente me estoy dejando llevar sin saber muy bien a donde; y el vértigo es una de las mejores sensaciones del mundo, creedme. Y ya no hablemos de la adrenalina, ni de lo vacío que se siente ahora el hueco de mi clavícula sin suspiros cargados de intenciones en él. Eso me lo guardo para otro día, cuando la necesidad se vuelva a imponer.
En definitiva, que vamos a necesitarnos durante un rato. Luego ya nos querremos, sin dejar de necesitarnos, y nunca dependiendo. Los principios siguen grabados a carne viva, no os preocupéis. Simplemente, vamos a dejarnos hacer hasta que sepamos que es lo qué estamos haciendo, y ya veremos. Casualidades de la vida, creo que le llaman.