jueves, 12 de agosto de 2021

 


Después de la calma, siempre viene la tormenta.

Volviendo la vista atrás, a diciembre, parecía tan claro, tan fácil, tan cómodo, hacer todo lo que quería hacer. Y tampoco eran metas imposibles o sueños irreales, sino que lo único que pretendía era cuidarme. Pero claro, no había contado con lo bien que se me da destruírme, hundirme, e impedir que respire. Entonces, aquí estamos. Estamos en el punto más bajo después de haber estado en el más alto. Estamos en volver a retorcer vicios pasados por el simple placer de sentir algo como antaño, sin acabar de conseguirlo y sin acabar de disfrutarlo. Estamos en retomar costumbres enterradas de días sin aire, noches sin persianas y tardes inexistentes. Estamos volviendo a donde juramos no volver, donde cerramos la puerta con doble llave de seguridad, donde me miré a la cara y ví lo que soy. Justo ahí es donde estamos.

Y venimos de muy arriba. De estar cómodas, de sonreir, de casi volver a sentir las costillas repicar al son de la música y los ruídos de la calle, de mantener la espalda erguida y las heridas al aire. Entonces, la hostia ha sido más grande de lo normal. Y estoy empezando a darme cuenta de que este circulo vicioso en el que me encuentro tras ciertos periodos de tiempo es siempre el mismo. Y ya no puedo culpar a una persona, a un lugar, a una relación, a una situación. La única constante todas estas veces he sido yo. Siempre soy yo. Siempre estoy ahí conmigo y siempre disfruto al verme tropezar, me deleito en hábitos que sé a lo que llegan, y me despierto una mañana sin saber que hacer, ni como continuar, sin seguir hacia abajo. Y se nublan los días sin remedio, y se acumula la ropa, las prisas y las decencias. Y todo vuelve a ser constante, en el peor sentido imaginable. Las noches existen durante días, los días no aparecen, y las mañanas se enganchan en las rodillas a dolor. Nada merece la pena, todo agota y desgasta, hasta el punto en el que desapareces por no poder soportarlo más. Y entonces, ¿qué? Entonces recuerdas quien eras, todo lo que habías avanzado, como casi lo consigues esta vez. Como habías llegado a creer intuir el tintineo de la risa, el olor a mar, la brisa en las orejas, y la velocidad. Pero sin llegar a ello, porque siempre está muy lejos. Y el mero recuerdo de que casi lo consigues, es la última piedra que hacía falta para sepultarte. Y la primera que hace falta para empezar a levantarte. Y así estamos, siempre a medio camino de algún lugar que ya he dejado de creer que sea real. Quizás, ese momento solo ha estado en mi mente, y ahora me dedico a imaginar quimeras que intento alcanzar, sin saber que me estoy engañando a mi misma, para no variar.

Es siempre así, día tras día, año tras año, etapa tras etapa. Y no sé si la vida consiste en esto, en alternar cimas y valles esperando llegar a buen puerto en algún momento. No sé si esto es lo que debería esperar, o si ya está siendo el momento de buscar ayudar y que alguien me haga comprender que es todo esto, que sentido tiene, que necesidad hay en seguir subiendo y bajando montañas rusas emocionales. Porque ya me están empezando a salir caras las entradas, y las subidas ya no son tan emocionantes, y ni si quiera las bajadas me hacen gritar. Se está volviendo todo plano, y estoy comprendiendo que los colores son todos grises.

Y no puede ser solo esto.