viernes, 27 de enero de 2012

Decir, antes de nada


Las chicas, realmente, somos de lo que no hay. Somos increíbles, de sonrisas larga, fácil, preciosa. De ojos vivarachos que por cualquier cosa se mezclan con ilusiones que, demasiadas veces, acaban en el fondo de un vaso un sábado cualquiera. Somos de corazón rápido, acostumbrado a latidos a demasiadas velocidades, que se lastiman a menudo; pero, casualidad, siempre salen bien parados. Somos capaces de ver el lado bueno de cualquier cosa, de salir adelante con lo puesto, y de hacer feliz a quien este dispuesto ha prestarnos un minuto de atención. Somos imprevisibles, huracanes, tifones, bombas en cajas de tacones nuevos dispuestos a estallar y comerse la noche. Somos ojeras, libros de texto, sueños embotellados en colonias de olores dulces, lapices de ojos, prisas y gomas de pelo. Somos las musas de las canciones que faltan por cantar, las creadoras de las noches en vela, y de los guiños de ojos. Somos locura, somos prisas, somos afueras de pueblo, somos lo que queremos, y queremos ser lo que somos. 
Somos pequeñas princesas, dueñas de tus mejores sueños, tus preciosas fantasías. Somos las que te ignoran, las que te roban un beso antes de marcharse, las que se enfadan sin motivo, y las que lloran. Somos las que no conoces, pero miras de reojo, somos las que algún día tendrás el valor de hablar, de pedirle el número de teléfono. Somos aire. Somos lo mejor que te puede pasar.

Y, después de todo eso, ¿aún tienes ganas de ver sufrir a alguna de nosotras?

domingo, 22 de enero de 2012

Hey, you.


¿Por qué dar segundas oportunidades cuando hay alguien esperando la primera?

Y si, puede ser genial, perfecto. Puede llegar a ser increíble, mágico, ideal, como quieras. Casi como antes, pero solo casi. Repito, casi. Sin llegar a la perfección, sin ser lo que fue, ni siquiera a llegar a rozarlo con los dedos. Pero, ¿quién sabe? Puede volver a pasar lo mismo, a volver a romperse el cristal donde se guardan los recuerdos precisos, en las cantidades exactas, para que no revientes, y vueles por los aires tu con ellos. No, es mejor cerrar la caja, y apartarla, guardar la llave. O mejor, tirar la llave hacia atrás, con los ojos cerrados, con en el puente italiano. Sí, eso es mejor. 

Y ya puestos, porque no, probar otras cosas, otros olores, otras sonrisas. Quien sabe, igual alguno sabe a sueños felices, o a felices sueños. 

who´re u?

viernes, 20 de enero de 2012

Yesterday, 19:28




Antes de nada, me gustaría dejar las cosas claras. Si hay algo que me guste de mi, es que tengo por costumbre no arrepentirme de nada, de absolutamente nada. Puedo fallar, equivocarme, aprender de ello, preguntarme ''¿en qué estaría pensando?'' Pero nunca me oirás negar algo que he echo, nunca. Me parece algo demasiado falso y cobarde, que demuestra quien es cada uno, dejando a un lado las apariencias y los falsos amigos. Un fallo en la integridad personal de cada uno, un error. Si has echo algo, es porque tu ''yo'' del pasado ha querido, que nadie le ha obligado. Que eres libre para tomar tus propias decisiones y acertar, o caer y hacerte daño, mucho daño. Tanto que, en el fondo de ti desearías no haberlo siquiera, jamás, intentado. Y, ¿qué hacer cuando las heridas son demasiado grandes, cuando no paran de doler o de sangrar? Hay dos opciones: o le pones una tirita y te tragas las lágrimas, o te emborrachas. Porque el alcohol desinfecta, sea por dentro o por fuera, da igual; cierra heridas, que es lo que importa. Seca las lágrimas y acaba con lo que hacía mal, esté donde esté. Y con un poco de suerte, cuando despiertes, no te acordarás de nada de lo que has hecho: solo te quedaran llamadas perdidas, fotos borrosas y un número de teléfono apuntado con tu propio lápiz de ojos y una letra que no es la tuya en el brazo. Y tu nueva preocupación será descubrir, por este orden, que pasó ayer, que has dicho, y si tienes algo de lo que preocuparte. Pero por esa cabecita que intenta asentarse por encima del dolor de estómago en ningún momento pasará la idea de que hay algo de lo que arrepentirse. Porque en el fondo, pasara lo que pasar, ha sido una gran noche. Y de nuevo, dos opciones: o contentarse con saber eso y llamar a ese número para tomar un café con la persona que descuelgue el teléfono, o preocuparse aún más. Personalmente, escojo la primera; suficiente dolor de cabeza tienes ya como para andar con suposiciones imposibles.

