martes, 28 de junio de 2016


Quizás el mes de los cambios deje de ser septiembre, como en su día dejó de serlo enero. Quizás para cambiar no se necesite más que fuerza de voluntad, y pequeñas cosas que dejen de ser una rutina para que pasen a ser parte del pasado. Quizás, no sea necesario más que proponerse enterrar el hacha de guerra y dejar que el agua siga su curso montaña abajo.

Julio también puede suponer un mes de cambio, para llegar a convertirse en el nuevo principio que llevo tanto y tanto tiempo buscando por las malas esquinas, en las malas noches en las que ni me convengo, ni me convienes. Es hora de dejar de lado tantas y tantas cosas, que no sé ni por donde comenzar; porque hay vicios que se han adherido de tal manera a mis huesos, que soy capaces de oírlos susurrar a mis espaldas cada vez que tirito que me haces tiritar. Puede que esta sea de las últimas oportunidades reales para poner todo lo que me rodea patas arriba, deshacer lo predeterminado, y salir de aquí corriendo a saltitos cortos. Pero paso a paso, sin perder el equilibrio como en otras ocasiones, que luego acabamos resbalando y tenemos que volver a la casilla de salida. No digo que esta vez, por algún motivo especial, todo vaya a salir bien; es más, estoy segura de que este es uno de los momentos en los que más cosas están en juego, en los que más he apostado, y en los que más vaya a perder, posiblemente. Pero apuesto por mí, solamente por mí, y eso puede que sea la novedad; que esta vez he decidido absolutamente por mi cuenta.
Y joder, que bien sienta.
Seas o no creyente, está bien tener fe en algo, porque tener fe en alguien acaba llevando a una confianza ciega a la cual no creo que debamos aferrarnos con todas nuestras fuerzas. Porque, en algún momento, lo más probable es que el hilo se corte, porque todo se acaba, y nos cuesta respirar cuando alguien se va. Eso sí, solo contemplo una posibilidad en la que la fe "en algo" pueda sustituirse por la fe "en alguien": cuando ese alguien eres tú, y cuando has sido capaz de demostrarte que te vas a mantener erguida por ti misma sin importar las circunstancias. Que somos los más fuerte que tenemos, el pilar más existencial de cada uno de nuestros pasos, el verdadero motor del cambio. Que no nos engañen, ni nos hagan sentir pequeños. Porque hay realidades personales que no están al alcance de todo el mundo, y que desde fuera pueden parecer incomprensibles; pero que no por ello dejan de ser absoluta y rotundamente válidas. Así que, ¿por qué no? ¿Por qué no puedo tener fe en que esta vez todo va a ir a mejor, solo porque yo estoy convencida de que va a ser así, porque tengo argumentos que se sustentan por si mismos que lo corroboran? 

Los cambios son aconsejables y totalmente necesarios para seguir respirando a ambos pulmones llenos. Y puede que sea tu propio cuerpo quien te los pide, ya sea gritando a viva voz que es lo que necesitas, o sorprendiéndote con pequeños detalles que no son propios de ti, pero que están encaminados a algo bueno.
Y, ¿quién sabe? Puede que esta vez las cosas comiencen a ir bien de una vez por todas; y por bien me refiero a que estén encaminadas a no querer huir cada vez que me tiemblan las piernas, a sonreír como antaño y a valorar las pequeñas cosas. Porque no es que estemos sobrados de nada ni dinero, ni tiempo, ni espacio, por lo que aprovechar los instantes se está volviendo algo vital para seguir caminando a poquitos. Que, como todo, esto también va a acabar siendo un conjunto de poquitos que se hacen un muchito, como dicen por aquí; y esta vez parece que estoy dispuesta a todos los poquitos, sean a mano tendida de quien sean. Pero que sienten bien, por favor.

