Septiembre acaba de comenzar, y lo propio hace el año. Porque todo el mundo que haya pasado un tiempo de desconexión en estos meses de verano, sabe que los años no comienzan en enero, cuando lo dicta el calendario; sino cuando es hora de volver a bajar la falda, callarse los guiños pícaros y encerrarse en casa, cerrando las piernas de una putísima vez.
Septiembre ya está aquí, y yo continuo en principios de verano.
Esta época del año siempre supone un momento de autorreflexión sobre lo que ha pasado en los últimos doce meses de tu vida; una inflexión de recortes de horas, en los que nos damos cuenta de que, en realidad, no hemos avanzado demasiado; y que nos encontramos en el mismo punto muerto sobre el que llevamos girando ya demasiados años. Y, como ya me tiene acostumbrada el tiempo, el incipiente otoño me trae camas vacías, soledad con café tibio, y medias remendadas debajo de los pantalones. Nada ha mejorado, pese a encontrarme pletórica cuando abandone la ciudad de las mil y una luces; desde el momento en el que tuve que volver al ojo de mi propio y personal huracán, todo se ha deshecho en mis manos en millones de pedazos. He perdido el sentido, la conciencia, y hasta el amor propio; que era una de las pocas cosas que estaba segura de haber conseguido con el paso de los años, y de los daños.
Pensándolo ya desde el punto de vista de quien tiene su vida en dos cajas de cartón, y una maleta de mano, ha sido un verano horrible: he vuelto a caer de bruces contra el suelo al rebotar sobre viejas piedras que ya daba por enterradas o, por lo menos, por perdidas; he encontrado cobijo temporal en brazos de alguien que comenzó dándome fuegos artificiales, y que me ha dejado con pólvora mojada, y casi por pena; y he terminado por deshacerme entre cerveza caliente, matojos de madrugada mojados, y mañanas borrosas. Sin duda, he dado un par de pares de zancadas hacia atrás en lo que se suponía que era una etapa más de conocimiento sobre mi misma, y de alcanzar lo que esperaba que fuera mi verdadero ideal de persona. De mi propia persona.
Supongo que, como siempre que la acabo cagando como en estos últimos tres meses, puedo asegurarme que este borrón-y-cuenta-nueva realmente será el definitivo y el más duro; por lo que será la vuelta a la buena senda total. Porque la esperanza en uno mismo es lo último que se pierde, o eso dicen; y más vale que sea verdad, porque estoy realmente perdida en todos y cada uno de los apéndices de mi triste, solitaria y pequeñita vida. La verdad, para considerar que, en dos días, comienza un año nuevo, no estoy lo que se dice preparada del todo.
Debería ser capaz de alejarme de los malos vicios, o ser capaz de controlarlo. Y, a estas alturas de mi vida, ya tendría que tenerme algún tipo de amor propio o, como mínimo, un poco de respeto. Y no, no tengo ninguna de las dos cosas. Quizás se deba a que no me lo tomo del todo en serio, que no he alcanzado mi fondo personal, o que me sigo escudando en que soy demasiado joven como para darle tantas vueltas a las cosas; y me equivoco de tomo a lomo. Porque mi propia vida se está escapando de mi control, y no me gusta quien soy.
Si. Después de tantos años intentando quererme, soy incapaz de, siquiera, apreciarme, o agradarme. Me doy asco en demasiados aspectos, y no sé como cambiarlo. Porque el empezar de cero realmente no es real. Porque es imposible darle a las agujas hacia atrás, rebobinar y corregir errores; y puede ser por eso por lo que se dice que hay que aprender a convivir con ellos. Pero yo ya llevo tantos errores acumulados que son ellos los que tienen que aprender a convivir conmigo, y la convivencia es muy dura, y parece ser que no les caigo bien. Y son mayoría. Y yo ya no puedo con ellos.
No sé que es lo que necesito. No sé cual es el camino que tengo que seguir; pero sé que tengo que hacer una parada en el senda, volver a orientarme, tomar aire y seguir caminando. Puedo fingir que estos últimos meses no han pasado, que vuelvo a cuando junio todavía era agradable, y que todo lo que giraba a mi alrededor estaba en paz. Que ya sabemos aquí todos que fingir se me da muy bien, pero ese es otro aspecto que debería corregir de mi misma.
Y quiero pedir ayuda. Por primera vez, necesito un bote salvavidas que me arrastre de este puñetero maremoto en el que me he medio siguiendo mi mortífero ritmo de vida; es decir, no es la primera vez que lo necesito, pero si que es la primera vez que estoy dispuesta a pedirlo. El caso, es que no sé a quien hacerlo. Porque la he jodido tanto, y de tal manera, que no estoy segura de que nadie esté realmente dispuesto a estar ahí para mí como yo he estado ahí cuando se ha necesitado. Porque sé que las personas que pueden que estuvieran ahí, son a las que más he fallado, o las que más me han fallado a mí. O con quienes nos hemos fallado mutuamente.
Así que demos una pequeña oportunidad a lo del borrón-y-cuenta-nueva, porque quizás realmente esta vez sea la definitiva. Porque tengo que rescatarme a mi misma una vez más, antes de darme realmente por venida, y tirar todos mis esfuerzos por la borda. Tengo que ser capaz de controlarme. Tengo que ser capaz de decir basta. Tengo que ser capaz de poder levantarme por las mañanas sintiéndome minimamente orgullosa de ser quien soy. Tengo que volver a ser capaz de demostrar que he cambiado, y que mi pasado está donde está por algún motivo. Tengo que aprender de una vez de todos mis errores. Y tengo que ser capaz a no dejar de aplicarme el cuento en cuando cambia el viento.