domingo, 20 de diciembre de 2015



Cada cual debe de ser capaz de repararse a sí mismo, antes de intentar dejar que otros carguen con su pesar. O al menos, eso es lo que creo yo que debería de pasar para que el orden del cosmos no se vaya a la mierda día si, y día también.
No me pidas que te ayude, cuando yo misma peleo por seguir respirando todos los días. No me pidas que sea tu punto de apoyo, cuando me pierdo en las mareas, en las caracolas oscuras, y en los rincones más perdidos de las voces que recorren mi cabeza, mis piernas, y mi calma, las noches que no puedo dejar de escuchar palabras con doble sentido en las paredes. No me pidas que sea el doble punto de sutura, cuando me desangro por momentos y nunca he sido capaz de llegar más allá de las tiras de aproximación. No me pidas más allá de lo que he sido capa de darte hasta ahora, porque es probable que tiemble de tal manera que seas tu el que se tenga que compadecer de mí.

Cada uno, sin duda, tiene su propia manera de afrontar decisiones complicadas, golpes de revés del tiempo, y esperanzas varías; y no todas son compartidas por el público en general. A mi me funciona el tiempo, o eso parece ser; es la manera más cómoda, y la que más tarda en completarse, si me dejáis dármelas de experta en un tema que me destroza sin aviso previo cuando decido tirar las defensas por un momento. No creo, por lo menos por lo que he aprendido en los últimos años, que exista esa teoría universal de que "un clavo saca otro clavo"; a no ser que lo que intentes arrancar de cuajo de tu ser sea algo frívolo, banal, sin sentido, y que realmente no mereció la pena. Las grandes historias, aquellas que hacen que nuestro mundo de un giro total hacia una dirección jamás esperada, que destrozan nuestros esquemas, que nos derriban y arrebatan hasta el último apéndice de nuestro ser sin anestesia ni consuelo; son las que necesitan tiempo, no clavos ardiendo a los que aferrarte una noche de invierno en la que los vasos parezcan no tener fondo, y la lucidez brilla por su ausencia. Así que, perdonadme, si no entiendo que alguien pueda saltar de una liana a otra sin un parón de por medio, aunque tan solo sea para coger aire y por la necesidad de comprobar dos veces, si es necesario que todo está en orden, y que los daños están bajo control. No, no entiendo que alguien pueda intentar enterrar sentimientos, dolor, duelo, o lo que sea que se le pase por la cabeza, o por el pecho, a base de enfrascarse en algo totalmente nuevo; y lo peor es que parece ser que se lo quiere tomar en serio. Es decir, pretender salir de una tormenta para meterte en un huracán, a ciegas, esperando que la suerte y el buen karma no te recompense con una hostia de campeonato, de las que te deja sin aliento e inconsciente en el suelo, sin ser capaz de mover nada más allá que el aleteo del sentido común, que se regocija diciéndote que tenía razón. Y con razón tenía razón.
También tengo claro que yo no quiero ser el segundo clavo, porque me merezco ser algo más que algo que rellene una herida todavía reciente, abierta, y sin coagular. Ya lo he dicho más veces: me merezco la magia, y si hace falta ya pondré yo los efectos especiales. Pero quiero la magia. Quiero serlo todo, llegar a todo, y tenerlo todo. Si, últimamente soy una entusiasta de la vida y una optimista empedernida; y no sé cuanto durará este efecto-droga, pero lo mejor será aprovecharlo mientras me duren las horas.

No quiero ser el segundo clavo. Quiero ser lo que venga después del tiempo, cuando todo esté en calma, aunque las cicatrices aún estén frescas. Porque lo que he aprendido en dos años de camino a ciegas, es que no puedes comenzar a querer de nuevo, si no quieres lo que tienes, quien eres, y lo que te ha pasado. Porque llegará el momento en el que mires atrás, y hasta seas capaz de dar las gracias por el revés al que te sometiste de aquellas; porque te ha hecho ser quien eres ahora, ver la vida como la ves, y asumir los riegos de la manera en los que los asumes. Porque el camino andado queda atrás por una razón, y el que está por venir se encuentra allí para hacerte seguir creciendo. Así que, bienvenidas las piedras, y bienvenidas mis piernas. 
Que puede ser que mi fórmula no se ajuste a todo el mundo, como el resto de las cosas que circulan en esta nuestra atmósfera; pero no suelo equivocarme en remedios caseros para solucionar desastres personales, incluso interpersonales. Será porque he tropezado tantas veces que no creo que haya espacio en mi piel sin que haya sido consumida en su momento por algún moratón o corte, y que ahora no esté adornada con una cicatriz. Pero el conjunto de todas, es lo que me hace ser quien soy, lo que hace que siga levantándome por las mañanas, y lo que me hace ser capaz de decir de corazón lo que pienso, la mayoría de las veces. Porque hay verdades universales que merece la pena proclamar a gritos, y porque hay cosas que es mejor no guardárselas para uno. Y cuando todo parece estar perdido, y que no se puede caer más bajo en el pozo de mierda de turno; ten por seguro que es posible, y que está en tu mano levantarte y seguir adelante, o seguir hundiéndote. Y que en esas situaciones, no hay clavos posibles que puedan ayudarte. Porque solo serían peldaños momentáneos, o ilusiones en vano para personas honestas que se encargaron, en su momento, en ordenar su vida antes de ir a desordenar la del resto.

Con esto, tan solo quiero decirte que la pelota está en tu tejado. Si pretendes que sea tu clavo, has ido a probar fortuna con la papeleta equivocada; incluso con el concurso equivocado. Táchame de humilde, pero yo soy el premio grande, y no estoy dispuesta a que me traten como uno de consolación. Si pretendes salir a flote contigo mismo, y dejar que comparta mi tiempo, mis risas y toda la magia que tengo guardada, hasta que llegue el punto en el que te des cuenta que ente medias no hay nada más que simpleza y comodidad pura y dura, yo soy tu chica. Porque puedo hacer que esto sea lo mejor que te ha pasado en tu vida, con la condición de que me des la oportunidad de enseñarte como hago yo las cosas. Y eso implica que tengas que hacer un viaje de autoconocimiento tal, que tengas que acabar sacando de ti lo que otras no han sido capaces de sacarte; pero esta vez, vas a tener que hacerlo por ti mismo. Conmigo puedes contar, pero las heridas te las tendrás que lamer tu solo.
Porque creo que todo el mundo se merece tener a alguien, no necesitar a alguien. Se merece querer, no depender. Y si tu felicidad tiene la necesita vital de alguien para compartirla, te estás equivocando. No solo de persona, sino de manera de ver la vida, y afrontar las hostias a las que nos exponemos por el simple hecho de ser capaces de respirar y razonar al mismo tiempo. Y para querer sin ataduras, hay que quererse mucho. Y para ello, necesitas tiempo, y espacio. Y ser feliz. Y no preocuparte de nada más allá de lo que te concierne a ti mismo. Si, siendo algo egoísta sin causar daños al resto, lo que viene a ser el "estar solo" de toda la vida.

Así es como veo yo el camino a volver a estar completo. Otra cosa es que necesites permanecer con ese hueco en el pecho una temporada; porque yo también he estado ahí. Y creéme, ignorarlo y enterrarlo con otras preocupaciones no funciona; que a largo plazo, eso acaba estallando, reventando y hundiéndote más, por mucho que pienses que dejar la herida al aire no es la mejor opción. La madre naturaleza es más sabia que todos nosotros, por mucho que intentemos desafiarla a base de bien. 
Y en el momento que te conozcas hasta el punto al que he llegado yo, sin caer en la pretensión de dármelas mucho de entendida, verás que todo está en orden. Y quien merece la pena. Y que lo del clavo es una puta estupidez. Y que todo está bien, y que te mereces volver a empezar. Que ya no le debes nada a nadie, ni siquiera una explicación, porque ya te las has dado todas a ti mismo. Que sabes que es lo que importa, y lo que está en la balanza haciendo contrapeso. 

Que, simplemente, puedes volver a respirar en la espalda de alguien, y sentir que ese escalofrío es tuyo, y que eres tu quien lo provoca. Y sentirte completo con ello. Y, al mismo tiempo, ser capaz de recordar esa situación tiempo atrás con mismo cariño que puede haber entre dos viejos amigos que vuelven a encontrarse después de mucho tiempo.
Porque, solo entonces, recordar será placentero. Y será entonces cuando la locura de mi mano en tu pecho será suficiente para hacer guerras permanentes, sin necesidad de dar conclusiones precipitadas. Y, honestamente, ya no por mi, sino por ti; ojalá seas capaz de llegar a ese punto pronto. Aunque no esté yo allí, porque no me quedé para verlo. Porque te has desnudado para mí, y no hablo de manera literal; y eso está bien, siempre y cuando también seas capaz de desnudarte para ti, afrontando la oleada de naipes afilados que te atravesarán en ese momento. Que quizás es desnudarte a poquitos sea tu manera, pero no pretendas que yo me desnude sin antes estar convencida de que todo está en calma allí dentro. No por nada, pero no serías capaz de soportar la que te vendría encima, que puede que sea tanto lo más maravilloso como lo peor que te pueda pasar. 

Que hay precipicios que, como no seas capaz de saltarlos solo, te acaban devorando. Y hay principios éticos que merecen ser respetados, e historias tales que son capaces de hacerme perder la cabeza antes de comenzar a escribirlas. Que hay ilusiones imposibles, y días para no salir de la cama, porque el día que comienza te recorre las entrañas con sed de destrozos inminentes. Y yo he recuperado la confianza en mi misma, al verte caer, y puede que no sea justo. Pero la vida no es justa, y lo único que podemos hacer, en conclusión, 
es cubrirnos las espaldas,
curarnos el invierno,
quitarnos los principios, 
y arrasar con los finales.
Pero dejando que el tiempo sea quien pone a cada uno en su lugar. Y las cosquillas en mi nuca.

sábado, 12 de diciembre de 2015



Quiero la magia, y ya pongo yo los efectos especiales.
Hay cosas que son imposibles de controlar, por mucho que nos empeñemos en refrenarlas; ya sean ideas, impulsos o decisiones rápidas y precipitadas, que suelen las que acaban determinando nuestros días, y el rumbo de nuestros pasos desnudos. Porque, al final del día, lo que prevalece sobre las historias mundanas en nuestro interior, son los pequeños fragmentos que nos hacen ser quienes somos, por mucho que queramos cambiarnos y completar ideales morales que parecen al alcance de los dedos. No nos engañemos; todos tenemos una manera de ser, de sentir, y una esencia que nos acaba haciendo seres relativamente únicos. Y eso es lo que creo que se percibe a simple vista, en los primeros segundos de contacto interpersonal. 
Con esto quiero decir que, por mucho que lo intentemos, somos como somos, y son las decisiones que tomamos las que nos hacen matizar diferentes aspectos; que pueden ser más o menos fundamentales para acabar redefiniéndonos. Tampoco podemos cambiar a nadie, a no ser que supongamos un punto de inflexión para la vida de esa persona; y, con creces, eso es lo peor que nos podría pasar.

