jueves, 17 de septiembre de 2020

 


Yo no me voy de las personas ni de los lugares, yo huyo de ellos. Acabo agrietándolos, retorciéndolos y destrozándolos hasta que no me queda más remedio que odiarlos, y sentirme esclava del reloj y de las calles, de los silencios y de las muchedumbres; y huir. Porque no soy capaz de asumir que un ciclo ha terminado, que necesito moverme y alejarme por mí misma, que lo que busco es un motivo. Una salida de emergencia. Que me den la razón. Darme la razón. Y sentir que yo no he tenido la culpa, que la caja se ha quedado pequeña, que he sido yo quien se ha sacrificado. Si, puedo haberme sacrificado y haber sido la que se ha marchado porque no podía aguantar más las llamas en los tobillos, pero tengo que darme cuenta de que he sido yo quien lo ha empapado todo con gasolina y ha prendido la cerilla. 

Y es duro verse repitiendo los patrones. Es difícil mirarse al espejo, sin poder respirar, sin dormir, fustigándote los sentimientos día tras día, haciendo tergiversarse tu propia realidad por el mísero hecho de que no eres capaz de afrontarte a ti misma. Que esta evocando lo que hay en tus entrañas en una ciudad, en una persona, en un sentimiento, en un sofá. Para poder abandonarlo a su suerte y no tener que enfrentarte a lo que realmente es el problema. Para posponerlo unos años más. Para seguir pensando que es el resto los que luchan contra ti, los que no te escuchan, los que te hacen daño. Que tú estás bien, estás a flote, has sobrevivido. Pero has sobrevivido a lo que tú misma te has hecho por no querer admitir que te has quedado sin escusas.

No sé cómo parar. Porque nunca he sido capaz de salir de este círculo. Después de huir, me creo que he mejorado, que todo lo malo ha quedado atrás (cuando, en realidad, lo cargo a las espaldas), y que he aprendido la lección. Que la próxima vez, no será igual. Que he madurado. Que sé lo que quiero. Y empiezo a coger carrerilla. Primero al caminando rápido, luego al trote, luego corriendo, más y más, sin parar, sin dejar que las punzadas en las costillas me frenen, hasta sentir que casi puedo volar. Más y más. Hasta que ya no puedo parar. Y el hostión resuena en mis sienes. Y vuelvo a recoger mis lápices y salgo huyendo. Y en estas historias, yo soy la mala, y lo asumo y lo escondo para seguir reafirmándolo. Pero nunca le planto cara. Porque cuando lo intento, peor se vuelve todo. Porque cuando soy capaz de intentar cuestionarme que es lo que estoy haciendo, ya ha empezado a arder el sofá. Y no puedo quedarme ahí, luchando contra mi misma, cuando empieza a hacerse difícil respirar, cuando ya no quedan fotos que mirar. Y mientras me debato entre salir corriendo o seguir gritando al espejo, aprovecho para avivar más el fuego. No vaya a ser que siga dudando. No vaya a ser que esta vez no me escape de esta conversación. No vaya a ser. No vaya a ser que por fin lo asuma.

Pero es cierto que estallo. Es cierto que me consumo. Es cierto que me ahogo en sueño y me asfixio al pensar. Todos y cada uno de mis sentimientos son reales. Y todos y cada uno de ellos me los he provocado yo. 


Porque lo más tóxico que hay en mi vida,

Lo que no me deja ser quien creo que soy,

Lo que me hace huir y correr y seguir escapando,

Soy yo.