Que fácil es hacerlo fácil, y que difícil nos lo ponemos.
En el fondo, ser feliz no es complicado; tan solo tenemos que darnos la oportunidad de hacerlo. Y ese es el verdadero reto, y lo que realmente nos da miedo, más allá de la posibilidad de sentir demasiado y de acabar haciéndonos daño. Es como aquel que se acaba enganchando de manera irreversible a algún tipo de substancia, sea la que sea; porque la sensación que te produce, ese momento de placer inigualable, esa complicidad única, es lo que nos hace débiles. Y cuando nos damos cuenta de que necesitamos sentir ese éxtasis para continuar el ritmo de nuestras vidas agotadoras, es cuando entramos de cabeza en la perdición. En el fondo, al igual que los malos vicios, la felicidad hay que saberla llevar, y controlarla, para no dejar que ella nos domine a nosotros.
Pero entones puede que llegue algo, lo que sea, que nos haga ver que quizás merece la pena correr el riesgo, y simplemente dejarse llevar. Porque uno llega a un punto en el que no sabe si está preparado para tocar el fondo, pero puede ser que merezca el golpe. O que no lo merezca, pero que por lo menos hay que darse cuenta de que se está dispuesto a correr el riesgo.
Y es que hay momentos, lugares y cervezas precisos, que simplemente se complementan con la personaindicada y una buena conversación; y esta fluye sin problema, motivada puede que por una confianza depositada en muy pocos cafés o en demasiadas cervezas (dependiendo de para quien). No es por darle importancia a algo que puede que se quede en lo que de momento es, sino por el simple hecho de que para mí, ese momento fue algo. Fue una comodidad y una complicidad que hacía tiempo que no experimentaba, y más inocente y limpia de la que estoy acostumbrada. Porque yo soy la que comenzó siendo buena de más y ahora es hijaputa de más; y así son las cosas, y como ya dije, esto no para de girar. Y quien quiera estar conmigo, que esté; yo le voy a recibir a brazos y piernas abiertos, y con la coraza puesta. Pero tengo claro, y lo he dejado desde el primer momento, que me voy a anteponer a mí misma ante todo, y ante todos; y da las gracias porque te lo haya dicho desde el principio, porque si al final esto no sale como debería ser, por el simple hecho de que yo estoy implicada en la ecuación, no puedes venir a decirme que no te lo he advertido.
Y no sé como lo hago, pero me acabo quedando con los buenos. Puede que ya tenga desarrollado ese séptimo sentido que hace que solo sonría fuerte con aquellos que sé que van a acabar apreciando todo lo que hay debajo de la chica que bebe cerveza como si le fuera la vida en ello; y puede que, aunque sean otros los que me hagan perder la cabeza, en el fondo sé que esos no me van a acabar haciendo ningún bien. Básicamente, porque ellos, al igual que yo, no son de los que se quedan.
De igual manera que yo digo que puedo hacer feliz a aquel que esté a mi lado, tengo el presentimiento (y este es mi sexto sentido) de que esta vez va a ser al revés. Deja que me explique: en todo momento, por estas estúpidas leyes físicas que guían el estúpido movimiento de este estúpido mundo, el tiempo y el espacio se dividen en dos corrientes. Aquello que da, y aquello que recibe; y cuando estos dos puntos tropiezan, se llega a un equilibrio. Por lo general, yo soy quien da; quien parece que no, pero acaba cambiando la vida del otro, y normalmente, para peor. No es un aspecto de mi misma del que me sienta orgullosa, pero es algo con lo que he aprendido a vivir con el paso del tiempo; es lo que hay, y ya que yo me acepto, es hora de que también alguien me acepte así. El gran problema con eso es que acabo desgastando hasta los límites a la otra persona, y me acabo matando; así que, por lo general, es castillo de naipes que elevo se acaba yendo a la mierda. Así de claro.
