miércoles, 10 de julio de 2013

Desaparecer.


Crecer implica mayores responsabilidades. Significa ganar más, exponiéndote más. Todo lo que hagas, tendrá repercusiones, y no siempre vas a tener alguien a tu lado para que te ayude a salir del apuro. Echarás de menos que tus padres estén ahí día tras día, apoyándote hagas lo que hagas, metiéndote en el lío que te metas. No, el ser pequeños no dura para siempre, por desgracia. Poco a poco te das cuenta de que el mundo de rosa en el que pensabas que vivías, donde no existe la maldad, los amigos son para siempre y las promesas se cumplen, no existe. Tampoco se desvanece poco a poco: hay un momento en el que el telón de cristal que nos protege cae sobre el suelo de repente, rompiéndose en mil pedazos, mientras tu no puedes hacer nada; ni intentar recomponerlo, ni pasar sobre él, porque te harías daño, más del que implica ver lo que había más allá de él. Prometiste ser fuerte, y no dejarte influenciar por nadie, ni por nada.

No solo crecer impacta. Lo que trae consigo es incluso peor. Sobre todo, decepcionarte a ti mismo. Y este año, o lo que llevamos de él, no he echo más que hacerlo una y otra vez. En unas horas, pasé de tener todo el futuro, la innovación y el ser recordada en la palma de mi mano, a quedarme sin casi nada. Unas migajas de lo que había trabajado, para nada comparada con la cosecha que se llevaron algunos que no sembraron nada. Suerte, le llaman; yo diría más bien "karma jodiendo al personal, de nuevo". Luego, después de haber pasado muchos años esperando en momento adecuado, di el paso. De eso estoy orgullosa; no todo el mundo puede haber dicho que aguantó hasta ese momento. Pero, de nuevo, cuando creí que lo tenía todo controlado, volví a caer, a temer, a llorar, a querer morir. Un fallo lo tiene cualquiera, pero no todos los fallos son válidos, y menos en esta ciudad y en esta familia. Ha habido más casos, y yo no soy tan valiente como llegaron a ser esas chicas. Yo me habría suicidado antes de aguantar todo lo que tuvieron que aguantar, y siguen aguantando sobres sus hombros, sin el apoyo nada más que de sus familias, que siguen dolidas y recuperándose de los daños. En mi familia, todo sería distinto. Jamás me lo perdonarían, aunque yo tampoco lo haría. Y por último, quizás en lo que más me he decepcionado, ha sido en caer en la obsesión posesiva con mi otro yo, con el que mira detrás del espejo con miedo. Me odio, me odio por no quererme como tendría que hacerlo. Y no solo por eso, si no también por no tener la fuerza de voluntad para cambiar y llegar a ser lo que quiero ser. Siempre igual.

No sé si me lo merezco. Supongo que si. Si no, no le encuentro explicación. Se supone que a la gente buena le deben pasar cosas buenas, porque para ello trabajan siempre. Pues he llegado a la conclusión de que he tenido que causar daño, quizás demasiado, para que ahora me lo devuelvan todo así. Si, aún no he empezado a vivir, y ya quiero desaparecer. Ironías de la vida.