No me gusta no saber que va a pasar. Quiero todo calculado, de manera exacta, sin dejarse llevar más que lo justo. Ser la mejor, porque ya he ganado a ello. Por eso me da miedo la oscuridad, porque no sé lo que hay delante; me dan miedo las despedidas, porque no sé que toca después. Quiero conocerlo todo antes que nadie.
Pero luego, llegas tú, y desmontas mi torre de marfil, casi sin pedir permiso, abriéndote paso en movimientos lentos, cálidos y seguros, para que no tiemble y me derrumbe. A susurros, haces que desaparezca todo en lo que me escondo; podría decirse que me confundes, que eres capaz de hacer que deje de pensar, de analizarlo todo. Y todo ello, sin dejar de sonreír, de mirarme como si se detuviera el tiempo, o quizás me parecía a mi. Desbastando mis planes, mis ilusiones y fantasías de final feliz, adaptándolo a algo más real, más cercano para rozar despacio, sin prisa. Porque por tener, teníamos todo el tiempo del mundo, recortando los descansillos y las llaves que no llevan a ninguna puerta.
¿Y qué opino yo? Que ahora mismo, estoy cansada de darle vueltas a todo, buscar porqués, y no ilusionarme. Y solo quiero pensar que esto va a cambiarlo todo, por ilusa que parezca. ¿Miedo? Puede, rompiendo la norma de nunca tengas miedo; ¿miedo a qué? A perder, a perderme, a perderlo todo. Porque quedan dos semanas, dos regalos de un ciclo macabro que viene a reírse. La verdad, últimamente el karma me las está devolviendo todas, de una manera más o menos irónica, porque no son puñaladas de veneno; son puñaladas con amor. Quizás, porque se ha dado cuenta de que como hagan daño, me voy a acabar rompiendo de verdad. Y no creo que me lo merezca, tampoco.
Noches para no pensar, mañanas para reflexionar.