Feliz cumpleaños. Felices trescientos sesenta y cinco días desde la última vez que estuve en tu espalda. Felices trescientos sesenta y cinco días desde nuestro último momento casi feliz, porque ya hacía demasiado tiempo desde que no nos sentíamos nuestros. Felices trescientos cincuenta y cinco días desde la última vez que nos vimos, y felices trescientos treinta y cinco días desde el momento en el que me dí cuenta de que no podía seguir así.
Posiblemente, y de verdad lo digo y lo espero, esta sea la última vez que hablo de ti, que pienso en ti, o que espero que leas esto. Posiblemente, esta sea otra de las muchas veces en las que me miento a mi misma por autocompasión, o porque engañarse es el remedio sencillo para todo los males del mundo; o por lo menos, para los míos. Porque ya he hablado demasiadas veces de lo que he hecho mal, y sobre los tantos que me he marcado en vano. Así que, espero, por fin, que este sea el verdadero día de "pasar página". De olvidarnos el uno del otro, de seguir cada uno por su camino; vamos, hacer lo que llevo intentando hacer trescientos treinta y cuatro días, sin demasiado éxito. Y resto un día, por los minutos que me permitía mirarte a escondidas y desear no haber tomado la decisión que ha marcado mis noches. Aunque, pese a que realmente lo queramos -al menos yo-, va a ser imposible ignorar una historia que duró demasiado poco como para que merezca la pena añorarla durante tanto tiempo; pero que, sin duda, ha significado un punto de inflexión en mi vida.
Así que mi silenciado regalo de este año no va a ser ni una llamada, ni una tarta absurda quemada en un ascensor mientras tu hermana soplaba las velas, ni un pez naranja demasiado obeso y demasiado tonto. Mi regalo va a ser darte el gusto de saber -ya que lo he publicado en Internet, aunque tu no lo sepas- que tu has sido la persona que me ha marcado. Me he tomado casi un año para darme cuenta de ello; y quizás tengas ese título por haber sido el primero en todo. Pero, sobre todo, has sido el primero en ser capaz de demostrarme que los que llevamos demasiado tiempo perdidos, nos merecemos a alguien. El primero en hacerme sentir despacio, y conseguir que suspirara con tan solo rozarme el cuello. El primero en desnudarme, y el único en hacerlo con el cuidado suficiente como para que aquello pareciera arte.
Porque fuiste capaz de hacer que se callasen los demonios y se derribaran las paredes; y creo que tampoco te llevo tanto tiempo. Y eso fue porque no acabo de ser del todo real. Porque, simplemente, me dejé llevar sin merecérmelo, por el hecho de que por fin parecía que tenía un final, aunque no fuera feliz. Una doble sutura con hilo fino. No fue real, y cuando quise darme cuenta, ya era demasiado tarde; cuando desperté, el daño ya estaba hecho. Cuando todo se cayó sobre mis pies, fue en el momento en el que me dí cuenta de que todo estaba yendo bien, y que yo era lo único que fallaba del mecanismo perfecto. Pero no puedo pedirte perdón una vez más: ya no tengo fuerzas en la garganta, de tanto suplicarme compasión; ni en los pulmones, porque sigo haciendo aquello que tanto odiabas. Y tampoco puedo pedirte que vuelvas, porque no soy la misma, y dudo que tu sigas siendo aquel chico de ojos marrones que se escondía conmigo de la lluvia.
Así que, de aquí en un año, solo pido que no volvamos a encontrarnos. Que no me vuelvas a mirar; en especial, porque cada vez que lo haces, tengo que volver a empezar. Pido por hacer un inciso, tomar aire, y esperar a que pasemos descalzos y de puntillas, sin que nadie nos oiga, con la corona -de flores, siempre de flores- todavía puesta. Porque Septiembre hace daño, y aún no he conseguido solucionarlo.
Así que, de nuevo, feliz cumpleaños, y que ya te hayas olvidado de mí.
Porque fuiste capaz de hacer que se callasen los demonios y se derribaran las paredes; y creo que tampoco te llevo tanto tiempo. Y eso fue porque no acabo de ser del todo real. Porque, simplemente, me dejé llevar sin merecérmelo, por el hecho de que por fin parecía que tenía un final, aunque no fuera feliz. Una doble sutura con hilo fino. No fue real, y cuando quise darme cuenta, ya era demasiado tarde; cuando desperté, el daño ya estaba hecho. Cuando todo se cayó sobre mis pies, fue en el momento en el que me dí cuenta de que todo estaba yendo bien, y que yo era lo único que fallaba del mecanismo perfecto. Pero no puedo pedirte perdón una vez más: ya no tengo fuerzas en la garganta, de tanto suplicarme compasión; ni en los pulmones, porque sigo haciendo aquello que tanto odiabas. Y tampoco puedo pedirte que vuelvas, porque no soy la misma, y dudo que tu sigas siendo aquel chico de ojos marrones que se escondía conmigo de la lluvia.
Así que, de aquí en un año, solo pido que no volvamos a encontrarnos. Que no me vuelvas a mirar; en especial, porque cada vez que lo haces, tengo que volver a empezar. Pido por hacer un inciso, tomar aire, y esperar a que pasemos descalzos y de puntillas, sin que nadie nos oiga, con la corona -de flores, siempre de flores- todavía puesta. Porque Septiembre hace daño, y aún no he conseguido solucionarlo.
Así que, de nuevo, feliz cumpleaños, y que ya te hayas olvidado de mí.