sábado, 7 de mayo de 2016



Podemos perder el tiempo, rompernos las espaldas y dormirnos sin esperar nada más que café recién hecho por la mañana. Podemos culpar a la distancia o a las horas de todas nuestras pequeñas desgracias, esperando que eso nos ayude a sobrellevar el día a día sin culparnos a cada paso que damos. Podemos decidir apostar todo al blanco, esperar despiertos a que las estrellas se apaguen, o soplar las velas cuando ni siquiera nos hemos molestado en encenderlas. Podemos echar de menos, anhelar dejar caer los huesos sobre cualquier pedazo de madera que fuera lo suficientemente consistente como para sostenernos a los dos, durante un par de minutos más. Podemos seguir dejándonos llevar cada vez que nos cruzamos, podemos seguir intentando imaginar situaciones imposibles de recrear a no ser que alguno decida abrir la puerta. Podemos seguir observando a hurtadillas como nos denudamos para otros, podemos seguir comprobando que no lo hacemos con la misma gracia, ni con el mismo temblor en las rodillas. Podemos fingir que no nos importa, que está bien, que lo que nunca comenzó ya está terminado. Podemos seguir engañándonos un poquito más, solo para poder seguir existiendo un poquito menos.
Podemos perdernos despacio, encontrarnos entre caladas mojadas y escotes escondidos en coches ajenos. Podemos arrepentirnos y acallar los escalofríos en piernas desconocidas, fantaseando con copas vacías y calor de verano. Podemos idealizarnos, podemos seguir creyéndonos grandes cuando el frío de mayo llega, para pensar que hace no tanto tiempo, realmente estábamos en la cima. Podemos desmontarnos una vez, darnos otra vuelta de tuerca, dejar que corra todo lo que queda por decir, y mirarnos entre bao para no ver nada más que aquello que pudimos ser, sin ser nada. Podemos seguir presionando y reculando, podemos esperar pacientemente, podemos mandar indicios que no lleven a nada. 

Podemos hacer todo esto, y más. Otra cosa es que queramos seguir jugando, seguir apostando, y seguir recogiendo; ya sea para bien, o para mal. Otra cosa es que quiera seguir haciéndolo. Y resulta que no. No quiero apostar, no quiero ganar, no quiero perder. No quiero hacer otra cosa que no suponga moverme demasiado, porque las aguas siguen turbias pese a que se ha acumulado suficiente polvo en los rincones como para dar el capítulo por terminado. Porque puede ser que, para comenzar desde un punto y seguido, haya que terminar con los puntos muertos; y decidir que es lo que se queda, lo que es imprescindible, y lo que ya ha sido tan masticado que no puede recuperarse. Hay que aceptarse, y aprender a vivir con las consecuencias de andar con pies de plomo, sin quedarse demasiado tiempo para que la huella no sea permanente. Y puede ser que para comenzar desde un punto y seguido, sea necesario algo de orden; volver a tener el control, retroceder dos pasos, estudiar la vista desde el conjunto, no centrándose en los pequeños detalles. O pulir esos detalles, esas astillas descuidadas que, en el momento que menos te esperas, surgen de donde las creías enterradas, para recordarte a pequeños mordiscos que es lo que te perturba por las noches. Que es lo que te inquieta cuando crees que has dado portazo a todo, o lo que te derrumba cuando menos te lo esperas.
Por poder, podemos con todo.
Por poder, podríamos seguir como entonces.
Por poder,
podríamos ser felices con lo que teníamos, aunque no todo estuviera a nuestro favor. Porque estaba bien. Porque era respirar aire fresco, sin temor a que la recaída fuera inminente. Porque era recuperar la ilusión, aunque la única que la entendía, aunque no supiera expresarla, era yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario