sábado, 16 de diciembre de 2017


Me echo de menos. Echo de menos la mujer que fui en su momento, cuando estaba en mi máximo esplendor y los dedos de mis pies casi no rozaban el suelo. ¿En qué momento dejé que la luz se apagara? ¿Cuándo sople tan fuerte, y cuándo fui tan inconsciente para dejar que eso sucediera? ¿Y qué voy a hacer ahora para volverla a sacar? Llevo año hablando del duende que tenemos dentro, y llevo meses sin escribir; porque me ha abandonado, porque ha dejado un agujero en mi pecho por el que corren corrientes de aire, silbando entre mis costillas y recordándome día tras día que no soy la misma, y que no sé en que momento ha sucedido esto. En que momento cogí las maletas y me abandoné de esta manera; y dejé de destruir para construir, y comencé a acurrucarme en los cimientos, dejando que lloviera sobre mí.

Y esta situación repercute en todos círculos que conforman mi vida. Nada se sustenta con sus propios pies y me canso de poner parche sobre tirita para intentar mantenerlos a flote. Porque no es así como debería ser. Puedo ser cansina con el tema, pero ser consciente de esto está suponiendo un paso de gigante para mí. Saber, por primera vez en mucho tiempo, que es lo que está sucediendo y, sobre todo, saber cuál es la dirección en la que quiero y necesito dar el siguiente paso, está suponiendo un nuevo punto de inflexión en mis días. Y, al igual que aquella semana que lo cambió todo a mediados de 2016, tengo la esperanza de que este próximo mes sea similar. Pasar, a base de esfuerzo, constancia, pico y pala, de encontrarme en lo más profundo, donde es difícil hasta respirar, para volver a la superficie, y poder respirar tranquila. Saber que he salido, que hay esperanza y que he conseguido reunir las fuerzas suficientes para seguir; y para decidir que quiero hacer, que es lo que me conviene, lo que me hace sentir mejor, lo que me hace feliz, vibrar, y levantarme por las mañanas con ganas de que no llegue la noche.
Que, últimamente, las noches que paso sola en mi habitación son los mejores momentos de la semana. Porque no hay ruido, y he aprendido a acallar las dudas e inquietudes que nacen de mí, como único recuerdo de la persona que fui en su momento.

Está claro que las cosas han de cambiar, y que así no puedo seguir, porque es insostenible. Tengo mil puertas entreabiertas, pero nada sin atar; tengo millones de planes por hacer, una lista interminable, y las suelas de los náuticos desgastadas de correr para llegar tarde a todos los sitios. Tengo anhelos de disfrutar de los días, las noches y la gente, y las ojeras marcadas de no dormir por intentar organizar el caos del que soy centro y origen. Tengo ganas de volver a sentir el amor, y la sensación de que cada vez me alejo más de a quien quiero por no tener tiempo a reflexionar sobre lo que siento. Tengo la necesidad de crear, de hablar con voz propia y ponerme en pie, de no dejar que hablen por mí, y tartamudeo vago y bostezos en el momento que lo hago. 
No sé si la solución es comenzar a decir que no, a cerrar una por una todas las puertas y quedarme en silencio durante una temporada para ver que es lo que dice la voz de mi pecho, a ver si la tranquilidad trae a casa al duende perdido. O si es, como dije ayer, detenerme para coger fuerza, aire, estrategia y volver a ponerme la mochila de piedras a la espalda; aunque eso suponga volver a meterme en el río y volver a ser consciente de que la corriente tira de mí y no hay mucho que pueda hacer por ello. Y que la solución es ir dejando marchar piedras una por una, hasta que me quede únicamente con las imprescindibles. Pero, siendo como soy, ¿estoy realmente dispuesta a ello?