Estoy totalmente segura de que nadie es imprescindible para seguir respirando al final del día, pero que hay un número limitado de personas que nos hacen estar agradecidas de seguir haciéndolo. Y que esas son las que tienen poder suficiente para trastornar tus días, noches, y vida por completo, si se lo proponen; o incluso, a veces, sin pretenderlo, solo por el mero hecho de que una serie de desdichas les han conducido a ese punto sin retorno en el que las decisiones acaban suponiendo un peso mayor del que deberían. Y, lo peor de esto, es que cuando te das cuenta de la magnitud de tus acciones, es demasiado tarde como para volver a empezar. Porque aquí no hay vuelta atrás, ni oportunidad de hacer borrón y cuenta nueva del todo. Solo queda seguir caminando, callándose los daños y apretando los ojos, deseando que nadie se de cuenta de que es lo que escondes detrás de las pestañas. 
Una vez teniendo claro esto, y asumiendo que no podemos hacer otra cosa que aceptarnos por como somos, para intentar sobrellevar los años que nos queden con la mejor filosofía existencialista posible, solo nos queda esperar que el resto se de cuenta de ello, y que nos acepten tal y como somos. No es tan complicado, la verdad; solo que nos han educado para intentar encajar en el mismo patrón, sin importar que el sastre tenga tembleque, o deje jugar a su imaginación entre tela y tijera. Lo que está claro es que, una vez que hayamos sido capaces de liberarnos del todo, solo queda ser felices. Y tener claro los principios básicos que necesita cada uno para ello.

Quiero despertar tarde, y sonreír con el buen olor, ya sea de ti, de mí, o de café recién hecho. Quiero caminar desnuda tantas veces, que me resulte hasta extraño el contacto de algo que no sea tu dedo en mi espalda. Quiero playas desiertas, y quiero cerveza fría con pies mojados, mentes fresas, y sonrisas sin prisa. Quiero bailes silenciosos sobre hojas secas, y dormir cuando la resaca sea incipiente. Quiero sentarme en el suelo, para recordar recuerdos viejos que me hagan reír en vez de callarme las lágrimas al pensar en lo que hubo y se marchó. Quiero no huir, poder sentarme a tu lado a esperar el próximo tren, y si eso perder tantos como haga falta en la estación. Quiero sonrojarme al pensar que es tan cercano que hasta me asuste, y quiero tener que tomar aire fuerte solo para asegurarme que todo sigue en orden y que no estoy perdiendo el norte. Quiero seguir jugando, y no perder la ilusión en salir de cama día tras día. Quiero que haya días en los que no necesite más que música ligera para llenar las horas, que haya historias subrealistas que acaben siempre en estallidos de risas monotono. Quiero tener tantas arrugas y canas que todo el mundo sea capaz de apreciar a simple vista que realmente he vivido. Quiero correr tan rápido que cuando llegue a donde quiera que necesite descansar, solo pueda respirar para poder seguir corriendo. Quiero conocerlo todo, y quiero descubrir que hay más allá del la última capa. Quiero que alguien me conozca hasta el nivel de poder reconocer lo que se cuela por medio de mis pupilas.
Quiero querer, y quiero dejarme querer. Quiero querer tanto que no pueda quererte sin quererme un poquito más a mi misma; porque aunque quiera, tengo que valorar quien me ha querido siempre. 

martes, 8 de diciembre de 2015



No quiero volverme una cínica, de esas que no son capaces de ver el completo de la situación tan solo porque las cosas no han salido tal y como las habían planteado en un primer momento. "Bienvenida a la vida, chica", es lo que me diría a mi misma si fuera capaz de mirarme al espejo el tiempos suficiente como para arrancarme las sílabas de la garganta. Porque por el hecho de que no todo ha sido como me había propuesto, ¿tengo que negarme a disfrutar de esos pequeños momentos? 
Me sentí bien, mejor que si no hubiera puesto el freno mintiendo cuan bellaca; eso no lo voy a negar. Estaba a gusto, y yo creo que fue mutuo; aunque, para mí, quizás demasiado pronto. Y puede que ese ritmo de complicidad no fuera el que quería marcar esta vez, porque puede ser que tenga expectativas; aunque no estoy muy segura de ello, pero he de reconocer que otras veces no me hubiera importado lanzarme al acantilado con los brazos abiertos, para regocijarme de la presión debajo del agua. Y luego tomar una bocanada de aire fresco mientras huyo de ahí lo más rápido que pueda, no vaya a ser que alguien esté dispuesto a secarme cuando puedo hacerlo perfectamente sola, sin arriesgarme a un contacto más allá de lo físico.
Pero esta vez, por algún motivo que no acabo de comprender, espero que haya ese contacto. Y no creo que sea capaz de moverme sin ser de puntillas hasta que no lo consiga. 

Pero no quería hablar de esto. Quería hablar de esos minutos, que en realidad no tengo muy claro de cuanto tiempo supusieron, en lo que el silencio y el rap de playa tomaron la palabra. En los que no pasaba nada más allá que ojos cerrados y suspiros entre pestañas, manos desnudas en mi espalda, y remolinos en mi pelo. Y caracolas en el tuyo. Porque parecían instantes de complicidad creados de la nada, como hace años, como los buenos recuerdos que aprendí a valorar demasiado tarde, y que ahora quiero volver a encontrar. Aquellos que hacen que el pecho se te encoja hasta el punto de implosionar del revés, dejando a su paso en paz tal que no se necesita nada más que una mirada de compresión para llenar el espacio en blanco. Y puede ser que sea demasiado pronto para hablar de esa sensación, cuando no me he hecho siquiera a la idea de que es lo que está pasando; pero es la primera vez en mucho tiempo que tengo dudas extrañas, que me tiemblan las piernas y que tengo la necesidad de aislarme de todo para poder tomar aire. Joder, si hasta he vuelto a dibujar, y a correr. No diga que me haya enamorado, cuando no tengo claro siquiera si me gusta él, o si me gusta que alguien me esté haciendo sentir y tener ilusión de nuevo. O una mezcla de ambas cosas.
Lo que está claro es que estoy recuperando mi esencia, o una parte de ella que lleva tres años a la deriva; y que ya era hora de que volviera a casa. Están retumbando las ventanas, y por primera vez en mucho tiempo, no es precisamente porque se esté viviendo un temporal. Y después de estos momento de regocijo, de tener que tomar pausas comedidas para seguir escribiendo, es cuando vuelven a recaer sobre mí las dudas, el miedo, y la indecisión de arresgarse en algo que puede volver a salir mal, y volver a acabar arrasando con todo. Y tener que volver a empezar. Y acabar, de nuevo, en ese pozo donde no corre el aire y donde no se escucha nada más allá que las voces implacables de antaño. 

Está claro que no se puede ganar sin arriesgar. Pero no tengo nada claro si merece la pena arriesgarse de nuevo, porque hay golpes a los que no estás dispuesta a exponerte de nuevo. Como todo, así es la vida: una puñetera injusticia que te dejará en bragas en cuanto tenga la primera oportunidad. Porque es desgarrador no ser capaz de confiar, o de tener un mínimo de esperanza, por miedo a que la partida no salga de la manera esperada. Y si, tener que volver a empezar.
No sé que haré. No sé hacia donde caminaré, pero está claro que tengo que moverme. Pero esta vez, a poder ser, que moverse no implique huir. Que puede ser que ese instinto atrofiado mío vaya a dar en el clavo. O puede ser que todo me estalle en las manos, y se haga pedazos a mis pies sin que pueda hacer nada para impedirlo.

Ojalá todo fuera sencillo, y ojalá no fuera necesario pretender, ni las dobles intenciones. Seríamos todos feliz, y tened por seguro que a mi me dolería menos la cabeza.

lunes, 7 de diciembre de 2015



¿Cuándo hemos comenzado a desconfiar de esta manera insana de todo el mundo, perdiendo la fé total en el romanticismo y en las conexiones reales, más allá de los suspiros a quemarropa en la espalda? Supongo que en el momento que hemos pedido la ilusión en descubrir algo nuevo, y que el "aquí-te-pillo-aquí-te-mato" que tanto hemos añorado algunas noches de copas de más, se ha convertido en el nuevo director de orquesta de este nuestro día a día.
Así, no sabes ya que pensar de gestos, detalles, miradas, susurros y apretones de mano, porque todo puede ser lo que no es, o lo que no esperas, o lo que no te imaginas. No sabes cuando dar el paso y dejarte llevar, exponiéndote a que te hagan daño de nuevo. Porque lo peor que nos puede pasar, por lo visto, hoy en día, es que nos ilusionemos, que queramos conocer algo más allá de alguien que solo nos quiere por lo que somos físicamente, pero que no tiene intención de conquistar nada más allá de tus bragas.

