sábado, 27 de diciembre de 2014



Comprendo y comparto que ahora mismo, el amor no era lo que fue. No podemos comparar las relaciones de hoy en día con la de nuestros padres, y mucho menos con las de nuestros abuelos. Todo cambia, se actualiza; es necesario formatearse para comprender en que liga estamos jugando, y comenzar a anticiparse a la siguiente. Sí, soy una fiel seguidora de que los conceptos por los que se rige el mundo están en constante evolución. Pero todo tiene un límite, de igual manera que todo tiene un fundamento.
Me explico. Pero antes doy gracias a tener el ordenador siempre a mano en Navidades, porque si no, todo estoy que ahora mismo estoy sintiendo se hubiera archivado en algún lugar oscuro de mi ser, y no hubiera salido a la luz hasta dentro de mucho tiempo. Estoy escribiendo una exclusiva.

La verdad, es que puede ser verdad que todos somos iguales. Que somos unos capullos integrales, pero cada uno aportando su toque personal. Que para algo somos "seres especiales". A tomar por culo esa filosofía: estamos cortados todos por el mismo patrón, y hemos mamado de la misma madre televisión. Sabemos que ser infiel, hoy en día, es más barato que arriesgarse a amar. Pero no por ello es el motivo de mi indignación; porque yo he probado, he pecado, y me he santiguado después más que nadie. Bueno, puede que haya mucha gente que me supere, pero esto no es lo que viene ahora al caso.
Crees que conoces a alguien. Crees en esa conexión que vence kilómetros, en ese afecto que no se puede expresar con palabras, en esa complicidad que solo el mar entiende. El mar, que se acerca y vuelve atrás, pinchando y tentando, gozando de los pequeños instantes de contacto y recordándolos cuando la marea vuelve atrás, a la normalidad. Hablo de los salvavidas que alguien tira cuando se cree que todo está perdido. Hablo de mi misterio de verano, de nuestros planes, y de su última gran ocurrencia. Lo que yo pensaba que era algo firme, de verdad, maduro -sobre todo maduro-, se ha vuelto a quedar en el tintero. Cuanto necesito una botella de vino. O dos. Y quizás me vuelva al tequila, al fin y al cabo. 
Sí, soy la primera en afirmar que una relación a distancia es una forma suave de decir "me he ido, en el momento de despedirnos lo eras todo, no sé como voy a actuar fuera, en dos meses tendremos tantos cuernos que nos vamos a poner rascar la espalda el uno al otro en la distancia, si te lo cuento sé que se va a acabar, mejor no te lo cuento, mira tu por donde acabo de empezar una nueva relación, te pongo al día en cuanto vuelva en Navidad". Lo afirmo, lo secundo y lo comparto. Soy la primera en decir que eso no funciona, y que no hay que aferrarse a ello. Nunca hemos dicho que "estuviéramos juntos", ni mucho menos. Tú estás en tu sitio, con tu pescado, tu mundo a medio destruir, y causando más destrozos. Y yo estoy en el mío, sobreviviendo día a día, e intentando soñar con algo bonito, para por lo menos tener un poco de paz con los ojos cerrados. Y como personas maduras que -creía que- éramos, nos sonreímos el volver a vernos. Y llegó mi vuelta a casa.

Y aquí empieza el pequeño gran cambio de mi modo de verte. Tú, el que prometías ser adulto, el de conversación concreta, pensamiento firme, voz melosa y acento divino; tú, el mismo. O eso creía yo. El chico que se preocupa de si los hombres me tratan, como mínimo, tan bien como lo hizo él; el chico que se ofrece en recorrer medio país para compartir unas horas, unas rocas, miradas cómplices y un poco de lo nuestro. El mismo que ya estaba planificando mi entrada en su mundo por la puerta grande.

Que quiere tenerme de nuevo, y que tiene novia. Bueno, "chica".

Toma regalito de Navidad. Junto con un "mejor recuerdo de verano, e incluso del año" como premio de consolación. No tengo motivos para ofenderme: él tiene su vida, yo tengo la mía, y nos dedicamos a compartir momentos (y qué momentos) cada vez que podemos. Estoy que muerto por ella, por la "chica"; porque sé lo que es enamorarse de él. Sé como es que se fije en ti, que te susurre al odio, que te mire con ojos que esconden mundos, y que te baje a los infiernos, día sí, noche también. Sé lo que es que consiga que cierres los ojos y que te dejes perder, que te sientas conforme contigo misma, que pienses que no es como el resto. Sé lo que es su forma de morderse el labio después de hacer algo que le gusta: un trago, una calada, un beso. Todos los besos. Y todos y cada uno de los mordiscos.
Sé lo que es, porque yo he estado ahí. Y sé lo que es, porque soy como él. 