Me quedan seis días para cambiar totalmente de panorama; seis días de apretar los dientes y aguantar el aluvión que sea que me vaya a venir encima. Seis días para comenzar a asentar el camino para que, en el momento en el que vuelva, todo sea más fácil al haber dejado una declaración de intenciones sembrada. Seis días para desaparecer del centro del ciclón y dejar que siga rodando por su cuenta, mientras yo lo miro desde la tranquilidad de más allá de mi ventana. Y después, cuando vuelva con espero con la fuerza y las ganas que en su día me caracterizaban, sea capaz de volver a enmendar los frentes que sean que me quedan abiertos.

viernes, 15 de diciembre de 2017


A veces, nos ignoramos. Fingimos que no existimos, rehusamos mirarnos al espejo durante días, semanas o incluso menos. Sabemos que algo va mal, que algo no funciona y que nos está consumiendo desde dentro; pero pretendemos que todo va bien, que eso que duele no es más que un mal día, una mala racha, una mala vida. El resultado de decisiones conscientes que se tomaron en su día, y que lo que está sucediendo en el presente hace que nos replantemos, aunque posiblemente no tenga nada que ver. Y, entre prisas y necesidad de darle la vuelta a las manecillas del reloj, he pospuesto el momento de sentarme a oscuras en mi cuarto, acompañada por la música y el compás de mis dedos sobre el ordenador, para escribir esto. No sé ni cuantas veces lo he intentado, pero han sido tantas como veces que he tirado la toalla. Por miedo. Por cobarde. Por no querer darme o darle la razón a esa persona que habita en mi pecho y que solo grita para despertarme en las temporadas en las que, o todo va muy bien, o todo se cae por su propio peso.

Y así me encuentro, comenzando a despertar y a ser consciente de que llevo más tiempo del que me puedo permitir rehuyendo de mí misma; escondiéndome en la leyenda de aquello que solía ser, esperando que los rumores me precedan y me arropen por las noches, susurrándome en el oído que todo va a volver a estar bien. Pero la vida, como siempre, no funciona como nos gustaría; y por mucho que quieras pelear contra una pared de hormigón, ella siempre te devuelve los golpes más fuerte. Más de lo que puedes soportar. Así que no es suficiente volver a coger aire y cargar una vez más; hay que parar, analizar, recoger lo que te queda, y planificar un último golpe certero. Es así de sencillo, las cosas a medias tintas no funcionan, y hay que asumir que, a veces, hay que parar. A veces, hay que crear la calma que precede a la tormenta. Y, a veces, no eres consciente de ello hasta que no te queda más salida de la ratonera que hacer que llueva, y que la riada se lleve las paredes. 
Así que no es cuestión de culpar a nadie, ni al karma, ni a las hormonas; el presente, el pasado y el futuro, además de al reloj, nos pertenece a nosotros. Alguien muy sabio dijo una vez que "libertad significa que puedes escoger el camino correcto o el incorrecto; de cualquier manera, tu camino", y no puede tener más razón. Por mucho que lo veamos todo negro, que intentamos abarcar más de lo que nos podemos permitir; por más que queramos desistir, dejarlo todo y tomar el camino que ahora mismo nos parece fácil, la decisión que nos ha llevado a donde estamos la hemos tomado nosotros. Y no quiere decir que sea la correcta, la mejor, o la que nos vaya a hacer feliz; pero ha sido nuestra decisión, libre y rotunda. Y también puede ser nuestra decisión abandonarla, o seguir dejándonos la piel en el intento. 

Lo que quiero decir es que, en el momento en el que nos encontramos en la encrucijada, sin aire en los pulmones y sin fuerzas para seguir llenándonoslos, hay que parar. Hay que respirar. Hay que rodearse de la gente que quiere cuidar, y cuidarla y dejar que te cuiden. Hay que reunir todos los motivos que te llevaron a donde estás ahora, y celebrarlos. Y al día siguiente, tomar la decisión que creas conveniente. Cerrar la puerta, y no volver a abrirla hasta que hayas completado el camino por el que la has dejado cerrada a cal y canto. Y entonces, cuando hayas encontrado una nueva encrucijada, y solo entonces, puedes tomarte la diligencia de volverla abrir. Porque será entonces cuando necesites la experiencia de aquello que en su día fue capaz de arrastrarte a lo más bajo, de poder apreciar el conocimiento que te ha dado para enfrentarte a la nueva pared de hormigón. 
Pero no he sido capaz de ver todo esto, y he estado estancada en el mismo muro demasiado tiempo. Dando cabezazos en vano, queriendo ver grietas donde solo estaban los surcos de mis lágrimas, creyendo que el destino estaba cerca. Ilusa. El camino solo acaba de comenzar, y ya pretendes dar con el final; cuando estás pretendiendo obviar lo mejor. Y mientras yo seguía empeñada en abrirme paso a toda costa entre medias de algo que no llevaba a ningún lado, me he acabado de perder. Me he descuidado. Me he anulado, yo solita. He cerrado otras puertas por centrarme única y exclusivamente en esta. He dejado de lado o menos-cuidado a gente que me rodea que yo he decido querer en mi vida. Y todo esto me ha llevado a quedarme vacía, por dentro y por fuera. Desprovista de calor, de ganas, de fuerza; de todo lo bueno que había cultivado durante años. De risas, de humor, de prisas sanas, de correr, de sentirme bien y feliz. 