Y esto es triste, muy triste. Porque vale que hayamos disfrutado plenamente del misterio y la seducción que conlleva acabar una noche con alguien con el que no pretendes compartir nada más allá de unos instantes y la resaca del día siguiente; pero llega un punto en el que quieres algo más. Quieres sentir de nuevo, y sentirte bien contigo misma. Porque el correr y ganar, jugar en las grandes ligas, ya no te llena; e incluso te planteas como ha sido posible que te llenara en algún momento. Sobre todo, cuando recuerdas como comenzó este juego, y sobretodo, con quien. Cuando lo tuviste todo, y se acabo reduciendo a cenizas y resentimiento. Y quizás te haya dejado tan buen sabor de boca porque había algo más escondido en las entrañas de esos momento tan íntimos, tan nuestros, y tan memorables; porque realmente, había algo más. Y es lo que quiero, volver a tener ese "algo-más" para devorarlo, destrozarlo, revolverlo y volver a retrocerlo. Y repetir, y cansarme mil veces, y volver a ilusionarme mil y una más. 
Pero aquí el gran problema es que voy a poner siempre el ojo en aquello que me va a acabar haciendo más mal que bien. O quizás no, pero no se me da bien interpretar las señales; y entonces es cuando siempre acabo igual. Haciéndome daño, y huyendo, antes de que haya la más remota posibilidad de que me lo hagan a mí. Porque, quieras o no, comenzar con esto, implica exponerse demasiado, y dar partes de ti que no tenías pensado. Al menos, de momento; por lo menos, hasta que consiga resolver al ecuación de si me quiere conocer solo un rato, o pretende quedarse algo más. Y mirando hacia atrás (tampoco tan atrás, me bastan con unas pocas horas). no sé si me habré tomado la situación demasiado a pecho. Y quizás lo he hecho, porque he perdido el control.

Tengo que ser yo la que marque las pautas, y dejar las cosas claras. Tengo que ser yo la que diga "hasta aquí" o "sigue", pero esta vez sin buscar excusas. Tengo que ir de frente, arriesgarme a que me tomen por una romántica empedernida que no entiende la vida actual cuando luego es la primera que aplica todas y cada una de sus reglas. Tengo que mandarlo a la mierda.
Porque me respeto, y porque esta rabia que siento ahora mismo voy a tener que acabar canalizándola por algún lado. Porque no puedo seguir así, y aunque hoy he dado un paso más de los que daría anteriormente (tampoco, de nuevo, hace falta irse demasiado lejos para darme la razón), no creo que haya sido suficiente. Tengo que ser yo la directora de esta función, como lo fui en su momento. Que tenga pánico de dar un paso más por si muerdo, y que vuelva a tener los pantalones. 

Pero lo que tengo claro, es que no hay derecho a que un tío pueda hacer que me sienta así de utilizada. Ni que me haga dudar de esta manera sobre lo que pienso, o sobre lo que creo que soy. Porque si, realmente es así, acabaré huyendo de nuevo. Y ya se me están acabando los puntos de este país a los que poder huir. 
Quiero cerveza, quiero magia, quiero el cielo antes de entregarte nada. Porque estoy segura que entonces, solo entonces, recuperaré una parte de mí que había pensado perdida. Porque entonces.

El problema es el "entonces". 

domingo, 29 de noviembre de 2015



No somos un pedazo de carne, que usar cuando no haya paños limpios ni mantas cálidas, para sanarnos las heridas y curarnos el ambiente. Ni los somos, ni merecemos que alguien nos trate como tal. Somos mucho más y, aunque tengamos la misma necesidad de cariño, amor, y puto calor humano, no tenemos que ir menospreciando a la razón, e intentando ganar la partida a base de buenas palabras e intenciones de doble filo. 
O por lo menos, que no lo intenten conmigo.
Odio que solo se me quiera, se me haga caso, o se me escuche cuando le conviene al títere de turno. Soy más que un pasatiempo, que un momento fugaz de felicidad, que alguien con quien pasar un buen rato y, si te he visto, no me acuerdo. No estoy hablando de sexo, ojo; estoy hablando de crear un vínculo emocional con alguien, destrozarlo, y luego pretender saltar sobre el abismo con la inocente ilusión de que alguien te va a recoger; no puedes crear y destrozar, seguir mi puñetera filosofía, y después pretender adaptarla a unos principios éticos, morales, o de mínimo respeto, de los que careces. Esto no me lo merezco yo, ni se lo merece nadie. Y estoy harta de darme con un canto en los dientes cada dos por tres, sobre todo cuando doy algo más que sarcasmo y humor barato de cerveza fría. Porque aquí todos somos graciosos, geniales y míticos, hasta que nos quedamos a solas y toca comenzar a hablar con algo más que con lo que se nos calienta entre las piernas; entonces, es cuando sale a relucir lo que hay por debajo de las capas de orgullo, chistes simples, y risas tontas. Entonces, es cuando deberíamos de ser capaces de distinguir quienes son los que merecen la pena, y quienes solo están intentando ser lo suficientemente interesantes para poder retenerte un rato más, y calmar durante unos instantes el maremoto en el que intenten convertir su triste vida, para hacerla un mínimo de interesante para poder engatusar a alguien. 
Estoy harta.

¿Es tan complicado ser capaces de ir con la verdad por delante? Porque a mí que me registren, pero no se donde está instalado este mercadillo que vende el vidotutorial de "como-ser-un-puto-gilipollas-de-dos-caras". Porque parece ser que ya nadie merece la pena para ser algo más que un puñado de tensión sexual sin resolver, y que solo se nos quiere cuando es conveniente, o cuando el frío aprieta. Y aquí es cuando yo comienzo a desesperar, a indignarme y le prendo fuego a nuestra cama. Y mando a todo el mundo a la mierda, sobretodo a aquellos que no se lo merecen. Pero es que no es normal que, cuando se supone que ya somos adultos incipientes, sigamos jugando al escondite con las emociones, y con las apariencias. Es incluso más infantil que cuando yo cojo los bártulos y salgo huyendo. Y eso es lo que provoca que me vaya encontrando con tantas piedras por el camino; que ya prefiero ni intentar caminar. ¿Para qué? Si total, todos son iguales, todos buscan lo mismo, y yo no les voy a dar el gustazo de sacarlo de mí.
Este mundo se rige por normas básicas de principio animal, y por mucho que nos empeñemos en darle la vuelta e intentar se mínimamente racionales, el equilibrio es imposible. Porque por lo que llevo visto en estos veinte años de vida, los leones que cupulan en el zoo tienen más respeto, o más sentido común.

Si me has dado la patada, no pretendas que vuelva a casa por Navidad. No me trates de turrón. No. Si en su momento decidiste darme el portazo en las narices, y joderme todo lo que había avanzado al salir del cascarón, no pretendas que no esté "rara". No, no estoy enfadada. No, contigo no me pasa nada. Solo que no quiero saber nada de ti. No es que me hayas hecho daño, porque nunca fuimos nada, pero no me fío de ti. No lo hago ahora, y nunca lo voy a hacer. Puedo seguir sonriéndote, puedo seguir ayudándote en lo que necesites, y puedo sentarme en la misma mesa que tu; pero del comecome que voy a tener dentro cada vez que te tenga delante, no te vas a librar en la vida. No, no es ser falsa, es tener un mínimo de respeto. 
Cosa que no me importaría que me tuvieran a mi, para empezar.
¿Qué saco de beneficio de esto? No volver a abrirme en mucho tiempo, de nuevo. Seguir siendo un puto alma en pena, arañando calor por los rincones y escondiendo la cabeza al día siguiente. ¿Por qué? Porque es la única manera de sentirse algo mejor, sin tener que sentir lo más mínimo. Porque estoy harta de toda esta mierda, y porque no me lo merezco; ni yo, ni nadie. Porque luego nos quejamos de lo que somos, y no nos gustamos; pero hay que tener en cuenta que no toda la culpa es nuestra, sino porque hacemos unas elecciones de mierda. Y siempre acabamos escogiendo aquello que, en vez de hacernos sentir mejor, nos acaba hundiendo a largo plazo, sumiéndonos más en nuestro pozo de mierda personal. 

No voy a dedicarte ni un minuto más de mi tiempo. Solo espero que te sientas algún día igual de impotente como me estoy siendo yo ahora mismo. Y me da igual que te comportes así porque en su día te hicieron daño; a mi también, y a todo el mundo, y no por ello vamos jodiendo al personal ni intentando funanbulismos imposibles con sensaciones que ya están enterradas, cuando te has tomado la puta molestia de mandar todo a la mierda a la primera de cambio. Siento que la vida no te esté tratando bien, o lo que sea que te puto moleste; pero no es mi problema. Es el tuyo, y si algo he aprendido, es que cada uno tiene que cargar su mierda, y dejar al resto en paz. Tu vida, la mía, y una barrera de hormigón entre medias. Y si lo que pretendes ahora es pasarme algo de tu motón, recuerda que en su momento, te encargarse de picar un boquete en la pared, para luego tirar la bomba y sellar la abertura. Dejándome al otro lado con el estallido final, y sin opción de salir.
Y eso, amigo, no es precisamente tener respeto,
ni cariño,
ni amor propio.

Es ser una puta mierda. Tanto de persona, como de ser racional. Sobre todo, una mierda de persona.




lunes, 16 de noviembre de 2015



No podemos dejar de preguntarnos si estamos haciendo lo correcto en cada pequeña decisión de este ciclo sin fin de trazos sin sentidos a los que nos enfrentamos cada mañana, al deslizarnos de la cama dispuestos a recorrer las horas que nos hemos ganado lo más rápido posible. Para no sentir nada más allá de lo que se nos está permitido entre las bocanadas de aire que nos toca por ración; porque si dejamos que interfiera en el patrón algo más de lo necesario, es cuando la balanza cede ante el peso de las consecuencias.
Con el paso del tiempo, te das cuenta de que tienes que mirar por ti de por el resto; porque has aprendido, a base de hostias, moratones, decepciones y mordeduras de lengua que, si no apuestas tu, no cuentes que nadie vaya a hacerlo por ti. Y es lógico; ningún gilipollas apostará por un caballo perdedor. Pero también te das cuenta de que no sirves para ir machacando al personal para abrirte paso entre la multitud de cadáveres, devorando el mundo con los sentimientos enterrados en lo más profundo de las entrañas. Porque pueda que sea verdad que conviertes en veneno todo lo que tocas, pero no por ello vas a ponerte como meta destruir todo lo que alcanza la vista.

