lunes, 24 de junio de 2013

Again.


A veces volvemos a caer en viejos vicios, que no son antiguos amigos, ni si quiera nos gustan. Pero realmente lo necesitas, aunque sea para entendernos un poco mejor a nosotros mismos. Para sentir que todavía estamos vivos. Probarnos, tentarnos. Y luego joderla. Hoy hablo de dos cosas a la vez.
La primera, la que me corroe por dentro, el pecado revuelto y que desapareció durante un año, que regresa en forma de otra persona, que hiere a otra distinta. El silencio, el misterio, las promesas que son más débiles que el papel de fumar. Las noches de más que se quedan en menos a la mañana siguiente, cuando sabes que has roto la única regla que existía, cuando no quieres respirar más que para dar la última bocanada antes de disparar. Contra ti mismo.
Y lo que es aún peor, la increíble poca culpabilidad que siento ahora mismo. Supongo que es porque no lo recuerdo demasiado bien, y quizás todavía no han vuelto a mi las imágenes de lo que realmente paso. El escudarse en demasiado alcohol, demasiado de todo, demasiada noche. Las horas en blanco, el mundo moviéndose demasiado rápido aunque mires a un punto fijo. Los árboles, la oscuridad, el terraplén. Un susurro, una promesa, unas palabras. Sin estar segura de que pasaba, quizás porque era consciente de todo. 

La segunda, los tormentos del pasado. Que vuelven, que no se detienen, que te arrasan y abrasan sin pedir permiso ni perdón. Las dudas, las indecisiones, los monstruos interiores que regresan a susurrarte melosamente en la oreja que sigas, que no tienes límites, que te tintes, te hagas daño, te rompas, que calles y caigas de nuevo. Y no disfrutar, no gozar con ellos, pero saber que lo necesitas, que te lo pide el cuerpo, que tienes que cambiarlo. Necesito agotarme, sacar todo de mi, todo lo malo, todo lo que me está haciendo perder el control sobre mi misma. Renacer. Una segunda oportunidad. Y para ello, lo primero es cambiar lo de fuera. Necesito un cambio: de vida, de cuerpo, de ciudad. Huir, huir, huir. Eso ya no es necesario, es fundamenta y universal. Y lo voy a conseguir.

Mañana, mañana mismo empiezo de cero. Se acabó la persona vaga, perezosa, que se dejaba llevar a la primera de cambio. Ahora quiero ganar, ganar, ganar, y tengo dos meses para hacerlo, para dedicarme únicamente a ello. Tengo que ser capaz de callar a los monstruos de mi cabeza. 

sábado, 15 de junio de 2013

Gap.


Cada cual recibe lo que merece, y es el tiempo quien decide cuanto corresponde a cada uno. No podemos hacer nada más que esperar a que nos sitúen en nuestro lugar exacto, por mucho que nos empeñemos en pesar que está más arriba, o por que nos subestimemos. Predestinación, le llaman. No es que sea realmente importante, pero ayuda saber que al final alguna justicia irónica nos posiciona y ordena en función de lo que damos, recibimos y dañamos. 
Así, a la gente buena no siempre le suceden cosas malas. Tampoco hay que pedir un camino de rosas, pajaritos y cuentos de hadas; hay que darse cuenta, la realidad es dura, costosa, y si sobrevives, aunque sea a duras penas, puedes estar orgulloso. La diferencia no radica en quien es más feliz; es, simplemente, ver que todo esfuerzo y dolor merece la pena, compensa, a largo plazo. No todo es en vano, y las decepciones acaban siendo mínimas, casi imperceptibles, como quien se despide arrepentido y demasiado tímido al salir de la cama dejando la mitad del lado tibio, sin nada más que la sábanas desordenadas y sudor frío. Rezando para que nadie sepa que paso, archivándolo en una esquina de la memoria que nadie volverá a abrir jamás. No importa cuanto tiempo pase; borrón y cuenta nueva. Menos en una ocasión, esa que me trae de cabeza, me vuelve loca y no me deja respirar; esa que ya he tratado demasiadas veces, y que quiero asumir que todavía no me ha pasado a mi. Quiero pensar que aún nadie me ha marcado, aunque piense durante meses que ha sido así. Porque siempre puede aparecer alguien, o suceder algo, que te haga cambiar el modo de ver las cosas. 