¿Lo bueno? Que estoy convencida de que no es demasiado tarde. ¿Lo malo? Que tengo que parar. Y que si hay algo que me encanta, es correr, y sentirme en la competición. Pero, en casos como estos, solo necesito parar, para volver a empezar a correr. Y es lo que toca ahora, descansar. Curarme. Dejar que me curen. Pero hacerlo de verdad, no poner la tirita y pedir el alta al día siguiente para ir gimoteando por las esquinas al momento que la herida vuelva a doler. No. Tengo que hacer el postoperatorio y la rehabilitación completa; y después, ir a las reuniones sin saltarme ni una. Aguantar hasta que me chirríen los dientes, hasta que me vea del todo preparada, sin arriesgarme a volver a meterme en la autopista estando incompleta. Porque si el año pasado ya estaba jugando con mi límite, este año lo he tensado con creces. Y no creo que, ni física ni mentalmente, pueda aguantar otro desliz más de la cuerda sin haberla asegurado del todo; y la altura desde este puente al que me he subido yo sola y sin ayuda está demasiado alto como para saltar sin arnés.

sábado, 22 de julio de 2017


Hay bucles, maneras de ser, etapas, comportamientos, que no podemos cambiar.
O quizás sí, pero son algo intrínseco a nosotros, algo que nos alimenta desde dentro y que nos mantiene vivos, en pie, con los dientes fuera día tras día. Así que, en el fondo, no es que no podamos, es que no queremos.

Y con esto, vengo a hablar de destruirse, construirse y renovarse. Algo que es necesario, relativamente sencillo, y que dejas pasar ese momento de tu vida como llevo haciendo yo durante meses, todo se desmorona. Necesitamos encontrarnos a nosotros mismos de vez en cuando; redescubrirnos, atar cabos, hacer espacio y limpieza en nuestra vida para las nuevas cosas que hemos interiorizado. No podemos, simplemente, dar una patada a un par de trastos para poner allí algo resplandeciente. No, sencillamente porque el brillo de lo que nos hace vibrar deja de tener resplandor por las sombras de alrededor. Y, si por la razón que seas, ni tu cabeza ni tu ser tiene un momento de paz, de desconexión y reconexión, de reinicio y copia de seguridad, tu vida entera puede acabar patas arriba a la mínima que alguna cosa se tuerza de imprevisto. Así que, después de tantos meses viendo mierda y siendo incapaz de hacer otra cosa que tragar, he reventado. Ha sido apoteósico, dejando los cimientos destartalados por las esquinas y una columna de humo a mi paso; pero era totalmente necesario. No, las cosas no están yendo bien, nada bien, por mucho que me empeñe en seguir diciendo que sí.
He pasado de ser el pilar de mi propia vida, a ser un mero títere; a no tomar decisiones por mí misma, a dejarme llevar por la corriente, a perder el control, los nervios, y la respiración. Me he dejado derrumbar de tal manera que ya ni me reconozco. No sé quién soy, y no tengo ni idea de quien quiero llegar a ser. Solo tengo claro que todos y cada uno de los ladrillos que formaban mi muralla se han desmoronado, que no tengo protección ni red de seguridad, y que estoy cayendo. Y de todo, absolutamente todo eso, me he dado cuenta en los últimos días.