Con esto me refiero a que, a veces, simplemente no sabes que hacer. No sabes si arriesgar, si quedarte tal y como estás y arrepentirte de ello más tarde; o si dejar que sea el destino el que siga tirando los dados por ti, a ver si esta vez por fin se decide a sonreírte un poco. Porque mover los hilos puede ser una sensación increíble, pero no cuando tienes miedo a tirar de más. Hay cosas que, quieras o no, son intocables; que tienen un pacto oculto que no sabes ni como se ha forjado, ni recuerdas en que momento te decidiste por firmar el tratado. Y aquí, a lo que nos estamos enfrentando es a la decisión de arriesgar todo a ciegas, sin saber si quiera si el premio merece la pena. Y con la indecisión de si siquiera intentar probar con la punta de los dedos el agua, no vaya a ser que nos empujen por detrás, nos enganchen por delante, o simplemente nos tiremos al vacío. Sin asegurarnos de que haya agua, para empezar. Y no es motivo de coña, porque ya lo hemos hecho más de una vez, y ya vemos lo bien que ha salido.

Como todo, supongo que esto será cuestión de hablar las cosas. De poner todas las cartas encima de la mesa, explicar que es lo que pasa por tu mente, tus entrañas y tu instinto, y esperar que las partes implicadas ni se escandalicen, ni pierdan los papeles. Y, sobre todo, que no se levanten y se marchen dando un portazo. El problema, además de las perspectivas negativas de esta comedura gratuita que viene a arruinarme la noche de domingo de velas e incienso, es que esto no se me da nada bien.

No se me da bien hablar de mí, no se me da bien hablar de sentimientos. No se me da bien hablar de perspectivas, de motivos, de incertidumbres y de temores. No se me da bien ir con la verdad por delante, porque me da la sensación de estar regalando al portador mis últimas migas de poder. Y poder es seguridad, y seguridad es la pieza clave que me mantiene a flote cuando todo se va a la mierda. No se me da bien reconocer que tengo miedo, y no se me da bien asegurar que tengo pánico a volver a hacerme daño. No se me da bien decir que estoy perdida, sin saber dónde, ni con quién. No se me da bien confesar que le tengo pánico al "qué dirán" y que eso me priva de hacer todo lo que quisiera y decir todo lo que me gustaría.
Y, por supuesto, no se me da bien pedir ayuda. Auxilio. Una mano amiga que me de, cuanto menos, una palmada en la espalda para decir, con una sinceridad tan plena y pletórica que casi no parezca real, que no pasa nada, que todo está bien, que me entiende, y que ya se encarga de poner la red y preparar el botiquín para cuando la hostia sea inminente, y esté atada de pie y manos. 
Pero claro -siempre hay un pero-; para ello, tengo que ser capaz de, por lo menos, abrir la boca y ser capaz de decir todo esto, sin sentirme tan culpable que me muerda el labio antes de que comiencen a fluir las palabras.

Maldita la hora en la que aprendí que mis problemas, son míos y de nadie más. Maldita la hora en la que asumes que el resto miran por ellos mismos, y que tu solo formas parte de sus vidas cuando necesitan algo; y que, inocente de ti, siempre vas a tener preparada una frase de aliento o un consejo para que lo expriman. Y aún sonreirás al no recibir nada a cambio. Porque las hostias parece ser que las regalan, y que a mi me encanta coleccionarlas; porque sino, ya hubiera aprendido hace tiempo.
Y me hubiera alejado de todo esto.
Y no confiaría tanto.
Y no dolería.
Y sería fácil.
Pero, como siempre, nos gusta lo difícil. El "creer lo mejor de la gente, sacarlo, crear una historia preciosa, y huir cuando nos agobiamos con nuestra creación". Vamos, mi crear-para-destruir de toda la vida. Para luego curarse las heridas soñando con Vetusta, y pensar en futuros inciertos y realidades paralelas, mientras alguien pierde los días consumiéndose en café e ilusiones fugaces de las que hay que deshacerse antes de que sea demasiado tarde. Porque, para quien no crea todavía, a día de hoy, en mi filosofía de huir cuando las cosas se ponen serias, o cuando son demasiado bonitas para ser ciertas, o demasiado fáciles, o demasiado como-suenan-en-mi-cabeza justo antes de dormir; que lo intente, al menos una vez.
También os aviso que, una vez hayáis probado a ganar por retirada, no vais a poder solucionar ninguno de vuestros problemas de ninguna otra manera. Porque no hay mejor sensación que el placer momentáneo de dejar cabos sin atar, posibilidades abiertas, y frases en el aire; hasta que ese mundo de castillos de arena se deshace en tus manos, e intentas encontrarle sentido a todo, sin conseguir nada más allá que miradas vacías y desnudos improcedentes.

Porque no hay ninguna sensación que supla el haber sido querido, o el haber querido con todo tu ser; aunque te dieras cuenta demasiado tarde. No. No hay nada mejor. Y os lo intenta explicar alguien que lo ha probado todo. Porque mataría por volver a sentir todo eso, en vez de ir buscando miradas fugaces entre cervezas tibias, para luego huir sin preguntar siquiera el nombre. Y dejando los pendientes por el camino. Y la autoestima, que normalmente tardas unos días en darte cuenta que la has dejado atrás. Para volver a las mismas unos días después. 

No sé que quiero hacer.
Solo quiero hacerlo bien.
Por una vez.
Y dejar de equivocarme siempre.
Que vale que los exámenes tipo test no se me den bien, pero aquí nos estamos jugando mucho más.

domingo, 18 de octubre de 2015



Volver a casa, no siempre es malo. Y menos mal que estoy empezando a verlo así.

Hay reflexiones tan profundas que corroen el alma, que te desgarran las entrañas e intentan hacerte cosquillas en el fondo de los huesos. Y hay momentos que dan pie a esos pensamientos profundos, ya sea porque estas donde siempre te acogen, o porque tienes el derecho de discutir a gritos y cervezas de más sin que el asunto vaya a más. Para que te dejen las cosas claras, te den con un canto en los dientes, y la hostia contra el suelo sea tal que no tengas ganas de volver a levantarte. Ya no solo hablo de dolor, sino de vergüenza.
¿En qué momento he dejado de quererme de esta manera? Podría no hablar siquiera de cariño, y llamarlo respeto. Ese sentimiento propio que se supone que todos debemos de sentir por nosotros mismos, aunque sea lo único que haya de provecho en nuestro interior. Pues creo que hace años que, en muchos aspectos de mi vida, no me respeto. Ni me valor. Ni me quiero, por supuesto. No sé porqué, ni comprendo los posibles motivos para ello. Porque una cosa es ser una cabrona, y otra ser el trapo de una noche, la peonza que gira y gira hasta que se topa con alguna esquina traviesa en la que se pierde hasta que el Jägger deja paso a la sangre por mis venas. No, son cosas distintas. Y no puedo escudarme en ser así por el simple hecho de que no quiero que me hagan daño. Porque no sé cuanta gente ha pasado por mi vida que sabia de sobra que aquello iba a acabar en destrucción personal, y no solo les dí permiso para quedarse, sino que también asientos en primera fila con botella de champán incluida.

Y todo este huracán de desastres nocturnos y sábanas tensas de mediodía pueden haber sido los que me han llevado a este estado de autodestrucción en el que llevo estos últimos dos años; y mira tu por donde, fue cuando comenzó este sin vivir de idas y venidas sin sentido y motivo. Si, en muchos aspectos me he encontrado a mí misma, y he madurado; pero también he de ser sincera conmigo misma, y ser consciente de que hay famas que preceden, y a mi me gustaría ser recordada por algo más que esto. Eh, que soy la primera a la que le da igual lo que piense la gente; por eso esto lo quiero hacer por mí. Porque he llegado al punto en el que no me siento cómoda tal y como soy, y eso es lo principal para seguir respirando al son de los días. 
Quiero estar sola. Pero sola de verdad, sola durante una temporada tan larga que hasta me plantee que el tren haya dejado la estación para siempre.Y sentirme bien así, sola, queriéndome, mimándome y dándome todo el cariño y respeto del que me he autoprivado durante todo este tiempo. Ya he corrido en demasiadas plazas, y es hora de tomarme un respiro; o de huir por patas de este mundo cíclico en el que me he acabado sumergiendo. Con las dos piernas atadas. A un bloque de hormigón. Del tamaño de mi cama. Que igual ese es el problema; mi cama, no el bloque.

No me arrepiento del viaje. Para nada; me ha dado muy buenos momentos, muchas situaciones que se van a quedar gravadas a fuego en mi memoria, ya sea para bien o para mal. Ha sido curioso, especial, y un punto más a mi favor, por el hecho de que me he conocido en el sentido más animal del ser humano. Pero creo que ya estoy preparada. Para volver a enamorarme.
Igual mañana me arrepiento de haber dicho esto, pero ahora mismo es lo que siento: quiero volver a enamorarme. A que esa sensación de placer mental me recorra hasta las puntas de los dedos, que no pueda dejar de sonreír, y que mi mundo de vuelcos con pequeños gestos del día a día. Porque tengo tan buen recuerdo de la primera última vez, que volvería a caer. Quiero todo eso, quiero el pack completo; pero ahora sabiendo quien soy, que puedo ofrecer, y sin duda, que es lo que quiero. Ojo. Que quiera volver a estar ahí, no implica que quiero que sea ya. No. NO. Ni mucho menos. Tengo mi vida todavía patas arriba y con las bragas del revés, y no necesito precipitarme en otro aspecto más. No. Quiero sorprenderme y encontrarme como quien no quiere la cosa, de nuevo, en el zócalo de un portal mientras fuera diluvia. Quiero la magia, los fuegos artificiales, y el temblor de manos. Pero sin lanzarme a ciegas al precipicio; porque quiero estar segura de que esta vez, no voy a saltar dos veces, de espaldas, y sin paracaídas ni cuerda de seguridad. 

