Septiembre nunca se ha portado del todo bien conmigo.
La lluvia ya no es lo que era; ya no me trae recuerdos felices de casa, ni me hace salir de la cama sonriendo con morriña consumida. No. Ahora es como volver a estar allí, en el ojo del huracán, de nuevo. Y que todo lo malo vuelva a redimir un poquito más los pecados que has dejado sin saldar, arrastrándote hacía el fondo sin preocuparse como están tus rodillas. Simplemente, te arrasa, haciendo que los demonios de tu interior se agiten y salgan a ver que es lo que está sucediendo; y eso nunca es una buena señal.
En general, esto se debe a demasiadas cosas, y todas ellas hacen que rebose el vaso, que toda la mierda acabe saliendo, y que aquí esté yo, consumida, acabada y abatida. No quiero estar aquí, pero tampoco sé donde me gustaría estar. Bueno, me encantaría volver atrás dos años y unos pocos meses; y no joder todo aquello que estaba bien, que era bonito y parecía fácil en mi vida. Porque aquel momento sin duda fue el principio del fin, y el motivo por el que no he sido capaz de levantar cabeza más que en fugaces momentos de esplendor desde entonces. Porque, desde aquella, tengo claro que no he conseguido volver a ser del todo feliz.
Tampoco debe de ayudar mucho el hecho de que, después de dos años esperando, escondiéndome y reprimiéndome, haya decidido abrirme a alguien. Dejar que me conozca, que me desvele, que aprenda a entrever lo que hay más allá de las sonrisas eternas y la cerveza finita; y parecía algo bueno durante las primeras semanas. Pero mira a donde me ha llevado: ha sumirme de nuevo en mi misma; y puede que en un punto más profundo del que me encontraba la última vez. Y mira que esto me lo olía, y sabía como iba a acabar; pero lo que no sabía es que me iba a afectar de la manera que me está afectando.
Y ese, justo ese, es el problema de desnudarse para el resto. Que quizás, lo que hay dentro de ti, no está hecho para todo el mundo; y todos tenemos suficiente mierda con la que lidiar como para tener que cargar también con la de los demás. Y por eso, supongo, nadie se queda para ver más allá de lo que les dejo ver de primeras; porque cuando dejo que se escape algo más de lo que se puede ver de alguien que no tiene problemas y disfruta de todo lo que tiene, la tormenta que se avecina es impresionante, y todo aquel que no sea un suicida sabe que ha de coger sus bártulos y marcharse con la orquesta a otro pueblo.Supongo que por eso yo, por principio, ya no dejo que nadie se asome a ese balcón, y me voy antes siquiera de que den el parte del tiempo.
Y me siento sola, me siento perdida y me siento mal conmigo misma. No me doy pena, eso no; porque el encontrarme en la situación en la que estoy ahora es absolutamente culpa mía, y consecuencia de una serie de malas decisiones encadenadas que no he sabido, o no he podido, o no he querido, parar a tiempo. Nunca lo sabremos. Pero quiero salir de este ciclo sin fin en el que se han convertido los que deberían de ser los mejores años de mi vida. Cambiar. Volver a empezar. Pero, aunque consiguiera tener esa oportunidad, estoy segura de que, tal y como estoy ahora, la echaría a perder.
No puedo conmigo misma. No puedo más. Ni me soporto, ni me aporto, ni hago nada más allá que dejarme tomar aire para volver a darme una patada en las costillas. Y así pasan mis días, mis años, mis oportunidades, y mis últimas ganas de seguir adelante. Total, ¿para qué?
Nadie espera nada de mí, y no tengo a nadie que demostrarle nada. Ni siquiera a mi misma, porque parece que lo mejor que he sido capaz de hacerme a mi misma es demostrarme que ni siquiera yo me valoro; como para esperar que lo hagan los demás. Y no, no me estoy machacando de más, ni exagerando las cosas, porque lo tengo claro.
Mi verdadero problema, soy yo.
El verdadero problema de todos los que me rodean, soy yo.
Lo que me saca las ganas de seguir respirando, soy, he sido, y siempre seré,
yo.

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