Pero, en este caso, y que no sirva de precedencia, parece ser que tú das más que yo. Y eso es algo que tan solo ha sucedido una vez en estos veinte años de idas y venidas, y de hechos y deshechos. Y créeme que no acabo muy bien para ninguna de las dos partes; puede ser porque al final se cambiaron lo roles, y realmente comencé a dar todo aquello que llevaba meses reprimiendo, O puede que no fuera eso, pero llegados a este punto, esa historia queda tan atrás y tengo tan pocas ganas de rememorarla, que ni merece la pena.
Con todo esto, lo que quiero decir es que puede que esta vez me toque a mi recibir, y aprender de ti. Y eso puede que sea para bien, o puede que me acabe devorando, como he conseguido que sucediera con otros en otras ocasiones.
Así que para descubrir esto, supongo, tocará quedarme una pequeña temporada (cosa de un mes) quieta. Sin agitarme demasiado, para no remover aguas estancadas que es mejor que se queden como están; pero sin dejar que me pille la corriente.
Pero entones puede que llegue algo, lo que sea, que nos haga ver que quizás merece la pena correr el riesgo, y simplemente dejarse llevar. Porque uno llega a un punto en el que no sabe si está preparado para tocar el fondo, pero puede ser que merezca el golpe. O que no lo merezca, pero que por lo menos hay que darse cuenta de que se está dispuesto a correr el riesgo.
Y es que hay momentos, lugares y cervezas precisos, que simplemente se complementan con la persona
Y no sé como lo hago, pero me acabo quedando con los buenos. Puede que ya tenga desarrollado ese séptimo sentido que hace que solo sonría fuerte con aquellos que sé que van a acabar apreciando todo lo que hay debajo de la chica que bebe cerveza como si le fuera la vida en ello; y puede que, aunque sean otros los que me hagan perder la cabeza, en el fondo sé que esos no me van a acabar haciendo ningún bien. Básicamente, porque ellos, al igual que yo, no son de los que se quedan.
De igual manera que yo digo que puedo hacer feliz a aquel que esté a mi lado, tengo el presentimiento (y este es mi sexto sentido) de que esta vez va a ser al revés. Deja que me explique: en todo momento, por estas estúpidas leyes físicas que guían el estúpido movimiento de este estúpido mundo, el tiempo y el espacio se dividen en dos corrientes. Aquello que da, y aquello que recibe; y cuando estos dos puntos tropiezan, se llega a un equilibrio. Por lo general, yo soy quien da; quien parece que no, pero acaba cambiando la vida del otro, y normalmente, para peor. No es un aspecto de mi misma del que me sienta orgullosa, pero es algo con lo que he aprendido a vivir con el paso del tiempo; es lo que hay, y ya que yo me acepto, es hora de que también alguien me acepte así. El gran problema con eso es que acabo desgastando hasta los límites a la otra persona, y me acabo matando; así que, por lo general, es castillo de naipes que elevo se acaba yendo a la mierda. Así de claro.
Pero, en este caso, y que no sirva de precedencia, parece ser que tú das más que yo. Y eso es algo que tan solo ha sucedido una vez en estos veinte años de idas y venidas, y de hechos y deshechos. Y créeme que no acabo muy bien para ninguna de las dos partes; puede ser porque al final se cambiaron lo roles, y realmente comencé a dar todo aquello que llevaba meses reprimiendo, O puede que no fuera eso, pero llegados a este punto, esa historia queda tan atrás y tengo tan pocas ganas de rememorarla, que ni merece la pena.
Con todo esto, lo que quiero decir es que puede que esta vez me toque a mi recibir, y aprender de ti. Y eso puede que sea para bien, o puede que me acabe devorando, como he conseguido que sucediera con otros en otras ocasiones.
Así que para descubrir esto, supongo, tocará quedarme una pequeña temporada (cosa de un mes) quieta. Sin agitarme demasiado, para no remover aguas estancadas que es mejor que se queden como están; pero sin dejar que me pille la corriente.