viernes, 31 de julio de 2015



Que fácil es hacerlo fácil, y que difícil nos lo ponemos.
En el fondo, ser feliz no es complicado; tan solo tenemos que darnos la oportunidad de hacerlo. Y ese es el verdadero reto, y lo que realmente nos da miedo, más allá de la posibilidad de sentir demasiado y de acabar haciéndonos daño. Es como aquel que se acaba enganchando de manera irreversible a algún tipo de substancia, sea la que sea; porque la sensación que te produce, ese momento de placer inigualable, esa complicidad única, es lo que nos hace débiles. Y cuando nos damos cuenta de que necesitamos sentir ese éxtasis para continuar el ritmo de nuestras vidas agotadoras, es cuando entramos de cabeza en la perdición. En el fondo, al igual que los malos vicios, la felicidad hay que saberla llevar, y controlarla, para no dejar que ella nos domine a nosotros.
Pero entones puede que llegue algo, lo que sea, que nos haga ver que quizás merece la pena correr el riesgo, y simplemente dejarse llevar. Porque uno llega a un punto en el que no sabe si está preparado para tocar el fondo, pero puede ser que merezca el golpe. O que no lo merezca, pero que por lo menos hay que darse cuenta de que se está dispuesto a correr el riesgo.

Y es que hay momentos, lugares y cervezas precisos, que simplemente se complementan con la persona indicada y una buena conversación; y esta fluye sin problema, motivada puede que por una confianza depositada en muy pocos cafés o en demasiadas cervezas (dependiendo de para quien). No es por darle importancia a algo que puede que se quede en lo que de momento es, sino por el simple hecho de que para mí, ese momento fue algo. Fue una comodidad y una complicidad que hacía tiempo que no experimentaba, y más inocente y limpia de la que estoy acostumbrada. Porque yo soy la que comenzó siendo buena de más y ahora es hijaputa de más; y así son las cosas, y como ya dije, esto no para de girar. Y quien quiera estar conmigo, que esté; yo le voy a recibir a brazos y piernas abiertos, y con la coraza puesta. Pero tengo claro, y lo he dejado desde el primer momento, que me voy a anteponer a mí misma ante todo, y ante todos; y da las gracias porque te lo haya dicho desde el principio, porque si al final esto no sale como debería ser, por el simple hecho de que yo estoy implicada en la ecuación, no puedes venir a decirme que no te lo he advertido.
Y no sé como lo hago, pero me acabo quedando con los buenos. Puede que ya tenga desarrollado ese séptimo sentido que hace que solo sonría fuerte con aquellos que sé que van a acabar apreciando todo lo que hay debajo de la chica que bebe cerveza como si le fuera la vida en ello; y puede que, aunque sean otros los que me hagan perder la cabeza, en el fondo sé que esos no me van a acabar haciendo ningún bien. Básicamente, porque ellos, al igual que yo, no son de los que se quedan.

De igual manera que yo digo que puedo hacer feliz a aquel que esté a mi lado, tengo el presentimiento (y este es mi sexto sentido) de que esta vez va a ser al revés. Deja que me explique: en todo momento, por estas estúpidas leyes físicas que guían el estúpido movimiento de este estúpido mundo, el tiempo y el espacio se dividen en dos corrientes. Aquello que da, y aquello que recibe; y cuando estos dos puntos tropiezan, se llega a un equilibrio. Por lo general, yo soy quien da; quien parece que no, pero acaba cambiando la vida del otro, y normalmente, para peor. No es un aspecto de mi misma del que me sienta orgullosa, pero es algo con lo que he aprendido a vivir con el paso del tiempo; es lo que hay, y ya que yo me acepto, es hora de que también alguien me acepte así. El gran problema con eso es que acabo desgastando hasta los límites a la otra persona, y me acabo matando; así que, por lo general, es castillo de naipes que elevo se acaba yendo a la mierda. Así de claro.
Pero, en este caso, y que no sirva de precedencia, parece ser que tú das más que yo. Y eso es algo que tan solo ha sucedido una vez en estos veinte años de idas y venidas, y de hechos y deshechos. Y créeme que no acabo muy bien para ninguna de las dos partes; puede ser porque al final se cambiaron lo roles, y realmente comencé a dar todo aquello que llevaba meses reprimiendo, O puede que no fuera eso, pero llegados a este punto, esa historia queda tan atrás y tengo tan pocas ganas de rememorarla, que ni merece la pena.
Con todo esto, lo que quiero decir es que puede que esta vez me toque a mi recibir, y aprender de ti. Y eso puede que sea para bien, o puede que me acabe devorando, como he conseguido que sucediera con otros en otras ocasiones.

