miércoles, 26 de mayo de 2021

 


No quiero esta vida, y tengo que escribirlo para no volver a olvidarlo.

No merece la pena, no es lo que quiero hacer con mis días y mis años. No es lo que me hace feliz. No valen la pena los buenos momentos, las grandes victorias, los minutos de fama. Nada merece la pena en comparación con lo que estoy dando y dejando por el camino. Esto tiene que acabar, y cuando lo haga no tengo que permitirme volver sobre mis pasos, cuando solo aparezcan en mi cabeza las buenas sensaciones. Que las hay, por supuesto. Sería una hipócrita (y una masoca) si solo pensara que en esto únicamente hay cosas malas. Está claro que lo bueno, lo positivo, es muy bueno y muy positivo. Pero haciendo balanza, no merece la pena.

No compensa ahogarme todos los días, aunque ahora esté mucho mejor en ese aspecto y sea capaz de protegerme casi siempre. No merece la pena el estrés, la ansiedad, en sentir que no es suficiente, que siempre llegas tarde cuando aún no ha sonado ni siquiera el pistoletazo de salida. No, para nada. No merece la pena las horas de más, el tiempo de menos para ser feliz, el perseguir sueños inalcanzables mientras te hacen creer que es culpa tuya. No estoy en este mundo para eso, y no quiero seguir así. 

Terminaré, por supuesto que lo haré. Porque soy así. Porque una vez me embarco en algo, tengo que tenrminarlo, aunque sea de rodillas y con las entrañas del revés. No importa, porque lo haré. Pero después, cuando haya pasado la calma y, como digo, solo quede lo bueno, tengo que ser capaz de recordar este momento. El dolor. De espalda, de cabeza y de alma. El pesar y la fatiga, la desilusión, el ver como este mundo debora todo lo que tengo, todo lo que soy, y todo lo que quiero. Porque sino, si no soy capaz de cerrar los ojos y evocar todo esto, la rueda volverá a girar y me volverá a engullir. Otra vez, otro pedazo más de mi vida que se irá sin haberlo siquiera vivido. Y ya está bien, ya he dado suficiente, ya he probado y este es mi veredicto. Ya está bien.

Y esto no quiere decir que no tenga ambición, que no quiera sentirme orgullosa de mi misma, que no me vea capaz de hacer grandes cosas. Por supuesto que no. Pero no estoy dispuesta a hacerlo a cualquier precio. Y yo voy antes, que es algo que estoy aprendiendo los últimos años, a las malas. Siempre voy antes, porque lo que tengo no se recupera, y tengo que decidir en que lo invierto. Y no quiero seguir invirtiendo y apostando por esto. Que me hace feliz, tremendamente feliz; pero increiblemente desdichada. Saca lo peor de mi en todos los sentidos, y no me siento representada por lo que hago, lo que digo o como me comporto más de la mitad de las veces. Entonces, llegados el momento, cuando se plantee la encrucijada de lo que debo hacer con los siguientes pasos, tengo que prometerme ser capaz de tirar las armas. Ya está bien.

De todas las cosas que me he podido escribir para la persona que seré en el futuro, esta es (si no la más) una de las más importantes. Tienes que dejarlo. Tienes que ser feliz, mereces serlo. Tienes que tener tiempo para hacer lo que quieres, realizarte, vivir más allá de pipetas y puntas. Este mundo está hecho para ti, pero no es lo que necesitas. No es lo que quieres. Encontrarás tu lugar.

domingo, 23 de mayo de 2021


Desilusión e indiferencia.

No sé que sentimiento es peor. No sé si realmente sé que es sentir cada cosa, y la diferencia entre ambas. Pero sé que las dos son dolorosas, exhasperantes y que no hacen más reducirme a cenizas, dudas, y encrucijadas. Es el desgaste, es el no sentir nada más allá que cristal al cortar después de romper, es no saber que necesitar y no saber que pedir. Ni como solucionarlo, si es que hay solución. Es estar perdida y no tener claro siquiera si queiro que me encuentren.

