No podemos dejar de preguntarnos si estamos haciendo lo correcto en cada pequeña decisión de este ciclo sin fin de trazos sin sentidos a los que nos enfrentamos cada mañana, al deslizarnos de la cama dispuestos a recorrer las horas que nos hemos ganado lo más rápido posible. Para no sentir nada más allá de lo que se nos está permitido entre las bocanadas de aire que nos toca por ración; porque si dejamos que interfiera en el patrón algo más de lo necesario, es cuando la balanza cede ante el peso de las consecuencias.
Con el paso del tiempo, te das cuenta de que tienes que mirar por ti de por el resto; porque has aprendido, a base de hostias, moratones, decepciones y mordeduras de lengua que, si no apuestas tu, no cuentes que nadie vaya a hacerlo por ti. Y es lógico; ningún gilipollas apostará por un caballo perdedor. Pero también te das cuenta de que no sirves para ir machacando al personal para abrirte paso entre la multitud de cadáveres, devorando el mundo con los sentimientos enterrados en lo más profundo de las entrañas. Porque pueda que sea verdad que conviertes en veneno todo lo que tocas, pero no por ello vas a ponerte como meta destruir todo lo que alcanza la vista.
Con esto me refiero a que, a veces, simplemente no sabes que hacer. No sabes si arriesgar, si quedarte tal y como estás y arrepentirte de ello más tarde; o si dejar que sea el destino el que siga tirando los dados por ti, a ver si esta vez por fin se decide a sonreírte un poco. Porque mover los hilos puede ser una sensación increíble, pero no cuando tienes miedo a tirar de más. Hay cosas que, quieras o no, son intocables; que tienen un pacto oculto que no sabes ni como se ha forjado, ni recuerdas en que momento te decidiste por firmar el tratado. Y aquí, a lo que nos estamos enfrentando es a la decisión de arriesgar todo a ciegas, sin saber si quiera si el premio merece la pena. Y con la indecisión de si siquiera intentar probar con la punta de los dedos el agua, no vaya a ser que nos empujen por detrás, nos enganchen por delante, o simplemente nos tiremos al vacío. Sin asegurarnos de que haya agua, para empezar. Y no es motivo de coña, porque ya lo hemos hecho más de una vez, y ya vemos lo bien que ha salido.
Como todo, supongo que esto será cuestión de hablar las cosas. De poner todas las cartas encima de la mesa, explicar que es lo que pasa por tu mente, tus entrañas y tu instinto, y esperar que las partes implicadas ni se escandalicen, ni pierdan los papeles. Y, sobre todo, que no se levanten y se marchen dando un portazo. El problema, además de las perspectivas negativas de esta comedura gratuita que viene a arruinarme la noche de domingo de velas e incienso, es que esto no se me da nada bien.
No se me da bien hablar de mí, no se me da bien hablar de sentimientos. No se me da bien hablar de perspectivas, de motivos, de incertidumbres y de temores. No se me da bien ir con la verdad por delante, porque me da la sensación de estar regalando al portador mis últimas migas de poder. Y poder es seguridad, y seguridad es la pieza clave que me mantiene a flote cuando todo se va a la mierda. No se me da bien reconocer que tengo miedo, y no se me da bien asegurar que tengo pánico a volver a hacerme daño. No se me da bien decir que estoy perdida, sin saber dónde, ni con quién. No se me da bien confesar que le tengo pánico al "qué dirán" y que eso me priva de hacer todo lo que quisiera y decir todo lo que me gustaría.
Y, por supuesto, no se me da bien pedir ayuda. Auxilio. Una mano amiga que me de, cuanto menos, una palmada en la espalda para decir, con una sinceridad tan plena y pletórica que casi no parezca real, que no pasa nada, que todo está bien, que me entiende, y que ya se encarga de poner la red y preparar el botiquín para cuando la hostia sea inminente, y esté atada de pie y manos.
Pero claro -siempre hay un pero-; para ello, tengo que ser capaz de, por lo menos, abrir la boca y ser capaz de decir todo esto, sin sentirme tan culpable que me muerda el labio antes de que comiencen a fluir las palabras.
Maldita la hora en la que aprendí que mis problemas, son míos y de nadie más. Maldita la hora en la que asumes que el resto miran por ellos mismos, y que tu solo formas parte de sus vidas cuando necesitan algo; y que, inocente de ti, siempre vas a tener preparada una frase de aliento o un consejo para que lo expriman. Y aún sonreirás al no recibir nada a cambio. Porque las hostias parece ser que las regalan, y que a mi me encanta coleccionarlas; porque sino, ya hubiera aprendido hace tiempo.
Y me hubiera alejado de todo esto.
Y no confiaría tanto.
Y no dolería.
Y sería fácil.
Pero, como siempre, nos gusta lo difícil. El "creer lo mejor de la gente, sacarlo, crear una historia preciosa, y huir cuando nos agobiamos con nuestra creación". Vamos, mi crear-para-destruir de toda la vida. Para luego curarse las heridas soñando con Vetusta, y pensar en futuros inciertos y realidades paralelas, mientras alguien pierde los días consumiéndose en café e ilusiones fugaces de las que hay que deshacerse antes de que sea demasiado tarde. Porque, para quien no crea todavía, a día de hoy, en mi filosofía de huir cuando las cosas se ponen serias, o cuando son demasiado bonitas para ser ciertas, o demasiado fáciles, o demasiado como-suenan-en-mi-cabeza justo antes de dormir; que lo intente, al menos una vez.
También os aviso que, una vez hayáis probado a ganar por retirada, no vais a poder solucionar ninguno de vuestros problemas de ninguna otra manera. Porque no hay mejor sensación que el placer momentáneo de dejar cabos sin atar, posibilidades abiertas, y frases en el aire; hasta que ese mundo de castillos de arena se deshace en tus manos, e intentas encontrarle sentido a todo, sin conseguir nada más allá que miradas vacías y desnudos improcedentes.
Porque no hay ninguna sensación que supla el haber sido querido, o el haber querido con todo tu ser; aunque te dieras cuenta demasiado tarde. No. No hay nada mejor. Y os lo intenta explicar alguien que lo ha probado todo. Porque mataría por volver a sentir todo eso, en vez de ir buscando miradas fugaces entre cervezas tibias, para luego huir sin preguntar siquiera el nombre. Y dejando los pendientes por el camino. Y la autoestima, que normalmente tardas unos días en darte cuenta que la has dejado atrás. Para volver a las mismas unos días después.
No sé que quiero hacer.
Solo quiero hacerlo bien.
Por una vez.
Y dejar de equivocarme siempre.
Que vale que los exámenes tipo test no se me den bien, pero aquí nos estamos jugando mucho más.

No hay comentarios:
Publicar un comentario