Llamadme pecadora del control, las historias imposibles y de ser una idealista empedernida que ha llegado a su límite de juego universitario y quiere volver a colgarse los faldones de monja. Si, podéis llamarme todo eso, y todavía me quedará picardia suficiente como para guiñar un ojo y hacer que os replanteéis si esta vez todo lo que digo está firmado con sangre, o vuelve a ser otra de mis noches de bohemia en las que me alegro de estar soltera y entera. No lo sé. Supongo que, como todo, tengo que darme una oportunidad de hacer un tiro certero, y suplicar con los ojos cerrados y las manos sudorosas a dar, de una vez por todas, en el blanco que lleva esquivándome todo este tiempo; no descarto que tenga que ver porque siempre que me da por coger la pistola, llevo tanto alcohol en sangre que las dianas las veo dobles y bailando un paso doble al son de palabras dulces susurradas en puntos débiles, en noches débiles, y en garitos débiles.

domingo, 27 de septiembre de 2015



Que fácil es ser feliz, y que difícil nos lo ponemos.

En sí, esta será de las frases más ciertas que he llegado a intentar ponerles sentido, y encontrarles un hueco en mi día a día para vivir de ella. Y te paras a pensar en todo lo que puedes llegar a valorar a lo largo de los años, y los mejores instantes, los que conforman los recuerdos que vivirán más allá del tiempo, cuando ya no queden más lágrimas, son aquellos que se hicieron con poco más de nada. Con calle, cerveza, culo en el suelo, risas y sonrisas torcidas de cachivache en boca; no en vestidos finos, tacones altos y delineadores perfectos. Y quien me diga lo contrario, es que no ha salido a patear la calle lo suficiente para darse cuenta de esta ley universal.
Es fácil estar en paz contigo misma al final del día, porque la fórmula para ello no se esconde detrás de carteras abultadas o de estereotipos arriesgados. No, para sentirte bien contigo misma no necesitas mucho más que rodearte de gente que no intoxique el ambiente nada más entrar por la puerta, que sea capaz de ver más allá que ropa sucia del día anterior, y que con el mero hecho de tu compañía se contenta. Que ser feliz es fácil, y sale barato. 

Y más allá, me gustaría ser capaz de llevar ese ritmo de vida para el resto de mis días. Y doy gracias por haberme encontrado gente y momentos en mi camino que me han abierto los ojos, de poquitos en poquitos, y darme cuenta de que todos los demonios están ahí impuestos por todo aquello que llevo absorbiendo desde hace demasiado tiempo como para diferenciar aquello que sale de mi, de aquello que esperan que saque; porque, al fin y al cabo, lo que quieren es que nos recortemos a nosotros mismos siguiendo el mismo patrón que ellos han diseñado para que estemos callados y con los brazos bajados. No estoy proponiendo una revolución total, sino que, para mí, se cierra un capítulo de amargura, por lo menos durante una temporada. No soy yo quien tiene que cambiar, sino mi manera de ver las cosas, y de enfrentarme a los convencionalismos que hacen que agache la cabeza y frunza los labios. Que les den. Que os den a todos.  

Quizás esta sea la vez que más claro tengo quien quiero llegar a ser, y que quiero hacer conmigo misma. Y me parece un plan cojonudo, y totalmente asequible para aquel que sea capaz de sacarse la venda de los ojos. No quiero ser una chica VIP, no quiero tener lo mejor; porque en el fondo, hay muchos aspectos de mi vida rodeados de lo mejor. Que lo mejor es material en el sentido carnal de la palabra, pero no tiene precio. Ni motivo.
Y me alegro de corazón el haber sido capaz de continuar en pie, dando pasos a ciegas y dándome de hostias contra las esquinas. Porque creo que estoy en paz, y joder, ojalá dure. 

lunes, 21 de septiembre de 2015



Septiembre nunca se ha portado del todo bien conmigo. 
La lluvia ya no es lo que era; ya no me trae recuerdos felices de casa, ni me hace salir de la cama sonriendo con morriña consumida. No. Ahora es como volver a estar allí, en el ojo del huracán, de nuevo. Y que todo lo malo vuelva a redimir un poquito más los pecados que has dejado sin saldar, arrastrándote hacía el fondo sin preocuparse como están tus rodillas. Simplemente, te arrasa, haciendo que los demonios de tu interior se agiten y salgan a ver que es lo que está sucediendo; y eso nunca es una buena señal.

En general, esto se debe a demasiadas cosas, y todas ellas hacen que rebose el vaso, que toda la mierda acabe saliendo, y que aquí esté yo, consumida, acabada y abatida. No quiero estar aquí, pero tampoco sé donde me gustaría estar. Bueno, me encantaría volver atrás dos años y unos pocos meses; y no joder todo aquello que estaba bien, que era bonito y parecía fácil en mi vida. Porque aquel momento sin duda fue el principio del fin, y el motivo por el que no he sido capaz de levantar cabeza más que en fugaces momentos de esplendor desde entonces. Porque, desde aquella, tengo claro que no he conseguido volver a ser del todo feliz.
Tampoco debe de ayudar mucho el hecho de que, después de dos años esperando, escondiéndome y reprimiéndome, haya decidido abrirme a alguien. Dejar que me conozca, que me desvele, que aprenda a entrever lo que hay más allá de las sonrisas eternas y la cerveza finita; y parecía algo bueno durante las primeras semanas. Pero mira a donde me ha llevado: ha sumirme de nuevo en mi misma; y puede que en un punto más profundo del que me encontraba la última vez. Y mira que esto me lo olía, y sabía como iba a acabar; pero lo que no sabía es que me iba a afectar de la manera que me está afectando.

Y ese, justo ese, es el problema de desnudarse para el resto. Que quizás, lo que hay dentro de ti, no está hecho para todo el mundo; y todos tenemos suficiente mierda con la que lidiar como para tener que cargar también con la de los demás. Y por eso, supongo, nadie se queda para ver más allá de lo que les dejo ver de primeras; porque cuando dejo que se escape algo más de lo que se puede ver de alguien que no tiene problemas y disfruta de todo lo que tiene, la tormenta que se avecina es impresionante, y todo aquel que no sea un suicida sabe que ha de coger sus bártulos y marcharse con la orquesta a otro pueblo.Supongo que por eso yo, por principio, ya no dejo que nadie se asome a ese balcón, y me voy antes siquiera de que den el parte del tiempo. 
Y me siento sola, me siento perdida y me siento mal conmigo misma. No me doy pena, eso no; porque el encontrarme en la situación en la que estoy ahora es absolutamente culpa mía, y consecuencia de una serie de malas decisiones encadenadas que no he sabido, o no he podido, o no he querido, parar a tiempo. Nunca lo sabremos. Pero quiero salir de este ciclo sin fin en el que se han convertido los que deberían de ser los mejores años de mi vida. Cambiar. Volver a empezar. Pero, aunque consiguiera tener esa oportunidad, estoy segura de que, tal y como estoy ahora, la echaría a perder. 

No puedo conmigo misma. No puedo más. Ni me soporto, ni me aporto, ni hago nada más allá que dejarme tomar aire para volver a darme una patada en las costillas. Y así pasan mis días, mis años, mis oportunidades, y mis últimas ganas de seguir adelante. Total, ¿para qué? 
Nadie espera nada de mí, y no tengo a nadie que demostrarle nada. Ni siquiera a mi misma, porque parece que lo mejor que he sido capaz de hacerme a mi misma es demostrarme que ni siquiera yo me valoro; como para esperar que lo hagan los demás. Y no, no me estoy machacando de más, ni exagerando las cosas, porque lo tengo claro.

Mi verdadero problema, soy yo. 
El verdadero problema de todos los que me rodean, soy yo.
Lo que me saca las ganas de seguir respirando, soy, he sido, y siempre seré, 
yo.

miércoles, 9 de septiembre de 2015



Septiembre acaba de comenzar, y lo propio hace el año. Porque todo el mundo que haya pasado un tiempo de desconexión en estos meses de verano, sabe que los años no comienzan en enero, cuando lo dicta el calendario; sino cuando es hora de volver a bajar la falda, callarse los guiños pícaros y encerrarse en casa, cerrando las piernas de una putísima vez.
Septiembre ya está aquí, y yo continuo en principios de verano.

Esta época del año siempre supone un momento de autorreflexión sobre lo que ha pasado en los últimos doce meses de tu vida; una inflexión de recortes de horas, en los que nos damos cuenta de que, en realidad, no hemos avanzado demasiado; y que nos encontramos en el mismo punto muerto sobre el que llevamos girando ya demasiados años. Y, como ya me tiene acostumbrada el tiempo, el incipiente otoño me trae camas vacías, soledad con café tibio, y medias remendadas debajo de los pantalones. Nada ha mejorado, pese a encontrarme pletórica cuando abandone la ciudad de las mil y una luces; desde el momento en el que tuve que volver al ojo de mi propio y personal huracán, todo se ha deshecho en mis manos en millones de pedazos. He perdido el sentido, la conciencia, y hasta el amor propio; que era una de las pocas cosas que estaba segura de haber conseguido con el paso de los años, y de los daños.
Pensándolo ya desde el punto de vista de quien tiene su vida en dos cajas de cartón, y una maleta de mano, ha sido un verano horrible: he vuelto a caer de bruces contra el suelo al rebotar sobre viejas piedras que ya daba por enterradas o, por lo menos, por perdidas; he encontrado cobijo temporal en brazos de alguien que comenzó dándome fuegos artificiales, y que me ha dejado con pólvora mojada, y casi por pena; y he terminado por deshacerme entre cerveza caliente, matojos de madrugada mojados, y mañanas borrosas. Sin duda, he dado un par de pares de zancadas hacia atrás en lo que se suponía que era una etapa más de conocimiento sobre mi misma, y de alcanzar lo que esperaba que fuera mi verdadero ideal de persona. De mi propia persona.

Supongo que, como siempre que la acabo cagando como en estos últimos tres meses, puedo asegurarme que este borrón-y-cuenta-nueva realmente será el definitivo y el más duro; por lo que será la vuelta a la buena senda total. Porque la esperanza en uno mismo es lo último que se pierde, o eso dicen; y más vale que sea verdad, porque estoy realmente perdida en todos y cada uno de los apéndices de mi triste, solitaria y pequeñita vida. La verdad, para considerar que, en dos días, comienza un año nuevo, no estoy lo que se dice preparada del todo. 
Debería ser capaz de alejarme de los malos vicios, o ser capaz de controlarlo. Y, a estas alturas de mi vida, ya tendría que tenerme algún tipo de amor propio o, como mínimo, un poco de respeto. Y no, no tengo ninguna de las dos cosas. Quizás se deba a que no me lo tomo del todo en serio, que no he alcanzado mi fondo personal, o que me sigo escudando en que soy demasiado joven como para darle tantas vueltas a las cosas; y me equivoco de tomo a lomo. Porque mi propia vida se está escapando de mi control, y no me gusta quien soy.

