miércoles, 30 de enero de 2013

Heel



Echar de menos algo que no quieres que vuelva, puede llegar a ser normal. Ese malestar mental, que llevas dentro, callándolo bajo piedras de verdades, golpes de realidad, y que de vez en cuando resurge de la nada, en medio de una canción, de una sonrisa, de una frase que te hace volver a un sitio donde creíste encontrar tu sitio, tu lugar zen, tu rincón secreto. Serpientes que sabes que ya están muertas, que no te dan pena ni lástima, como la suela de unos zapatos de tacón roto que te hacen daño, llenos de barro, suciedad y escombros. Usados, desgastados, que casi te dan asco. Que sabes que no te los vas a volver a poner en la vida, que solo quieres tirarlos y deshacerte de ellos para siempre, y quizás comprar unos nuevos, brillantes, que crujan al tocar el suelo por primera vez. Pero, sin saber porque, los sigues guardando en el armario, porque te recuerdan a la primera noche con ellos, eso años de por medio, con sus idas y venidas, sus paseos, la emoción, el nerviosismo, el escándalo, la tentación, las terribles noches. Y aunque todo eso te haga sonreír, también te recuerdan a la última caída, esa que te desolló las rodillas, te dejó los codos en carne viva, e hizo que llorases en público, que tuvieses que volver descalza a casa. Descalza, llorosa, sola, y maltrecha. 

Pero los sigues guardado, por puro masoquismo. Sigues sonriendo al verlos, olvidando por un momento la última noche de vergüenza, sin perdonar, por supuesto. Se puede olvidar espontáneamente  pero perdonar cuesta algo más. Quizás un par de meses, de años, de vidas. Pero los recuerdos siguen ahí, y llega un punto en el que ya no los puedes evitar más, pero tampoco duelen. Tan solo existen, y si siguen estando ahí, es porque igual no está todo acabado, aunque sea lo que quieres. Y tal vez te los vuelvas a poner, mirándote en el espejo intentado recrear aquellos momentos perfectos, hasta que te das cuenta de que ya no son para ti, ni para nadie, que no tienen perdón y excusa, que están rotos. En ese momento, cuando estés a punto de tirarlos, para no volverlos a ver, sabrás lo que tienes que hacer. Pero nunca, nunca, nunca, jamás, los vuelvas a sacar a la calle, por más que supliquen, con cara de pena, labio inferior por fuera, y ojos de cordero, como hacían antes. Eso haría que ellos ganaran, otra vez. 

domingo, 27 de enero de 2013

Change.


Todos nos despertamos prometiéndonos a nosotros mismos un cambio. Un cambio de aires, de vida, de compañías, de alimentación, de perspectiva. Pretendemos encontrar cambios radicales en un nuevo pitido de despertador, en un revolver de sábanas que se repite con monotonía día tras día. Sin que cambie, al final, nada de lo sustancial. Seguimos siendo iguales, cogiendo la misma taza para llenarla del mismo café, que compramos siempre en el mismo supermercado, entregando las monedas tibias de pasar la noche en el mismo monedero en la calle, y la misma sonrisa cálida y cansada del dependiente. Exactamente iguales, con nuestro ropero a medio ordenar, las prisas de última hora, y el marco de la puerta astillado. Y nos prometemos a nosotros mismos que lo arreglaremos, al igual que colocaremos el armario, o que dejaremos de pasar las noches en vela en las calles húmedas, no solo de rocío mañanero. 

Prometemos un cambio, como quien respira hondo antes de apretar un gatillo despreocupadamente; como quien da una última calada a punto de entrar en un juzgado. Lo prometemos como si ese verbo, ''prometer'', no significara nada en el fondo. Como si pudiéramos abandonarlo a su suerte en cuanto nos olvidemos de ello, en cuanto salgamos de casa, nos demos otra vuelta a la bufanda, y volvamos al mundo real. Porque el mundo de los sueños está hecho para imaginar donde estaríamos, que sería de nosotros, si lo pudiéramos controlar todo. Y en ese mundo si que podemos prometer las estrellas, lo imposible, lo increíble  ¿Quién nos lo va a prohibir? No tiene leyes, normas, códigos morales o directrices de conducta ejemplar. Ahí somos realmente libres, únicos, comos somos en esencia, en realidad; sin ataduras de ningún tipo. Por eso, al despertar, con los pelos alborotados y un soplo de añoranza hacía algo que no recordamos en el pecho, nos prometemos que todo va a cambiar, para ser igual de felices como eramos hace unos minutos, con los ojos cerrados y la respiración lenta, serena y profunda, sin preocupaciones, lejos, muy lejos de aquí. 
Y en el fondo, sabemos que no vamos a cumplir esas promesas: nadie se levanta una mañana dispuesto a cambiar todos los aspectos de su vida para mejor; pero quizás, si está inspirado, introduce un puñado de pequeños cambios, pequeños detalles que hacen un poco más reales esas esperanzas: cambiar la taza de sitio, devolverle la sonrisa al chico del supermercado, para el ascensor en marcha, o volverse a meter en cama. 

domingo, 20 de enero de 2013

Mess.


