domingo, 28 de febrero de 2016




No se puede tener todo, ni se puede llegar a todo. Todos tenemos nuestros límites, y pequeños momentos recelosos en los que nos quedamos sin aire, mirando al vacío y a las motas de luz se arremolinan en la esquina donde fui capaz de volar más de mil veces. Pero todo tiene su tiempo, su lugar, y yo ya no estoy dispuesta a corresponderme más; porque hay caprichos que no sirven para calmar mentes inquietas y manos veloces, y hay domingos en los que la reflexión más profunda sale de la boca más pequeña, o de los susurros que no se pronunciaron tan alto como para ser considerados mentiras. Aunque sean piadosas. 
No estoy hablando de conformarme, porque eso implica dejar de moverse. No sé, es una de las pocas cosas que habré sacado en claro de este último año de clase, y es porque la biofísica (si es que se llamaba así la asignatura, que ahora mismo no lo tengo muy claro) es innegable. Igual que echar de menos, solo que si le añades un bio- a modo de prefijo parece que las palabras tienen más fuerza. Pero no hablo de conformarse; hablo de aceptarse y ponerse metas realistas; lo que implica tener fuerza de voluntad, aunque sea mínima. Y yo tengo claro que no puedo seguir más. Porque hay caminos que ya he recorrido y no quiero que haya segundas partes por esas calles; porque ni me lo merezco, ni creo que valga la pena volver a nombrarme en ese escenario. Que tengo claro que hay veces que hay que desvestirse y dejar el orgullo esparcido por el suelo, pero no tengo claro que esta sea una de esas veces; que puedo repetir imágenes antiguas contra las sábanas noche tras noche, pero eso no implica que haya olvidado todo lo malo. Y hay cosas que no se pueden perdonar, y una de ellas es que te hagan sentir pequeña. Que no puedas entender que es lo que va mal, cuando no hay nada más que momentos sencillos sin giros complicados de tramas ocultas; o eso pensabas tu. No estoy echándole la culpa a nadie más que a mi, por aferrarme a cuerpos cansados que ya no esperaba cuando no tengo cosa más agradable que pensar a ojos cerrados. Que las historias que han muerto es mejor no removerlas, porque aunque sea cierto que lo primero que sale a la superficie suelen ser los recuerdos buenos, cálidos y agradables, el maremoto que sigue por meter las narices donde no toca es de campeonato. Una hostia de las buenas, de las que te hace revolverte en el sitio con mueca cruda, y que te haga huir por patas.

No, no hablo de conformarme, hablo de seguir caminando. No puedo hacer malabarismos imposible para equilibrar balanzas ajenas, cuando prendo de un hilo y me desgarro contra las esquinas a la mínima que tengo oportunidad. Porque no me llegan las noches para contar las cervezas en las que busqué tu nombre en el último trago, ni las mañanas en las que me juré que aquello no había sido mi decisión más lúcida. Ni los ibuprofenos con los que acompañe cientos de "hasta aquí hemos llegado". Que si no me paro los pies ahora, me veo en otro dúplex de años oscuros, pero ya sabiendo lo que aquello conlleva; y aquí lo de desmoronarnos para volvernos a construir de las cenizas si, pero sufrir por amor al arte tampoco es algo que me apetezca demasiado. Así que no, no creo que pueda seguir esperando que las distancias se acorten para mí, que sea capaz de pronunciar palabras que en la vida he hecho, o que apueste por ti cuando no me das nada más que lo que me pierde cuando nos cruzamos sin querer en mitad de la barra. Porque tienes razón, y si esto es el azar, y me está jugando los años de reírme de las manecillas del reloj, yo creo que ya se ha desquitado conmigo; y que puede ir a enseñar lecciones de moralidad a otro, porque aquí ya ha cumplido su misión. Que ya me ha demostrado que, de igual manera que servidora tenía la facilidad increíble de destruir todo aquello que tocaba, hay náufragos que se devoran a si mismos para continuar con piel ajena. Y el problema es cuando se topan contigo, que ni sientes ni padeces, y les abres las puertas y las ventanas como si aquello fuera el aire fresco que viene a llevarse todos sus males.
No nos equivoquemos; aquí nadie viene a salvar a nadie si no es para llevarse algo a cambio. Y en mi caso, no sé que es lo que he ganado yo, porque llevo meses haciendo las cuentas y no hay manera de que me cuadren (aunque, ya con humor, teniendo en cuenta que país es este, lo raro es que salgan las cuentas del derecho de primeras, pero bueno). Que sin duda, he salido perdiendo, y desde el día uno. Porque la ilusión, las ganas de enseñar toda la magia que hay detrás de lo que nadie sabe, y la confianza ciega en algo nuevo, no valen todas estas semanas, todos los malos tragos, y todas las sonrisas comidas por uñas contra mis pulmones cuando no viene a cuento. 