martes, 21 de junio de 2016


No siempre una retirada a tiempo es una victoria.
Está bien el cubrirse las espaldas ante todo, saber que nos vamos a tener a nosotros mismos al final del día, para seguir al pie del cañón sin importar que es lo que se interpone entre medias. Está bien crearnos por nuestros propios medios, analizar la situación dos veces antes de poner pies en polvorosa, escuchar el rugir de las entrañas una vez has salido del abismo, y contarnos las costillas después de las noches interminables. Está bien no confiar a ciegas, no exponerse demasiado al sol sin protección, cerrar la puerta con pestillo, y más cuando estamos acompañados. Está bien; está bien hacerlo mientras es necesario, pero también está bien darse cuenta de que llegará el momento en el que es necesario salir de allí, o de que ese momento ya ha llegado. Y lo sabes porque, volviendo a situaciones que ya creías enterradas, las decisiones que tomas son diferentes. Te revuelves, te recorres completa, y pierdes el norte, de la misma manera en la que tiempo atrás juraste no hacer, porque "no funcionas así". Y claro que no, porque tu estilo era más de "siéntelo, entiérralo, y si puedes huir lejos, intenta dar zancadas más largas"; hasta que te das cuenta de que esa manera de ver las cosas, de enfrentarte al curso natural de la vida, no te lleva a ningún punto más allá de donde empezaste. No te permite avanzar, no te deja arriesgarte, y te lleva a morderte la lengua cuando lo que te están pidiendo los pulmones es gritar a los cuatro vientos. Que prefieres desgarrarte por dentro en silencio, que afrontar la sutura a cara descubierta.

Porque no era sano seguir con esa filosofía de vida; y puede ser algo que se aprende con los años. Que cargar con la coraza, el mantón de orgullo que llega hasta los tobillos, está bien para salir del paso; para ser un punto de reflexión, una parada en el camino, para volver a coger fuerzas, para poder continuar. Que seguir con ello es quedarnos en el mismo círculo vicioso, y preguntándonos porque no somos capaces de sonreír, de asumir que es lo que nos encoge las pestañas, de atrevernos a dar el paso. Y eso, eso mismo que nos "protege" de los "males" a los que nos exponemos, es lo que nos acaba tapando los ojos, y lo que nos impide ser reales, asumir las consecuencias, y arriesgarnos por seguir un grito del pecho. Que puede que sea hora de ser valientes, de dejarnos la piel en el empeño, de poner las cartas sobre la mesa, de exponer el panorama, de dejar las cosas claras; y puede que de marcharnos para siempre, de cerrar el capítulo por fin, de no perder esos papeles asignados por seguir unos instintos que, cada día tengo más claro que, he atrofiado yo misma.
No creo que esto sea para nosotros; no creo ni que nos merezcamos, ni que tengamos que pasar por esto. No creo que haya esta necesidad de buscarnos cuando ya nos hemos perdido, ni creo que hacerlo nos vaya a llevar a algún sitio que no sea a esquivar la mirada un poco más. Así que yo tengo claro cuáles van a ser mis pasos a partir de ahora: no voy a dar el brazo a torcer, porque no merezco comenzar a hacerlo ante alguien como tú, pero voy a dejar las cosas claras. Porque cada uno recibe lo que da; y tú has venido a desordenar vidas ajenas, cuando te desentendiste de ellas a la primera de cambio. No te culpo, yo también lo habría hecho, porque soy así de cobarde. Pero estoy cansada de serlo, estoy cansada de no permitiré sentir solo por si las cosas salen mal; ahora no me voy a callar, no voy a dar las cosas por sentadas, no voy a dejar que sea el tiempo el que pone a cada uno en su lugar.
Se acabó lo de dimitir. Porque esto que nos acompaña es corto, y se nos está acabando el tiempo de coger aire y de correr hasta que se nos agoten las sonrisas; porque nos hacemos mayores, por muy tópico que suene. Y ya no tenemos edad para buscar las cosquillas en esquinas ajenas, solo para ver quién es el que se ríe por último.

Quien te quiera, que te quiera con todo, porque para querer a medias ya nos sobra personal.

