Que no hacen falta grandes cambios para darnos una nueva oportunidad para salir a flote; una más de las cientos que nos hemos prometido en silencios cómplices de madrugada, a duras penas y con el frío en las vértebras. Y con el miedo en las pestañas, para que negarlo a estas alturas del juego. Que si comenzamos a sincerarnos, ya tenemos más de medio camino andado, y unas cuantas discusiones de menos sobre a que altura tomar el desvío. Ya estaremos unos pasito más cerca de a donde quiera que quieras que vayamos; que sí, ya sé que a mi nunca se me ha dado bien eso de escoger a donde ir a descansar los huesos durante un rato, que soy más de caminar descalza que de esperar a que llegue el metro, pero prometo que esta vez seguiré el mapa sin perderme. Que ya he aprendido que no me suelo orientar bien, pero tienes que reconocerme que perderse conmigo merece la pena. Que sale barato y deja un buen sabor de boca; casi como el tequila, pero sin resaca y con la memoria completa.
Que hay que ir a poquitos, sin esperar alcanzarlo todo el primer día. Que, antes que el talento, va la perseverancia, el saber aprovechar cada granito de tiempo que nos ofrecen y que no todo va a salir siempre bien. Que si sale mal la primera, la segunda, la tercera y la decimoquinta vez, es parte del camino, y que menos mal que es así, porque sino no habríamos aprendido tanto mientras nos equivocábamos sin dejar tiempo a cerrar las heridas. Que hay que arriesgar, pero hay que saber cuando hacerlo; que ya no tenemos edad, paciencia, tiempo ni necesidad de ir dando tumbos por las esquinas, ni de dar sorbos pequeños a vino barato, rebajado con refresco aún más barato, para dárnoslas de sofisticados. Que el vino envejece, y se hace mejor a cada año que pasa; que en la barrica, aunque parezca mentira, se aprenden historias sin fin, que hacen que los aromas tenga una razón, y que las sonrisas sonrojadas que dejan después tenga un fin. Por eso, puede ser que sea de las pocas cosas que hacen que comience a hablar sin preocuparme que ocurrirá mañana, que me abra a pecho y espalda esperando que lo que brote de dentro pase desapercibido, siendo tan solo parte de algo intrascendente que estaba predestinado a suceder, y que solo he acabado adelantado por mi propio bien. Que siempre hay que curarse las espaldas antes de entrar a la sala, no vaya a ser que dejemos las estocadas al aire libre y se infecten. De nuevo.
No, no hacen falta grandes cambios; bastan con pasitos cortos, pero que estos vayan en la dirección correcta. Pero que esta dirección la fijes tú mismo de ante mano, sin dejar que nadie influya en tus dedos. Que una de las grandes metas de mi vida es que mi madre se acabe sintiendo orgullosa de la hija que ha criado a base de gustos y disgustos; y sin duda, una de las grandes alegrías que he sido capaz de darle en estos últimos años es el haberle mostrado que las decisiones que tomo, muy a su pesar, son pensando en mi bien estar, y en el de aquellos que han estado el tiempo suficiente a mi lado como para saber que no van a desaparecer de él con facilidad. Que los tengo amarrados a mi vida con doble punto de sutura, y que aún queda mucho tiempo antes de que nos den el alta médica. Que soy alguien sin ataduras, pero que por el rabillo del ojo sigo mirando hacia casa, cuidando de quien deja que le cuide, y de quien es capaz de pedir ayuda. Y de soportar la ayuda que puedo dar, por supuesto; ya sé que mis métodos no son los mejores, ni los menos dolorosos, pero sé, por haberlo probado en mis propias carnes, que son efectivos. Y eso es más de lo que mucha gente puede aportar a la mesa mientras de su opinión, ya sea desinterasada o no. Otro punto a mi favor por el cual mi madre sonríe.
No, no hacen falta grandes cambios; y a veces solo es necesario cambiar un poco el punto de vista, salir de tu zona de confort, apostar teniendo algo a tu favor así tan solo sea tu intuición. Pero intentarlo, no quedarse quieto, inquietarse: porque solo revolviéndose, uno nota las cadenas.
Y quien diga que, hoy en día, los prejuicios, los viejos estereotipos, la inseguridad social y la opresión ya es cosa del pasado, es que lleva toda su vida pierna sobre pierna. Que día tras día me saco un poquito más de la venda, y veo lo que hay al otro lado con un poco más de claridad; y decir que "acojona" es quedarse corto, en casa, y con las persianas bajadas. Y debajo de las mantas, tiritando y sollozando contra la almohada.
Que hay que seguir cambiando, y no solo hacia fuera, moviendo a la sociedad. La vida de cada uno debería de ser un cambio constante, para bien o para mal, pero siempre en movimiento; hacia una dirección determinada, a poder ser, pero sin que sea demasiado importante perderse de cuando en cuando.