Podemos pasar por cualquier cosa sin salir casi heridos. Podemos luchar contra la lluvia, el viento, los huracanes feroces, los incendios en medio de la nada, y los terremotos. Y podemos sobrevivir a cualquiera de ellos. Somos fuertes, aprendemos día a día de los errores, e intentamos no caer dos veces en la misma piedra. Lamemos nuestras heridas, y curamos las que no se saldan tan solo con saliva con gasas y alcohol. Hacemos todo lo posible para que nada ni nadie nos dañe físicamente. Pero tan solo intentamos proteger la carne.
Y un día, cualquiera, sin pretenderlo, sin que esté planeado. Sin que en el lugar más remoto de tu cabeza, cuando eres el que le da vueltas a todo, a cualquier pequeño pensamiento o decisión, sin apenas transcendencia en el mañana inmediato; se plantee la duda de que hoy puede ser un día distinto, en el que todo cambie. De igual manera, sucede tanto para los cambios buenos, como para los malos. Puedes encontrarte en la cumbre, ser el rey del mundo y de parte del extranjero, y en un momento cualquier ser un don nadie, sin historia, sin pasado que recordar y rememorar en un discurso pomposo con copas de champan alzadas en el aire emotivo. Puedes salir de la cama estando en el fondo, siendo una sombra, que busca la luz, sin importar de donde venga, o quien la traiga; y volver a ella sabiendo que ahí fuera hay alguien que apuesta sobre seguro por ti, no importa lo que pase.
A veces, necesitamos un cambio. Un cambio de aires, de apariencia; un pequeño detalle que haga que el día sea diferente, aunque no lo sea en el fondo. Porque, aunque pasen los meses, es difícil sacar una espina que se ha clavado tan hondo, aunque respires con todas tus fuerzas antes de intentarlo otra vez. Van a quedar detalles que te hacen tener esperanza: esperanza en ser tu quien se ria de todo lo que pasó, de machacar a aquel que te humilló, y que día tras día te das cuenta de que lo hizo con ensaña. Que, al final, no sabes que hubo, porque hay dos versiones distintas, y no siempre se parecen. Hay luz y sombras, como en cualquier otra historia de terror, o de las que te hacen llorar pegado al sofá. O una sonrisa de alguien que no esperas, una duda que surge, un futuro hipotético que, poco a poco, no es tan malo. Y te gusta, te gusta lo que imaginas; y cuanto más te ilusionas, mas imposible pareces. Cuanto más imposible, más ilusión.
Queda menos. Menos para el cambio, para que todo acabe, y salir de aquí, por fin. Cuento los días, porque, ahora mismo, es lo único que me ilusiona, por imposible que parezca. Aquí no me queda nada, ni nadie. No voy a llorar cuando coja el coche y desaparezca para siempre; este último año aquí sobraba totalmente.

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