domingo, 21 de octubre de 2012

Principios básicos.



Quieren moldearnos como muñecos de fábrica. Cada día que pasa, cada semana, en cada mes en el que simplemente queremos hacer algo para el día de mañana ser alguien. Nos piden que seamos únicos, que cada uno tenemos un potencial desperdiciado en noches de alcohol, tabaco y demás cosas que no vienen a cuento ni mención. Pero no podemos opinar, no podemos reivindicarnos, no podemos hacer nada que no sea acatar las normas. Hasta que se llegue a la fantástica cifra de los dieciocho, donde todo cambia, donde pasas de ser nadie para la sociedad a ser uno más. Porque en lo único que cambia, al fin y al cabo, es que tienes derecho a comprar cosas que antes también comprabas, y que, si apruebas, puedes conducir. Eso sí, si haces cualquier cosa de las que ya no podías hacer antes, vas a la cárcel.

Pero sigues sin poder opinar, porque nadie escucha al pueblo. Total, para lo que el pueblo tiene que decir. Total, solo son un grupo homogéneo de voces pidiendo a grito un cambio. Un grupo con hambre de más, que día a día crece, sin que ellos puedan hacer nada por impedirlo. Pero crece para fuera, porque ellos hacen todo lo posible para impedirlo. Es una contradicción, pero vivimos en una más grande y más fuerte. Vivimos en un caos permanente, donde si quieres ser alguien, tienes que ser el hijo-de, la mujer-de, o la puta-de. No hay más; y los hijos del pueblo, de los que se levantan temprano para trabajar y vuelven a casa con las manos manchadas de hollín, solo podemos mordernos los puños ante todo esto. Mordernos los puños, aguantar el chaparrón, callar, acatar. Ser figuras vacías, impasibles, porque no somos nadie. O podemos levantarnos al mismo tiempo, y dejar claro que esto no hay cuerpo humano, física o psiquicamente, que soporte toda esta presión bajo los hombros de los que no tienen derecho a nada, solo a pagar por los que otros juegan a nivel mundial, lamiendo los pies de los que realmente dirigen el cotarro. 
No somos juguetes para imaginar nuestras vidas irreales, para contarnos como una masa, un número, o una letra. No tenemos etiquetas, porque es imposible etiquetarnos a todos. Cada uno pide una cosa distinta, lo que más le convenga para seguir caminado; por algo necesitamos a alguien que pida por todos. Pero a ese alguien le van a llenar la cabeza con mentiras, y la boca de memeces, para tenernos esperando otros cuatro años por algo que realmente merezca la pena.

Y como esto no cambie, voy a ser la primera en saltar a la calle. La primera en tirar la piedra, la primera en recibir el golpe, la primera en pagar las consecuencias. Pero me iré para cama con la conciencia tranquila, con una ceja rota, o en silla de ruedas. No sería la primera vez, no os engalléis. La cuestión es quien tiene las agallas para hacerlo, y quien va a seguir mordiéndose las uñas de rabia, al ver que todo hijo de rico puede hacer lo que quiera, y cuando quiera. Depende, tú decides; que de momento, eso aún no nos lo han quitado. 

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