domingo, 29 de noviembre de 2015



No somos un pedazo de carne, que usar cuando no haya paños limpios ni mantas cálidas, para sanarnos las heridas y curarnos el ambiente. Ni los somos, ni merecemos que alguien nos trate como tal. Somos mucho más y, aunque tengamos la misma necesidad de cariño, amor, y puto calor humano, no tenemos que ir menospreciando a la razón, e intentando ganar la partida a base de buenas palabras e intenciones de doble filo. 
O por lo menos, que no lo intenten conmigo.
Odio que solo se me quiera, se me haga caso, o se me escuche cuando le conviene al títere de turno. Soy más que un pasatiempo, que un momento fugaz de felicidad, que alguien con quien pasar un buen rato y, si te he visto, no me acuerdo. No estoy hablando de sexo, ojo; estoy hablando de crear un vínculo emocional con alguien, destrozarlo, y luego pretender saltar sobre el abismo con la inocente ilusión de que alguien te va a recoger; no puedes crear y destrozar, seguir mi puñetera filosofía, y después pretender adaptarla a unos principios éticos, morales, o de mínimo respeto, de los que careces. Esto no me lo merezco yo, ni se lo merece nadie. Y estoy harta de darme con un canto en los dientes cada dos por tres, sobre todo cuando doy algo más que sarcasmo y humor barato de cerveza fría. Porque aquí todos somos graciosos, geniales y míticos, hasta que nos quedamos a solas y toca comenzar a hablar con algo más que con lo que se nos calienta entre las piernas; entonces, es cuando sale a relucir lo que hay por debajo de las capas de orgullo, chistes simples, y risas tontas. Entonces, es cuando deberíamos de ser capaces de distinguir quienes son los que merecen la pena, y quienes solo están intentando ser lo suficientemente interesantes para poder retenerte un rato más, y calmar durante unos instantes el maremoto en el que intenten convertir su triste vida, para hacerla un mínimo de interesante para poder engatusar a alguien. 
Estoy harta.

¿Es tan complicado ser capaces de ir con la verdad por delante? Porque a mí que me registren, pero no se donde está instalado este mercadillo que vende el vidotutorial de "como-ser-un-puto-gilipollas-de-dos-caras". Porque parece ser que ya nadie merece la pena para ser algo más que un puñado de tensión sexual sin resolver, y que solo se nos quiere cuando es conveniente, o cuando el frío aprieta. Y aquí es cuando yo comienzo a desesperar, a indignarme y le prendo fuego a nuestra cama. Y mando a todo el mundo a la mierda, sobretodo a aquellos que no se lo merecen. Pero es que no es normal que, cuando se supone que ya somos adultos incipientes, sigamos jugando al escondite con las emociones, y con las apariencias. Es incluso más infantil que cuando yo cojo los bártulos y salgo huyendo. Y eso es lo que provoca que me vaya encontrando con tantas piedras por el camino; que ya prefiero ni intentar caminar. ¿Para qué? Si total, todos son iguales, todos buscan lo mismo, y yo no les voy a dar el gustazo de sacarlo de mí.
Este mundo se rige por normas básicas de principio animal, y por mucho que nos empeñemos en darle la vuelta e intentar se mínimamente racionales, el equilibrio es imposible. Porque por lo que llevo visto en estos veinte años de vida, los leones que cupulan en el zoo tienen más respeto, o más sentido común.

Si me has dado la patada, no pretendas que vuelva a casa por Navidad. No me trates de turrón. No. Si en su momento decidiste darme el portazo en las narices, y joderme todo lo que había avanzado al salir del cascarón, no pretendas que no esté "rara". No, no estoy enfadada. No, contigo no me pasa nada. Solo que no quiero saber nada de ti. No es que me hayas hecho daño, porque nunca fuimos nada, pero no me fío de ti. No lo hago ahora, y nunca lo voy a hacer. Puedo seguir sonriéndote, puedo seguir ayudándote en lo que necesites, y puedo sentarme en la misma mesa que tu; pero del comecome que voy a tener dentro cada vez que te tenga delante, no te vas a librar en la vida. No, no es ser falsa, es tener un mínimo de respeto. 
Cosa que no me importaría que me tuvieran a mi, para empezar.
¿Qué saco de beneficio de esto? No volver a abrirme en mucho tiempo, de nuevo. Seguir siendo un puto alma en pena, arañando calor por los rincones y escondiendo la cabeza al día siguiente. ¿Por qué? Porque es la única manera de sentirse algo mejor, sin tener que sentir lo más mínimo. Porque estoy harta de toda esta mierda, y porque no me lo merezco; ni yo, ni nadie. Porque luego nos quejamos de lo que somos, y no nos gustamos; pero hay que tener en cuenta que no toda la culpa es nuestra, sino porque hacemos unas elecciones de mierda. Y siempre acabamos escogiendo aquello que, en vez de hacernos sentir mejor, nos acaba hundiendo a largo plazo, sumiéndonos más en nuestro pozo de mierda personal. 