¿Por qué he estado tan ciega hasta ahora? ¿Cómo he dejado que todo llegara hasta este punto? ¿Por qué no he actuado antes? Ni siquiera estoy segura de que haya comenzado a hacer algo para cambiarlo, pero por lo menos soy consciente de que esto es insostenible. Todo gira a mi alrededor sin sentido aparente, sin orden, sin dirección; las decisiones pasan por mi lado, como obligándome a seguir por este camino. ¿Es lo que realmente quiero? Ni de coña. Tengo que volver a ser quien fui en su día. Ya está bien de esta mierda filosófica de "destruir para construir"; porque ya no hay nada más que destrozar, y de seguir cavando en la mierda no voy a encontrar nada más. Ya no me queda más, ni recursos ni fuerzas. Así que es momento de construir. Es momento de volver a ser egoísta, de mirar por mí y de no dejar más que decidan por mí. De volver a retomar todo aquello que me hacía grande, que me hacía estar orgullosa de mi misma. Se acabó el seguir callada, el seguir escondida tras mi propia sombra por no tener fuerzas de alzar la voz. Tengo y necesito volver a encontrarme. Desenterrar esa parte de mí. 
Pero no tengo ni idea de cómo. Lo ideal sería esa magnífica solución que desde siempre ha rondado mi cabeza pero que tengo claro que es prácticamente imposible de llevar acabo; porque no se puede comenzar desde cero, desde absolutamente cero. Así que toca asumir estos meses, reflexionar largo y tendido sobre ellos, recuperar a algunas personas que han sido descuidadas y borrar del mapa todo aquello que reste más que sume. Parece simple, pero va a ser volver a hacer la misma retrospectiva que hice hace años sobre mi misma, pero desde un nuevo enfoque. Ese que dan los años, las hostias y los dolores de cabeza y pies. Porque estoy desperdiciando muchas oportunidades por aferrarme a aquellas que en su día me dieron el oxígeno necesario para seguir adelante, pero ¿y si esas han dejado de aportar? ¿Y si nos estamos aferrando a la idea de algo que fue, y que no va a volver a ser? 

No tengo muy claro que es lo que tengo que hacer. No sé por donde tengo que seguir, ni por dónde quiero seguir. Pero así, no. Así es insostenible, así es inhumano. Porque ni soy feliz, ni dejo que el resto sea feliz. Soy sin ser, y estoy sin estar. Ni aquí, ni allí, y resquebrajando el puente que une ambos muros.

Sí, es momento de despertar, de hacer lo que me haga sentir viva, y de ser mejor para mí, y para el resto que aporta en levantarme del suelo. 
Así que es momento de reflexión, de trazar planes y de actuar. Antes de que realmente me olvide de la esencia de quien sé que todavía puedo ser, de quien he estado ignorando o desatendiendo durante demasiado tiempo. De mí misma, no de esta versión destilada de mí. 

Punto y coma, y a volver a comenzar a construir desde aquí.

sábado, 20 de mayo de 2017



Las temporadas, igual que las rachas, se terminan. El tiempo pasa, y la paciencia se pierde. Se nos acaban los suspiros, las esperanzas, el apretar los dientes para seguir tirando. Comenzamos a bajar la velocidad, pero porque nuestro propio cuerpo nos obliga a ello. Buscamos maneras de desaparecer, escudándonos en un cansancio que ya no es imaginario ni efecto de la vagancia permanente que llevamos arrastrando durante años; sino que es un cansancio real, algo que no te deja espantar la neblina que hay en tus ojos días tras días, ni te deja ver el final del camino. Así que vas a ciegas, dando tumbos de un lado a otro, lanzando palos de ciego, sin saber cuánto tiempo queda para que todo se acabe. Y sin poder rendirte, porque tienes la ligera esperanza de que, al próximo paso que des, encuentres la salida. Cuando esto sucede, ¿qué haces? ¿Das un paso más, o es el momento de tirar la toalla?

