Luego dicen que somos nosotras las complicadas, las que no sabemos lo que queremos, las que le damos mil vueltas a las cosas y las que acabamos "dejando con las ganas" (con la recua de comentarios que vienen acompañados de esta afirmación que no me voy ni a molestar a analizar a estas horas).
Lo de las segundas oportunidades es algo que ni comprendo, ni comparto; pero que, en el fondo, puedes caer en planteártelo cuando crees que la ocasión perdida ha dejado un sabor de boca demasiado bueno como para no querer volver a probar suerte. No lo hagáis, niños; si algo ha salido mal, lo mejor es cerrar el capítulo y tirar la llave lo más lejos posible. Si puede ser, lanzarla a un río con un peso colgando, para evitar a toda costa la posibilidad de que el asunto vuelva a salir a flote. No nos engañemos, el resquemor que queda de algo que se perdió impide toda posibilidad de que salga algo bueno, por mucho que lo intentemos. Pero aun así, vamos a acabar cayendo, tarde o temprano. No lo hagáis, niños, por lo que más queráis. Lo de despertar a demonios dormidos hay que dejárselo a los expertos en la materia, si es que existen; porque esto puede considerarse un deporte de riesgo, y debería de venir con la etiqueta de "no lo hagan en sus casas".
Porque todo se vuelve turbio, y por ambas partes (o sólo por la mía, en este caso, o depende de las horas en las que formule la pregunta) hay demasiadas expectativas debidas a encerrar recuerdos para revivirlos a diestro y siniestro durante demasiado tiempo. Y esto puede ser algo que, por mucho que pensemos que va a mejorar lo que sea que se vuelva a revivir, acaba matando desde dentro; que poner muchas esperanzas en un precipicio sin saber qué es lo que opinan al otro lado es un riesgo que no se debería asumir así a la ligera.
No digo que nos cerremos en banda a la posibilidad remota de ser felices; digo que no hay que hacerlo con cualquiera que quiera volver a involucrarse en nuestra vida, sobre todo si ambos os habéis tomado la molestia de poner tierra y pólvora mojada entre medio. O incluso un muro de hormigón rodeado de minas enterradas, que es algo más de mi estilo; pero para gustos colores, y aquí cada uno se cubre las espaldas como buenamente puede. Que, si decides meterte en el río embravecido, tengas más de un hecho corroborado de que al final habrá mar abierto, o un bote salvavidas, o un resquicio al que aferrarte antes de darte la hostia contra las piedras puntiagudas del suelo. Un mínimo seguro de vida, por lo que pueda pasar. Y no entregarlo todo a la primera de cambio, porque los segundos desencuentros después de las segundas oportunidades son los peores. Si, niños, peores incluso que los primeros; porque confiar, caer, y hundirte por segunda vez ya es culpa tuya, no de la situación, del mal timming, o de un karma dudoso.
Pero en el fondo, para vivir hay que confiar; sino, seguiremos sobreviviendo hasta el fin de nuestros días, y eso es algo que no merece la pena, a fin de cuentas. Que la vida, sin un poco de decepción, vértigo y adrenalina, es como un polvo a medias; de estos que no deberían ni de llamarse así, y que al final de la situación no sabes si cuentan o no. Pero en el fondo, ¿para qué contarlos, si la cantidad no tiene nada que ver con la calidad, como en casi todo? Serán manías de perro viejo, o de quien se está dando cuenta de muchos detalles ciegos últimamente.
En el fondo, depende de por quién merece o deja de merecer la pena perder el culo, y es así. Quien es capaz de hacerte vibrar con poco, o quien aporta galaxias enteras a la conversación con solo unas palabras; y esto es lo que define el que existan las segundas oportunidades. Porque dar una nueva bocanada de aire puede ser mejor que buscarla en espaldas ajenas; que comparar es malo, pero muy necesario para saber qué es lo que nos conviene al final del día. Y si ya sabes que es lo que quieres, y ya lo has tenido, ¿por qué no intentarlo? Si sale mal ya conocemos las consecuencias, porque ya las hemos vivido en nuestras propias carnes; la sorpresa será si la cosa prospera, y no se cometen los errores del principio. Que esto debe de ser de las pocas cosas buenas que tiene el volver a las andadas; que el respeto, como mínimo, sigue estando presente, y si habéis vuelto a tropezar, aunque haya unas expectativas puede que demasiado altas, no te van a querer hacer daño. Si no, ¿para qué haber forzado una situación que se creía terminada y ahogada? Que nadie quiere revivir los malos momentos, aunque nos acostemos con los buenos e intentemos reconocerlos en pupilas desconocidas.
Otro punto a favor es la confianza ciega, o el reencontrarte con maneras tan suyas o tan de nadie, que ni siquiera te habías parado a añorar; o quizás todavía no habías tenido tiempo a hacerlo, porque había demasiado que acallar antes de comenzar a rememorar en condiciones. Quién sabe. Y sin duda van a seguir habiendo cosas que no entienda, gestos que aún no sea capaz de clasificar, y palabras en mi boca que te harán dudar incluso de porque sigo caminando a tu lado de cuando en cuando; porque aún hay el temor que nos hace andar a pasitos cortos, para no despertar aquello que mandamos a la mierda no hace tanto tiempo.
Sin duda, no coincidiremos en todo, ni quiero hacerlo. Discutiremos, y te pienso rebatir hasta la última de tus pestañas, sacarte los defectos hasta hacerte rabiar, y llevarte noche tras noche a ese punto sin retorno en el que no sabes ni cómo te has metido. Tenlo por seguro. Pero también te acabaré dando la razón, siempre y cuando la tengas, dejaré salir todo lo bueno, y te dejaré dormir, si es que no acabas huyendo, en ese punto sin retorno del que no sabrás, ni querrás, salir.