No voy a dedicarte ni un minuto más de mi tiempo. Solo espero que te sientas algún día igual de impotente como me estoy siendo yo ahora mismo. Y me da igual que te comportes así porque en su día te hicieron daño; a mi también, y a todo el mundo, y no por ello vamos jodiendo al personal ni intentando funanbulismos imposibles con sensaciones que ya están enterradas, cuando te has tomado la puta molestia de mandar todo a la mierda a la primera de cambio. Siento que la vida no te esté tratando bien, o lo que sea que te puto moleste; pero no es mi problema. Es el tuyo, y si algo he aprendido, es que cada uno tiene que cargar su mierda, y dejar al resto en paz. Tu vida, la mía, y una barrera de hormigón entre medias. Y si lo que pretendes ahora es pasarme algo de tu motón, recuerda que en su momento, te encargarse de picar un boquete en la pared, para luego tirar la bomba y sellar la abertura. Dejándome al otro lado con el estallido final, y sin opción de salir.
Y eso, amigo, no es precisamente tener respeto,
ni cariño,
ni amor propio.

Es ser una puta mierda. Tanto de persona, como de ser racional. Sobre todo, una mierda de persona.




lunes, 16 de noviembre de 2015



No podemos dejar de preguntarnos si estamos haciendo lo correcto en cada pequeña decisión de este ciclo sin fin de trazos sin sentidos a los que nos enfrentamos cada mañana, al deslizarnos de la cama dispuestos a recorrer las horas que nos hemos ganado lo más rápido posible. Para no sentir nada más allá de lo que se nos está permitido entre las bocanadas de aire que nos toca por ración; porque si dejamos que interfiera en el patrón algo más de lo necesario, es cuando la balanza cede ante el peso de las consecuencias.
Con el paso del tiempo, te das cuenta de que tienes que mirar por ti de por el resto; porque has aprendido, a base de hostias, moratones, decepciones y mordeduras de lengua que, si no apuestas tu, no cuentes que nadie vaya a hacerlo por ti. Y es lógico; ningún gilipollas apostará por un caballo perdedor. Pero también te das cuenta de que no sirves para ir machacando al personal para abrirte paso entre la multitud de cadáveres, devorando el mundo con los sentimientos enterrados en lo más profundo de las entrañas. Porque pueda que sea verdad que conviertes en veneno todo lo que tocas, pero no por ello vas a ponerte como meta destruir todo lo que alcanza la vista.

Con esto me refiero a que, a veces, simplemente no sabes que hacer. No sabes si arriesgar, si quedarte tal y como estás y arrepentirte de ello más tarde; o si dejar que sea el destino el que siga tirando los dados por ti, a ver si esta vez por fin se decide a sonreírte un poco. Porque mover los hilos puede ser una sensación increíble, pero no cuando tienes miedo a tirar de más. Hay cosas que, quieras o no, son intocables; que tienen un pacto oculto que no sabes ni como se ha forjado, ni recuerdas en que momento te decidiste por firmar el tratado. Y aquí, a lo que nos estamos enfrentando es a la decisión de arriesgar todo a ciegas, sin saber si quiera si el premio merece la pena. Y con la indecisión de si siquiera intentar probar con la punta de los dedos el agua, no vaya a ser que nos empujen por detrás, nos enganchen por delante, o simplemente nos tiremos al vacío. Sin asegurarnos de que haya agua, para empezar. Y no es motivo de coña, porque ya lo hemos hecho más de una vez, y ya vemos lo bien que ha salido.

