Cada cual recibe lo que merece, y es el tiempo quien decide cuanto corresponde a cada uno. No podemos hacer nada más que esperar a que nos sitúen en nuestro lugar exacto, por mucho que nos empeñemos en pesar que está más arriba, o por que nos subestimemos. Predestinación, le llaman. No es que sea realmente importante, pero ayuda saber que al final alguna justicia irónica nos posiciona y ordena en función de lo que damos, recibimos y dañamos.
Así, a la gente buena no siempre le suceden cosas malas. Tampoco hay que pedir un camino de rosas, pajaritos y cuentos de hadas; hay que darse cuenta, la realidad es dura, costosa, y si sobrevives, aunque sea a duras penas, puedes estar orgulloso. La diferencia no radica en quien es más feliz; es, simplemente, ver que todo esfuerzo y dolor merece la pena, compensa, a largo plazo. No todo es en vano, y las decepciones acaban siendo mínimas, casi imperceptibles, como quien se despide arrepentido y demasiado tímido al salir de la cama dejando la mitad del lado tibio, sin nada más que la sábanas desordenadas y sudor frío. Rezando para que nadie sepa que paso, archivándolo en una esquina de la memoria que nadie volverá a abrir jamás. No importa cuanto tiempo pase; borrón y cuenta nueva. Menos en una ocasión, esa que me trae de cabeza, me vuelve loca y no me deja respirar; esa que ya he tratado demasiadas veces, y que quiero asumir que todavía no me ha pasado a mi. Quiero pensar que aún nadie me ha marcado, aunque piense durante meses que ha sido así. Porque siempre puede aparecer alguien, o suceder algo, que te haga cambiar el modo de ver las cosas.
Al final, cuando solo podamos mirar hacia atrás con anhelo y un poco de desesperación, es cuando podemos saber quien ha ganado. Podemos perder batallas, pero lo importante es a quien van a recordar los libros de Historia cuando se calmen las aguas. Quien gana la guerra. Quien parecía hundido y resurgió sin que nadie se lo pidiera, o esperase nada.
Lo gracioso, es que siempre resurjo cuando sube la temperatura en el termostato. Debe de ser cosa del clima, no sé. Solo tengo claro que, cada vez que llega el verano, gano. También perdido, pero son pérdidas negativas de valor positivo, sin importancia en el mercado, sin fundamento. Después de un mal otoño, un peor invierno, y una primavera de montaña rusa, llega el verano. Época en la que acostumbro a darle la vuelta a todo, incluso a lo que está bien. ¿Porqué? Porque no pienso, desconecto. Quizás, en esta época del año es cuando realmente sale la verdadera yo, que nunca decepciona, que aterroriza. Lo peor que te eches en cara, lo mejor que te pueda pasar. Sin remordimientos y sin vueltas de tuerca. Uno, dos, tres, tomar aire, y disparar, sin importar a donde o a quien.
Veremos que pasa este año. Tengo las ideas bastante claras, también las tenía el año pasado.

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