Así que para descubrir esto, supongo, tocará quedarme una pequeña temporada (cosa de un mes) quieta. Sin agitarme demasiado, para no remover aguas estancadas que es mejor que se queden como están; pero sin dejar que me pille la corriente.

martes, 28 de julio de 2015



¿Quién soy yo para seguir escondiéndome cuando todo puede que vuelva a ir bien? No es nada más que un presentimiento que, sin duda, tiene muchas posibilidades de quedarse en nada. Pero no tengo más razones, porque se me han acabado, para seguir negándome a avanzar, por mucho que siga escudándome en que dos años no son suficientes para perdonarme y olvidarte
Porque es posible que, al fin y al cabo, dejar pasar el tiempo no sea suficiente como para hacer borrón y cuenta nueva. Porque realmente, lo que es necesario es demostrarse a uno mismo que la lección está aprendida, y que no se va a volver a recaer en viejos vicios. Ojalá, y de verdad que lo deseo así, fuera tan fácil como algunos lo plantean el volver a empezar sin poder conseguir un principio nuevo; porque si algo he aprendido, es que eso no existe, y que siempre va a haber alguien esperando a la vuelta de la esquina para recordarte los errores que llevas meses y meses (por no decir años) intentando enmendar contigo misma. Porque ya tienes asumido que intentar compensar al personal por la detonación de la bomba de relojería atrasada en la que te conviertes de cuando en cuando, es imposible sin haber hecho las paces con el factor del problema. Contigo. Conmigo, sin duda. 
Y esto es necesario porque yo voy a ser la única que va a estar siempre ahí para mí y, por supuesto, soy lo más importante que puedo tener, al fin y al cabo. Porque soy quien se va a quedar cuando todo esté negro, y quien va a tener que levantarme tras golpe y golpe. Así que, puede ser que, por fin haya llegado el momento de ese nuevo comienzo.

No tengo tampoco muy claro porque ahora tengo todas conmigo sobre este aspecto. Puede ser que he matado mis miedos, y la mayoría de mis inseguridades y auto-frenadas de superación, a base de alcohol y demás vicios que solo cumplo de cuando en cuando, para que el efecto sea más duradero, más auténtico y que me haga ver las cosas diferentes cuando despierto totalmente desubicada al día siguiente, sin persona y sin pendientes. Sin ningún tipo de pendiente. Totalmente libre, de todo y de todos. Eso, amigos míos, es realmente renacer. 
Así que, de alguna manera, puede decirse que me he levantado de mis propias cecinas, después de haber ardido (en la mayoría de los sentidos del verbo) el sábado, y de haberme consumido a mi misma durante demasiado tiempo; tanto que casi no me acuerdo cuando fue la última vez que me he sentido tal y como me siento ahora. De manera que vamos a aprovechar la oportunidad: vamos a darme un respiro, y a ver que surge de todo esto. Vamos a comenzar a perdonarme, o a acabar de perdonarme del todo (depende de como se pinte). Vamos a empezar con ese nuevo comienzo, siendo esta la manera más pura, y la única que realmente conozco para esto.

Este, sin duda, es un punto de inflexión. No sé si en mi vida, en mi experiencia vital, en el tiempo que llevo respirando, o en estos últimos años. Pero, sin duda, es la primera vez de algo nuevo, en mucho tiempo. Llámalo ilusión, o fin de los malos pensamientos. O depende en función de si la ilusión por este giro de mentalidad es algo bueno, o algo malo. Tomemos aire, y dejémonos llevar. Pero con cabeza, antes de nada; o con corazón, que tampoco es que se equivoque más que la cabeza. No sé con que, pero algo tiene que tirar de todo esto para seguir adelante. Y tengo claro que el motor de mi mundo tienen que seguir siendo las resacas.

lunes, 13 de julio de 2015



Sigo pensando contigo; y más que contigo, con la idea de ti.