Os cuento lo que pasa. Dejas de ver las cosas con perspectiva, se te acaban las ideas, la paciencia, las ganas de seguir. Solo sigues avanzando por puro orgullo, por querer acabar algo por lo que has dado tanto durante a saber cuánto tiempo, porque es lo que hay que hacer. Pero, ¿porque te hace feliz? ¿Cuánto hace que esto no te hace feliz, y es únicamente soportable? ¿Desde cuándo, algo que te apasionaba, se puede definir como "soportable"? Soportable es una palabra que duele, como cuando tus padres te dicen que los has decepcionado. ¿Qué hacer? Mi estrategia es, de momento, cerrar los ojos, tomar aire, y esperar que esta etapa termine, como siempre ha sucedido. Pero se está haciendo más duro que otras veces. Ya no hay motivación, ni ganas de acabar, porque no sé dónde está el punto final. Si, muy bien, sé que queda poco para cerrar este capítulo, pero tengo fecha de inicio del siguiente, e ideas en mente sobre el que vendrá después. Todo planificado, casi al dedillo, sin salirme de las líneas. ¿Y si rompiera con todo? ¿Y si desapareciera? ¿Qué pasaría entonces? ¿Sería feliz?

No lo sé. Porque de igual manera que no puedo parar, aunque haya mil indicios de que debería hacerlo, por miedo a que el fin esté próximo y a haber tirado la toalla cuando quedaba tan poco, tampoco me quiero arriesgar a coger los trastos e irme, porque no sé si haciendo eso voy a estar mejor de lo que estoy ahora. Lo que tengo claro es que, tal y como están yendo las cosas en este momento, la situación es insostenible. No hay espacio para nada, ni para nadie más; e incluso lo que están dentro, se están cansando de aguantar o de no aguantar, cada uno con lo suyo. Porque estoy desapareciendo, porque hay algo más que me está absorbiendo, que no me deja respirar, ni dormir, ni pensar con claridad. Y queda poco para que acabe, pero queda poco para que vuelva a empezar. 
¿Una vida así es lo que me hace feliz? ¿Es así como quiero ser? Porque no quiero vivir contando los días que faltan para acabar, las cosas que me quedan por hacer, y las tazas de café que ni me he bebido ni he fregado. Aunque tampoco sé como quiero vivir. Y, joder, cada vez se queda menos para que todo se acabe.

Y parece que no hago otra cosa de quejarme, pero esta etapa maratoniana también me ha traido cosas buenos; honestamente, restando este último año, me ha traido muchísimas cosas buenas. Pero estos últimos meses parece que lo único que hago es destruirlas, porque tengo la necesidad de acabar con algo, ya que no puedo acabar con los malabares a los que juego a todos lados. 
No sé que va a pasar.
Y creo que realmente, no me importa una mierda.
No sé ya ni que es lo que me importa y lo que no.

Pero saldremos de esta, supongo.
Al fin y al cabo, siempre cuesta cerrar etapas, y despedirse de ellas.

martes, 4 de abril de 2017



Desgana y desengaño. Por mucho que haya una fuerza, llamémosle amor propio, que tira de nosotros día sí y día también para hacernos cumplir nuestras obligaciones elaboradas con el fin de perseguir un objetivo final, llega un punto en el que tu cuerpo dice basta. Comienza a traquetear, como los coches cuando se quedan sin gasolina en mitad de una carretera desierta a las tres de la mañana, anticipo de cualquiera película de terror que se preste. Te está avisando, a pequeños indicios o pistas, para que seas capaz de bajar el ritmo progresivamente sin estragos ni en él, ni en tu plan ideal. El problema comienza cuando nos obcecamos en lo que queremos alcanzar, sin escuchar lo que nos dicen las señales. Y comienzas a consumirte, a desgastarte poco a poco a medida que pasan los días, porque eres incapaz de parar, de darte un descanso, de decir que no a la siguiente puerta que se abra en tu camino. ¿Por qué? Porque el miedo reside en la posibilidad de que no haya una segunda oportunidad, de que el tren que pase sea el único y el último que va a pasar por tu puerta. Y porque sabes que, por mucho que te intentes autoconvencer, no eres de esas personas que se conforman y se acomodan. Pero estás traqueteando. 

