domingo, 27 de septiembre de 2015



Que fácil es ser feliz, y que difícil nos lo ponemos.

En sí, esta será de las frases más ciertas que he llegado a intentar ponerles sentido, y encontrarles un hueco en mi día a día para vivir de ella. Y te paras a pensar en todo lo que puedes llegar a valorar a lo largo de los años, y los mejores instantes, los que conforman los recuerdos que vivirán más allá del tiempo, cuando ya no queden más lágrimas, son aquellos que se hicieron con poco más de nada. Con calle, cerveza, culo en el suelo, risas y sonrisas torcidas de cachivache en boca; no en vestidos finos, tacones altos y delineadores perfectos. Y quien me diga lo contrario, es que no ha salido a patear la calle lo suficiente para darse cuenta de esta ley universal.
Es fácil estar en paz contigo misma al final del día, porque la fórmula para ello no se esconde detrás de carteras abultadas o de estereotipos arriesgados. No, para sentirte bien contigo misma no necesitas mucho más que rodearte de gente que no intoxique el ambiente nada más entrar por la puerta, que sea capaz de ver más allá que ropa sucia del día anterior, y que con el mero hecho de tu compañía se contenta. Que ser feliz es fácil, y sale barato. 

Y más allá, me gustaría ser capaz de llevar ese ritmo de vida para el resto de mis días. Y doy gracias por haberme encontrado gente y momentos en mi camino que me han abierto los ojos, de poquitos en poquitos, y darme cuenta de que todos los demonios están ahí impuestos por todo aquello que llevo absorbiendo desde hace demasiado tiempo como para diferenciar aquello que sale de mi, de aquello que esperan que saque; porque, al fin y al cabo, lo que quieren es que nos recortemos a nosotros mismos siguiendo el mismo patrón que ellos han diseñado para que estemos callados y con los brazos bajados. No estoy proponiendo una revolución total, sino que, para mí, se cierra un capítulo de amargura, por lo menos durante una temporada. No soy yo quien tiene que cambiar, sino mi manera de ver las cosas, y de enfrentarme a los convencionalismos que hacen que agache la cabeza y frunza los labios. Que les den. Que os den a todos.  

Quizás esta sea la vez que más claro tengo quien quiero llegar a ser, y que quiero hacer conmigo misma. Y me parece un plan cojonudo, y totalmente asequible para aquel que sea capaz de sacarse la venda de los ojos. No quiero ser una chica VIP, no quiero tener lo mejor; porque en el fondo, hay muchos aspectos de mi vida rodeados de lo mejor. Que lo mejor es material en el sentido carnal de la palabra, pero no tiene precio. Ni motivo.
Y me alegro de corazón el haber sido capaz de continuar en pie, dando pasos a ciegas y dándome de hostias contra las esquinas. Porque creo que estoy en paz, y joder, ojalá dure. 

lunes, 21 de septiembre de 2015



Septiembre nunca se ha portado del todo bien conmigo. 
La lluvia ya no es lo que era; ya no me trae recuerdos felices de casa, ni me hace salir de la cama sonriendo con morriña consumida. No. Ahora es como volver a estar allí, en el ojo del huracán, de nuevo. Y que todo lo malo vuelva a redimir un poquito más los pecados que has dejado sin saldar, arrastrándote hacía el fondo sin preocuparse como están tus rodillas. Simplemente, te arrasa, haciendo que los demonios de tu interior se agiten y salgan a ver que es lo que está sucediendo; y eso nunca es una buena señal.

En general, esto se debe a demasiadas cosas, y todas ellas hacen que rebose el vaso, que toda la mierda acabe saliendo, y que aquí esté yo, consumida, acabada y abatida. No quiero estar aquí, pero tampoco sé donde me gustaría estar. Bueno, me encantaría volver atrás dos años y unos pocos meses; y no joder todo aquello que estaba bien, que era bonito y parecía fácil en mi vida. Porque aquel momento sin duda fue el principio del fin, y el motivo por el que no he sido capaz de levantar cabeza más que en fugaces momentos de esplendor desde entonces. Porque, desde aquella, tengo claro que no he conseguido volver a ser del todo feliz.
Tampoco debe de ayudar mucho el hecho de que, después de dos años esperando, escondiéndome y reprimiéndome, haya decidido abrirme a alguien. Dejar que me conozca, que me desvele, que aprenda a entrever lo que hay más allá de las sonrisas eternas y la cerveza finita; y parecía algo bueno durante las primeras semanas. Pero mira a donde me ha llevado: ha sumirme de nuevo en mi misma; y puede que en un punto más profundo del que me encontraba la última vez. Y mira que esto me lo olía, y sabía como iba a acabar; pero lo que no sabía es que me iba a afectar de la manera que me está afectando.