No tengo ningún motivo aparente para ello, ya que no hemos vivido ni tanto ni tan intensamente como para ello. Simplemente, creo que era la pequeña inyección de perdición de cordura que necesitaba en ese momento; y joder, que bien me sentía. Y eso que la verdad es que no soy capaz de recordar todo, pero juro que, al día siguiente, la conexión de cerveza seguía estando ahí. Y que los pequeños y efímeros momentos que derivaron a raíz de eso también han sido memorables. Creo que el verdadero motivo de que te siga dando vueltas es que fue algo totalmente inesperado, pero totalmente natural. Fácil, sencillo, y hacía tiempo que no me sentía así de bien. Demasiada confianza en muy poco tiempo, y con espejismos en vena varios. De acuerdo, puedo reconocer que estábamos pletóricos, sintiendo que podíamos comernos el mundo comenzando por nosotros mismos, o por lo menos así me sentía así. 
Será porque cumples todas y cada una de las opciones de aquella lista estúpida que se hizo en el salón de mi piso, una tarde de lluvia, menstruación o resaca; o incluso las tres cosas. Y pensar que la idea para aquel día era llevar una serie de panfletos para encontrar a alguien que los cumpliera todos; y tú ya estabas allí, y ni siquiera se me ocurrió considerarte. 

El problema, el gran problema contigo, es que estoy convencida de que eres mi versión masculina. Y yo no me daría una oportunidad a mi misma ni loca, a no ser que estuviera dispuesta a destruir mi vida, mi calma, y a introducirme en un circulo cerrado y viciado de autoconsumirse y de destrozar todo aquello que está al rededor del huracán. Y tengo claro que sonrió y finjo que no me importa nada, cuando me está desgarrando por dentro; pero es lo que hago, y es lo que me hace ser como soy, al fin y al cabo. Es, sin duda, mi mejor virtud, y mi peor defecto. Soy algo así como un arma de doble filo, y si no te quieres hacer daño, tampoco puedes intentar hacer daño al prójimo. Y, si yo no fuera yo y me encontrara conmigo, no quería verme envuelta en este sin-vivir al que arrastro a todo el mundo. 
No sé que esperar, ni pretendo quedarme esperando. Está claro que, lo que tenga que ser, será; y que yo no voy a dedicarme a perseguir ideas en vano. Y sé que tu tampoco, así que solo me queda acogerme a que quizás, la buena suerte o el karma o lo que sea que haya decida darme un poquito de margen para que algo salda del derecho, de una vez por todas. Pero dos meses pasan rápido, y va a ser inevitable vernos, y no sé que esperar de eso. Ni que pasará si sabes todo lo que está pasando; ni en nuevo problema me voy a meter con todo este tiempo libre. Porque también está claro que eso va a acabar pasando.

Lo que tengo claro es que yo ya no quiero jugar más. Me retiro de las grandes ligas. Bueno, me retiro en dos meses; las nuevas generaciones vienen pisando fuerte, y yo ya no tengo ni edad ni ganas para seguir con este ritmo. Y ya son muchos años ganando, y es hora de hacer algo con la fortuna. La cuestión es si tu estás en el mismo punto que yo, o si todavía no estás preparado; no solo pasa sentarte en el banquillo, sino que para salir de la plaza. Y, en mi caso, no va a ser, precisamente, una salida por la puerta grande. Pero es lo que hay, y no se le puede pedir más. 

