sábado, 21 de febrero de 2015



Llámalo que es viernes, que ha sido una semana demasiado larga, o que estoy enferma. Porque manda cojones una bioquímica con gripe después de una semana entre virus. Supongo que, como dicen algunos, son "gafes del oficio", o que simplemente las cosas nunca están destinadas a salir del derecho. Sin más, como conclusión y reflexión barata y rápida, con hilo fino y sin molestarme en revisar los puntos de sutura. Pero no he venido a hablar de esto.
Creo que he perdido la magia. O que la he llevado a otro nivel -me la han alzado a otro nivel-, y todavía no puedo hacer que el resto la entienda.

Antes, podía parar mareas a miradas. A quien quisiera, como quisiera, en el momento que quisiera, y hasta donde yo decidiera. Era así de fácil, y lo hacía todas las semanas; a veces, más de las que jamás llegaré a reconocer, más de una vez en semana, y más de una vez en aquellas veces. Era sencillo, tan cómodo como respirar. Era entrar, analizar, controlar, preparar, y rematar con una sonrisa. Eran pasos sencillo, a prueba de bomba, con las vueltas de rosca necesarias que trae consigo la experiencia en esta arte, Si se puede llamar arte a aquello que se aprende en demasiados años de presas colgadas al cuello, coleccionadas con prepotencia, sin valorar del todo nada más allá que unos rasgos simples. No era de controlar la temperatura antes de tirarme de cabeza ante cualquier piscina, sin importar siquiera que estuviera llena. Entonces, llegó el momento del cambio. 
No tengo claro cuando fue, ni como. Tengo más o menos claro en que momento me dí cuenta, y quien me hizo darme cuenta de que en realidad, no necesito nada de esto. Benditas, malditas y jodidas casualidades, que siempre llegan cuando más las necesitas y menos te das cuenta. Y ahora es cuando me doy cuenta, de nuevo, por pura casualidad, de que realmente echo de menos esas noches sin sentido, esas mañanas terribles, y un +34 en mi bandeja de entrada; uno que a veces llega, a veces no, y a veces me hubiera gustado no responder. Pero he de decir que mis mejores casualidades, mi mejores errores, mi mejores batallas y mis épicas guerras han salido de ahí.

Y llegó el momento en el que me plantee que estaba harta de ese mundo. Que si nos habían vendido desde siempre que las historias de cariño -porque me he negado a volver a hablar de amor, teniendo en cuenta que es algo que no acabo de entender ni de compartir, pero de eso ya hablaré otro día-, y que yo creo que ya he cumplido mi penitencia durante mucho tiempo. He jugado, he ganado, he perdido y he aprendido a valorar aquello a lo que antes no le veía ni el sentido, ni el porqué. Sé quien soy, sé quien quiero llegar a ser, sé que quiero dar y a quien. Lo que no sé es que hacer para comenzar a recibir, cuando ya estoy preparada y dispuesta a dar.

No quiero ser un número apuntado en una agenda telefónica, recordado a la mañana siguiente por una cabeza que me pareció interesante la noche anterior, y que todavía está confusa. No quiero que se me valore ni se me interprete como antaño. No quiero tener que salir de cacería noche sí, y noche también, para conseguir un poco de cariño barato. Quiero el puto premio grande. Quiero sentirme querida día sí, y día también, y no solo deseada por las noches. Quiero sentirme deseada. Quiero volver a sentirme así. Quiero volver a dos años atrás, pero con la mentalidad de ahora. Porque sé que habría hecho muchas cosas diferentes, pero sin duda el final habría sido el mismo, con un par de capítulos más. Y quiero hace dos años, pero aquí. Quiero hace tiempo, pero con otra persona. Y no quiero tener que comenzar de nuevo con chupitos y dolor de cabeza de más. Pero no sé hacerlo de otra manera. Y estoy harta.
Harta, cansada, necesitada, perdida, asexuada. Estoy muchas cosas, y no sé si tomarme una noche libre de esta tortura para darme un poco más de tiempo. Para no conformarme con el primero que pase solo porque se acerca a la idea de lo que estoy buscando; y esto será lo que suceda como no vuelva, por lo menos, una noche más al ruedo.