Y ese, justo ese, es el problema de desnudarse para el resto. Que quizás, lo que hay dentro de ti, no está hecho para todo el mundo; y todos tenemos suficiente mierda con la que lidiar como para tener que cargar también con la de los demás. Y por eso, supongo, nadie se queda para ver más allá de lo que les dejo ver de primeras; porque cuando dejo que se escape algo más de lo que se puede ver de alguien que no tiene problemas y disfruta de todo lo que tiene, la tormenta que se avecina es impresionante, y todo aquel que no sea un suicida sabe que ha de coger sus bártulos y marcharse con la orquesta a otro pueblo.Supongo que por eso yo, por principio, ya no dejo que nadie se asome a ese balcón, y me voy antes siquiera de que den el parte del tiempo. 
Y me siento sola, me siento perdida y me siento mal conmigo misma. No me doy pena, eso no; porque el encontrarme en la situación en la que estoy ahora es absolutamente culpa mía, y consecuencia de una serie de malas decisiones encadenadas que no he sabido, o no he podido, o no he querido, parar a tiempo. Nunca lo sabremos. Pero quiero salir de este ciclo sin fin en el que se han convertido los que deberían de ser los mejores años de mi vida. Cambiar. Volver a empezar. Pero, aunque consiguiera tener esa oportunidad, estoy segura de que, tal y como estoy ahora, la echaría a perder. 

No puedo conmigo misma. No puedo más. Ni me soporto, ni me aporto, ni hago nada más allá que dejarme tomar aire para volver a darme una patada en las costillas. Y así pasan mis días, mis años, mis oportunidades, y mis últimas ganas de seguir adelante. Total, ¿para qué? 
Nadie espera nada de mí, y no tengo a nadie que demostrarle nada. Ni siquiera a mi misma, porque parece que lo mejor que he sido capaz de hacerme a mi misma es demostrarme que ni siquiera yo me valoro; como para esperar que lo hagan los demás. Y no, no me estoy machacando de más, ni exagerando las cosas, porque lo tengo claro.

Mi verdadero problema, soy yo. 
El verdadero problema de todos los que me rodean, soy yo.
Lo que me saca las ganas de seguir respirando, soy, he sido, y siempre seré, 
yo.

miércoles, 9 de septiembre de 2015



Septiembre acaba de comenzar, y lo propio hace el año. Porque todo el mundo que haya pasado un tiempo de desconexión en estos meses de verano, sabe que los años no comienzan en enero, cuando lo dicta el calendario; sino cuando es hora de volver a bajar la falda, callarse los guiños pícaros y encerrarse en casa, cerrando las piernas de una putísima vez.
Septiembre ya está aquí, y yo continuo en principios de verano.

Esta época del año siempre supone un momento de autorreflexión sobre lo que ha pasado en los últimos doce meses de tu vida; una inflexión de recortes de horas, en los que nos damos cuenta de que, en realidad, no hemos avanzado demasiado; y que nos encontramos en el mismo punto muerto sobre el que llevamos girando ya demasiados años. Y, como ya me tiene acostumbrada el tiempo, el incipiente otoño me trae camas vacías, soledad con café tibio, y medias remendadas debajo de los pantalones. Nada ha mejorado, pese a encontrarme pletórica cuando abandone la ciudad de las mil y una luces; desde el momento en el que tuve que volver al ojo de mi propio y personal huracán, todo se ha deshecho en mis manos en millones de pedazos. He perdido el sentido, la conciencia, y hasta el amor propio; que era una de las pocas cosas que estaba segura de haber conseguido con el paso de los años, y de los daños.
Pensándolo ya desde el punto de vista de quien tiene su vida en dos cajas de cartón, y una maleta de mano, ha sido un verano horrible: he vuelto a caer de bruces contra el suelo al rebotar sobre viejas piedras que ya daba por enterradas o, por lo menos, por perdidas; he encontrado cobijo temporal en brazos de alguien que comenzó dándome fuegos artificiales, y que me ha dejado con pólvora mojada, y casi por pena; y he terminado por deshacerme entre cerveza caliente, matojos de madrugada mojados, y mañanas borrosas. Sin duda, he dado un par de pares de zancadas hacia atrás en lo que se suponía que era una etapa más de conocimiento sobre mi misma, y de alcanzar lo que esperaba que fuera mi verdadero ideal de persona. De mi propia persona.