Y he venido a formular la pregunta que se hace todo el mundo, ¿qué hacer cuando ya no puedes ignorarte durante más tiempo? Cuando las consecuencias parecen ser inminentes, cuando ya no eres capaz de mantener el equilibrio de malabares con el que te manejabas con tanta soltura antaño. ¿En qué momento puedes permitirte parar cuando ya es demasiado tarde? Porque es necesario, es vital, es lo que tienes que hacer antes de que los malabares estallen en mil pedazos contra el suelo, o antes de que pierdas la cabeza por completo. 
Porque sigues amparándote es que esto es solo una etapa, en el ya consabido "dos meses más" que llevas acuñando desde hace años, en el "yo sé cuándo parar, y esto merece la pena". No mientas, no tienes ni idea; querer conseguir alcanzar esa idea idealizada de felicidad es lo que te está matando por dentro, lo que no te deja descansar, y lo que te tiene viciado hasta el extremo que no puedes pensar en otra cosa, ni en nadie más. Y te está destruyendo, te está anulando como persona; lo que crees que te está dando alas, es precisamente lo que te las está cortando. Pero, una vez metida en la carrera, ¿cómo abandonar? ¿Cómo dejar pasar la adrenalina, los ojos cansados, la sensación impresionante cuando algo sale siguiendo el plan trazado? Esas situaciones también implican vivir, dando el chute necesario para seguir en este camino. Entonces, ¿cuál es la solución?

No tengo ni idea.

Pero alguna solución ha de haber, porque si no nos vamos a acabar enfrentando a un descarrilamiento sin solución ni posible recuperación; ya no digo que perdamos la oportunidad de lo que sea que nos traigamos entre manos por culpa de centrarnos únicamente en esto sin saber cuándo darnos un respiro, sino que también nos perdemos a nosotros mismos, y a todos aquellos que nos rodean e importan. Porque pasan las semanas, los meses y los años sin darnos cuenta, y lo único que vamos a poder contar de ellos es que intentamos, peleando contra viento y marea, llegar a un punto del que a día de hoy no podemos asegurar que sea el lugar que nos vaya a hacer felices. Pero, ¿podremos vivir con la pregunta de qué pasaría si hubiéramos apretado un poco más? ¿Si nos hubiéramos forzado unos meses más, si hubiéramos ignorado un rato más lo que nos pide el sentido común? No lo creo; aunque puede ser que sí. Porque hay que aprender que una vez se cierra una puerta, no hay que volver a cuestionarse nunca jamás que es lo que podría haber dentro; porque la imaginación humana es un artificio con vida propia, que atrapa, envuelve y nunca suelta. 

En conclusión, sin irme tampoco mucho por las ramas, no tengo ni puta idea de lo que estoy haciendo con mi vida, de si lo estoy haciendo bien o de si se me está comenzando a ir la cabeza por querer abarcar más de lo que puedo soportar. Porque estoy comenzando a decir basta queriendo seguir, pero ya no me guían mis piernas, que solo quieren correr en dirección contraria. Me guía la testarudez de demostrarme a mí misma que puedo; la misma que me ha sacado de tantas y tantas situaciones en las que solo quería tirar la toalla. Todas las que me han llevado hasta el punto en el que estoy hoy, pero ¿y si ya es suficiente? 
¿Y si es mejor recoger trastos y volver a casa, asumiendo que la derrota es real, que no puedo seguir luchando contra lo que está escrito que no va a suceder? Nadie me culparía; nadie que no fuera yo, y es conmigo con quien voy a tener que convivir hasta el final. 

Así que no, ni puta idea.

domingo, 19 de marzo de 2017



Vengo con la intención de abrirme el pecho en canal, de sacarme las entrañas y con el único fin de encontrar el punto medio que mantiene todo unido. Porque se está terminando una etapa, la de destrucción masiva con el fin de encontrar los principios de los pilares que nos hacen levantarnos mañana tras mañana, o al menos a mí. Ha llegado el momento de comenzar a construir cimientos arriba, con el hormigón recién seco, y los principios por rebatir. Que nos encontramos en el principio del mundo, sin nada ni nadie que nos aporte menos de lo que nos merecemos, y eso es algo elogiable. No sé si ha sido una buena época, porque los claros y los oscuros se suelen difuminar en un inerte gris que no sabes muy bien si te atrapa o te destroza; pero que, si está ahí, será por algo.

