lunes, 1 de octubre de 2018



Sudor frío en la espalda. Respiración rápida, a galope, sin sentido ni consciencia ni frenos, desatada. Nariz helada y gélida. Ojos rosados, húmedos, cristalinos, rogando. Por ayuda, por consejo, por detenerse. Boca seca, pastosa, fanganosa, espesa. Pies insensibles, inútiles, perdidos, acallados, mutilados. Espalda tensa, arqueada, finita, pinchada. Manos inquietas, mojadas, congeladas y mentirosas. Y, por último, sonrisa forzada, implorando un socorro mustio que se pierde entre las comisuras, deseando que los segundos no se sintieran como horas, y que las horas fueran poco más que minutos. Un sinsentido puro y duro, pero lleno de significado y de razón.

Es miedo, es bloquearse en la situación perfecta, es dar una mala respuesta habiendo dedicado tu vida a ello. Es entrar a una habitación queriendo demostrar todo lo que sabes que tienes en ti, y recibir una mirada que te tilda de mediocridad. Es querer dar la mejor de las impresiones, y terminar decepcionándote a ti misma. Es todo y es nada en el mismo instante, que se rompe en cuanto vuelves a ser capaz de pestañear, intentando que en tu mente se forme algún pensamiento de cualquier color que no sea blanco. 

Es necesitar ayuda y encontrarte sola. 

Tengo miedo, y pensándolo serenamente creo que es irracional. No solo lo creo, sino que estoy segura. Estaría bien que únicamente fuera de esta clase de miedo que te mantiene alerta, dejando que tus sentidos se agudicen y que te hace mejor. Más fuerte, más rápida, más ágil, más precisa. Pero no es esa clase de miedo, sino del tipo contrario; ese que te bloquea, te hace sumisa y pequeña, dejando entrever a una niña balbuceante que ni eres, ni jamás has sido. Tengo miedo a equivocarme, a no haber tomado la decisión correcta, o la que no me apasiona. Porque me he lanzado al vacío siguiendo un meteoro fugaz, queriendo ampararme en su estela, pero sin saber si eso es lo que más me convenía en aquel momento. Cuando tenía ambos pies en tierra firme. Cuando vivía tranquila, con gente a la que quiero y me quieren, con facilidad. Y ahora estoy aquí, más cerca pero más lejos. Estoy sin estar, y soy sin ser. Porque no conozco, no me siento, no me amoldo. Y tengo miedo a no adaptarme, a no encontrar mi lugar, a que esta sensación se quede conmigo durante todo el tiempo que dure esta aventura. De estar sola. Realmente, no sirvo para estar sola en este mundo. Necesito tener a alguien conmigo, hablar con alguien, poder ser yo misma con alguien. Tener esa confianza, o algún tipo de vínculo. Saber que, al final del día, por muy mal que vayan las cosas, voy a contar con esa persona, y que va a estar ahí físicamente. Y es una mierda darme cuenta de estas cosas. Porque la solución al vacío y a la soledad sería enterrarme en trabajo, pero eso también me da miedo. Tengo miedo de que no me guste, de que sea demasiado para mi o de que no lo encuentre apasionante. Y necesito que este mundo me apasione si quiero sacar algo adelante, y que sea merecedor de tanto esfuerzo. Tengo miedo de decepcionarme con mi decisión. Tengo miedo de que esto sea una pérdida de tiempo, pero tengo aún más miedo de ser yo la pérdida de tiempo.

Pero después, me paro a pensar. Y no tengo tantos motivos para tener miedo, o estar así de asustada. Realmente, no pasa nada si me equivoco; tengo la edad que tengo, y no es para nada tarde para volver a empezar, sea lo que sea que quiera empezar si esto no es lo que quiero hacer. No tengo porque sentirme mal por fallar, porque a todos nos llega ese momento. Además, tengo claro que no sé tomar decisiones sin ser lanzándome a ciegas a por ellas, y no sería capaz de tomarlas sin sentir el cosquilleo de estar haciendo algo sin sentido. Porque es lo que más disfruto, por no decir lo único, de tomar decisiones. Está claro que voy a acabar adaptándome; sabemos que tengo alguna que otra tara social, y que si no me gusta algo se nota de aquí a la Luna, pero eso no quita que pueda relacionarme con la gente e incluso hacer amigos allá donde vaya. Me costará más, o me costará menos; pero al final siempre encuentro a un cierto número de personas a las que quiero seguir teniendo a mi lado. Y estoy convencida de que va a encantar mi trabajo; que va a ser difícil, y por eso mismo me va a gustar más. Que me va a destrozar, a revolver entera, a darme la vuelta, a desesperarme y a dejarme por los suelos; pero justamente es eso lo que me apasiona de lo que hago. Por todo esto, estoy segura de que no me voy a decepcionar con esta decisión; porque tiene todos los ingredientes para que sea una de las mayores aventuras de mi vida. Y sea como sea, pase lo que pase, no va a ser una pérdida de tiempo.
Y, aunque no hubiera tomado esta decisión, jamás seré una pérdida de tiempo. Por la sencilla razón de que no tengo tiempo que perder, para empezar.

Así que cada vez que empiece a sentirme fuera de mí, tengo que respirar profundo. Dejar que el pánico se apodere de mí unos segundos, que me impregne entera, que me derrote y me desafíe; y seguir respirando. Hasta que vuelva a ser dueña de mi cuerpo y, sobre todo, de mi cabeza. Y no parar de respirar hasta que me lo crea. Una y otra vez, hasta que esto termine. Hasta la próxima decisión.