lunes, 13 de junio de 2016


Retuérceme las tripas, te digo. Hazme dudar, hazme caer, hazme morder el polvo para que pueda volver a levantarme, volverlo a intentar, volver a caer, volver a sudar. Aráñame las entrañas, perfórame los tímpanos y déjame marchar cuando tenga las encías en carne viva. Presióname hasta el punto en el que deje de ser consciente de donde termino yo, y donde comienza el resto. Arrástrame, pon en duda mis principios, derriba mis murallas, entra sin pedir permiso, y resquebrájame los esquemas. Desnúdame hasta el punto en el que exhalarme haga que tirite. Espera a que vuelva a tomar aliento, a que baje la guardia, a que me suba las medias, antes de dar un nuevo golpe, antes de volver a derribar, antes de volver a hacer que pierda el conocimiento. Y luego déjame libre, déjame innovar, déjame descubrir por mí misma. Déjame marchar, pero déjame volver. 
Tiéntame. Rebáteme los sábados y cuestiona mis domingos de andar por el balcón en bragas y camiseta interior, y juzga mis lunes de buscar a tientas la pareja perdida del calcetín con una mano, y el filtro de la cafetera con la otra. Espérame en la esquina de siempre, hazme perder el control, y abandóname en el momento en el que esté más perdida, cuando todo gire a mi alrededor y no sea capaz ni de pronunciar mi nombre. Provoca que pierda la cabeza, que quiera desaparecer, que planee huir; dame la esperanza de que puedo hacerlo, para que cuando lo intente vea lo necesario que es seguir respirando a este ritmo.

Haz que te eche de menos cuando todo parece estar en calma, cuando tengo tiempo, paciencia y motivos para comenzar de cero en cualquier otra parte; átame con doble nudo y doble sutura cuando toque tímidamente el timbre, y abrázame fuerte cuando abras la puerta. Escúchame, y escúchame bien. Rómpeme las costillas cuando sea capaz de tomar aire con causa y consecuencia, no me des tiempo a poner mis asuntos bajo llave, y sácalos a relucir a la mínima que parezca que me he encauzado por fin. Anula todo aquello que, por un momento, parezca que es real en mi vida, y hazme dudar hasta de mi propia sombra. Saca a relucir hasta la más astuta de mis aristas, perfecciona ese orgullo desgarrador que tantas noches me ha arrebatado, y tantas veces he maldecido en silencio. Hazme gritar, hazme pedir clemencia, hazme retorcerme en el sito y esperar a que llegue lo peor, pero no dejes que llegue. 
Porque he venido a quedarme.
Porque esto puede que no acabe de comenzar, pero es ahora cuando se está empezando a poner interesante, porque es ahora cando comienzo a resistirme. Así que vuelve a derribarme, porque con ello solo consigues que me levante, que lo haga por mí misma y sobre mis propios pies una vez más. Y créeme, y vuelveme a creer, cuando te diga que estoy dispuesta a seguirlo haciendo hasta que me quede sin aliento, sin lágrimas, y sin agallas. Porque entonces, cuando consigas desarmarme del todo, me habrás perdido por completo. Porque somos lo que creamos sobre nuestros hombros, lo que nos llevamos a la cama cuando esta está vacía, y lo que nos recorre las puntas de los dedos antes de echar la nuca contra el cabecero de cama ajena. 

Así que escúchame, escúchame bien. Ponme a prueba, juega conmigo, desafíame hasta el punto en el que no quede nada más por lo que apostar en mi contra. No importa, yo seguiré encajando los golpes y devolviendo los que pueda, que siempre serán más de los que esperarás porque no esperas nada de mí.
Yo solo te pido que, cuando me veas tirar la toalla, presiones un poco más. Golpea un poco más fuerte, aguanta durante más tiempo el dedo en la llaga. No me dejes abandonar, arrástrame de nuevo a donde pertenezco, a este hueco tan mío en el que me has encerrado, y derriba mis paredes una vez más. Entiérrame entre escombros, préndeme fuego, espera paciente mientras me deshidrato; porque yo prometo encontrar una solución, sea lo que sea a lo que me expongas. No importa.

Atrápame, te digo. Pero ten claro que he sido yo quien te ha escogido a ti en el primer lugar, renunciando a muchas cosas, tantas que no soy capaz de repasarlas todas sin causarme más de lo que jamás serás capaz de causarme. Yo he escogido este tren de vida, aunque tu hayas sido la razón por la cual sigo aquí, día tras día, sin importar el qué. Esto es lo que he decidido, y a lo que me he aferrado, por mucho que te empeñes en empujarme fuera, en hacerme sentir infinitamente pequeña, en atormentarme cada vez que cierro los ojos. He sido yo; pero encárgate que no me vaya muy lejos. Engánchame, te digo; aunque ya sea adicta. Llévame a un grado más, aprieta un poco más las tuercas, destrípame un poco más.