Si. Después de tantos años intentando quererme, soy incapaz de, siquiera, apreciarme, o agradarme. Me doy asco en demasiados aspectos, y no sé como cambiarlo. Porque el empezar de cero realmente no es real. Porque es imposible darle a las agujas hacia atrás, rebobinar y corregir errores; y puede ser por eso por lo que se dice que hay que aprender a convivir con ellos. Pero yo ya llevo tantos errores acumulados que son ellos los que tienen que aprender a convivir conmigo, y la convivencia es muy dura, y parece ser que no les caigo bien. Y son mayoría. Y yo ya no puedo con ellos. 
No sé que es lo que necesito. No sé cual es el camino que tengo que seguir; pero sé que tengo que hacer una parada en el senda, volver a orientarme, tomar aire y seguir caminando. Puedo fingir que estos últimos meses no han pasado, que vuelvo a cuando junio todavía era agradable, y que todo lo que giraba a mi alrededor estaba en paz. Que ya sabemos aquí todos que fingir se me da muy bien, pero ese es otro aspecto que debería corregir de mi misma.
Y quiero pedir ayuda. Por primera vez, necesito un bote salvavidas que me arrastre de este puñetero maremoto en el que me he medio siguiendo mi mortífero ritmo de vida; es decir, no es la primera vez que lo necesito, pero si que es la primera vez que estoy dispuesta a pedirlo. El caso, es que no sé a quien hacerlo. Porque la he jodido tanto, y de tal manera, que no estoy segura de que nadie esté realmente dispuesto a estar ahí para mí como yo he estado ahí cuando se ha necesitado. Porque sé que las personas que pueden que estuvieran ahí, son a las que más he fallado, o las que más me han fallado a mí. O con quienes nos hemos fallado mutuamente.

Así que demos una pequeña oportunidad a lo del borrón-y-cuenta-nueva, porque quizás realmente esta vez sea la definitiva. Porque tengo que rescatarme a mi misma una vez más, antes de darme realmente por venida, y tirar todos mis esfuerzos por la borda. Tengo que ser capaz de controlarme. Tengo que ser capaz de decir basta. Tengo que ser capaz de poder levantarme por las mañanas sintiéndome minimamente orgullosa de ser quien soy. Tengo que volver a ser capaz de demostrar que he cambiado, y que mi pasado está donde está por algún motivo. Tengo que aprender de una vez de todos mis errores. Y tengo que ser capaz a no dejar de aplicarme el cuento en cuando cambia el viento.

viernes, 28 de agosto de 2015



Ella es de las que se acuesta vestida, y se desnuda a poquitos, dejando que las penas se arrastren hasta sus tobillos antes de conseguir conciliar el sueño. Es de las que lleva chocando a ciegas contra las esquinas, y de vez en cuando consigue dar dos pasos seguidos en línea recta, sin tropezar en el intento. Ella es experta en caminar en la oscuridad de puntillas, esperando que nadie se dé cuenta de lo que sucede en su interior, ni lo que pasa por su mente a gritos. Y cierra los ojos fuerte, por si los suspiros se le escapan entre las pestañas. Ella es de las que prefieren huir antes de seguir intoxicando el aire que le rodea; sin saber si es por protegerse o si es por intentan no arruinarle el día al resto. De las que, una vez que ha sido capaz de coger tan solo lo imprescindible para correr lo más rápido que pueda hacía lo que espera que sea el destino definitivo, se da cuenta de todo lo que tenía no era, en realidad, tan malo como lo pintaba; y que son las propias circunstancias del momento las que hacen que nos empeñemos en nublarnos el día, las gracias, y la existencia.
Ella es de las que prefiere que le hagan daño antes que hacérselo a alguien que quiere, porque es más fácil no tener que cargar con la culpa, y la recuperación es más temprana. Y es de las que pretenden no enamorarse, ni encariñarse, ni siquiera guastar, por no tener que romperse para arrancarse del pecho esa sensación cuando los meses terminen. Ella es de las que jamás va a decir todo lo que piensa en voz alta, por miedo a que sus propias palabras la engullan; y porque es fiel seguidora de que a los demonios internos hay que tenerlos atrapados, no vaya a ser que les dé por conquistar mundo más allá de sus caderas.

Ella es arisca, y es difícil de tratar; y, si no estás dispuesto a recorrer cada uno de sus pasos calzado en sus zapatillas, no intentes entender porque le cuesta salir de la cama, o respirar hondo. Ella no está enferma, pero hay noches en las que tiene que buscarse el pulso para concienciarse de que todo lo que la persigue es real, y no una mala pesadilla digna de Burton. Ella tiene las manos siempre frías, y le gustaría que todo ella fuera así, en vez de consumirse por dentro a la más mínima. Ella es de las que está tan perdida, que no puede dejar de encontrarse con cada tropiezo, con cada escapada precipitada del mundo, y con cada cerveza que se consume en sus labios; el problema comienza en cuando se encuentra, y no le gusta lo que ve. Y esto suele pasar más veces de las que jamás reconocerá. Ella es de las que dice que la presión no recae sobre sus hombros, y que siempre asegura que todo lo va bien; cuando las paredes están llenas de grietas, y retumban los cristales aún sin truenos. Ella es de las que camina segura, con la cabeza erguida, mientras se muerde el labio inferior confiando en que nadie se fije en ella; porque, lo que en verdad oculta tras unas gafas tintadas redondas que le cubren una proporción de cara mayor de la que dejan entrever, es una inseguridad y un temor púbico más grande que el ego que intenta proyectar.
Ella es de las que no pide ayuda ni aunque se esté ahogando, y de las que desaparece cuando está teniendo una mala racha. Ella es de las que piensa que nadie más puede entender lo que circula por su interior, porque está segura de que no es ni sano, ni normal, ni real. Y tanto espera que sea producto de su imaginación, de las hormonas o de la edad, que sigue aguardando el momento en el que abra los ojos y que, por fin, todo esté en calma, y que todo siga el orden establecido por la ética moral.

Ella es de las que no hay, porque no hay nadie como ella. Y menos mal, la verdad; yo no volvería a salir de casa si me encontrara a alguien como yo. 

sábado, 22 de agosto de 2015



Que a gusto se está cuando se está a gusto, y que barato nos sale.
Pero, como con todo lo barato y de calidad y de calidez, tiende a agotarse en concepto de existencias. Y de existencialidad. Y de esencialidad. Y ya puede ser por motivos que se nos escapan del poder de las manos, o por algo tan banal como el fin del verano. Y el retorno al día a día. Porque, sin duda, este es uno de los mayores inconvenientes de vivir con los pies en dos mundos distintos: que hacer de puente entre ellos es duro, duele y hace daño; y puede que no salga tan a cuenta como parece ser. Y que, para una vez que aparece algo de calma y cordura en el foco del huracán, en el lugar donde los días son grises y largos, y donde las aceras nos devoran a nosotros a base de susurros, rumores y malas miradas; no quiero marcharme. Sé que voy a tener que hacerlo, pero es demasiado pronto; o demasiado tarde. 
Puede que sea pronto, y todavía sea capaz de pensar con claridad antes de darme cuenta de que marcharme y cerrar la ventana que lleva unos meses abierta, es la decisión más sensata, racional, cómoda y sencilla. Pronto, porque todavía no hay algo más allá de lo que yo ya no pueda ser capaz de controlar; y pronto, porque aún no nos hemos mojado más allá que los pies. O puede que ni eso.
Puede que sea tarde. Tarde, porque ya me haya entregado más de lo que soy consciente, como ya ha sucedido en más de una ocasión. Tarde, porque hay inseguridades que no se curan con el tiempo, y debilidades con valen más que nada. Y tarde, sin duda tarde, porque por mucho que grite y revindique que ya estoy harta del juego, en realidad amo jugar en las grandes ligas. Que más que una relación de amor, es una relación de dependencia por mi parte. Porque yo formo parte del juego, y en este punto él también forma parte de mí; la ventaja que puedo ver, dos años después de mi última colisión catastrófica, es que por lo menos, esta vez soy yo quien dicta las normas, y sé exactamente donde están los límites, donde quiero y debo parar, Y, quieras o  no, después de tanto tiempo, es un gran paso adelante; uno que ya suponía que había dado, pero que, ahora que realmente sé que soy capaz de ello, vale el doble.

Así que, como tantas veces en esta vida, me encuentro mirando hacia atrás en el tiovivo, planteándome si luchar en vano contra el tiempo, a ver si por primera vez en la historia, alguien es capaz de ganarle la mano; ya no hablemos de la partida. Y, pensándolo en frío, sabes que es totalmente imposible; pero siempre va a vivir ese "y sí" en tu interior, ese resquemor de lo que podría haber sido si me hubiera atrevido a saltar en vez de seguir girando al compás del resto. Y no sé que hacer, ni que pensar, ni si tomármelo más en serio, o si seguir riendo detrás de espuma de cerveza.
Lo que tengo claro es que mi jodido momento es el verano, y que el invierno me mata. No sé porqué será, pero ya podría ser al revés. Mi vida sería más tranquila, y tendría más tiempo para decidir si la hostia contra el suelo vale realmente la pena. Porque parece mentira que después de tanto huir y de intentar poner tierra de por medio, siempre acabo encontrando un pequeño hueco en el que acurrucarme cuando vuelvo a casa; en vez de en el puñetero nido en el que llevo dos años intentando que pase a ser mi hogar. 
Y yo ya no sé si culpar al destino, al karma, o a las ironías de quien ha pisado demasiados huevos para hacer poca tortilla. Seré un desastre, o puede que simplemente sea todavía demasiado joven como para valorar lo ridículo de la vida y sus giros sin sentido; que hacen que todo aquello que teníamos asegurado se desmorone en un momento, y encontrar razones para las que seguir girando en la esquina más perdida. 

sábado, 1 de agosto de 2015



Somos seres de costumbres, ideados por y para ellas. Nos dejamos amoldar a un rutina que, pese a que nos arriesguemos a arruinarla por el pesar de las horas repitiendo el mismo compás, es aquello que nos define; algo así como nuestras decisiones, pero en un grado que no acabamos de percibir como determinante de la ecuación que define el vaivén de nuestros días. 
Estamos condicionados a ello, y basta con variar un mínimo algunos detalles para salir de nuestra zona de confort; y, cuando dejamos que eso suceda sin interponer nada al cambio que conlleva, es cuando podemos darnos cuenta de quienes realmente somos.

