Tengo diecinueve años. Es decir, hace más de un año que soy legalmente adulta, para todo. Para absolutamente todo. Y la verdad, es que no lo soy. Para absolutamente nada. No sé cuidar de mi misma, no sé aceptarme tal como soy, no sé llegar a donde quiero. No me valoro. No me respeto. No me quiero, y quiero creer que no me necesito. No hago nada por mi misma ni, mucho menos, para mí.
Lo único que he aprendido durante el tiempo que llevo respirando, es a autoconsumirme. A callar. A mentirme a mi misma, a vivir de ilusiones. A huir. A no afrontar los hechos, a perderme en la oscuridad. A poner excusas que suenan demasiado bien como para dudar de ellas. A mentir. A defenderme a duras penas, a guardarme las espaldas. A sonreír entre dientes. A maldecir entre dientes. A sonreír y maldecir entre dientes, todo a la vez. A meter la pata. A avergonzarme de mi misma. A mandarme callar. A necesitar ayuda, y no poder pedirla.
Porque, lo que realmente me autoconsume, es ser tan orgullosa. Porque esa fue la barrera que ideé para evadirme de todo y de todos, porque en su momento fue lo único capaz de mantenerme a flote. Y aprendí a vivir así. ¿A vivir? A sobrevivir. Porque es lo que hago, a duras penas, a golpe tras golpe, rezando que el siguiente no se note demasiado, porque ya no me queda suficiente maquillaje. Porque no aprendo. Porque tengo oportunidades, miles de ellas, y sigo sin aprovecharlas. Porque no quiero cambiar, y no sé porqué, ya que es lo que más necesitaría. Bueno, en realidad, creo saber el porqué: no me quiero, ni me valoro, ni me respeto, lo suficiente.
Si lo hiciera, no iría noche tras noche rebotando de brazos en brazos, en busca de aventuras que sé demasiado bien como acaban, y que nunca busco frenar. No querría ir hasta el final con el primero que aparezca, y me pensaría las cosas antes de hacerlas -ya no hablo de pensarlas dos veces, que eso ya es imposible; por lo menos, hasta que hayan pasado, como mínimo, unas cuantas horas-. No dejaría todo lo importante para el último día, no alejaría a todos aquellos que me importan lo más mínimo. No viviría en la agonía permanente que solo conocemos las que disfrutamos de la noche, más que del día. No estaría sola en los días importantes, ni tendría tanto miedo de volver a casa. No sería incapaz de reconocerme cada vez que me miro al espejo. No me avergonzaría cada vez que tengo que desnudarme, o que me desnudan. No estaría escribiendo esto. No llevaría todo el día sin salir de mi habitación.
Así que la verdadera pregunta aquí es: ¿qué hice mal? Porque tengo claro que no he sido educada para acabar en este pozo sin salida, y sin nadie dispuesto a tirarme una mísera cuerda. ¿En qué momento empecé a perderme de tal manera? Y, sobre todo, ¿qué puedo hacer ahora para solucionarlo? Porque, quizás, es demasiado tarde, y no quiera ni pueda hacer las paces conmigo misma.
Pero está claro que, sino lo hago yo, nadie va a hacerlo por mí.

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