Así que estoy enfadada por ella. Por esa chica que hizo la única cosa que no puedes hacer con alguien que es como yo: confiar en él. No-puedes. Bajo ningún concepto. ¿Por qué? Porque en el fondo, siempre va a buscar algo que tu no le vas a poder dar; no me malinterpretes, porque tu tendrás algo que yo no tenga, y a él le vuelva loco. Pero piensa, "chica", que siempre va a haber algo en ti que no se lo aportes como lo haga yo, o la otra, o la otra.
No te hecho la culpa, y tampoco se la hecho a él. Simplemente, cuando alguien se entrega a nosotros, queremos consumirlos, abosorber todo lo que tiene. El problema, es que no sabemos parar: una vez que hemos conseguido que se desarmen delante de nuestros propios ojos, esperamos que haya una capa más por conquistar. Y en el momento que no la hay, caemos del mundo al que nos eleváis, y nos damos cuenta de que seguimos igual de rotos que antes. 
Y buscamos a alguien nuevo, a alguien sin descubrir, que no sabemos lo que nos puede hacer, ni dar; para que se aventure a lamernos las heridas.


Pero, por si te sirve de consuelo, tu también has sido lo mejor de mi verano, y de mi año. La diferencia es que esperas que lo seas también el año que viene, y eso, chico, está por ver.

martes, 16 de diciembre de 2014



Hora de cerrar las alas, y las piernas, para poner rumbo a casa, de nuevo. Bueno, lo de las piernas es algo bastante relativo, porque lo que viene siendo este año, se ha coronando como un cúmulo de horas perdidas entre ciclos inversos que vuelven para crear cataclismos, frío de biblioteca oscura que nadie está dispuesto a solucionar, y noches demasiado cortas que han acabado con colapsos mentales, sin nada en claro al día siguiente. Así que, simplemente, es hora de volver a casa. 
Por primera vez desde que estoy fuera, tengo muchas ganas de coger ese avión, y de aterrizar. Por primera vez, no tengo miedo a ver que es lo que me voy a encontrar. Es raro, pero estoy en paz conmigo misma. No, no soy feliz; todavía no lo soy, porque todavía hay demasiados recuerdos, y demasiados momentos en los que una rompe a llorar sin saber muy bien porque. Pero estoy tranquila, serena, conforme. Apática, quizás. Volviendo al punto muerto. Porque quizás, simplemente, sea eso; que después de dos años, me estoy volviendo a encontrar. Porque recuerdo cuando fue la última vez que me sentí así de vacía, de intranscendente, de nula. Diciembre de 2012, final de la primera terrible ronda de exámenes del último curso de mi vida en casa.
Ocho de la tarde, o quizás antes. No tengo ni idea; sé que ya estaba todo oscuro, pero con este horario de invierno nadie es capaz de ponerse de acuerdo. No sé de donde venía, quizás del supermercado, o no sé. Ni idea. Sé que era mi primera tarde libre, que solo me apetecía meterme en cama para desconectar, y que, de repente, me quede parada en mitad de la calle. Y me di cuenta. No tenía nada que hacer, no había nadie que me estuviera esperando. Hacía tres meses que me habían roto el corazón, y no me había dado cuenta. Porque, sin darme cuenta de lo que había pasado, ya lo había superado. Esa fue la última vez que salí de un bloqueo emocional, como yo le llamo a esa falta de respuesta por mi parte; con pequeños descansos a esta frivolidad las noches en las que los vasos no tienen fondo, o en las que aflojaba el ritmo y me permitía dos minutos de escucharme.

Y sí, creo que voy a salir de este nuevo bloqueo emocional. Aunque no creo que esté preparada para enfrentarme a todo, todavía; pero en algún momento hay que hacerlo. Supongo. Sí, en algún momento hay que volver, y darle al play de nuevo. Y ver como todo se vuelve a caer en pedazos, arañándote los pies desnudos. Pero tomar aire, una y otra vez, convenciéndote de que todo acabará pasando. De que es un mal sueño. Pero, ¿esto no es lo que llevo haciendo todo este tiempo? Si, y no me voy a dar cuento de que es una triste pesadilla, porque es real. Es tan real que corta la respiración solo de pensarlo, que es imposible detener la cascada de verdades que recorren las puntas de mis dedos con tan solo susurrarlo en el silencio de la noche. ¿La solución? No lo sé, y repito que no estoy preparada para ello. ¿Me voy a hacer daño? Mucho. ¿Estoy tranquila? Como nunca antes.

Si algo he hecho en estos dos años, a parte de aprender a llevarme bien con mi dulce soledad voluntaria, es crecer. No reconozco a la chica que era hace dos años, y a sus problemas. Casi ni comparto los ideales con la persona que era el año pasado. Lo que tengo claro es que esto sigue girando, y lo único que puedes hacer es adaptarte como puedas. Renovarte o morir, creo que dicen. Pero yo he crecido, y me he hecho a mi misma. No sé como, pero siempre me acabo sacando las castañas del fuego. 
Así que, en este punto en el que creo que he llegado, sé que hay que afrontar los errores, pero sin arrepentirse de ellos, y no pedir perdón. Porque nadie puede pretender que te arrepientas de algo que no has hecho tu misma, que lo ha hecho alguien que ya no existe. Así que, quien quiera conocer lo que está sucediendo ahora, bienvenido sea; y quien quiera cerrarse en banda por lo que sido, también.

Porque, por primera vez, estoy tranquila. Porque voy a afrontar todo lo que he dejado atrás, ya sea por decisión propia, o por fuerza mayor. No sé como lo haré, y el momento tendrá que hablar por mi en muchas ocasiones. Pero no me voy a esconder, no me voy a callar, y no voy a dejar de pisar fuerte.