sábado, 11 de julio de 2015



Necesito recuperar el control sobre mi propia vida. Necesito volver a respirar justo, y dejarme de rodeos y medias vueltas que terminan siempre en el mismo punto. Necesito dejar de ponerme trabas a mi misma, y encontrar por fin mi sitio. Y dejar de huir. Pero, para ello, supongo, necesito espacio y no solo físico. Necesito estar sola, y estarlo de verdad; lejos de toda substancia que pueda hacerme perder, de nuevo, la cabeza y, sobre todo, el rumbo. Porque ya no puedo permitirme más errores, más haceres que terminan en una nueva y ya íntima vieja amiga espiral, que se consume y me consume hasta los cimientos. Porque cada vez que me derribo a mi misma, me lleva demasiado tiempo volver a levantarme. Y no quiero callarme las cosas, y tener que esconderme en las sombras, ni tener que mirar con temor en los ojos a los que he fallado.
En realidad, no entiendo porque me comporto así. No sé que me lleva a querer destrozarme, y arrasar con lo bueno que hay, de cuando en cuando, a mi alrededor. No es que sea un desastre, es que soy tóxica. Y el problema es que no solo soy tóxica para mi misma, sino que acabo contaminando todo lo que toco. Y si pudiera librarme de ello, volver a comenzar -una vez más- y hacer las cosas del derecho; todo sería más fácil, por lo menos para mí. Pero está claro que ya he agotado las oportunidades que tenía reservadas en esta vida para hacer eso, y que no he sacado nada en claro.

Así que está demostrado que huir no es la mejor opción, y la he usado como la única durante todos estos años. Huir y esconderme, sin dejar que nadie cargara con la culpa de lo que yo hago, y que simplemente piensen que todo está bien, cuando en realidad se está derrumbando. Porque las grietas llevan demasiados años comiéndose las vigas, y no hay cemento ni ladrillos suficientes que lo puedan recuperar. Viendo, entonces, que mi remedio-para-todo no sirve (y nunca ha servido), puede que sea el momento de probar algo nuevo. Pero le tengo pánico a las consecuencias.
Se me ocurre que podría ir con la verdad por delante, pero eso es algo que me va a acabar jugando una mala pasada; nunca he sacado nada bueno de sincerarme, y explicar en que he fallado y cuanto lo siento. Porque está claro que eso solo podría entenderlo alguien que ya hubiera estado, o que esté, en mi situación; y, honestamente, no me entra en el cabeza que haya alguien más que la haya jodido tanto en esta vida. Ni que haya tropezado tantas veces con la misma piedra. Ni que haya fallado tantas veces a tanta gente a la que quiere. 
Y si hubiera un motivo racional, o una explicación lógica, o un mínimo de sentido común, para este comportamiento animal, destructivo, provocador y devastador; por lo menos, podría tener algo de paz. Pero me reconcome la culpa, y no sé como seguir. Me doy asco, y pensar en ello hace que se me revuelvan las tripas. 

Necesito alejarme. Centrarme en algo sano, en algo bueno para mí. En algo que me haga mejor persona, y con lo que pueda liberarme, de alguna manera, de la culpa que reconcome. Y pensar las cosas dos veces, y dejar de guiarme por impulsos que solo hacen que rebote contras las paredes y las esquinas, rompiéndome en pedazos y dejándome la piel en carne viva. Y la que ha quedado más o menos intacta, aunque algo magullada, está preparada para que la arranque a mordiscos a la primera de cambio. Soy un puñetero caos, y no sé como he llegado a ello. Porque no tengo absolutamente nada bajo mi control, y creo que ya sería hora de que empezar a hacerlo; ya tengo una edad, y sigo estancada en los errores que he cometido desde que tengo memoria. No sé si es que soy así por naturaleza, o si soy una jodida cabrona en el fondo de mi ser. Pero me está devorando, y solo quiero pensar que es posible que haya una salida para mí. Alguna ayuda. Algo que me llene y que consiga hacer que toda esta mierda dé un giro total, y que, por fin, todo tenga algún sentido; y ya me da igual cual sea, pero por lo menos, que la  única herida al final de todo esto sea yo, y que sea capaz de frenar antes de que haya daños colaterales.
En sí, lo único que necesito es encontrar un freno, Y comenzar a construir algo positivo sobre el montón de mierda sobre el que reino, de una vez. Porque si es cierto eso de que hay que aprender de los errores, yo ya he cometido los suficientes como para haber aprendido la lección. Así que creo que voy a tomarme este como el último gran error, a hacer borrón y cuenta nueva, y a perdonarme. Porque es lo que necesito. Hacer las paces conmigo misma.
Porque el fondo lo he tocado hace tiempo, y es hora de dejar de arrastrarme por él, y de esconderme para que nadie vez mis vergüenzas. Aunque a estas creo que las voy a dejar en el fondo, y no voy a intentar alejarme lo máximo posible de él, y de todo lo que hace que acabe allí.