Yo hoy no venía a hablar de esto, pero los domingos de entretiempo, en los que estás comenzando a despertar de letargos antológicos, es lo que tienen. Que con esto no voy a resolver todos los quebraderos que sacuden últimamente mis caderas, sin venir a cuenta de nada; y así me encuentro, de cuando en cuando, mirando por la ventana como si me fuera la vida en ello imaginando futuros hipotéticos en los que lo único que no cambia, es que son tan improbables como el poder retroceder para hacer las cosas como se tendrían que haber hecho en su momento. 
Que esto no está bien, que es hora de que lleguen nuevos tiempo. Que aparezca algo que ponga todo este caos en orden, que haga que se cierren las grietas por si solas, que ya nos estamos quedando escasos de yeso barato. Que ya no espero que se me perdone por lo de ayer, sino que no se me espere para mañana, porque llegará el día en el que todo esto acabe en cualquier esquina.
Y, sin duda, lo que necesito es ser capaz de olvidar, o de recordar sin que se me de un vuelto el pecho y se pongan mis días patas arriba. O seguir adelante, lamerme las penas y dejar que sea otro quien sea capaz de erizar mi nuca, sin que lo que haga falta esté tan lejos, o tan cerca del orgullo
Que simplemente, se quede. Que esté, que aparezca cuando sea necesario con palabras que te hagan seguir adelante, o con silencios que tengan más doble sentido que el que queramos darle. Porque hay cuestas arriba en las que tengo que recular para coger impulso, y esto antes no pasaba. 
Que estoy cansada, y no sé exctamente de que. 

lunes, 22 de febrero de 2016



He llegado a la conclusión de que lo único que tengo claro es que no tengo nada claro. Ni quien soy, ni quien quiero ser, ni a donde pretendo llegar, ni que voy a hacer para conseguir avanzar hacía a algún lugar; el que sea, porque llegados a este punto, tampoco nos vamos a poner quisquillosos. Y eso es conformarse, y si hace unos años me hubieran dicho que iba a llegar a plantearme abandonar todas mis metas por no tener motivación más allá que una tímida voz que dice que esto todavía merece la pena, jamás lo hubiera creído. Porque en esto estoy sola, y cada vez más. Porque es imposible vivir con un pie en cada mundo sin perderse por el camino, y tengo claro que nadie va a buscar en las profundidades del bosque. Menos aún si es de noche. E invierno. Y no pides ayuda.