Es cierto, y me considero una febril seguidora de esa filosofía, que los mejores momentos están una vez salimos de la ya mencionada zona de confort. Definir ese área es algo bastante complicado, ya que abarca tanto territorio, personas, sentimientos y, como no, rutinas. Así que, en cierta manera, se podría decir que también es necesario salir de la rutina para vivir, siendo esta aquello que nos mantiene vivos y, de alguna manera, cuerdos. Porque si viviéramos continuamente en el sin-vivir de idas y venidas que supone intentar bailar un vals en el tiovivo, es imposible que siguiéramos viviendo, o por lo menos que siguiéramos siendo los seres racionales que hipotéticamente somos. Simplemente, viviríamos para seguir viviendo. 
Es algo así como una versión extendida de Darwin, aplicado al mundo moderno en el que tenemos todo al alcance de un estiramiento de dedo; la rutina es aquello que nos permite no tener que estar venciéndonos a nosotros mismos, ni tirando los muros que creamos para seguir adelante, día tras día. Así que, si lo observamos desde un punto de vista más allá de lo que podemos conocer, la rutina nos acaba matando como especie, haciendo que, simplemente, no mejoremos por el simple hecho de que ya estamos bien como estamos. Estoy segura de que los dinosaurios también pensaron eso, y que en verdad les dio demasiada pereza cambiar su rutina una vez vieron acercarse el famoso meteorito; o sino, alguna otra explicación habrá.

Así que, en consecuencia, lo mejor que nos puede pasar es que, de cuando en cuando, seamos capaces de dejar atrás la rutina, y de adentrarnos en algo totalmente nuevo. Sin ir con demasiado cuidado, pero sin tirarse al vacío a ciegas, porque, sin duda, la razón de ello es seguir caminando. Necesitamos la enfermedad para seguir viviendo, y aprender de ello. Necesitamos errar para saber que es lo que nos sienta bien, y lo que nos hace seguir adelante, y crecer. Madurar, por lo menos. O, al menos, ser capaces de identificar que es lo que explota en el momento que detonamos las pequeñas burbujas que nos consumen cuando nos paramos a reflexionar sobre que es lo que está mal con nosotros. Y eso ya es un paso considerablemente grande. 
La rutina no contempla errores, dobles vueltas de tuerca, o despertares etílicos. No, la rutina implica un control relativamente total sobre los movimientos que rigen las agujas del reloj humano, para que nada se desvíe del orden establecido por nosotros mismos, para que todo aquello que reprimimos no alcance la superficie, al verse sepultado por horarios, conceptos y apeteceres sociales. La rutina no nos deja vivir, pero es lo que nos mantiene vivos.

Y aquí es cuando comienza la eterna disputa entre vivir o sobrevivir, por todo aquello que acarrea como decisión de modelo de actuación. Vivir implica los riesgos vitales que suple el sobrevivir, y sobrevivir sin más no nos deja vivir más allá de lo que sea respirar y pagar por el aire que consumimos. 

viernes, 31 de julio de 2015



Que fácil es hacerlo fácil, y que difícil nos lo ponemos.
En el fondo, ser feliz no es complicado; tan solo tenemos que darnos la oportunidad de hacerlo. Y ese es el verdadero reto, y lo que realmente nos da miedo, más allá de la posibilidad de sentir demasiado y de acabar haciéndonos daño. Es como aquel que se acaba enganchando de manera irreversible a algún tipo de substancia, sea la que sea; porque la sensación que te produce, ese momento de placer inigualable, esa complicidad única, es lo que nos hace débiles. Y cuando nos damos cuenta de que necesitamos sentir ese éxtasis para continuar el ritmo de nuestras vidas agotadoras, es cuando entramos de cabeza en la perdición. En el fondo, al igual que los malos vicios, la felicidad hay que saberla llevar, y controlarla, para no dejar que ella nos domine a nosotros.
Pero entones puede que llegue algo, lo que sea, que nos haga ver que quizás merece la pena correr el riesgo, y simplemente dejarse llevar. Porque uno llega a un punto en el que no sabe si está preparado para tocar el fondo, pero puede ser que merezca el golpe. O que no lo merezca, pero que por lo menos hay que darse cuenta de que se está dispuesto a correr el riesgo.

Y es que hay momentos, lugares y cervezas precisos, que simplemente se complementan con la persona indicada y una buena conversación; y esta fluye sin problema, motivada puede que por una confianza depositada en muy pocos cafés o en demasiadas cervezas (dependiendo de para quien). No es por darle importancia a algo que puede que se quede en lo que de momento es, sino por el simple hecho de que para mí, ese momento fue algo. Fue una comodidad y una complicidad que hacía tiempo que no experimentaba, y más inocente y limpia de la que estoy acostumbrada. Porque yo soy la que comenzó siendo buena de más y ahora es hijaputa de más; y así son las cosas, y como ya dije, esto no para de girar. Y quien quiera estar conmigo, que esté; yo le voy a recibir a brazos y piernas abiertos, y con la coraza puesta. Pero tengo claro, y lo he dejado desde el primer momento, que me voy a anteponer a mí misma ante todo, y ante todos; y da las gracias porque te lo haya dicho desde el principio, porque si al final esto no sale como debería ser, por el simple hecho de que yo estoy implicada en la ecuación, no puedes venir a decirme que no te lo he advertido.
Y no sé como lo hago, pero me acabo quedando con los buenos. Puede que ya tenga desarrollado ese séptimo sentido que hace que solo sonría fuerte con aquellos que sé que van a acabar apreciando todo lo que hay debajo de la chica que bebe cerveza como si le fuera la vida en ello; y puede que, aunque sean otros los que me hagan perder la cabeza, en el fondo sé que esos no me van a acabar haciendo ningún bien. Básicamente, porque ellos, al igual que yo, no son de los que se quedan.

De igual manera que yo digo que puedo hacer feliz a aquel que esté a mi lado, tengo el presentimiento (y este es mi sexto sentido) de que esta vez va a ser al revés. Deja que me explique: en todo momento, por estas estúpidas leyes físicas que guían el estúpido movimiento de este estúpido mundo, el tiempo y el espacio se dividen en dos corrientes. Aquello que da, y aquello que recibe; y cuando estos dos puntos tropiezan, se llega a un equilibrio. Por lo general, yo soy quien da; quien parece que no, pero acaba cambiando la vida del otro, y normalmente, para peor. No es un aspecto de mi misma del que me sienta orgullosa, pero es algo con lo que he aprendido a vivir con el paso del tiempo; es lo que hay, y ya que yo me acepto, es hora de que también alguien me acepte así. El gran problema con eso es que acabo desgastando hasta los límites a la otra persona, y me acabo matando; así que, por lo general, es castillo de naipes que elevo se acaba yendo a la mierda. Así de claro.
Pero, en este caso, y que no sirva de precedencia, parece ser que tú das más que yo. Y eso es algo que tan solo ha sucedido una vez en estos veinte años de idas y venidas, y de hechos y deshechos. Y créeme que no acabo muy bien para ninguna de las dos partes; puede ser porque al final se cambiaron lo roles, y realmente comencé a dar todo aquello que llevaba meses reprimiendo, O puede que no fuera eso, pero llegados a este punto, esa historia queda tan atrás y tengo tan pocas ganas de rememorarla, que ni merece la pena.
Con todo esto, lo que quiero decir es que puede que esta vez me toque a mi recibir, y aprender de ti. Y eso puede que sea para bien, o puede que me acabe devorando, como he conseguido que sucediera con otros en otras ocasiones.

Así que para descubrir esto, supongo, tocará quedarme una pequeña temporada (cosa de un mes) quieta. Sin agitarme demasiado, para no remover aguas estancadas que es mejor que se queden como están; pero sin dejar que me pille la corriente.

martes, 28 de julio de 2015



¿Quién soy yo para seguir escondiéndome cuando todo puede que vuelva a ir bien? No es nada más que un presentimiento que, sin duda, tiene muchas posibilidades de quedarse en nada. Pero no tengo más razones, porque se me han acabado, para seguir negándome a avanzar, por mucho que siga escudándome en que dos años no son suficientes para perdonarme y olvidarte
Porque es posible que, al fin y al cabo, dejar pasar el tiempo no sea suficiente como para hacer borrón y cuenta nueva. Porque realmente, lo que es necesario es demostrarse a uno mismo que la lección está aprendida, y que no se va a volver a recaer en viejos vicios. Ojalá, y de verdad que lo deseo así, fuera tan fácil como algunos lo plantean el volver a empezar sin poder conseguir un principio nuevo; porque si algo he aprendido, es que eso no existe, y que siempre va a haber alguien esperando a la vuelta de la esquina para recordarte los errores que llevas meses y meses (por no decir años) intentando enmendar contigo misma. Porque ya tienes asumido que intentar compensar al personal por la detonación de la bomba de relojería atrasada en la que te conviertes de cuando en cuando, es imposible sin haber hecho las paces con el factor del problema. Contigo. Conmigo, sin duda. 
Y esto es necesario porque yo voy a ser la única que va a estar siempre ahí para mí y, por supuesto, soy lo más importante que puedo tener, al fin y al cabo. Porque soy quien se va a quedar cuando todo esté negro, y quien va a tener que levantarme tras golpe y golpe. Así que, puede ser que, por fin haya llegado el momento de ese nuevo comienzo.