¿Y todo esto a que viene? A que yo, pese a que me las hayas echo pasar putas -y aún lo estés haciendo-, no me arrepiento de nada. De ninguno de los besos, de los abrazos; de ninguno de los cafés y de ninguna de las despedidas. Ni siquiera de la última; soy lo suficientemente mayor como para entender cuando algo se acaba y saber afrontarlo sin hacer numeritos ni odiarte. No me arrepiento de ninguna de las veces que lloré, y que sepas que has sido el primer chico por el que he llorado porque me ha echo daño, y no del que se cura con algodón y tiritas, precisamente. No, no me arrepiento de eso, ni de los chicos que vinieron detrás para olvidarte definitivamente, sin éxito. Tampoco de las veces que dije que ni te pegaran ni te chillaran por estúpido, por no saber que era lo que habías perdido. Porque es el tiempo el que enseña, no los golpes. Puedo, y lo hago, entender todo esto. Lo hago, si, porque considero que soy lo suficientemente madura para hacerlo, y para poder continuar mirándote a la cara por los pasillos, fingir una sonrisa de ''estoy bien soy feliz, me las arreglo sin ti''. Pero, ¿sabes qué, amor? Si me miraras a los ojos en vez de bajar la mirada, verías que miento. Y eso que te dije que yo nunca mentía. Bueno, tú también dijiste que no me ibas a hacer daño -JÁ-. Si, miento. Miento y lo sabes, porque no te hace falta mirarme a los ojos para saber que ya no brillan como antes, como me dijiste alguna vez. Porque no, no soy feliz, para nada. ¿Hola, felicidad? La tienes tu, te la llevaste estas Navidades cuando decidiste que ya no me querías, si alguna vez lo hiciste realmente. Porque, por favor, es muy fácil engañar a alguien que nunca se ha enamorado. Tan solo hay que decir las palabras exactas en el momento justo, tocar poco y poner a parir a tus exs. Un par de canciones incomprensibles para hacerte pensar lo que quieras y mordisquitos en el cuello. El resto ya viene por si solo. ¿Es fácil, verdad? Lo sabes bien; ha saber cuantas veces lo has usado. Y yo, ingenua, me lo creí todo, absolutamente todo. Porque sí, así era feliz; tonta feliz. Y eso que me lo advirtieron quienes te conocía, pero no, ¿para qué creer?

Eso sí, te cuesta enamorarte, porque ya te han echo daño, mucho daño. Y una mierda. Si te hubieran echo daño de verdad, no harías pasar a otros por lo mismo. Y para no hacerlo, basta con no crear ilusiones que puedes romper cuando ya no necesites nunca más eso que te estaban dando, para no tener que ahogarlo en chicos y ron dominicano. Es fácil, joder. Ah, y si no te enamoras rápido, no le hacer creer a otra chica a la que conoces desde hace una semana que sientes lo mismo que ella, mucho menos cuando no ha pasado ni un mes desde que le has hundido la felicidad, la locura, el mundo perfecto donde ''nosotros'' finalmente solo signifincaba ''tu sola''. Eso está mal, ¿sabes, amor? Muy mal. Se llama jugar con algo tan frágil que puede romperse, que ya se ha roto demasiadas veces; se llama aprovecharse de una ilusión; se llama no tener con quien jugar hasta las próximas fiestas; se llama ser un cabrón. 

Así que, cariño, solo quiero que me hagas un último favor: no le hagas daño a ella también, no dejes que se ilusione. Yo soy fuerte, porque lo soy, joder. Y porque tengo demasiada autoestima y -no se lo digas a nadie- una muralla de acero en la que solo has entrado tu. Pero ella no la tiene. Así que ojo, que voy a estar atenta. Por cierto, aún te estamos buscando por dentro de la muralla, pero te escondes bien, amor. Estás en los recuerdos, debajo de cada frase, cada sonrisa, cada enfado fingido, cada apretón en las manos. Encima de cada canción y de cada lágrima, si. Pero tranquilo, que algún día, acabaré contigo. 

domingo, 15 de enero de 2012

Caramelo.



Muchas veces, demasiadas, queremos sentirnos queridos. Queremos que haya alguien al otro lado de la puerta, del teléfono, del ordenador. Pero que haya alguien que se preocupe de donde vas, con quien, que vas a hacer, y si necesita ponerse celoso. Que sepa exactamente como vas vestida, de que color es el vestido, la laca de uñas, de como te muerdes el labio cuando te preguntan algo crucial. De como apartas la vista o te pones colorada, de como echas el pelo para atrás, o cuando te brillan los ojos (*).
Pero cuando alguien que ha sido capaz de decirte a la cara que ya no te quiere, entre nubes de vaho y vaho en los ojos, perdidos en lágrimas que no, no quieren salir hasta que estés lejos, tan lejos que no puedas oír las canciones que eran nuestras saliendo de debajo de los cascos, de debajo de las sabanas, de debajo de la almohada, pretende demostrarte que era mentira, no vale, en teoría. Que ya no te quiere y punto, que tu no tienes la culpa, y que el resto de las chicas que sabes que también se han fijado en él tampoco la tienen. En teoría, siempre en teoría.