Porque está claro que los inviernos son etapas oscuras para mí. Que son los meses en los que me desmorono, hago recuento de las piezas sobrantes y de las desperdigadas, e intento volver a ponerme en pie día tras día. Y no sé si es por las pocas horas de luz, falta de calor humano, o por lo aburrreply de solo discutir conmigo misma, pero parece imposible ser capaz de salir del bucle de negatividad hasta que los días comienzan a hacerse más largos. O hasta que aparezca algo, alguien o una nueva manera de pensarme por las mañanas, que haga que me replantee la manera que tengo de afrontar los díasdero de este periodo de luces y sombras muchas, muchas sombras, he llegado a la conclusión de que no necesito demasiado para venirme arriba, y que aún necesito menos para hundirme. Para esto último tengo claro que solo me necesito a mi misma, y un poco de presión de más en el ambiente para hacer que mi pequeña burbuja estalle, desperdigue mis penas por el mundo, y me dedique a caminar arrastrando los pies a ritmo de cañería rota. Pero, ¿para salir del pozo? Tiempo ya sé que no, y distancia aún menos. Porque me he dado cuenta que puedo con uno o con lo otro, pero no con ambos de por medio; que todo sería más fácil si escondiera debajo de las piedras las palabras que brotan de mi pecho, pero no hay sujetador que las contenga. Porque no sabes que es, porque no te da nada; pero con lo poco que te da, te llena tanto como lo mucho que te tienen que dar otros para sentirte igual.Y quizás, por eso, no eres capaz de asumir que hay imposibles que realmente no se solucionan con buena fé, ni intentando poner el karma a tu favor. Que hay historias que están condenadas a no existir, a no respirar, y a ahogarse en las cabinas de los aviones. O en la boca del metro. Que hay palabras que han nacido para no ser pronunciadas, sino para ser pensadas sin querer contra la almohada, junto antes de convencerte que es mejor dejarlas de lado. Porque lo complicado no siempre merece la pena, o porque no hay nada más complicado que intentar ser capaz de decir cosas fuera de tiempo. Y fuera de lugar. Porque si al menos tuviera una de ellas a mi favor, podría al menos comenzar a construir algo; pero, con el agua al cuello, ¿quién se pone a buscar la barrera de coral? Nadie, porque seguir respirando es más importante que arriesgarse a algo que ni siquiera puede estar cerca; y porque sería absurdo buscar la barrera de coral en el Atlántico. 
Pero, ¿qué hago con los "y si"? ¿Continúo tragando saliva, sujetándome las rodillas, y cerrando los ojos entre mis manos frías? ¿O te sigo hablando de política? ¿Qué hago si no hay nada que olvidar, nada que recordar, y nada por lo que seguir adelante? Pues seguir esperando a saber el qué, y a saber cuándo. 

Esto lo he reflexionado mucho, y realmente creo y espero que el destino, el tiempo, o el karma sucio, nos acaben poniendo a cada uno en su lugar. Que al final de las idas y venidas, llegue un momento de calma, ya sea para bien o para mal. Pero yo, ahora mismo, si mi voz tuviera voto, me arriesgaría. A ciegas, porque es como estoy; totalme le a ciegas, pero es como quien comienza a notar mejoría después de una gripe criminal. Que igual no es nada, pero joder, es un progreso. Y eso es lo que me ha quedado a mí, sin ser nada demasiado importante, y sin querer hacer un mundo de un grano de arena. Pero yo le daría una oportunidad, y se la seguiré dando aunque sea en silencio cada vez que tengo una tarjeta de embarque en la mano, que vuelvo a tener alfombras heredadas bajo mis pies, y que escucho a mi madre decir que sigo siendo el mismo desastre que era cuando me marché de casa. Y ya no sé si es que tengo mitificado los momentos, los veranos o las cervezas, pero estaba bien. Estaba en orden. Y estaba a gusto. Y no me importaría nada volver a todo aquello, pese a que hay noches que aseguro que todo son castillos en el aire, que la ilusión era más que lo que estaba sucediendo, y que en ese aspecto soy como una niña pequeña. Y que todo no ha sido más que una impresión mía; y cada día estoy más segura de ella.

Por mucho que me queje del tiempo, sin duda es él el que da y quita la razón. Y no puedo hacer nada, porque esto es un tiovivo, y no hay quien lo pare. Solo puedo esperar no marearme demasiado, porque tampoco es que pueda bajarme, ni hacer que vaya hacia atrás. Y, también, esperar no caerme, ni volver a darme de bruces contra el suelo. Porque hay moratones que te los buscas, y otros que te los ganas a pulso; y en este caso, soy yo la que se niega a seguir las señales, y que sigue buscando segundas oportunidades donde no creo que haya más que bocanadas de humo. Y sé que soy una ilusa que solo quiere ver lo bueno cuando más le conviene, pero quiero pensar que es un estúpido resquicio de supervivencia que sigo manteniendo. Porque de ilusiones se vive, o eso decía el anuncio de la lotería; y cuando ya no me ilusiona ni lo de aquí, ni lo de allí, tengo que buscarme ilusiones donde no hay nada más allá que ceniza. O ni eso, que para hacer una buena hoguera se necesita algo más que lo que hubo, y menos de lo que supongo que se planteó en el momento. 
Así que supongo que no puedo decir nada más del tema que "esperar". Y buscar motivos que no estén en la otra punta del país para levantarme día tras día, y disfrutar todo lo bueno que me están ofreciendo estos años. Porque la magia se acaba, y los días de sol también. Y quizás sea el momento de dejar de intentar vivir dos vidas al mismo tiempo, desprenderme del puente, y comenzar a respirar solo en un lado; conozco a gente que lo ha hecho, que ha desistido en mantener el pasado con vida, y se les ve bien. Pero yo no creo que sirva para cortar de raíz con todo lo que hay en mis espaldas, por mucho que huya con faldas y a lo loco; porque es lo que me ha hecho quien soy y quien seré.

