No siempre una retirada a tiempo es una victoria.
Está bien el cubrirse las espaldas ante todo, saber que nos vamos a tener a nosotros mismos al final del día, para seguir al pie del cañón sin importar que es lo que se interpone entre medias. Está bien crearnos por nuestros propios medios, analizar la situación dos veces antes de poner pies en polvorosa, escuchar el rugir de las entrañas una vez has salido del abismo, y contarnos las costillas después de las noches interminables. Está bien no confiar a ciegas, no exponerse demasiado al sol sin protección, cerrar la puerta con pestillo, y más cuando estamos acompañados. Está bien; está bien hacerlo mientras es necesario, pero también está bien darse cuenta de que llegará el momento en el que es necesario salir de allí, o de que ese momento ya ha llegado. Y lo sabes porque, volviendo a situaciones que ya creías enterradas, las decisiones que tomas son diferentes. Te revuelves, te recorres completa, y pierdes el norte, de la misma manera en la que tiempo atrás juraste no hacer, porque "no funcionas así". Y claro que no, porque tu estilo era más de "siéntelo, entiérralo, y si puedes huir lejos, intenta dar zancadas más largas"; hasta que te das cuenta de que esa manera de ver las cosas, de enfrentarte al curso natural de la vida, no te lleva a ningún punto más allá de donde empezaste. No te permite avanzar, no te deja arriesgarte, y te lleva a morderte la lengua cuando lo que te están pidiendo los pulmones es gritar a los cuatro vientos. Que prefieres desgarrarte por dentro en silencio, que afrontar la sutura a cara descubierta.
Porque no era sano seguir con esa filosofía de vida; y puede ser algo que se aprende con los años. Que cargar con la coraza, el mantón de orgullo que llega hasta los tobillos, está bien para salir del paso; para ser un punto de reflexión, una parada en el camino, para volver a coger fuerzas, para poder continuar. Que seguir con ello es quedarnos en el mismo círculo vicioso, y preguntándonos porque no somos capaces de sonreír, de asumir que es lo que nos encoge las pestañas, de atrevernos a dar el paso. Y eso, eso mismo que nos "protege" de los "males" a los que nos exponemos, es lo que nos acaba tapando los ojos, y lo que nos impide ser reales, asumir las consecuencias, y arriesgarnos por seguir un grito del pecho. Que puede que sea hora de ser valientes, de dejarnos la piel en el empeño, de poner las cartas sobre la mesa, de exponer el panorama, de dejar las cosas claras; y puede que de marcharnos para siempre, de cerrar el capítulo por fin, de no perder esos papeles asignados por seguir unos instintos que, cada día tengo más claro que, he atrofiado yo misma.
No creo que esto sea para nosotros; no creo ni que nos merezcamos, ni que tengamos que pasar por esto. No creo que haya esta necesidad de buscarnos cuando ya nos hemos perdido, ni creo que hacerlo nos vaya a llevar a algún sitio que no sea a esquivar la mirada un poco más. Así que yo tengo claro cuáles van a ser mis pasos a partir de ahora: no voy a dar el brazo a torcer, porque no merezco comenzar a hacerlo ante alguien como tú, pero voy a dejar las cosas claras. Porque cada uno recibe lo que da; y tú has venido a desordenar vidas ajenas, cuando te desentendiste de ellas a la primera de cambio. No te culpo, yo también lo habría hecho, porque soy así de cobarde. Pero estoy cansada de serlo, estoy cansada de no permitiré sentir solo por si las cosas salen mal; ahora no me voy a callar, no voy a dar las cosas por sentadas, no voy a dejar que sea el tiempo el que pone a cada uno en su lugar.
Se acabó lo de dimitir. Porque esto que nos acompaña es corto, y se nos está acabando el tiempo de coger aire y de correr hasta que se nos agoten las sonrisas; porque nos hacemos mayores, por muy tópico que suene. Y ya no tenemos edad para buscar las cosquillas en esquinas ajenas, solo para ver quién es el que se ríe por último.
Quien te quiera, que te quiera con todo, porque para querer a medias ya nos sobra personal.

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