lunes, 25 de noviembre de 2013

Moving out.


Por mucho que organicemos, por mucho que creamos que lo tenemos todo bajo control, por mucho que no queramos salirnos de los margenes preestablecidos, somos incapaces. Somos puro caos, entropía barata de carne y hueso, que busca abarcar lo máximo posible sin que nadie interfiera en ello, queriendo un equilibrio que, en el fondo, todos sabemos que no existe. Así que, cuando creas que tienes algo bajo seguro, que puedes apostar por ello; vendrán con una carta mejor, y hará que tu castillo de naipes se caiga. Sobre agua. Y que no haya manera de volverlo a levantar.
A veces, es para mejor. La suerte te sonríe, y tienes el karma de tu lado. Por alguna extraña broma del universo, todo va a mejor, y sin que hayas hecho mucho para ello. No te lo mereces, pero estás bien con aceptar algo que se te queda grande, por lo menos intentarlo. Cuando esto sucede, en una de esas raras mañanas de septiembre, en las que empiezas la mudanza hacia una nueva vida, el teléfono suena; y sin querer, todo cae en pedazos. No sabes que decir, no sabes que pensar. Solo quieres llorar, y que te digan que hacer; que alguien tome la decisión más difícil que has tenido que tomar hasta el momento, por ti. Pero no, ya no eres una niña pequeña que se pueda refugiar en lo que digan sus padres; tienes que tomar tus propias decisiones, que apoyar lo que quieres, que sustentar tus anhelos como puedas. Y, en mañanas así, te das cuenta de que has madurado, de que algo te ha cambiado. 

Puede influir que lleve tres meses a más de mil kilómetros de casa, en la otra punta del país; que no vea a mi familia, mis amigos, mi gente; que sea una extraña aquí, y que lo sea allí también cuando vuelva. Todo esto, puede influir en que hayas crecido, que te fijes en otras cosas, que no le des importancia a lo que antes te parecía vital, y que valores lo que tenías asegurado en casa. Nadie se va a preocupar de que haya comida siempre en casa, de que la calefacción funcione, o de que tengas ropa limpia. Y con todo esto, no te vas a preocupar sobre si comes bien, si tienes frío o calor, si tienes la camisa sin planchar. No importa, eso no es lo vital. Porque cuando te das cuenta, has pasado de vivir a intentar poder sobrevivir. No todo es fundamental; lo único importante es que estás donde querías estar, por el que te has pasado los últimos dos años de tu vida dando todo lo que tenías y más. Y que tienes la posibilidad de conseguirlo, de que ahora todo depende de ti, y que no basta con intentarlo, porque hay demasiado en juego. Así que es eso, eso es lo que ronda por mi cabeza, lo que hace que me consuma en papel mojado, lo que hace que no sea más que una carta perezosa que tiembla entre manos sudorosas en un bar de carretera. Tengo miedo.