Pero no soy feliz. Y eso si que es algo que no puedo permitirme. Porque no tendré claro la razón de mi existencia, pero lo único que me voy a llevar de beneficio el día de deje de contar los segundos es una vida completa, con sus días buenos y sus noches malas; y lo mínimo que puedo hacer por mi misma es rellenar todos y cada uno de esos momentos de la mejor manera posible. Siendo feliz, supongo; y como tengo claro que la felicidad personal no depende de nadie, tendré que sacarme yo las castañas del fuego para conseguirlo. Pero también tengo claro que la felicidad vale el doble si está compartida y, en el fondo, eso es lo que me mata. Que en el intento de protegerme para ser feliz, no dejo que nadie entre; y eso tampoco es felicidad.

lunes, 8 de febrero de 2016



¿Qué pasa cuando la ayuda llega tarde, y cuando menos te lo esperas? Cuando ya lo dabas todo por perdido, y el revés de darte cuenta de que estaba todo sepultado no demasiado lejos como para dejar de llamarlo "a flor de piel", es demasiado brutal como para seguir respirando con normalidad. Porque puede ser que esto estuviera destinado a suceder, o que simplemente el orgullo se ha tomado un respiro, o que siempre sucedan las cosas a destiempo, cuando te has tomado un momento para coger aire, y ahí es cuando te has relajado y has dejado que volvieran a temblar las paredes. Porque no es justo, ni debería ser siquiera legar, pretender llegar y conquistar mundos enteros con simples palabras amables. Porque por detrás de las persianas, puedo contar más noches sin ti que contigo, pero muchas más de ellas desando haber sido capaz de decir las cosas cuando tocaban, no cuando pensé que sería más cómodo para todos si nos las callábamos. Porque aquí estamos todos bien hasta que bajamos la retaguardia y comenzamos a confiar sin avisar; y entonces es cuando mi mundo se pone patas arriba, y comienzo a echarme el pelo hacia atrás y a resoplar a ambos mofletes llenos con demasiada frecuencia. Y a escuchar música demasiado alta, a tener que parar capítulos de series a medias, a quedarme en cama con dolor de espalda y a morderme las uñas compulsivamente. Que cada uno llevamos las situaciones inesperadas a nuestra manera, pero para alguien que se considera experta en cerrar los ojos y asegurarse que eso no está pasando, estas cosas me superan. Y me hacen volver a días vista a los que no quiero volver, por absurdas promesas que esta vez todo iba a estar bien.
Y es mentira.