No digo que vaya a ser una mejor persona de aquí en adelante; en sí, creo que lo que permanece bajo la piel es lo que somos, por mucho que nos dejemos los sesos en analizarlo y darle vueltas de tuerca sin descanso. Pero ahora somos conscientes de quienes somos, de lo que hacemos y, lo más importante, de porque lo hacemos. Cual es propósito que guía nuestros pasos, y nuestras caídas. Y nuestras victorias, porque no. Todo tiene un motivo, una razón de fondo, un objetivo a largo plazo que puede no ser el definitivo, pero que es una meta que ha nacido del abismo de nuestro ser, y que, llegados a este momento, solo puede crecer sin medida. Estamos preparados, y ahora os estamos avisando a vosotros.
¿Qué por qué hablo en plural? Porque somos plurales, como seres humanos que somos con conciencia y consciencia. Porque si nos consideramos únicamente un ente, sin nada más que subyazca, no somos nadie; o no somos conscientes del duende que escondemos todos y cada uno de nosotros, dormido y esperando a que nos percatemos de su existencia. Somos mil y una facetas, capas de cebolla que salen a flote cuando las circunstancias cambian, pero que se quedan en la retaguardia en caso de que lo aprendido se pueda volver a aplicar una vez más. No hay ciencia sin arte, ni realismo sin espiritualismo, ni revolución sin demolición. No es que sean contrastes opuestos sin medida, sino que son puntos medios que llevan a frases completas de cambio.

Somos algo más allá de nuestras propias posibilidades, ya que nos quedamos en lo cómodo, en lo estable, en no pensar demasiado para no sufrir por ser conscientes del caos que nos rodea. Pero, ¿y si intentamos comprender los motivos que han desatado el desorden? Porque tampoco existe orden sin desorden, y por eso debemos apreciar a partes iguales ambas situaciones; que, de cada una, podremos aprender algo más. Y en esto se basa vivir, amigos: en aprender, sin remedio y sin dejar de hacerlo. Porque los días que llegan no se recuperan, y si nos paremos a analizar todo pequeño detalle que no nos atañe lo más mínimo, puede que sea demasiado tarde cuando nos demos cuenta de que hemos perdido el tiempo. Tampoco digo que haya que ir por la vida esquivando los golpes y aceptando la sociedad tal y como es; que, por mucho que nos opongamos a ella, todos entramos dentro del mismo sistema mundial. Y, de igual manera, todos tenemos una pequeña voz dentro de este, y uno a uno, las voces se pueden sumar, alcanzar una quinta más elevada al unísono. Así, como ya he mencionado antes, es cuestión de matices: ni ignorar todo lo que sucede, ni obsesionarse sin remedio en situaciones que se nos escapan de las manos individualmente.

Así que aquí estamos, siendo conscientes de más de lo que hemos sido conscientes jamás, y con las ideas más claras de lo que posiblemente deberíamos. Porque esto puede ser encasillarse; pero también tenemos la tranquilidad de ser suficientemente libres como para cambiar de plan a la mínima que esto nos aleje del objetivo fundamental de esta nuestra vida. Ser felices. Así de simple, no tenemos ninguna otra aspiración en esta vida. Y en el momento que esta vida que llevamos ahora deje de hacernos feliz, tengo la seguridad de que seremos capaces de cambiarla, de movernos tan rápido a la siguiente situación de mínima energía que no nos verán marchar, y ya será demasiado tarde como para reclamarnos cuando nos hayamos asentado. Y este es el momento de comenzar a hacer esto.

Que ya no necesitamos destruir para encontrarnos.
Que las cosas tienen razón, siempre y cuando estemos dispuestos a indagar en ello en profundidad.
Que no hay malos ni buenos, sino circunstancias y metas realistas en los ojos de cada quien.
Que lo que nos ata, lo que nos mantiene a flote, no está hecho para crecer sobre ello.
Y que, rodeándote de lo que te inquieta, es la única manera de aprender.

domingo, 29 de enero de 2017


Cuando las cosas van bien, no se puede pedir mucho más que qué sigan así. Y disfrutarlas, porque las rachas, como todo en esta vida, vienen y van; y es cuestión de aprovechar los momentos como si fueran el último, porque es posible que, más de la mitad de las veces, sea así. Así que, ¿por qué privarnos de ser felices cuanto podemos y cuando podemos?