Al final, cuando solo podamos mirar hacia atrás con anhelo y un poco de desesperación, es cuando podemos saber quien ha ganado. Podemos perder batallas, pero lo importante es a quien van a recordar los libros de Historia cuando se calmen las aguas. Quien gana la guerra. Quien parecía hundido y resurgió sin que nadie se lo pidiera, o esperase nada. 
Lo gracioso, es que siempre resurjo cuando sube la temperatura en el termostato. Debe de ser cosa del clima, no sé. Solo tengo claro que, cada vez que llega el verano, gano. También perdido, pero son pérdidas negativas de valor positivo, sin importancia en el mercado, sin fundamento. Después de un mal otoño, un peor invierno, y una primavera de montaña rusa, llega el verano. Época en la que acostumbro a darle la vuelta a todo, incluso a lo que está bien. ¿Porqué? Porque no pienso, desconecto. Quizás, en esta época del año es cuando realmente sale la verdadera yo, que nunca decepciona, que aterroriza. Lo peor que te eches en cara, lo mejor que te pueda pasar. Sin remordimientos y sin vueltas de tuerca. Uno, dos, tres, tomar aire, y disparar, sin importar a donde o a quien. 
Veremos que pasa este año. Tengo las ideas bastante claras, también las tenía el año pasado.

sábado, 1 de junio de 2013

Timing.



Necesito tiempo. Espacio. Respirar hondo. Volver a la carga. Ganar. Y seguir ganando. Necesito ser grande, enorme, monstruosamente increíble. De estas personas que ves de donde han salido, y solo tienes ganas de temblar; porque en el fondo de ti, sabes que van a acabar contigo, que te van a destrozar de tal manera que solo queden unos pedazos pequeños de tu autoestima en el fondo de un vaso de plástico, junto con posos de vino de cartón ácido. Es una carrera de obstáculos, en la que la presión es demasiado grande como para perder, para ganar, o para darse por vencido; porque hagas lo que hagas, va a estar de menos.
Y siempre necesitar más, más, y más, sin saber como conseguirlo, como pedirlo. Solo saber que, cada vez que te vayas a dormir, esas ansias de querer llegar a la cima serán quienes te den las buenas noches, quienes te despierten gritando de madrugada, y quienes te dejen dormir con el ceño fruncido. Ahora, ahora es el momento de olvidarse de los que te odian, y envolverse en los que siempre estuvieron allí. Es el momento de no contar con nadie, salvo contigo mismo. Porque sabemos que somos eternos, inagotables, impredecibles.
Y es ahora, o nunca.

Nadie apuesta por nosotros. Somos un cero a la izquierda en la sociedad, sin voz y, de momento, sin voto. Solos la raíz de todos los problemas, de todos los males, el desorden personificado. Incoherentes, maleducados, caprichosos, desesperados, perdidos, hundidos, viciosos, y poco ambiciosos. Mentira. Así nos quieren pintar desde hace demasiado tiempo, dándonos tan solo una oportunidad para brillar, pero de forma anónima. Siete pruebas, ni una más, ni una menos, en menos de cuarta y ocho horas. Siete metas, siete estados de hora y media de tensión total, de nervios a flor de piel, de replantearse hasta las veces que respiras por minutos, sin saber si son suficientes, o vas sobrante. No tienes a nadie, tan solo a ti mismo.
Dicen que es la cima de tu conocimiento personal, que después de pasar por eso, realmente sabes quien eres, de lo que eres capaz. Y eso es aterrador. Pero, ¿quién no ama lo que da miedo? Confiamos demasiado en nuestros instintos como para sacar el dedo de la llaga. Necesitamos hacerlo, probarnos, retarnos. Pero además, yo necesito ganar.