No sé explicar que es lo que me pasa.
Creo que no hace falta que explique qué es lo que está sucediendo en el mundo. Así que no voy a hablar de eso, pero tampoco quiero hablar de mí. Tengo la necesidad de hacerlo, la verdad. Porque no estoy bien, pero no estoy mal. No estoy del todo bien, ni del todo mal. Estoy y respiro, y me levanto de cama por las mañanas, y sonrío, y a veces bailo, y a veces lloro. Y me vuelvo a dormir. E intento trabajar, y me visto como si fuera a salir a la calle, pero no hago nada. Estoy. Existo y tengo funciones vitales bastante normales; y estoy feliz con ello. Pero no soy feliz. Y tampoco soy infeliz.
He llegado a un punto en el que creo que me definiría como la viva imagen de la resignación y la
procrastinación. Quiero y tengo que hacer muchísimas cosas (aunque en realidad no son tantas, y perfectamente podría haberlas hecho ya), pero no soy capaz de concentrarme, de inspirarme, de centrarme en lo que hago y pienso. Me estoy dedicando a divagar y a autoconvencerme de que estoy siendo productiva, cuando no he sido menos provechosa en mi vida. Jamás. Tengo un documento abierto desde hace seis días, y solo he sido capaz de escribir tres palabras. Y es mi nombre. Pero no me importa. Y estoy bastante impresionada con este nivel de pasotismo que estoy desarrollando, y de ser consciente de que cuando este pase me voy a llevar la hostia del siglo. Y sigue sin importarme.
Esta es la tercera semana que estoy encerrada en casa. La primera fue un encierro forzoso, esperado, deseado, y provechoso. Me dediqué a hacer lo que esperaba de mí, e incluso más. Se me propusieron cosas exigentes y demostré ser capaz con creces. La mitad de la segunda semana fue similar, con un añadido de ansiedad y presión, y luego todo cayó en picado. Desconecté del mundo, de mí misma, de mi alrededor. Durante un par de días fui un ente que estaba y aparentaba, pero esas horas de mi vida parecen no haber existido. Ni sentía ni padecía, era la apatía hecha persona. No me apetecía nada, no disfrutaba de nada, pero tampoco me aborrecía. Estaba, y aquello era suficiente. Y estamos en la tercera semana, he comenzado a remontar, y me encuentro bastante mejor. Pero sigo sin ser productiva, siendo apática, estando resignada a que los días pasan, no hago nada con mi vida y estoy bien con ello. Lo malo es que si las cosas salen bien (como tienen pinta de pasar), en unas semanas se me va a presentar una oportunidad importantísima, en la que tengo que dar todo lo que tengo, y ahora mismo no tengo nada. No me estoy preparando, y voy a correr el riesgo de tener que dejarla pasar.
Entonces, lo que parecía un paso adelante en ganar estabilidad y paz mental, es un indicio inequívoco
de que estoy volviendo a autosabotearme.
Y eso sí que lo entiendo, y tiene sentido.
He podido demostrar que merezco la pena, que soy capaz de gestionar lo que me den y sobresalir más que el resto. Y ahora es mi momento de recoger lo que he trabajado, de que se me reconozca, de brillar. Y estoy haciendo, inconscientemente, todo lo que está en mi mano para que me hundan en la miseria. Y puede que me esté dando cuenta de esto ahora mismo mientras escribo (para no trabajar), y estoy empezando a preocuparme. Porque de ser así, no me lo perdonaré en la vida. Y creo que sé que es lo que va a pasar, y de querer y poder cambiar, este es el momento. Todavía no es demasiado tarde, y está en mis manos. Solo tengo que sacar la fuerza para hacerlo y comenzar, pero hacerlo ya,
porque el
primer paso siempre es el más duro. Y sé que en cuanto lo dé, el resto vendrá rodado. Porque ya he estado más veces en este estadío de querer comenzar, y no ser capaz, y posponerlo a más no poder. Nunca he perdido del todo una oportunidad importante, pero tampoco nunca he sobresalido del todo. Y este es un momento muy especial, muy único.
¿Puedes hacer el favor de no joderla esta vez? De ser normal, de hacer lo que se espera de ti, que de momento no es mucho. De perdonarte y dejarte avanzar, de ser consciente de que sí que tienes voz y te mereces estar aquí. ¿Es tanto pedir? Ya has sufrido bastante, ya te has castigado lo suficiente. Ya está bien. Haz lo que tienes que hacer, aprieta los dientes a poquitos, y comienza a caminar. Ya está, ya ha terminado el purgatorio, ya has pagado todas las deudas que debías.
Este es el momento en el que termina el ciclo. Solo tienes que permitirte abrir los ojos y comenzar. No es difícil, lo has hecho más veces. Suelta la cuerda. Déjalo ir. Ya está. Estás bien. Estás tranquila. Estás preparada.
Ya está.