Como todo, supongo que esto será cuestión de hablar las cosas. De poner todas las cartas encima de la mesa, explicar que es lo que pasa por tu mente, tus entrañas y tu instinto, y esperar que las partes implicadas ni se escandalicen, ni pierdan los papeles. Y, sobre todo, que no se levanten y se marchen dando un portazo. El problema, además de las perspectivas negativas de esta comedura gratuita que viene a arruinarme la noche de domingo de velas e incienso, es que esto no se me da nada bien.

No se me da bien hablar de mí, no se me da bien hablar de sentimientos. No se me da bien hablar de perspectivas, de motivos, de incertidumbres y de temores. No se me da bien ir con la verdad por delante, porque me da la sensación de estar regalando al portador mis últimas migas de poder. Y poder es seguridad, y seguridad es la pieza clave que me mantiene a flote cuando todo se va a la mierda. No se me da bien reconocer que tengo miedo, y no se me da bien asegurar que tengo pánico a volver a hacerme daño. No se me da bien decir que estoy perdida, sin saber dónde, ni con quién. No se me da bien confesar que le tengo pánico al "qué dirán" y que eso me priva de hacer todo lo que quisiera y decir todo lo que me gustaría.
Y, por supuesto, no se me da bien pedir ayuda. Auxilio. Una mano amiga que me de, cuanto menos, una palmada en la espalda para decir, con una sinceridad tan plena y pletórica que casi no parezca real, que no pasa nada, que todo está bien, que me entiende, y que ya se encarga de poner la red y preparar el botiquín para cuando la hostia sea inminente, y esté atada de pie y manos. 
Pero claro -siempre hay un pero-; para ello, tengo que ser capaz de, por lo menos, abrir la boca y ser capaz de decir todo esto, sin sentirme tan culpable que me muerda el labio antes de que comiencen a fluir las palabras.

Maldita la hora en la que aprendí que mis problemas, son míos y de nadie más. Maldita la hora en la que asumes que el resto miran por ellos mismos, y que tu solo formas parte de sus vidas cuando necesitan algo; y que, inocente de ti, siempre vas a tener preparada una frase de aliento o un consejo para que lo expriman. Y aún sonreirás al no recibir nada a cambio. Porque las hostias parece ser que las regalan, y que a mi me encanta coleccionarlas; porque sino, ya hubiera aprendido hace tiempo.
Y me hubiera alejado de todo esto.
Y no confiaría tanto.
Y no dolería.
Y sería fácil.
Pero, como siempre, nos gusta lo difícil. El "creer lo mejor de la gente, sacarlo, crear una historia preciosa, y huir cuando nos agobiamos con nuestra creación". Vamos, mi crear-para-destruir de toda la vida. Para luego curarse las heridas soñando con Vetusta, y pensar en futuros inciertos y realidades paralelas, mientras alguien pierde los días consumiéndose en café e ilusiones fugaces de las que hay que deshacerse antes de que sea demasiado tarde. Porque, para quien no crea todavía, a día de hoy, en mi filosofía de huir cuando las cosas se ponen serias, o cuando son demasiado bonitas para ser ciertas, o demasiado fáciles, o demasiado como-suenan-en-mi-cabeza justo antes de dormir; que lo intente, al menos una vez.
También os aviso que, una vez hayáis probado a ganar por retirada, no vais a poder solucionar ninguno de vuestros problemas de ninguna otra manera. Porque no hay mejor sensación que el placer momentáneo de dejar cabos sin atar, posibilidades abiertas, y frases en el aire; hasta que ese mundo de castillos de arena se deshace en tus manos, e intentas encontrarle sentido a todo, sin conseguir nada más allá que miradas vacías y desnudos improcedentes.

Porque no hay ninguna sensación que supla el haber sido querido, o el haber querido con todo tu ser; aunque te dieras cuenta demasiado tarde. No. No hay nada mejor. Y os lo intenta explicar alguien que lo ha probado todo. Porque mataría por volver a sentir todo eso, en vez de ir buscando miradas fugaces entre cervezas tibias, para luego huir sin preguntar siquiera el nombre. Y dejando los pendientes por el camino. Y la autoestima, que normalmente tardas unos días en darte cuenta que la has dejado atrás. Para volver a las mismas unos días después. 

No sé que quiero hacer.
Solo quiero hacerlo bien.
Por una vez.
Y dejar de equivocarme siempre.
Que vale que los exámenes tipo test no se me den bien, pero aquí nos estamos jugando mucho más.