jueves, 28 de marzo de 2013

Old times.


Volvemos a los viejos tiempos. A las noches de sol que no acaban nunca, a las semanas que resultan ser meses, y a los meses que acaban en semanas, cuando no son días. A que nadie sepa a ciencia cierta la historia, ni los porqués; y por supuesto, que ni intuyan el último quien. Volvemos ahí, a donde todo empezó, y a donde un día acabó sin más. Nueve meses de sumisión, de cerrar puertas tras puertas por pensarlo demasiado, y necesitar usar ventanas de emergencia solo para saber que se seguía con vida. Aunque no una plena, que no llena demasiado ni convence lo suficiente. Y de repente, la magia vuelve. Quizás sin querer, sin esperarlo, cuando ya estaba todo perdido, o eso se creía. Quizás a alguien se le ocurrió preguntarse que fue de la chica de la manita y la mantilla, y dio una vuelta de tuerca a ver que sacaba. Sin presión, sin necesidad de pedir nada a cambio.

No es de niños pequeños hacer listas de deseos. Todos queremos algo, y todos esperamos que el futuro nos devuelva lo que nos arranca el presente sin pedir permiso. Esperamos un cambio, un punto de vista distinto, un nuevo comienzo. Volver a ilusionarse, volver a los nervios, a la incertidumbre, a mirar de reojo y sonreír entre dientes, en cada bocanada de aire. Volver al pasado, que ya se daba por sentado que estaba olvidado, a la dulce pilleria de años atrás, la necesidad de más, más y más. Los primeros comienzos torpes, las ultimas salidas necesarias, sin desenfreno, sin color, sin emoción. Sin nada, solo con pequeños sobresaltos de vez en cuando, pequeñas historias que no llegan a hacer un apéndice en ninguna estantería. Y, aunque quisiéramos hacerlas engordar, estaban muertas desde el primer momento, y lo peor es que lo sabíamos. Pero queríamos jugar sin apostar, sabiendo que cuando acabase no iba a pasar nada, ni ninguno iba a sentirlo, realmente. Y ahora, cuando todo ha pasado, y no se me ha ocurrido todavía echarlo de menos, vuelvo a estar bien. Como en los viejos tiempos, un clavo saca otro clavo.
Y realmente, es lo mejor que puedes hacer. 

domingo, 17 de marzo de 2013

SMART


Al final, nos damos cuenta de que solo nos tenemos a nosotros mismo. Al final, solo entonces, cuando miras de reojo al girar la esquina, cuando sonríes diciendo que es la última, cuando prometes que nunca más volverá a pasar. Entonces, después de acostumbrarse a caer y levantarse con el mismo pie que te hizo fallar, sabes que no importa. Que estás hecha de cicatrices, y que el resto ya es superfluo. Que nadie va a apostar por ti, a reconfortarte cuando pierdas, a esperarte en casa las noches de lluvia. Nadie. Estamos sumidos en un remolino de consumismo, de noches de duran de más, y prisas que duran de menos. Y al final, esto solo hace que dejemos de creer en los finales felices, en las historias dignas de contar, como la de nuestros abuelos. Se acaba el romanticismo, las estrellas fugaces. Se va a lo que se va, tienes que saber que estás dispuesto a perder para ganar unas migajas de atención. No somos nadie, y nadie nos considera como tal. 
Lo mejor, después de todo, en enrollarse sobre si mismo, cubrirse con una capa de arrogancia, prepotencia, y desinterés, para que nada te afecte. Porque si quieres ser grande, si quieres que te recuerden el día que ya no puedas más, tienes que ser más que el resto. Tienes que ser capaz de no anclarte en nadie ni en nada, de ser independiente, inconfundible, dejar tu firma por donde pases. Que sepan que has estado ahí, y que has hecho un buen trabajo. Tanto como si es una operación a corazón abierto, o como si es un polvo de ascensor. Da igual, que sepan que ahí, mandas tú.

Parece sencillo. Mentira, se necesitan años y años de practica. No llega con dos meses de dureza extrema, porque cualquiera te puede bajar las bragas en un momento y acabar con todo. No, se necesita algo más. Conciencia propia, y una meta. Y más, cuando la meta es simplemente salir de aquí, y no volver más. Pero, aunque estés fuera, que circule la duda de que fue de ti, que la gente hable y hable de ti. Da igual, porque si después de todo lo que fuiste capaz sigues sonriendo con suficiencia, las críticas no te afectan desde hace tiempo. Es cuestión de actitud, de estar siempre bien, con el mínimo lado bueno de las peores situaciones. Sin pararse en los puntos seguidos, porque solo hacen que te estanques en algo que ya acabó, y que, con suerte, nunca más se volverá a repetir. 

No creo en las segundas oportunidades. Tampoco en las primeras, la verdad; quizás, porque todo siempre sale mal. Pero da igual, no importa. Vamos a seguir a pie del cañón pase lo que pase, aunque con el tiempo caigan todos a tus pies. Van dos de cuatro, y que se prepares, porque ahora empieza lo bueno.