miércoles, 17 de octubre de 2012

When?



Ahora que no tenemos prisa, ahora que todo se nos ha escapado entre los dedos. Ahora que parece que todo da igual y que todo va bien, dime. Dime cuando fue el momento exacto en el que todo cambió de color, cuando todas las promesas desaparecieron de repente, sin calma, como quien se traga el aire después de una última calada, apurando el cigarro entre los dedo como si fuera lo único a lo que aferrarse. Quizás fue cuando menos me lo esperaba, cuando las nubes aún eran blancas y las camisetas de tirantes, cuando no hacía frío, cuando parecía que nos quedaba todo el tiempo del mundo para contar cuentos chinos entre mechones de algodón. No existe la perfección, es mejor quedarse en el nueve. Para no pedirle de más a los que cuenta el tanto por ciento, ni para engañar a las propias mentiras de cartón. Siempre de cartón, barato, fácil y que se rompe en cuanto empieza a llover. En cuanto se acaba el verano.

Y cada día todo es más fácil, menos duro de aceptar. Las cosas empiezan y terminan por una razón; la simple razón de beber todo lo que puedas en el menor tiempo posible, para que cueste menos, para gastar todo en la carne de cañón. A ras de suelo, olisqueando las cenizas de un pasado todavía muy fresco, y de un futuro que se esmaga entre cáscaras de migas. Nadie espera por nadie, y es mejor no esperar nada a cambio. Porque cuando empieza a llover, lo mejor es encontrar un techo donde meterse, un techo seguro, con base de cimientos de cemento, para pasar allí el invierno. Cada oveja, con su pareja. Y así, cuando se acabe este tiempo, secarse rápido, para volver a correr, lejos, muy lejos, y perder de vista todo esto. Sin freno de mano, sin nadie que te pida que no aceleres. Matando el contador a cada vuelta de reloj, en una explosión perfecta de neumáticos y pastillas. Sin prisa, sin calma.

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