Pero me da miedo. Madre mía, parezco Ted Mosby. Y se supone que yo soy Wendy. Y no sé en que momento se han cambiado los papeles. Me da miedo. Tengo miedo. A volver a calzarme las botas, y que todo se vuelva como entonces: un pez que se muerde la cola de vicio, y que no puede parar hasta que se la acaba arrancando de vez. O peor.

lunes, 2 de febrero de 2015



Nunca digas nunca. Nunca desprecies algo o a alguien porque no es tu prototipo, tu línea de ataque, o tu manera de reaccionar. Nunca te eches atrás por algo nuevo. Porque no sabes como te puede acabar sorprendiendo. Con esto, me refiero a que no todo está escrito, ni mucho menos. Que hay que dejarse llevar por los instinto más a menudo, porque no se equivocan tantas veces como creemos. 
Y aquí estoy, con una sonrisa tonta porque estoy volviendo a jugar. Porque me han vuelvo a convocar después de la peor lesión de la temporada, y me siento bien con ello. Aunque, de momento, siga en el banquillo; pero, oye, por lo menos he calentado, y eso que me vi en el pozo, sin poder volver a hacer nunca más. Hay que ver lo bien que se me dan las metáforas deportivas. Esto es digno de estudio.

Sin irme por las ramas. Esto es algo nuevo, algo que desde este momento puedo asegurar que no tiene futuro. Algo que se va a acabar perdiendo sin remedio, y de lo que no estoy para nada convencida. Pero hay momentos en los que aquello a lo que le has cerrado la puerta día tras día, durante meses, da una vuelta de tuerca a la situación, haciendo que lo veas todo desde otra perspectiva. Y esto ha sucedido en cuestión de unos pocos minutos, en un coche serpenteante por las calles vacías, escondiéndonos de la ley como buenos ciudadanos que somos, con bachata de fondo y chupitos de más. Y sin que pasara nada. Una simple conversación sin sugerencias ni segundas intenciones. Algo limpio y sencillo. Algo que debería de ser normal, pero tal y como están las cosas estos días -y hablo de la sociedad en general, y de mí en particular- no me extraña que esté sorprendida. Ni tensión, ni fuegos artificiales; eso sí, con la confianza y confidencialidad que da el alcohol en vena, y las ganas de llegar a casa. De llegar a casa para dormir. Sin más.
Y se agradece. Porque estoy harta de este juego de luces y sombras, en el que hay que convencer y pactar a miradas, para ejecutar rápido y sucio en cualquier baño, y que dos semanas después ninguno se acuerde del nombre del otro. Estoy harta, y me río de cuando pensar que quizás este fin de semana pudiera pasar hacía que temblara de la emoción. Pero se puede entender: aquello implicaba grandes dotes de seducción, de creértelo, de ser más mayor; implicaba riesgo asumible, que no lo parece tanto ahora. Porque riesgo, queridos míos, sin duda, es dejar que te conozcan. Es ir soltando pequeños pedacitos de ti, y regalárselos a un total desconocido, esperando que no huya al descubrir algo nuevo, y que se quede para seguir coleccionando(te). 

Riesgo es deshacerte en polvo a miradas, que no impliquen un final feliz; es despertar por las mañanas y  no tener que recoger tu ropa interior del suelo en silencio para irte sin dejar una nota. Riesgo de verdad, es dejar que compartan la resaca contigo, que haya momentos de reflexión profunda entre caladas o vapor del café o cubatas aguados. Riesgo es dejar que te desnuden aún estando vestido. Riesgo es mirar a la cara del miedo, y escupir con fuerza, mientras huyes para que no te pille el rebufo. Riesgo es hablar, y es no cumplir las expectativas de lo que se supone que es un "te llevo a casa". Riesgo es lo que se hacía antaño, no la idea que tenemos ahora de amor. Riesgo es no hacer un castillo de un grano de arena, o de unas pocas palabras; sino que es guardar cada grano, y recordarlo con sonrisa de "puede ser. 
Y yo quiero riesgo. Pero riesgo del bueno, del que merece la pena, o del que te acaba destrozando hasta las ruinas si sale mal. Porque ahora, después de más de un año y medio, me doy cuenta de que me arriesgué en su momento; me doy cuento de que salió bien, que me asusté, y me arriesgué para derribarlo todo y no dejar huellas en mi huida precipitada. Que me devastó durante demasiado tiempo, que no estoy recuperada, que sigo teniendo pánico a volver a correr el riesgo. Pero que lo echo de menos, y que volvería a caer.

Porque ahora, si lo miras desde lejos, y haces balance; joder, si que merece la pena correr el riesgo.