El problema es cuando no sustentamos de viejas emociones, como un barco de vapor, que pretende vencer a la corriente con una triste soga raída,en medio de lujosos yates de última adquisición. El pasado es mejor dejarlo tranquilo, encerrado en cajas precintadas con doble capa de cinta aislante -no vaya a ser que le de por salir a dar un paseo por ahí, y se nos caigan todos los buenos propósitos-. Pero hay días, o semanas, con fechas para recordar. No por que quieras, si no porque algo dentro de ti te dice que es lo correcto, o simplemente porque, por mucho que digas lo contrario, por mucho que creas que es así, no lo has superado del todo. Porque hay heridas que han nacido para quedarse, y la cicatriz es peor que el corte.
No hay manera de sanarse, y siempre recordaras con sonrisa amarga pequeñas cosas, detalles, momentos, capaces de hacernos volver, por un segundo. Como cuando nos despertamos en mitad de la noche sin tener muy claro donde estamos, y de quien es la espalda blanquecina salpicada de lunares que tenemos a nuestro lado. Y de repente, nos damos cuenta de que estamos en un oasis imposible, que hace más de seis meses que ha desaparecido; y que, cuando este desaparece, no vuelve. Porque las segundas partes nunca son buenas -reconozcamos que las segunda parte de nuestra película favorita solo la hemos visto porque estamos total y perdidamente enamoradas del actor protagonista, pero que seguimos pensando que se han cargado la saga con esa secuela-.
Podemos fantasear sobre una segunda oportunidad. Lo que diríamos, lo que cambiaríamos, que haríamos para no volver a acabar en el pozo en el que terminó todo aquello que prometimos no acabar. Fantasear está bien; hasta que llegan los fantasmas del pasado para atormentarnos un poco más en esas noches en las que, en la barra grasienta de un bar de cualquier esquina, te planteas la posibilidad de ahogarte en un vaso de ron. Luego te das cuenta de que eso es físicamente imposible, y empiezas a calcular cuantas botellas necesitarías para llenar una piscina lo suficientemente grande para poder sumergirte con un peso enganchado a las piernas. Así, en medio de sumas y reglas de tres, los fantasmas cuentan las que te llevas, para no malgastar ni una gota. Y te das cuenta de que todavía estás tocando fondo, y que estás muy lejos de llegar del todo. Porque has estado sumida en un pequeño paraíso forzado, obviando lo de dentro; para no sufrir, para intentar disfrutar todo lo bueno que te está sucediendo. Claro, sacando lo malo, es normal que creamos que estamos viviendo algo bueno.
Pero podríamos estar en medio de algo mejor; algo único, algo como lo que vivieron tus padres en su momento. Porque la historia, como dice mi buena madre, se repite. El problema es cuando tus -fallidas- decisiones cambian por completo el transcurso de lo que debería ser una historia digna para contar de aquí en cincuenta años. Y te consuelas pensando que, quizás, esa no era tu verdadero "érase una vez"; y que el de verdad puede estar en cualquier esquina, esperando a saber que o a quien. Y que lo sabrás en cuanto se acerque. Vas buena. Eso, amigos míos, no existe. Y jamás existirá.