martes, 14 de julio de 2020


Me están yendo las cosas bien y me está gustando sentirme así.

Pero tengo miedo a que esto termine. Me da miedo volver a hace unos meses, a la oscuridad y el frío, al temblar y a los azulejos del baño. A ser pequeña y querer serlo más para tener menos ángulos punzables, y dormir con uno ojo abierto y, de hacerlo, despertarme envuelta en sudores. A romperme al respirar, a ir de cuclillas a todos los lados, a desaparecer entre el vaho y ser este el único sitio en el que realmente sentirme cómoda. O algo menos incómoda. A querer huir como hacía casi una década, a sentir los latidos de peligro en los lóbulos de las orejas, a ahogarme cada vez que recuperaba la consciencia. Me da mucho miedo volver a ser ella. Me da mucho miedo volver a perder el control.

Y es injusto vivir con miedo. Y da mucha pena. Porque realmente están pasando cosas buenas, y debería estarlo disfrutando, exprimiendo todos estos momentos, aprovechar y coger carrerilla, dejar que el aire me desenrede las mejillas y no pensar tanto. Pero no puedo, porque tengo miedo, y de pensarlo me tiemblan las rodillas. Y estoy conteniendo el aire, intentando bajar las pulsaciones, aferrarme a la convicción de que ya está, que ha pasado el temporal, que estoy en la costa y no hay peligro, aunque no puedo permitirme bajar la guardia. Nunca. Nunca hay que bajar la guardia. Pero al menos puedo guardar el machete de vez en cuando, permitirme subir la colina y respirar profundamente. Pero ahí, en esos momentos en los que creo que puedo tocar las antenas con la punta de los dedos, aparece el recuerdo de los dientes en los tobillos. Y todo se vuelve negro por un instante. 
Pero estoy aprendiendo a convivir con ello. A bajar los deciverios, a escuchar lo que me dice el esternón, y actuar en consecuencia. Pensaba que era fuerte, pero no sabía que era tan débil. Y vi que era débil y descubrí que soy fuerte. Y así estoy. Soy un ciclo que da muchas vueltas intentando buscar el principio o el fin, sin entender que son lo mismo y que lo único que tengo que hacer es seguir girando hasta encontrar la esquina. Lo único que me queda es asumir, focalizar, respirar y disfrutar. Que puede que sea lo más complicado.

Estoy muy orgullosa de haber llegado a este punto, y es la primera vez que realmente me siento así conmigo misma, de manera honesta. Hay cosas por mejorar, por supuesto, porque no puedo seguir corriendo a esta velocidad durante mucho más tiempo, y tengo que aterrizar de manera segura. Está llegando el momento y creo que estoy preparada, porque la venda ha caído por fin y soy capaz de usar ambos pies sin tropezar. 
Sin ponerme la zancadilla, más bien, que ya he aprendido a saltarme. 

Tengo la sensación de haberme salvado a mi misma, y la tengo de verdad. Y ya era hora de que me hiciera valer ante mí, de plantarme cara, de mandarme callar y escuchar la otra versión. Porque lo peor y lo mejor de mi soy yo, y puede, solo puede, que esté aprendiendo a controlarlo.
Y ya era hora.

miércoles, 1 de julio de 2020


Poco hablo de lo que me gusta estar sola. 

Últimamente, cada vez que lo estoy, lo valoro más. No sé si es porque no puedo muy amenudo, si me estoy volviendo más solitaria, o si necesito retomar viejos hábitos. No sé si es algo que me pido a mi misma, que me consiento, que disfruto, o que anhelo. Lo único que tengo claro, es que cada vez me gusta más, y cada vez lo necesito más. Se está volviendo adictivo, esencial, imprescindible. Basta que sean unos pocas horas, y por poco que sea, me renuevo. Es respirar, es callar las voces, es consumar lo que llevo necesitando durante semanas en unos instantes. Es hacer todo simple de la manera más facil posible.

Y me gusta disfutrarlo tanto. Me gustar reconectar conmigo misma de esta manera tan sana y tan natural. Aunque no sea productiva, aunque no haga nada más que estar en silencio, o aunque sea escandalosa y deje que se entere todo el mundo. Es volver atrás, pero cogiendo únicamente todo lo bueno y adaptándolo a todo lo bueno que tengo ahora mismo. Creo que es madurar a mi propia manera, aunque no croe que esto sea una manera original de hacerlo, pero tampoco importan. Es no competir con nada ni con nadie durante un ratito. Respirar, recargar, dejarme llevar para volver a coger energía. Energía de la buena, de la necesaria. 
Supongo que esto va por etapas. Que a veces necesito gente para esto, y detesto estar conmigo misma, proque no me agunto, porque soy la persona que más me juzga, y no necesito más presión. Pero cuando fuera es un campo de batalla, oh si. Cuando eso sucede, y estoy cómoda y poderosa en ese ambiente, volver a casa siendo yo misma es lo mejor que hay. Y encontrar silencio, calma, incienso, ventanas y tendales. Vuelvo a 2013 y a 2017 en un parpaedo. Pero a los buenos momentos de esas etapas. Porque al final, mis buenas rachas siempre me acaban llevando al mismo punto, y es entonces cuando tengo que aprovecharlas. Puede que esté creciendo a mi propia manera a cada paso, a cada año, y que estos momentos sean la reafirmación de que se están haciendo las cosas bien. Que está saliendo todo, que puedo aflojar un poco el ritmo y la soga conmigo. Que he conseguido superarlo y superarme, y que estoy bien. Dentro de lo que cabe. 

Estoy aprendiendo a perdonarme. A aceptar que soy así, que tengo muchas más cosas buenas y que merecen la pena que malas, incluso en los peores momentos. Que puedo sacarlo todo y que aunque me pierda un poco, aunque vuelva a puntos semioscuros, sé como salir de ellos. Y que puedo permitirme estar ahí si lo necesito, que no pasa nada, que nadie va a juzgar, y que si lo hacen no es mi problema. Que estoy rodeada de quien quiero, y quien quiere quedarse. Pero que al final, tengo yo y únicamente yo la última palabra. 
Y no necesito nada más.
La verdad.

Y que paz, y que tranquilidad, y que bueno encontrar el máximo de todo ello en mi misma y en mi soledad. Que bueno es poder escogerla y priorizarme. 

Que bueno poder estar, por fin, conmigo misma.