Estoy en un limbo donde nada llega, ni nada me perturba. Ni siquiera lo que debería moverme. Pero ahí estoy, de pie, quieta, mirando al frente esperando algo que no tiene pensado aparecer. Y tampoco lo espero realmente, simplemente asumo que algo debería dislumbrarse en el horizonte, si es que existe. Pero pasando los días, las semanas y los meses, y seguimos igual. Yo en blanco y tu indiferente. Ajeno a lo que está pasando, y no sé si por hacerte el ciego y protegerte, o porque realmente no sabes leerme. No tengo ninguna explicación que dar, porque yo tampoco lo entiendo. Solo sé que esto es lo que está sucediendo, que esto es por lo que estoy pasando, y que no soy capaz de dar el paso. Porque no sé a donde darlo, porque tengo tanto miedo a materializarlo tan siquiera en mi mente que soy incapaz de pronunciarlo. Porque no quiero que esto termine, no quiero por mero capricho, por pena y tristeza, por ahorrarme el sufrimiento ahora que estoy en economía de guerra. Pero sé que no es justo. Y que estas situaciones nunca son justas. Pero, honestamente, no creo que esté preaprada para enfrentarme a esto.

¿Se está alguna vez preparada para romper con todo sin tener un motivo? Lo dudo. Y hasta que encuentre una razón, no creo que vaya a ser capaz de mover ficha. Si es que alguna vez soy capaz. Debería ser capaz de ser honesta conmigo misma en primer lugar, de identificar que es lo que siento y por lo que estoy pasando, mirarme al espejo y ser capaz de pronunciarlo. De oirme decirlo. De ver como reacciono. Pero cada vez que lo pienso, que intento verbalizar mentalmente todo esto, mi propia cabeza me enmudece. Porque no estoy preparada. O todavía necesito seguir esperando a que algo aparezca. Algo que haga que todo vuelva a ser como antes. A cuando todo era sencillo y tenía el pecho pleno, y me temblaban las piernas.

Entiendo que las cosas cambian con el tiempo, y es como debe de ser. Pero hasta ahora no era consciente de todo lo que duele que las cosas cambien. Sobretodo cuando la única salida es cruzar una ventana a ciegas y dejando a lo que más quieres detrás. Sin que esté la casa en llamas, sin que tenga las uñas en carne viva de tanto pelear, sin traiciones ni mentiras. Únicamente porque tengo el pecho vacío. Y no sé distinguir si es una fase, si es momentaneo, si es para siempre, si es que te he gastado y no puedo más. Y eso es lo que más miedo me da: tomar la decisión, dar el salto, y darme cuenta cuando ya es demasiado tarde que realmente no era algo definitivo, sino que estaba pasando por algo internamente que exteriorizó de esa manera. Ya hemos estado ahí en otros momentos, y no puedo costearme psicológicamente volver ahí. 

¿Y qué vamos a hacer? De momento, yo voy a seguir esperando. Esperando a lo que sea, pero esperando. Haciendo reflexión conmigo misma. Pero también trabajando en ser capaz de pronunciar, de decirme las verdades a la cara. Y de agauntar un poco más, a ver si veo reacción del otro lado. Pero eso también lo veo injusto; ¿por qué ibas a cambiar algo que para ti ya está bien, algo que para tí ya es suficiente? No es justo, ni es real, e igual estoy pidiendo algo que únicamente funciona para mi poniendo en jaque el bienestar de otros. Y odio ser egoista.


Pero, a fin de cuentas, quien va a estar y quien siempre ha estado he sido yo. Conmigo misma. Y sería mil veces peor fallarme a mi otra vez, que fallarle al mundo entero. Mientras esté en paz conmigo, debería darme igual el resto. Pero, en muchos sentidos, ya es parte de mí. Y decirle adiós, extirpar sin piedad esas partes, puede que sea lo más doloroso a lo que me he enfrenado jamás. No sé como hacerlo, no sé si estoy preparada. No quiero hacerlo. Pero me ronda la idea y el sentimiento de que es lo que necesito, porque aquí no hay nada más para mí. No es suficiente. Se ha terminado lo que teníamos. El desgaste, el día a día, la comodida, ha podido con nosotros. Y me siento vacía. Me siento sola. Me siento rota y todavía no he empezado a romperlo todo.