Quédate cerca, te digo. Extráñame y estrújame, te digo. Muérdeme, deslízate, desaparece, te digo. Retuérceme, te digo.

sábado, 11 de junio de 2016



No tengo muy claro porque, pero esta última semana está siendo un sinvivir de idas y venidas entre sucesos pasados, papeles mojados e historias de antaño, que se suponen que habían quedado enterradas de una vez por todas. No sé si será el calor, la sensación de que la vuelta a la realidad se acerca, o que los años pesan y queremos recuperar la estabilidad que en su día dimos por innecesaria. O una combinación de todas ellas. Puede ser que no sé que es lo que te ha pasado, que las noches te han hecho más sabio, más reservado y más despierto, que la distancia te ha enseñado lo que intenté explicarte con palabras mal escritas en tardes de calor. Que los aviones duelen donde las heridas no acaban de cicatrizar, y los recuerdos se sienten a flor de piel; y que estoy segura de que, esta vez, puede que tú también lo entiendas.
Pero no lo sé.
Que vuelvo para marcharme, sin tener valor a llegar del todo una vez más. Porque acercanos a pasitos cortos nunca a sido suficiente, por mucho que nos empeñemos en pensar que, al no hacer ruido, no vamos a despertar a los vecinos. Porque respirar colillas de cigarros ajenos no es un buen método para solventar distancias avismales creadas durante tres años, sin detenerse a mantener un mísero puente por si algún día las dos orillas deciden hacer un chequeo de daños, solo para asegurarse que las cosquillas del prógimo siguen debajo de la última costilla del lado izquierdo. O si otra ha sido capaz de encontrarlas en algún otro sitio, dando así un nuevo significado a aquellas carcajadas olvidadas entre vuelta y vuelta del ventilador. 
Pero no lo sé.

Puede que vuelva, que el destino decida que apoyemos los pies bajo el mismo pavimento, o que no haya más remedio que sujetarnos la puerta; y que esta vez no rehuella la mirada, y que esta vez no calle haciendo el silencio aún más incómodo. Puede ser que haya pasado ya el tiempo suficiente para dar las explicaciones que en su día carecían de sentido, o para hablar de puntos comunes para asegurar la sutura definitiva. Porque tres años pueden que sean suficientes, y deberían serlo; pero desde que no nos oímos, no nos hablamos, y no nos esperamos, no nos encontramos. Y sin encontrarnos, ya no sabemos que es lo que conocíamos, y que es lo que se ha creado a raíz de repetir, día tras día, lo que una servidora aquí se encargo de hacer desaparecer. No es un paso más en un martirio sin fin; eso ya ha quedado atrás, pero la curiosidad es lo que mueve mis caderas, y es lo que me ha llevado a estar donde estoy. Y viendo que es tan buena consejera, no veo el porqué de no darle otra oportunidad; que sea eso lo que guía mis pies, y no los anhelos empedernidos de alguien que no sabe dejar marchar lo que hace tiempo que ya se fue. No, son dos cosas muy diferentes, y hay que saber diferenciar cada una de las situaciones, para hacer que las caladas sean más hondas, y que los quintos de cerveza no chirrién en los dientes.
Sin esperanza más allá de que no darme un nuevo portazo en la cara, ¿qué se puede pedir a quién no supo conducir la situación en su momento? ¿A quién se encargó de desaparecer, de huir sin dejar rastro, de callar durante meses y de no molestarse en anunciar su regreso, para sacar el vendaje de un tirón y sin anestesia? ¿A quién no fue capaz de aprovechar ninguno de los momento, que no han sido pocos, que han pasado entre entonces y el ahora? No se le puede pedir nada, más allá de la promesa vaga de que no le van a temblar las piernas, la voz y las pestañas en el caso de que los castillos en el aire se vuelvan de arena, y todo este sinsentido de historias idílicas resulten tener un mínimo de fundamento.
Pero no lo sé.

Solo sé que tengo que volver, que tengo que dar la cara, y que la otra parte del asunto se ve en la misma situación; y que, quieras o no, las canas aumentan con los kilómetros. Que puede que no haya suficiente material como para perdonar, pero puede que si para escuchar. O no. No lo sé.