No somos un pedazo de carne, que usar cuando no haya paños limpios ni mantas cálidas, para sanarnos las heridas y curarnos el ambiente. Ni los somos, ni merecemos que alguien nos trate como tal. Somos mucho más y, aunque tengamos la misma necesidad de cariño, amor, y puto calor humano, no tenemos que ir menospreciando a la razón, e intentando ganar la partida a base de buenas palabras e intenciones de doble filo.
O por lo menos, que no lo intenten conmigo.
Odio que solo se me quiera, se me haga caso, o se me escuche cuando le conviene al títere de turno. Soy más que un pasatiempo, que un momento fugaz de felicidad, que alguien con quien pasar un buen rato y, si te he visto, no me acuerdo. No estoy hablando de sexo, ojo; estoy hablando de crear un vínculo emocional con alguien, destrozarlo, y luego pretender saltar sobre el abismo con la inocente ilusión de que alguien te va a recoger; no puedes crear y destrozar, seguir mi puñetera filosofía, y después pretender adaptarla a unos principios éticos, morales, o de mínimo respeto, de los que careces. Esto no me lo merezco yo, ni se lo merece nadie. Y estoy harta de darme con un canto en los dientes cada dos por tres, sobre todo cuando doy algo más que sarcasmo y humor barato de cerveza fría. Porque aquí todos somos graciosos, geniales y míticos, hasta que nos quedamos a solas y toca comenzar a hablar con algo más que con lo que se nos calienta entre las piernas; entonces, es cuando sale a relucir lo que hay por debajo de las capas de orgullo, chistes simples, y risas tontas. Entonces, es cuando deberíamos de ser capaces de distinguir quienes son los que merecen la pena, y quienes solo están intentando ser lo suficientemente interesantes para poder retenerte un rato más, y calmar durante unos instantes el maremoto en el que intenten convertir su triste vida, para hacerla un mínimo de interesante para poder engatusar a alguien.
Estoy harta.
¿Es tan complicado ser capaces de ir con la verdad por delante? Porque a mí que me registren, pero no se donde está instalado este mercadillo que vende el vidotutorial de "como-ser-un-puto-gilipollas-de-dos-caras". Porque parece ser que ya nadie merece la pena para ser algo más que un puñado de tensión sexual sin resolver, y que solo se nos quiere cuando es conveniente, o cuando el frío aprieta. Y aquí es cuando yo comienzo a desesperar, a indignarme y le prendo fuego a nuestra cama. Y mando a todo el mundo a la mierda, sobretodo a aquellos que no se lo merecen. Pero es que no es normal que, cuando se supone que ya somos adultos incipientes, sigamos jugando al escondite con las emociones, y con las apariencias. Es incluso más infantil que cuando yo cojo los bártulos y salgo huyendo. Y eso es lo que provoca que me vaya encontrando con tantas piedras por el camino; que ya prefiero ni intentar caminar. ¿Para qué? Si total, todos son iguales, todos buscan lo mismo, y yo no les voy a dar el gustazo de sacarlo de mí.
Este mundo se rige por normas básicas de principio animal, y por mucho que nos empeñemos en darle la vuelta e intentar se mínimamente racionales, el equilibrio es imposible. Porque por lo que llevo visto en estos veinte años de vida, los leones que cupulan en el zoo tienen más respeto, o más sentido común.
Si me has dado la patada, no pretendas que vuelva a casa por Navidad. No me trates de turrón. No. Si en su momento decidiste darme el portazo en las narices, y joderme todo lo que había avanzado al salir del cascarón, no pretendas que no esté "rara". No, no estoy enfadada. No, contigo no me pasa nada. Solo que no quiero saber nada de ti. No es que me hayas hecho daño, porque nunca fuimos nada, pero no me fío de ti. No lo hago ahora, y nunca lo voy a hacer. Puedo seguir sonriéndote, puedo seguir ayudándote en lo que necesites, y puedo sentarme en la misma mesa que tu; pero del comecome que voy a tener dentro cada vez que te tenga delante, no te vas a librar en la vida. No, no es ser falsa, es tener un mínimo de respeto.
Cosa que no me importaría que me tuvieran a mi, para empezar.
¿Qué saco de beneficio de esto? No volver a abrirme en mucho tiempo, de nuevo. Seguir siendo un puto alma en pena, arañando calor por los rincones y escondiendo la cabeza al día siguiente. ¿Por qué? Porque es la única manera de sentirse algo mejor, sin tener que sentir lo más mínimo. Porque estoy harta de toda esta mierda, y porque no me lo merezco; ni yo, ni nadie. Porque luego nos quejamos de lo que somos, y no nos gustamos; pero hay que tener en cuenta que no toda la culpa es nuestra, sino porque hacemos unas elecciones de mierda. Y siempre acabamos escogiendo aquello que, en vez de hacernos sentir mejor, nos acaba hundiendo a largo plazo, sumiéndonos más en nuestro pozo de mierda personal.
No voy a dedicarte ni un minuto más de mi tiempo. Solo espero que te sientas algún día igual de impotente como me estoy siendo yo ahora mismo. Y me da igual que te comportes así porque en su día te hicieron daño; a mi también, y a todo el mundo, y no por ello vamos jodiendo al personal ni intentando funanbulismos imposibles con sensaciones que ya están enterradas, cuando te has tomado la puta molestia de mandar todo a la mierda a la primera de cambio. Siento que la vida no te esté tratando bien, o lo que sea que te puto moleste; pero no es mi problema. Es el tuyo, y si algo he aprendido, es que cada uno tiene que cargar su mierda, y dejar al resto en paz. Tu vida, la mía, y una barrera de hormigón entre medias. Y si lo que pretendes ahora es pasarme algo de tu motón, recuerda que en su momento, te encargarse de picar un boquete en la pared, para luego tirar la bomba y sellar la abertura. Dejándome al otro lado con el estallido final, y sin opción de salir.
Y eso, amigo, no es precisamente tener respeto,
ni cariño,
ni amor propio.
Es ser una puta mierda. Tanto de persona, como de ser racional. Sobre todo, una mierda de persona.