No tengo tampoco muy claro porque ahora tengo todas conmigo sobre este aspecto. Puede ser que he matado mis miedos, y la mayoría de mis inseguridades y auto-frenadas de superación, a base de alcohol y demás vicios que solo cumplo de cuando en cuando, para que el efecto sea más duradero, más auténtico y que me haga ver las cosas diferentes cuando despierto totalmente desubicada al día siguiente, sin persona y sin pendientes. Sin ningún tipo de pendiente. Totalmente libre, de todo y de todos. Eso, amigos míos, es realmente renacer. 
Así que, de alguna manera, puede decirse que me he levantado de mis propias cecinas, después de haber ardido (en la mayoría de los sentidos del verbo) el sábado, y de haberme consumido a mi misma durante demasiado tiempo; tanto que casi no me acuerdo cuando fue la última vez que me he sentido tal y como me siento ahora. De manera que vamos a aprovechar la oportunidad: vamos a darme un respiro, y a ver que surge de todo esto. Vamos a comenzar a perdonarme, o a acabar de perdonarme del todo (depende de como se pinte). Vamos a empezar con ese nuevo comienzo, siendo esta la manera más pura, y la única que realmente conozco para esto.

Este, sin duda, es un punto de inflexión. No sé si en mi vida, en mi experiencia vital, en el tiempo que llevo respirando, o en estos últimos años. Pero, sin duda, es la primera vez de algo nuevo, en mucho tiempo. Llámalo ilusión, o fin de los malos pensamientos. O depende en función de si la ilusión por este giro de mentalidad es algo bueno, o algo malo. Tomemos aire, y dejémonos llevar. Pero con cabeza, antes de nada; o con corazón, que tampoco es que se equivoque más que la cabeza. No sé con que, pero algo tiene que tirar de todo esto para seguir adelante. Y tengo claro que el motor de mi mundo tienen que seguir siendo las resacas.

lunes, 13 de julio de 2015



Sigo pensando contigo; y más que contigo, con la idea de ti.

No tengo ningún motivo aparente para ello, ya que no hemos vivido ni tanto ni tan intensamente como para ello. Simplemente, creo que era la pequeña inyección de perdición de cordura que necesitaba en ese momento; y joder, que bien me sentía. Y eso que la verdad es que no soy capaz de recordar todo, pero juro que, al día siguiente, la conexión de cerveza seguía estando ahí. Y que los pequeños y efímeros momentos que derivaron a raíz de eso también han sido memorables. Creo que el verdadero motivo de que te siga dando vueltas es que fue algo totalmente inesperado, pero totalmente natural. Fácil, sencillo, y hacía tiempo que no me sentía así de bien. Demasiada confianza en muy poco tiempo, y con espejismos en vena varios. De acuerdo, puedo reconocer que estábamos pletóricos, sintiendo que podíamos comernos el mundo comenzando por nosotros mismos, o por lo menos así me sentía así. 
Será porque cumples todas y cada una de las opciones de aquella lista estúpida que se hizo en el salón de mi piso, una tarde de lluvia, menstruación o resaca; o incluso las tres cosas. Y pensar que la idea para aquel día era llevar una serie de panfletos para encontrar a alguien que los cumpliera todos; y tú ya estabas allí, y ni siquiera se me ocurrió considerarte. 

El problema, el gran problema contigo, es que estoy convencida de que eres mi versión masculina. Y yo no me daría una oportunidad a mi misma ni loca, a no ser que estuviera dispuesta a destruir mi vida, mi calma, y a introducirme en un circulo cerrado y viciado de autoconsumirse y de destrozar todo aquello que está al rededor del huracán. Y tengo claro que sonrió y finjo que no me importa nada, cuando me está desgarrando por dentro; pero es lo que hago, y es lo que me hace ser como soy, al fin y al cabo. Es, sin duda, mi mejor virtud, y mi peor defecto. Soy algo así como un arma de doble filo, y si no te quieres hacer daño, tampoco puedes intentar hacer daño al prójimo. Y, si yo no fuera yo y me encontrara conmigo, no quería verme envuelta en este sin-vivir al que arrastro a todo el mundo. 
No sé que esperar, ni pretendo quedarme esperando. Está claro que, lo que tenga que ser, será; y que yo no voy a dedicarme a perseguir ideas en vano. Y sé que tu tampoco, así que solo me queda acogerme a que quizás, la buena suerte o el karma o lo que sea que haya decida darme un poquito de margen para que algo salda del derecho, de una vez por todas. Pero dos meses pasan rápido, y va a ser inevitable vernos, y no sé que esperar de eso. Ni que pasará si sabes todo lo que está pasando; ni en nuevo problema me voy a meter con todo este tiempo libre. Porque también está claro que eso va a acabar pasando.

Lo que tengo claro es que yo ya no quiero jugar más. Me retiro de las grandes ligas. Bueno, me retiro en dos meses; las nuevas generaciones vienen pisando fuerte, y yo ya no tengo ni edad ni ganas para seguir con este ritmo. Y ya son muchos años ganando, y es hora de hacer algo con la fortuna. La cuestión es si tu estás en el mismo punto que yo, o si todavía no estás preparado; no solo pasa sentarte en el banquillo, sino que para salir de la plaza. Y, en mi caso, no va a ser, precisamente, una salida por la puerta grande. Pero es lo que hay, y no se le puede pedir más. 

sábado, 11 de julio de 2015



Necesito recuperar el control sobre mi propia vida. Necesito volver a respirar justo, y dejarme de rodeos y medias vueltas que terminan siempre en el mismo punto. Necesito dejar de ponerme trabas a mi misma, y encontrar por fin mi sitio. Y dejar de huir. Pero, para ello, supongo, necesito espacio y no solo físico. Necesito estar sola, y estarlo de verdad; lejos de toda substancia que pueda hacerme perder, de nuevo, la cabeza y, sobre todo, el rumbo. Porque ya no puedo permitirme más errores, más haceres que terminan en una nueva y ya íntima vieja amiga espiral, que se consume y me consume hasta los cimientos. Porque cada vez que me derribo a mi misma, me lleva demasiado tiempo volver a levantarme. Y no quiero callarme las cosas, y tener que esconderme en las sombras, ni tener que mirar con temor en los ojos a los que he fallado.
En realidad, no entiendo porque me comporto así. No sé que me lleva a querer destrozarme, y arrasar con lo bueno que hay, de cuando en cuando, a mi alrededor. No es que sea un desastre, es que soy tóxica. Y el problema es que no solo soy tóxica para mi misma, sino que acabo contaminando todo lo que toco. Y si pudiera librarme de ello, volver a comenzar -una vez más- y hacer las cosas del derecho; todo sería más fácil, por lo menos para mí. Pero está claro que ya he agotado las oportunidades que tenía reservadas en esta vida para hacer eso, y que no he sacado nada en claro.

Así que está demostrado que huir no es la mejor opción, y la he usado como la única durante todos estos años. Huir y esconderme, sin dejar que nadie cargara con la culpa de lo que yo hago, y que simplemente piensen que todo está bien, cuando en realidad se está derrumbando. Porque las grietas llevan demasiados años comiéndose las vigas, y no hay cemento ni ladrillos suficientes que lo puedan recuperar. Viendo, entonces, que mi remedio-para-todo no sirve (y nunca ha servido), puede que sea el momento de probar algo nuevo. Pero le tengo pánico a las consecuencias.
Se me ocurre que podría ir con la verdad por delante, pero eso es algo que me va a acabar jugando una mala pasada; nunca he sacado nada bueno de sincerarme, y explicar en que he fallado y cuanto lo siento. Porque está claro que eso solo podría entenderlo alguien que ya hubiera estado, o que esté, en mi situación; y, honestamente, no me entra en el cabeza que haya alguien más que la haya jodido tanto en esta vida. Ni que haya tropezado tantas veces con la misma piedra. Ni que haya fallado tantas veces a tanta gente a la que quiere. 
Y si hubiera un motivo racional, o una explicación lógica, o un mínimo de sentido común, para este comportamiento animal, destructivo, provocador y devastador; por lo menos, podría tener algo de paz. Pero me reconcome la culpa, y no sé como seguir. Me doy asco, y pensar en ello hace que se me revuelvan las tripas. 

Necesito alejarme. Centrarme en algo sano, en algo bueno para mí. En algo que me haga mejor persona, y con lo que pueda liberarme, de alguna manera, de la culpa que reconcome. Y pensar las cosas dos veces, y dejar de guiarme por impulsos que solo hacen que rebote contras las paredes y las esquinas, rompiéndome en pedazos y dejándome la piel en carne viva. Y la que ha quedado más o menos intacta, aunque algo magullada, está preparada para que la arranque a mordiscos a la primera de cambio. Soy un puñetero caos, y no sé como he llegado a ello. Porque no tengo absolutamente nada bajo mi control, y creo que ya sería hora de que empezar a hacerlo; ya tengo una edad, y sigo estancada en los errores que he cometido desde que tengo memoria. No sé si es que soy así por naturaleza, o si soy una jodida cabrona en el fondo de mi ser. Pero me está devorando, y solo quiero pensar que es posible que haya una salida para mí. Alguna ayuda. Algo que me llene y que consiga hacer que toda esta mierda dé un giro total, y que, por fin, todo tenga algún sentido; y ya me da igual cual sea, pero por lo menos, que la  única herida al final de todo esto sea yo, y que sea capaz de frenar antes de que haya daños colaterales.
En sí, lo único que necesito es encontrar un freno, Y comenzar a construir algo positivo sobre el montón de mierda sobre el que reino, de una vez. Porque si es cierto eso de que hay que aprender de los errores, yo ya he cometido los suficientes como para haber aprendido la lección. Así que creo que voy a tomarme este como el último gran error, a hacer borrón y cuenta nueva, y a perdonarme. Porque es lo que necesito. Hacer las paces conmigo misma.
Porque el fondo lo he tocado hace tiempo, y es hora de dejar de arrastrarme por él, y de esconderme para que nadie vez mis vergüenzas. Aunque a estas creo que las voy a dejar en el fondo, y no voy a intentar alejarme lo máximo posible de él, y de todo lo que hace que acabe allí.