domingo, 18 de octubre de 2015



Volver a casa, no siempre es malo. Y menos mal que estoy empezando a verlo así.

Hay reflexiones tan profundas que corroen el alma, que te desgarran las entrañas e intentan hacerte cosquillas en el fondo de los huesos. Y hay momentos que dan pie a esos pensamientos profundos, ya sea porque estas donde siempre te acogen, o porque tienes el derecho de discutir a gritos y cervezas de más sin que el asunto vaya a más. Para que te dejen las cosas claras, te den con un canto en los dientes, y la hostia contra el suelo sea tal que no tengas ganas de volver a levantarte. Ya no solo hablo de dolor, sino de vergüenza.
¿En qué momento he dejado de quererme de esta manera? Podría no hablar siquiera de cariño, y llamarlo respeto. Ese sentimiento propio que se supone que todos debemos de sentir por nosotros mismos, aunque sea lo único que haya de provecho en nuestro interior. Pues creo que hace años que, en muchos aspectos de mi vida, no me respeto. Ni me valor. Ni me quiero, por supuesto. No sé porqué, ni comprendo los posibles motivos para ello. Porque una cosa es ser una cabrona, y otra ser el trapo de una noche, la peonza que gira y gira hasta que se topa con alguna esquina traviesa en la que se pierde hasta que el Jägger deja paso a la sangre por mis venas. No, son cosas distintas. Y no puedo escudarme en ser así por el simple hecho de que no quiero que me hagan daño. Porque no sé cuanta gente ha pasado por mi vida que sabia de sobra que aquello iba a acabar en destrucción personal, y no solo les dí permiso para quedarse, sino que también asientos en primera fila con botella de champán incluida.

Y todo este huracán de desastres nocturnos y sábanas tensas de mediodía pueden haber sido los que me han llevado a este estado de autodestrucción en el que llevo estos últimos dos años; y mira tu por donde, fue cuando comenzó este sin vivir de idas y venidas sin sentido y motivo. Si, en muchos aspectos me he encontrado a mí misma, y he madurado; pero también he de ser sincera conmigo misma, y ser consciente de que hay famas que preceden, y a mi me gustaría ser recordada por algo más que esto. Eh, que soy la primera a la que le da igual lo que piense la gente; por eso esto lo quiero hacer por mí. Porque he llegado al punto en el que no me siento cómoda tal y como soy, y eso es lo principal para seguir respirando al son de los días. 
Quiero estar sola. Pero sola de verdad, sola durante una temporada tan larga que hasta me plantee que el tren haya dejado la estación para siempre.Y sentirme bien así, sola, queriéndome, mimándome y dándome todo el cariño y respeto del que me he autoprivado durante todo este tiempo. Ya he corrido en demasiadas plazas, y es hora de tomarme un respiro; o de huir por patas de este mundo cíclico en el que me he acabado sumergiendo. Con las dos piernas atadas. A un bloque de hormigón. Del tamaño de mi cama. Que igual ese es el problema; mi cama, no el bloque.

No me arrepiento del viaje. Para nada; me ha dado muy buenos momentos, muchas situaciones que se van a quedar gravadas a fuego en mi memoria, ya sea para bien o para mal. Ha sido curioso, especial, y un punto más a mi favor, por el hecho de que me he conocido en el sentido más animal del ser humano. Pero creo que ya estoy preparada. Para volver a enamorarme.
Igual mañana me arrepiento de haber dicho esto, pero ahora mismo es lo que siento: quiero volver a enamorarme. A que esa sensación de placer mental me recorra hasta las puntas de los dedos, que no pueda dejar de sonreír, y que mi mundo de vuelcos con pequeños gestos del día a día. Porque tengo tan buen recuerdo de la primera última vez, que volvería a caer. Quiero todo eso, quiero el pack completo; pero ahora sabiendo quien soy, que puedo ofrecer, y sin duda, que es lo que quiero. Ojo. Que quiera volver a estar ahí, no implica que quiero que sea ya. No. NO. Ni mucho menos. Tengo mi vida todavía patas arriba y con las bragas del revés, y no necesito precipitarme en otro aspecto más. No. Quiero sorprenderme y encontrarme como quien no quiere la cosa, de nuevo, en el zócalo de un portal mientras fuera diluvia. Quiero la magia, los fuegos artificiales, y el temblor de manos. Pero sin lanzarme a ciegas al precipicio; porque quiero estar segura de que esta vez, no voy a saltar dos veces, de espaldas, y sin paracaídas ni cuerda de seguridad. 

Llamadme pecadora del control, las historias imposibles y de ser una idealista empedernida que ha llegado a su límite de juego universitario y quiere volver a colgarse los faldones de monja. Si, podéis llamarme todo eso, y todavía me quedará picardia suficiente como para guiñar un ojo y hacer que os replanteéis si esta vez todo lo que digo está firmado con sangre, o vuelve a ser otra de mis noches de bohemia en las que me alegro de estar soltera y entera. No lo sé. Supongo que, como todo, tengo que darme una oportunidad de hacer un tiro certero, y suplicar con los ojos cerrados y las manos sudorosas a dar, de una vez por todas, en el blanco que lleva esquivándome todo este tiempo; no descarto que tenga que ver porque siempre que me da por coger la pistola, llevo tanto alcohol en sangre que las dianas las veo dobles y bailando un paso doble al son de palabras dulces susurradas en puntos débiles, en noches débiles, y en garitos débiles.