Como siempre, la felicidad individual no debe depender únicamente de una persona, pero puede tener que ver que encontrar a alguien con quien compartir y comprender influya. Puede ser que te haga ver las cosas desde otro punto de vista, incluso los malos momentos o los días oscuros, de manera que el conjunto adquiera otro color. Y cuando encuentras a alguien así, lo único que puede hacer es mantener a esa persona cerca, e intentar rodearte de más y más gente que te haga sentir así. Es un pack completo, indivisible, como las salchichas del Mercadona. 
Porque los momentos de intimidad, en los que no hay mucho más que añadir porque el silencio por si solo llena cualquier pecho vacío como el mío, valen más que cualquier otro chute de adrenalina. Llenan, y perduran en el tiempo. Y, cuando a la mañana siguiente tienes que volver a componerte para dar la cara ante el mundo, las energías circundantes han adquirido una carga distinta, un potencial de membrana tal que, aunque no sea el mejor momento ni la mejor semana, pueden hacer que los obstáculos se parezcan menos a precipicios o a cuestas interminables que suponen un reto que aparenta insuperable. 

A mayores, las buenas rachas dependen de las situaciones personales que compartimos con nosotros mismo; con esa personita que reside bajo tu piel y duerme tras tus pestañas, que juzga más duramente que cualquier otro ente, que te presiona contra tus límites y te pone ante las cuerdas impidiendo que respires. Y cuando le ensañas a este duende que realmente podéis con lo que os enfrentéis y más, tienes mitad del camino superado. No necesitas impresionar o tener la aceptación de nadie más; aunque, a veces, la aceptación ajena pero cercana -la de todos aquellos que consideras merecedores de pertencer a ese reducido círculo que responde a nombre de familia, pese a que muchas veces no haya lazos de sangre- también es importante; y necesaria, para que engañarnos. Que, aunque lo primero sea hacernos felices y sentirnos a gusto con nosotros mismo, también es importante hacer felices a aquellos que nos apoyan incondicionalmente, que dan la cara por nosotros días tras día, y que aceptan que necesitemos morder polvo, caer hasta lo más bajo y sufrir en nuestras propias entrañas, para ser capaces de levantarnos. Y no nos impiden darnos de hostias, aunque no pueden reprimir el avisar cuando estas son inminentes; pero que saben que, en el fondo, vamos a ser capaces de salir de ellas por nuestro propio pie.

Así que sí. Están siendo buenos tiempos; no los mejores, porque siempre hay cosas que podrían mejorar, para hacernos extremamente felices. Pero somos felices, y lo somos ahora; y esto no lo cambiaría ni por nada, ni por nadie. Sin duda, hay cosas que podrían ir a mejor: podría estar cerca de casa, pero he encontrado lugares y personas que hacen que casi se sienta como tal. Podría conseguir todas mis metas aquí y ahora, pero me privaría de disfrutar de la emoción del camino. Podría estar bien todo el mundo al que quiero, pero de los peores momentos también se aprende; y de desear algo común para todos, desearía que jamás dejaran de aprender. Porque aprendiendo se crece, creciendo se vive, y viviendo se es feliz. Así que, en consecuencia, creo que no cambiaría nada de lo que me está sucediendo ahora.
Tengo que aprender a administrar mejor el tiempo, a no estresarme con cosas que el día de mañana o de dentro de unos años no serán más que momentos de los que reírse entre cervezas, burlándome de lo estúpida que era al preocuparme por cosas que no están a mi alcance. No sé dónde leí, hace relativamente poco, que cuando tienes un problema tienes dos maneras de afrontarlo:
Si tiene solución, no es un problema
Si no tiene solución, tampoco es un problema, porque no hay nada que puedas hacer

Asumamos, de una vez por todas, que los problemas no existen. Que son situaciones complicadas, de las que podremos salir si están a nuestro alcance, o no; y sea como sea, tendremos que aprender a darle la vuelta, y sacar lo mejor que podamos de ellos. 
Y aprender.
Y crecer.
Y vivir.