Puede ser que nos pongamos demasiados retos, demasiados obstáculos a saltar cuando en realidad, preferimos tener los pies en el suelo. Porque somos seres de costumbres, de pequeños detalles que se repiten periódicamente, dando sensación de placer atemporal, de seguridad imprecisa e totalmente variable. Porque es imposible tener todos los cabos sujetos y bien amarrados, cuando el mar no cesa ni un solo minuto. Pero, de todas maneras, seguimos encerrados en esa idea milenaria de que estamos mejor con las cosas bajo seguro, revisando todas las respuestas, y rehaciendo cuentas, no vaya a ser que nos hayamos llevado alguna de más.
Pero una vez que somos capaces de ver más allá de la comodidad que puede dar sentirse con todo bajo aparente control, surge el problema de ver lo que anhelamos en una dimensión completamente distinta. Es el gran fallo de los soñadores empedernidos, que son tan ridiculizados por cualquiera: nadie es capaz de ver que, lo que ellos creen desdibujar entre torres de oficinas, paraísos fiscales exclusivos, trajes almidonados y postureos varios; realmente existe. Simplemente, hay que tener el valor de pedirlo en voz alta, sin que importe quien te escuche, quien pueda opinar sobre ello. Porque, una vez que te atrevas a dejar de seguir los moldes pre-establecidos, lloverá. No, no me considero la mujer del tiempo, adivina o poseedora de la sabiduría ancestral de los que conocen el tiempo con solo respirar profundamente. Pero os puedo asegurar que lloverá. Primero risas, porque nadie será capaz de tomar en serio algo que consideran fuera de lugar; después, críticas varias, al darse cuenta de que, de todas formas, vas a seguir con tu propio camino, pese a que nadie esté de tu parte. Y si sigues así, posiblemente tantees el terreno de las amenazas. Y es entonces, justo entonces, cuando sabes que tienes razón. Porque tienen miedo; miedo de lo que estás diciendo sea verdad, de que todo a lo que se aferraban para no volverse insanamente dementes por la contracorriente haya desaparecido de un día para otro, de mano de alguien que no valía un centavo. Pero, simplemente, es lo que sucede. Y así, sabes que llevabas la razón. Que ahora, eres intocable, por muy inmoral que parezca que lo digas tu mismo.
El problema, como todo, radica en el momento en el que pecas de arrogancia. Cuando crees que tienes conocimiento de todo, de todos, y que tu palabra vale más que el resto. Que piensas que ya tienes todo hecho, que solo queda sentarse de brazos cruzados y saborear todo lo que has conseguido. Pero, si piensas en el chico soñador de ojos verdes que miraba de más y volaba de menos, en ese que eras cuando comenzaste, ¿qué pensarías de lo que eres ahroa? Uno más, uno de esos burócratas que viven por y para su ombilgo, sin importarle de que, a su alrededor, le crezcan los enanos, con ansias de derrocarlo, ya que sus ideas son demasiado anticuadas, demasiado banales como para seguir siendo las superiores.
Con esta reflexión, más propia de un psicólogo que de una filósofa de bar, quiero poner en manifiesto que, ahora mismo, estamos en el mismo nivel. Me gustaría ser capaz de decirtelo en persona, de tener el valor de poder decir todo lo que se me pasa por la cabeza cuando te veo, cuando inundas la sala con una prepotencia que jamás creí que sería capaz de presenciar y aguantar. Ni siquiera sé el por qué de molestarme en escribir esto, cuando sé perfectamente que no lo vas a leer jamás; primero, porque me voy a encargar de ellos, y segundo, porque te parecerá algo que no merece la pena. Pero lo cierto, es que sería digno de que lo leyeras: porque sé de sobra como reaccionarias. Te pondrías a la defensiva, atacarías el primer defecto físico que se te pasará por la cabeza, y guiñarías un ojo, queriendo quitarle importancia, haciendo tuya la situación.
Tengo demasiado calados a los que son de tu talla, jefe. Y, como siempre, estoy dispuesta a dejarlo pasar, hasta que llegue a un extremo en el que no soporte estas tonterías y estas niñerías, y la cosa estalle. Un error lo comete cualquiera, pero a mi este me está saliendo muy caro. Y, por si no lo sabes (y supongo que no), yo soy de las que las mata callando, y la que tiende a dar la vuelta al juego cuando todo el mundo lo daba por olvidado.
Rencorosa, no; pero tampoco olvido, ni voy a dejar pasar mi oportunidad. Primer aviso.