Y al final, lo importante es aquello que se puede contar con los dedos de una mano. No solo hablo de los amigos, de las parejas, de las necesidades básicas de todo ser que quiera seguir adelante sin dejar nada perdido en el incierto pasado. Es absolutamente imprescindible que puedas contarlo con solo una mano. Si no, es que no sabes diferenciar lo que realmente importa de lo que no, lo que realmente es imprescindible. Y eso, a la larga, trae problemas. 
La traición, el miedo, la humillación, el desengaño. Dolores de cabeza innecesarios, por alguien que no merece la pena esperar. Mil caras de una moneda que, si no se ven rápidamente, confunden, evitan, eliminan, bloquean, te pierden. Y cuando te quieres dar cuenta, no sabes donde te has metido, en quien te has convertido por perseguir un sueño que solo era posible para ti, por creer a quien no debías  y dar la espalda a quienes realmente te aconsejaban por tu bien. Y la pregunta inmediata que vendrá a tu mente, es si volverán a recibir con los brazos abiertos a estos ojos de corderito degollado con el rabo entre las piernas; y eso en el mejor de los casos.

Pero sabes que va a ser así, porque siempre es así. No importa cuanto daño hayas hecho, cuantas mentiras hayas contado, ni las malas sensaciones o el vacío total que hayas creado. Siempre va ha haber alguien esperando a que vuelvas al punto en el que estabas, a que vuelvas a ser esa niña pequeña que no sabía que hacer, aquella con la que compartió sus primeros desamores, sus primeros vasos de perdición, sus primeras noches en vela, sus primeros suspiros entrecortados. Alguien con que esté hay cuando lo necesitas, sin importar la hora o el lugar. Miradas de complicidad, tragarse el orgullo, de dar más, pidiendo menos. De eso que solo puedes contar con los dedos de una mano entumecida, una noche de llovizna fría que empapa, y que estás solo en la compañía de una botella demasiado barata, y lo suficientemente cara por lo que se va a cobrar al día siguiente. Empapado por fuera, vacío por dentro, sin nadie más que tu mismo al rededor, porque es lo que buscas, o lo que crees que mereces.
Y en el fondo, sabes que, tarde o temprano, aparecerá alguien, alguno de esos que están en tus manos, con una sonrisa, una manta caliente, y un sofá cubierto donde dormir. 

viernes, 11 de enero de 2013

Strangers


Podemos pasar por cualquier cosa sin salir casi heridos. Podemos luchar contra la lluvia, el viento, los huracanes feroces, los incendios en medio de la nada, y los terremotos. Y podemos sobrevivir a cualquiera de ellos. Somos fuertes, aprendemos día a día de los errores, e intentamos no caer dos veces en la misma piedra. Lamemos nuestras heridas, y curamos las que no se saldan tan solo con saliva con gasas y alcohol. Hacemos todo lo posible para que nada ni nadie nos dañe físicamente. Pero tan solo intentamos proteger la carne.

Y un día, cualquiera, sin pretenderlo, sin que esté planeado. Sin que en el lugar más remoto de tu cabeza, cuando eres el que le da vueltas a todo, a cualquier pequeño pensamiento o decisión, sin apenas transcendencia en el mañana inmediato; se plantee la duda de que hoy puede ser un día distinto, en el que todo cambie. De igual manera, sucede tanto para los cambios buenos, como para los malos. Puedes encontrarte en la cumbre, ser el rey del mundo y de parte del extranjero, y en un momento cualquier ser un don nadie, sin historia, sin pasado que recordar y rememorar en un discurso pomposo con copas de champan alzadas en el aire emotivo. Puedes salir de la cama estando en el fondo, siendo una sombra, que busca la luz, sin importar de donde venga, o quien la traiga; y volver a ella sabiendo que ahí fuera hay alguien que apuesta sobre seguro por ti, no importa lo que pase.
A veces, necesitamos un cambio. Un cambio de aires, de apariencia; un pequeño detalle que haga que el día sea diferente, aunque no lo sea en el fondo. Porque, aunque pasen los meses, es difícil sacar una espina que se ha clavado tan hondo, aunque respires con todas tus fuerzas antes de intentarlo otra vez. Van a quedar detalles que te hacen tener esperanza: esperanza en ser tu quien se ria de todo lo que pasó, de machacar a aquel que te humilló, y que día tras día te das cuenta de que lo hizo con ensaña. Que, al final, no sabes que hubo, porque hay dos versiones distintas, y no siempre se parecen. Hay luz y sombras, como en cualquier otra historia de terror, o de las que te hacen llorar pegado al sofá. O una sonrisa de alguien que no esperas, una duda que surge, un futuro hipotético que, poco a poco, no es tan malo. Y te gusta, te gusta lo que imaginas; y cuanto más te ilusionas, mas imposible pareces. Cuanto más imposible, más ilusión.

Queda menos. Menos para el cambio, para que todo acabe, y salir de aquí, por fin. Cuento los días, porque, ahora mismo, es lo único que me ilusiona, por imposible que parezca. Aquí no me queda nada, ni nadie. No voy a llorar cuando coja el coche y desaparezca para siempre; este último año aquí sobraba totalmente.