No se puede tener todo, ni se puede llegar a todo. Todos tenemos nuestros límites, y pequeños momentos recelosos en los que nos quedamos sin aire, mirando al vacío y a las motas de luz se arremolinan en la esquina donde fui capaz de volar más de mil veces. Pero todo tiene su tiempo, su lugar, y yo ya no estoy dispuesta a corresponderme más; porque hay caprichos que no sirven para calmar mentes inquietas y manos veloces, y hay domingos en los que la reflexión más profunda sale de la boca más pequeña, o de los susurros que no se pronunciaron tan alto como para ser considerados mentiras. Aunque sean piadosas.
No estoy hablando de conformarme, porque eso implica dejar de moverse. No sé, es una de las pocas cosas que habré sacado en claro de este último año de clase, y es porque la biofísica (si es que se llamaba así la asignatura, que ahora mismo no lo tengo muy claro) es innegable. Igual que echar de menos, solo que si le añades un bio- a modo de prefijo parece que las palabras tienen más fuerza. Pero no hablo de conformarse; hablo de aceptarse y ponerse metas realistas; lo que implica tener fuerza de voluntad, aunque sea mínima. Y yo tengo claro que no puedo seguir más. Porque hay caminos que ya he recorrido y no quiero que haya segundas partes por esas calles; porque ni me lo merezco, ni creo que valga la pena volver a nombrarme en ese escenario. Que tengo claro que hay veces que hay que desvestirse y dejar el orgullo esparcido por el suelo, pero no tengo claro que esta sea una de esas veces; que puedo repetir imágenes antiguas contra las sábanas noche tras noche, pero eso no implica que haya olvidado todo lo malo. Y hay cosas que no se pueden perdonar, y una de ellas es que te hagan sentir pequeña. Que no puedas entender que es lo que va mal, cuando no hay nada más que momentos sencillos sin giros complicados de tramas ocultas; o eso pensabas tu. No estoy echándole la culpa a nadie más que a mi, por aferrarme a cuerpos cansados que ya no esperaba cuando no tengo cosa más agradable que pensar a ojos cerrados. Que las historias que han muerto es mejor no removerlas, porque aunque sea cierto que lo primero que sale a la superficie suelen ser los recuerdos buenos, cálidos y agradables, el maremoto que sigue por meter las narices donde no toca es de campeonato. Una hostia de las buenas, de las que te hace revolverte en el sitio con mueca cruda, y que te haga huir por patas.
No, no hablo de conformarme, hablo de seguir caminando. No puedo hacer malabarismos imposible para equilibrar balanzas ajenas, cuando prendo de un hilo y me desgarro contra las esquinas a la mínima que tengo oportunidad. Porque no me llegan las noches para contar las cervezas en las que busqué tu nombre en el último trago, ni las mañanas en las que me juré que aquello no había sido mi decisión más lúcida. Ni los ibuprofenos con los que acompañe cientos de "hasta aquí hemos llegado". Que si no me paro los pies ahora, me veo en otro dúplex de años oscuros, pero ya sabiendo lo que aquello conlleva; y aquí lo de desmoronarnos para volvernos a construir de las cenizas si, pero sufrir por amor al arte tampoco es algo que me apetezca demasiado. Así que no, no creo que pueda seguir esperando que las distancias se acorten para mí, que sea capaz de pronunciar palabras que en la vida he hecho, o que apueste por ti cuando no me das nada más que lo que me pierde cuando nos cruzamos sin querer en mitad de la barra. Porque tienes razón, y si esto es el azar, y me está jugando los años de reírme de las manecillas del reloj, yo creo que ya se ha desquitado conmigo; y que puede ir a enseñar lecciones de moralidad a otro, porque aquí ya ha cumplido su misión. Que ya me ha demostrado que, de igual manera que servidora tenía la facilidad increíble de destruir todo aquello que tocaba, hay náufragos que se devoran a si mismos para continuar con piel ajena. Y el problema es cuando se topan contigo, que ni sientes ni padeces, y les abres las puertas y las ventanas como si aquello fuera el aire fresco que viene a llevarse todos sus males.
No nos equivoquemos; aquí nadie viene a salvar a nadie si no es para llevarse algo a cambio. Y en mi caso, no sé que es lo que he ganado yo, porque llevo meses haciendo las cuentas y no hay manera de que me cuadren (aunque, ya con humor, teniendo en cuenta que país es este, lo raro es que salgan las cuentas del derecho de primeras, pero bueno). Que sin duda, he salido perdiendo, y desde el día uno. Porque la ilusión, las ganas de enseñar toda la magia que hay detrás de lo que nadie sabe, y la confianza ciega en algo nuevo, no valen todas estas semanas, todos los malos tragos, y todas las sonrisas comidas por uñas contra mis pulmones cuando no viene a cuento.
Yo hoy no venía a hablar de esto, pero los domingos de entretiempo, en los que estás comenzando a despertar de letargos antológicos, es lo que tienen. Que con esto no voy a resolver todos los quebraderos que sacuden últimamente mis caderas, sin venir a cuenta de nada; y así me encuentro, de cuando en cuando, mirando por la ventana como si me fuera la vida en ello imaginando futuros hipotéticos en los que lo único que no cambia, es que son tan improbables como el poder retroceder para hacer las cosas como se tendrían que haber hecho en su momento.
Que esto no está bien, que es hora de que lleguen nuevos tiempo. Que aparezca algo que ponga todo este caos en orden, que haga que se cierren las grietas por si solas, que ya nos estamos quedando escasos de yeso barato. Que ya no espero que se me perdone por lo de ayer, sino que no se me espere para mañana, porque llegará el día en el que todo esto acabe en cualquier esquina.
Y, sin duda, lo que necesito es ser capaz de olvidar, o de recordar sin que se me de un vuelto el pecho y se pongan mis días patas arriba. O seguir adelante, lamerme las penas y dejar que sea otro quien sea capaz de erizar mi nuca, sin que lo que haga falta esté tan lejos, o tan cerca del orgullo.
Que simplemente, se quede. Que esté, que aparezca cuando sea necesario con palabras que te hagan seguir adelante, o con silencios que tengan más doble sentido que el que queramos darle. Porque hay cuestas arriba en las que tengo que recular para coger impulso, y esto antes no pasaba.
Que estoy cansada, y no sé exctamente de que.