Y cuando menos te lo esperas, se mete en medio el único chico que te ha demostrado en más de cinco años que es él que realmente te quiere, él que nunca ha dejado de mirarte de reojo, desde la sombra, saliendo de vez en cuando para volver al mismo sitio, odiándote por no quererle casi siempre, queriéndote por odiarle cuando pretende protegerte de más. Pues ayer, lo hizo. Volvió a reaccionar como nunca lo creí capaz. ¿Qué hizo? Fácil. No supo separar lo personal de lo, digamos, profesional. Le hizo daño, pero no el daño que le hizo el chico que me rompió el corazón por primera vez (sí, hace quince días). Actuó como un chico, con los puños, los ojos cerrados, y la envidia en entre los dedos. Labio roto. Punto y final. Dejando eso en el campo, sabiendo que detrás de eso, esta mi firma. La mía yo, que no he formado parte en eso. La firma de dos chicos que me quieren: uno de más, y otro de menos.

Porque querer, aunque sea en negativo, sigue existiendo.

*Por cierto, me brillan los ojos solo por dos motivos: cuando me hacen daño, y cuando me quieren de verdad, o por lo menos, cuando creo que hacen ambas cosas. Y si, tu has visto como me brillaban los ojos dos veces. Y nunca más.

Esta decidido,



Quiero ser feliz, jodidamente feliz. Quiero levantarme de la cama con el pelo enredado y una sonrisa ya puesta, y mirarme al espejo para guiñarle un ojo. Desayunar rápido, riendo, con prisas, y vestirse aun más rápido. Y más, más, cada vez más, rápido. Y que cuando crean que estoy en un sitio, ya me haya ido. Que continúe el quién y el cómo a mi costa, sin saber si lo que ha pasado realmente ha sido así. Eso sí, siempre con respeto, cabeza y buen animo, que si no, en vez de ser feliz, tan feliz como nunca has creído imaginar, acabas siendo una mierda. Así de simple, así de fácil.

Quiero perderme jugando con los dedos en el silbido que resuena cuando crees que no hay vuelta atrás, para que te des la vuelta y te preguntes si es cierto. Si todo lo prometido es deuda, o ya está todo saldado. O si, simplemente, todo ha caído en saco roto, como de costumbre. Quiero llegar tarde, pero justo a tiempo. Quiero ser un desastre, un tornado, y que cuando ya me haya marchado, solo queden los destrozos y los recuerdos de un tiempo, ¿quién sabe? Quizá mejor. Quiero correr, coger carrerilla y después saltar, saltar, y seguir saltando, tan alto que no me digan nunca más que es lo que está mal.

Quiero, quiero, quiero. No tengo.

jueves, 12 de enero de 2012

El pez que siempre se muerde la cola.


Me gustaría hacerte llorar, hacerte sufrir, significar -o haber significado algo alguna vez- lo que sea para ti. Pero lo suficientemente importante como para importante lo que pienso, lo que quiero que pienses. Pero no es así; si, sé que debería pensar que no, que eramos un fifty-fifty, pero lo siento. Ambos sabemos que no fue así, y que el que más daba, en este caso perdió. En este caso no; normalmente sucede así con todo, si te das cuenta. Cuanto más estudias, más te esfuerzas, más lo deseas, más lo miras (...), menos posibilidades tienes de tenerlo. Es así, un echo innegable. Y después de eso, solo queda encontrar el lugar donde hay que poner la tirita para dejar que cure solo, o encontrar una piedra para poner en el hueco. El el hueco de la muralla que pensé que nunca caería, pero que calló. Es siempre igual, y punto.

Pero, aún no entiendo porque, contigo no es así, y no por mi parte. Que le voy a hacer, si analizas mis movimientos, uno por uno: con quien estoy, si le sonrió a este o aquel, si me toco el pelo más de lo debido, o si cambio de canción en una red social.

No, amor, eso no es normal.

martes, 3 de enero de 2012

End.


Y en menos de una semana, han pasado mil cosas. Más de mil, incluso mil y una. Y no estoy segura de que realmente hayan sido del todo malas. Sí, es verdad, se acabó el mundo genial donde yo era feliz. Sí, lo dejamos. Sí, era yo la chica que dijo que nunca se iba a enamorar. Sí, puede que le quiera. Si, puede que le siga queriendo.

Y si, puede que este Fin de Año, nada más entrar en la pista, le viese en una esquina, rodeando con los brazos a una chica -como tanto me gustaba que me hiciera a mi-. ¿Y qué hice yo? Puede que llorara; no lo sé, no me acuerdo. Lo que sí, disfruté de esa noche como si fuera la última, por despecho. Sabiendo que podía permitírmelo, y que posiblemente después me arrepentiría. Pero lo conseguí.
Si, y lo mejor no es eso. Lo mejor es que tu también supiste que me lo había pasado bien, demasiado bien, sin ti. ¿Quién llora ahora? Supongo que tu no, al igual que yo tampoco. 

*this´s not the end; it´s only the beginning of a new world.