Supongo que, como siempre que la acabo cagando como en estos últimos tres meses, puedo asegurarme que este borrón-y-cuenta-nueva realmente será el definitivo y el más duro; por lo que será la vuelta a la buena senda total. Porque la esperanza en uno mismo es lo último que se pierde, o eso dicen; y más vale que sea verdad, porque estoy realmente perdida en todos y cada uno de los apéndices de mi triste, solitaria y pequeñita vida. La verdad, para considerar que, en dos días, comienza un año nuevo, no estoy lo que se dice preparada del todo. 
Debería ser capaz de alejarme de los malos vicios, o ser capaz de controlarlo. Y, a estas alturas de mi vida, ya tendría que tenerme algún tipo de amor propio o, como mínimo, un poco de respeto. Y no, no tengo ninguna de las dos cosas. Quizás se deba a que no me lo tomo del todo en serio, que no he alcanzado mi fondo personal, o que me sigo escudando en que soy demasiado joven como para darle tantas vueltas a las cosas; y me equivoco de tomo a lomo. Porque mi propia vida se está escapando de mi control, y no me gusta quien soy.

Si. Después de tantos años intentando quererme, soy incapaz de, siquiera, apreciarme, o agradarme. Me doy asco en demasiados aspectos, y no sé como cambiarlo. Porque el empezar de cero realmente no es real. Porque es imposible darle a las agujas hacia atrás, rebobinar y corregir errores; y puede ser por eso por lo que se dice que hay que aprender a convivir con ellos. Pero yo ya llevo tantos errores acumulados que son ellos los que tienen que aprender a convivir conmigo, y la convivencia es muy dura, y parece ser que no les caigo bien. Y son mayoría. Y yo ya no puedo con ellos. 
No sé que es lo que necesito. No sé cual es el camino que tengo que seguir; pero sé que tengo que hacer una parada en el senda, volver a orientarme, tomar aire y seguir caminando. Puedo fingir que estos últimos meses no han pasado, que vuelvo a cuando junio todavía era agradable, y que todo lo que giraba a mi alrededor estaba en paz. Que ya sabemos aquí todos que fingir se me da muy bien, pero ese es otro aspecto que debería corregir de mi misma.
Y quiero pedir ayuda. Por primera vez, necesito un bote salvavidas que me arrastre de este puñetero maremoto en el que me he medio siguiendo mi mortífero ritmo de vida; es decir, no es la primera vez que lo necesito, pero si que es la primera vez que estoy dispuesta a pedirlo. El caso, es que no sé a quien hacerlo. Porque la he jodido tanto, y de tal manera, que no estoy segura de que nadie esté realmente dispuesto a estar ahí para mí como yo he estado ahí cuando se ha necesitado. Porque sé que las personas que pueden que estuvieran ahí, son a las que más he fallado, o las que más me han fallado a mí. O con quienes nos hemos fallado mutuamente.

Así que demos una pequeña oportunidad a lo del borrón-y-cuenta-nueva, porque quizás realmente esta vez sea la definitiva. Porque tengo que rescatarme a mi misma una vez más, antes de darme realmente por venida, y tirar todos mis esfuerzos por la borda. Tengo que ser capaz de controlarme. Tengo que ser capaz de decir basta. Tengo que ser capaz de poder levantarme por las mañanas sintiéndome minimamente orgullosa de ser quien soy. Tengo que volver a ser capaz de demostrar que he cambiado, y que mi pasado está donde está por algún motivo. Tengo que aprender de una vez de todos mis errores. Y tengo que ser capaz a no dejar de aplicarme el cuento en cuando cambia el viento.