Ya me da todo igual. Porque las cosas dependen de la importancia que quieras darles. Si algo que puede salir mal sale mal, solo puede arruinarte el plan si quieres arruinarlo. Si no, todo seguirá su cauce, despacio, como el rió que no se detiene por un desnivel, si no que crea la cascada de emoción más bella que hayas sido capaz de imaginar en un sueño bucólico. Todo es un ciclo de nadas unidos por pequeños detalles, pequeñas cosas que quieres que desaparezcan, porque en el fondo son superfluas. Y cuando quieras, simplemente tienes que bajarte del tren, para darte cuenta de que todo eso cuenta, sigue contando. Cada gesto sigue siendo como en el principio, un juego de dos donde quien no da no gana. Reptiles de distintas clases arrastrándose para dar lugar a un inicio llevado hacía el precipicio por carretera de pago. Solo que esta vez ya vemos el fondo, y no estamos seguros de saltar o de quedarnos dando bocanadas tensas ante lo negro.
Porque la conexión perfecta no existe; no hay dos piezas de metal frío que puedan encajar de por si en el punto justo, donde no se muevan ni ante el aire ni el agua. Pero siempre se puede forzar, ya sea con fuego, moldeando con cariño, precisión, paciencia y buen ritmo, hasta que dos sean solo uno; ya sea inventando la situación, el momento justo donde nada parece tener mayor sentido que el que queremos darle, el que pensamos que es el correcto, sin decidir nada sobre la marcha, porque esta bajo presión los restos.

No hay comentarios:
Publicar un comentario