domingo, 27 de enero de 2013

Change.


Todos nos despertamos prometiéndonos a nosotros mismos un cambio. Un cambio de aires, de vida, de compañías, de alimentación, de perspectiva. Pretendemos encontrar cambios radicales en un nuevo pitido de despertador, en un revolver de sábanas que se repite con monotonía día tras día. Sin que cambie, al final, nada de lo sustancial. Seguimos siendo iguales, cogiendo la misma taza para llenarla del mismo café, que compramos siempre en el mismo supermercado, entregando las monedas tibias de pasar la noche en el mismo monedero en la calle, y la misma sonrisa cálida y cansada del dependiente. Exactamente iguales, con nuestro ropero a medio ordenar, las prisas de última hora, y el marco de la puerta astillado. Y nos prometemos a nosotros mismos que lo arreglaremos, al igual que colocaremos el armario, o que dejaremos de pasar las noches en vela en las calles húmedas, no solo de rocío mañanero. 

Prometemos un cambio, como quien respira hondo antes de apretar un gatillo despreocupadamente; como quien da una última calada a punto de entrar en un juzgado. Lo prometemos como si ese verbo, ''prometer'', no significara nada en el fondo. Como si pudiéramos abandonarlo a su suerte en cuanto nos olvidemos de ello, en cuanto salgamos de casa, nos demos otra vuelta a la bufanda, y volvamos al mundo real. Porque el mundo de los sueños está hecho para imaginar donde estaríamos, que sería de nosotros, si lo pudiéramos controlar todo. Y en ese mundo si que podemos prometer las estrellas, lo imposible, lo increíble  ¿Quién nos lo va a prohibir? No tiene leyes, normas, códigos morales o directrices de conducta ejemplar. Ahí somos realmente libres, únicos, comos somos en esencia, en realidad; sin ataduras de ningún tipo. Por eso, al despertar, con los pelos alborotados y un soplo de añoranza hacía algo que no recordamos en el pecho, nos prometemos que todo va a cambiar, para ser igual de felices como eramos hace unos minutos, con los ojos cerrados y la respiración lenta, serena y profunda, sin preocupaciones, lejos, muy lejos de aquí. 
Y en el fondo, sabemos que no vamos a cumplir esas promesas: nadie se levanta una mañana dispuesto a cambiar todos los aspectos de su vida para mejor; pero quizás, si está inspirado, introduce un puñado de pequeños cambios, pequeños detalles que hacen un poco más reales esas esperanzas: cambiar la taza de sitio, devolverle la sonrisa al chico del supermercado, para el ascensor en marcha, o volverse a meter en cama. 

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