Ya está pasando de castaño oscuro. Dalo por terminado, por necesidad de colgar las botas y marcharse por la puerta grande, a hombros de soñadores que piensan que llevan al nuevo mesías. Cuando no es más que una reproducción barata de alguien increíble, de quien era capaz de sacar sonrisas y sonrojos con solo levantar las cejas; la mera copia del mundo inteligible donde hace mucho que no va nadie a fumarse los restos. De un falso, de un asqueroso monicreque que pretende seguir jugando hasta que se le desgasten los dientes de reír. Hasta que se acabe el tiempo de prórroga, hasta que nos marchemos dejando los papeles en la mesa, sin pagar, sin prometer, sin llorar.
Las despedidas que no importan dejan de doler tarde o temprano. Son como las heridas encontradas en mañanas de agua mineral y con el sonido de los vasos al chocar y la música demasiado alta en la recamara de los oídos. No sabes de donde han salido, ni sabes como ha pasado; solo sabes que esconden el recuerdo de algo que fue memorable, pero que ha llegado a su fin con las primeras luces de neón. Al principio duelen, escuecen; pero como todo, con una ducha desinfectante, que quite restos de alcohol, maquillaje, sudor, besos y lagrimas, todo desaparece sin dejar rastro. Y vuelves arriba como si nada hubiera pasado, como si tuvieras una oportunidad nueva de volver a empezar de cero.
Pero no existe el borrón y cuenta nueva. Tienes un pasado, un presente y un futuro. Y el equilibrio no se basa en el karma; el punto zen es estar en armonía con los tres. No arrepentirse del pasado, beberse el presente, no pensar en el futuro. Porque los planes se deshacen más rápido de lo que tardas en hacerlos. Nunca nada sale como lo planeado, así que toca improvisar. Y una vez que te acostumbras a vivir sin prisas, dando pasos en falso; cuando caer y levantarse para aprender es pan de cada día; cuando tienes por regla no llorar jamás, por muy mal que se pinte el panorama. Cuando tengas todo eso, yo te creeré cuando me dices que eres feliz.
Mientras tanto, disfruta de tus sucias ninfas de barro, que se marcharan tan rápido y aún más fácil de lo que llegaron. Porque están echas para eso, para acabar en bancos de cartón escupiendo hasta la más vieja lengua que ha pasado por su boca, cansada de amaneceres en camas ajenas, y píldoras que matan. Porque cuando caigas en esa rutina, yo seguiré con lo mio. No arrepentirse del pasado, beberse el presente, no pensar en el futuro.