Me están yendo las cosas bien y me está gustando sentirme así.
Pero tengo miedo a que esto termine. Me da miedo volver a hace unos meses, a la oscuridad y el frío, al temblar y a los azulejos del baño. A ser pequeña y querer serlo más para tener menos ángulos punzables, y dormir con uno ojo abierto y, de hacerlo, despertarme envuelta en sudores. A romperme al respirar, a ir de cuclillas a todos los lados, a desaparecer entre el vaho y ser este el único sitio en el que realmente sentirme cómoda. O algo menos incómoda. A querer huir como hacía casi una década, a sentir los latidos de peligro en los lóbulos de las orejas, a ahogarme cada vez que recuperaba la consciencia. Me da mucho miedo volver a ser ella. Me da mucho miedo volver a perder el control.
Y es injusto vivir con miedo. Y da mucha pena. Porque realmente están pasando cosas buenas, y debería estarlo disfrutando, exprimiendo todos estos momentos, aprovechar y coger carrerilla, dejar que el aire me desenrede las mejillas y no pensar tanto. Pero no puedo, porque tengo miedo, y de pensarlo me tiemblan las rodillas. Y estoy conteniendo el aire, intentando bajar las pulsaciones, aferrarme a la convicción de que ya está, que ha pasado el temporal, que estoy en la costa y no hay peligro, aunque no puedo permitirme bajar la guardia. Nunca. Nunca hay que bajar la guardia. Pero al menos puedo guardar el machete de vez en cuando, permitirme subir la colina y respirar profundamente. Pero ahí, en esos momentos en los que creo que puedo tocar las antenas con la punta de los dedos, aparece el recuerdo de los dientes en los tobillos. Y todo se vuelve negro por un instante.
Pero estoy aprendiendo a convivir con ello. A bajar los deciverios, a escuchar lo que me dice el esternón, y actuar en consecuencia. Pensaba que era fuerte, pero no sabía que era tan débil. Y vi que era débil y descubrí que soy fuerte. Y así estoy. Soy un ciclo que da muchas vueltas intentando buscar el principio o el fin, sin entender que son lo mismo y que lo único que tengo que hacer es seguir girando hasta encontrar la esquina. Lo único que me queda es asumir, focalizar, respirar y disfrutar. Que puede que sea lo más complicado.
Estoy muy orgullosa de haber llegado a este punto, y es la primera vez que realmente me siento así conmigo misma, de manera honesta. Hay cosas por mejorar, por supuesto, porque no puedo seguir corriendo a esta velocidad durante mucho más tiempo, y tengo que aterrizar de manera segura. Está llegando el momento y creo que estoy preparada, porque la venda ha caído por fin y soy capaz de usar ambos pies sin tropezar.
Sin ponerme la zancadilla, más bien, que ya he aprendido a saltarme.
Tengo la sensación de haberme salvado a mi misma, y la tengo de verdad. Y ya era hora de que me hiciera valer ante mí, de plantarme cara, de mandarme callar y escuchar la otra versión. Porque lo peor y lo mejor de mi soy yo, y puede, solo puede, que esté aprendiendo a controlarlo.
Y ya era hora.