Volvemos a los viejos tiempos. A las noches de sol que no acaban nunca, a las semanas que resultan ser meses, y a los meses que acaban en semanas, cuando no son días. A que nadie sepa a ciencia cierta la historia, ni los porqués; y por supuesto, que ni intuyan el último quien. Volvemos ahí, a donde todo empezó, y a donde un día acabó sin más. Nueve meses de sumisión, de cerrar puertas tras puertas por pensarlo demasiado, y necesitar usar ventanas de emergencia solo para saber que se seguía con vida. Aunque no una plena, que no llena demasiado ni convence lo suficiente. Y de repente, la magia vuelve. Quizás sin querer, sin esperarlo, cuando ya estaba todo perdido, o eso se creía. Quizás a alguien se le ocurrió preguntarse que fue de la chica de la manita y la mantilla, y dio una vuelta de tuerca a ver que sacaba. Sin presión, sin necesidad de pedir nada a cambio.
No es de niños pequeños hacer listas de deseos. Todos queremos algo, y todos esperamos que el futuro nos devuelva lo que nos arranca el presente sin pedir permiso. Esperamos un cambio, un punto de vista distinto, un nuevo comienzo. Volver a ilusionarse, volver a los nervios, a la incertidumbre, a mirar de reojo y sonreír entre dientes, en cada bocanada de aire. Volver al pasado, que ya se daba por sentado que estaba olvidado, a la dulce pilleria de años atrás, la necesidad de más, más y más. Los primeros comienzos torpes, las ultimas salidas necesarias, sin desenfreno, sin color, sin emoción. Sin nada, solo con pequeños sobresaltos de vez en cuando, pequeñas historias que no llegan a hacer un apéndice en ninguna estantería. Y, aunque quisiéramos hacerlas engordar, estaban muertas desde el primer momento, y lo peor es que lo sabíamos. Pero queríamos jugar sin apostar, sabiendo que cuando acabase no iba a pasar nada, ni ninguno iba a sentirlo, realmente. Y ahora, cuando todo ha pasado, y no se me ha ocurrido todavía echarlo de menos, vuelvo a estar bien. Como en los viejos tiempos, un clavo saca otro clavo.
Y realmente, es lo mejor que puedes hacer.
No es de niños pequeños hacer listas de deseos. Todos queremos algo, y todos esperamos que el futuro nos devuelva lo que nos arranca el presente sin pedir permiso. Esperamos un cambio, un punto de vista distinto, un nuevo comienzo. Volver a ilusionarse, volver a los nervios, a la incertidumbre, a mirar de reojo y sonreír entre dientes, en cada bocanada de aire. Volver al pasado, que ya se daba por sentado que estaba olvidado, a la dulce pilleria de años atrás, la necesidad de más, más y más. Los primeros comienzos torpes, las ultimas salidas necesarias, sin desenfreno, sin color, sin emoción. Sin nada, solo con pequeños sobresaltos de vez en cuando, pequeñas historias que no llegan a hacer un apéndice en ninguna estantería. Y, aunque quisiéramos hacerlas engordar, estaban muertas desde el primer momento, y lo peor es que lo sabíamos. Pero queríamos jugar sin apostar, sabiendo que cuando acabase no iba a pasar nada, ni ninguno iba a sentirlo, realmente. Y ahora, cuando todo ha pasado, y no se me ha ocurrido todavía echarlo de menos, vuelvo a estar bien. Como en los viejos tiempos, un clavo saca otro clavo.
Y realmente, es lo mejor que puedes hacer.