Porque me desespero, me enervo, y cambio de opinión cada vez que cojo aire profundamente. Porque has venido a llamar a la puerta y ahora soy yo la que decide si abrir o no; aunque viendo que mi primera reacción fue huir por patas y quedarme detrás del timbre esperando que no volvieras a tocar, sigo con la mano en el pomo. No vaya a ser. Pero ahí me quedo, porque no soy capaz de hacerme caso ni de dejar de hacérmelo. Porque no soy tan sencilla como pesaba, no sentía tan poco como creía, y no me anticipo a las hostias tan bien como suponía. Porque, puede ser, que en el fondo no sea más que otra chica que hace mundos de granos de arena, que se obsesiona por una corazonada, y que deja que el orgullo y la necesidad insaciable de autoprotegerse le lleve a hacerse daño al morderse la lengua. Porque no es fácil arrancarme las ideas, ni los pensamientos, y aún menos cuando pensaba y, en el fondo, hasta deseaba que el capítulo estaba cerrado. Porque confiar es una cuestión mayor, y comenzar a hacerlo y ver que me vence el miedo, la necesidad de huir o de esconder la cabeza pro si algo sale mal aunque no haya indicios de ello, es lo que me acaba consumiendo. Y con esto no consigo otra cosa que darme cuenta que estoy más perdida de lo que debería con todo el tiempo que ha pasado entre medias, que necesito salir de aquí, y que no sé que es lo que quiero hacer en ningún aspecto de mi vida. Que, ahora mismo, estoy tan metida en el ojo del huracán que no sé ni en que centrarme primero, porque no es normal como soy capaz de meterme en tantas historias sin resolver y que no tienen solución siendo tan mente-fría para algunas cosas.
Que ya sé que es el orgullo lo que nos mata, pero no puedo hacer nada para no ponerme a temblar cada vez que te veo. O que me arañe por dentro cuando tengo alguna pequeña esperanza, y me la trague antes de darle una oportunidad. Porque si hay algo que necesito, es que al menos estén; ya no pido mucho más. Y es impresionante como he reducido la lista a una única cosa en tan poco tiempo; porque, al final, como en todo, el que vale es aquel que está, sin importar el mal tiempo, las malas caras, la distancia o mi mala hostia por las mañanas. Pero que esté, aunque lo haga en silencio. Para dejar que pierda el control cinco minutos, que pueda respirar y tomar aire sin que haya más presión de por medio que la del oxígeno en los pulmones, y que haga que sea cómodo, sencillo y fácil de llevar. Que no me cueste llevármelo a cuestas al otro lado del país, porque no hay dobles sentidos y están todas las cartas sobre la mesa. Que sirva de puente, de punto de apoyo, de pilar entre los dos mundos y que no haga que dude hasta de quien soy.

Porque ya no sé que es lo que necesito, ni lo que no, ni lo que quiero o dejo de querer. Porque no sé que hacer, y estoy perdida, harta, asqueada y amargada de mi misma. Porque sé que el problema es mío, y no del resto; porque soy un desastre incapaz de asumir que es lo que siente o necesita dejar claro antes de salir huyendo. Y porque prefiero callarme la mierda, cerrar los ojos y esperara a que el momento se termine, y luego taparlo con mil millones de cosas, para que no vuelva a asomar. Pero, ¿qué hago cuando aparece de repente. me rompe los esquemas, me hago pequeñita y solo me sale consolarme en cualquier esquina? Ya lo sé, resoplar y echarme el pelo hacia atrás, si, pero, ¿después? ¿Cómo recojo los pedazos y me vuelvo a componer, sabiendo que hay una pequeña línea de luz por debajo de la puerta, y que sigo con el pestillo pasado? Ya no hablo de mi orgullo, o de no dar el brazo a torcer o humillarme por algo o por alguien; ya hablo de tener problemas graves de confianza, de autoestima o de fuerza de voluntad. Porque no es normal, ni sano, ni coherente, que siga negándome a dar un paso hacia delante, a dar sin esperar nada más a cambio que un silencio vacío o una negativa; porque ya sé que para ganar hay que jugar. Pero yo no puedo. No sale de mí. No estoy preparada. Soy como la mujer esta de la primera temporada de Shameless que era incapaz de salir de su casa. Yo tampoco puedo salir de la mía; necesito mis cuatro paredes de orgullo para sentirme segura, impedir que nadie me toque y seguir adelante. Para levantarme de la cama todos los días y salir a la calle con la mejor de las sonrisas, mientras en el interior siguen retumbando las ventanas a ritmo de tambores de guerra. Ya no hablemos de lo que suena cuando te encuentro por la calle, o cuando me detengo a pensar que estoy haciendo con mi vida; porque estoy segura que no hay paredes ni construcción humanamente posible que consiga soportar todo este vendaval. 
Y un día todo esto va a acabar estallando. Y solo espero no estar demasiado cerca de mi cuando esto ocurra, aunque sea imposible; o que encuentre una solución pronto. Porque esto puede acabar siendo terrible.
Puedo acabar siendo terrible.
Más aún.