Que fácil es ser feliz, y que difícil nos lo ponemos.
En sí, esta será de las frases más ciertas que he llegado a intentar ponerles sentido, y encontrarles un hueco en mi día a día para vivir de ella. Y te paras a pensar en todo lo que puedes llegar a valorar a lo largo de los años, y los mejores instantes, los que conforman los recuerdos que vivirán más allá del tiempo, cuando ya no queden más lágrimas, son aquellos que se hicieron con poco más de nada. Con calle, cerveza, culo en el suelo, risas y sonrisas torcidas de cachivache en boca; no en vestidos finos, tacones altos y delineadores perfectos. Y quien me diga lo contrario, es que no ha salido a patear la calle lo suficiente para darse cuenta de esta ley universal.
Es fácil estar en paz contigo misma al final del día, porque la fórmula para ello no se esconde detrás de carteras abultadas o de estereotipos arriesgados. No, para sentirte bien contigo misma no necesitas mucho más que rodearte de gente que no intoxique el ambiente nada más entrar por la puerta, que sea capaz de ver más allá que ropa sucia del día anterior, y que con el mero hecho de tu compañía se contenta. Que ser feliz es fácil, y sale barato.
Y más allá, me gustaría ser capaz de llevar ese ritmo de vida para el resto de mis días. Y doy gracias por haberme encontrado gente y momentos en mi camino que me han abierto los ojos, de poquitos en poquitos, y darme cuenta de que todos los demonios están ahí impuestos por todo aquello que llevo absorbiendo desde hace demasiado tiempo como para diferenciar aquello que sale de mi, de aquello que esperan que saque; porque, al fin y al cabo, lo que quieren es que nos recortemos a nosotros mismos siguiendo el mismo patrón que ellos han diseñado para que estemos callados y con los brazos bajados. No estoy proponiendo una revolución total, sino que, para mí, se cierra un capítulo de amargura, por lo menos durante una temporada. No soy yo quien tiene que cambiar, sino mi manera de ver las cosas, y de enfrentarme a los convencionalismos que hacen que agache la cabeza y frunza los labios. Que les den. Que os den a todos.
Quizás esta sea la vez que más claro tengo quien quiero llegar a ser, y que quiero hacer conmigo misma. Y me parece un plan cojonudo, y totalmente asequible para aquel que sea capaz de sacarse la venda de los ojos. No quiero ser una chica VIP, no quiero tener lo mejor; porque en el fondo, hay muchos aspectos de mi vida rodeados de lo mejor. Que lo mejor es material en el sentido carnal de la palabra, pero no tiene precio. Ni motivo.
Y me alegro de corazón el haber sido capaz de continuar en pie, dando pasos a ciegas y dándome de hostias contra las esquinas. Porque creo que estoy en paz, y joder, ojalá dure.

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